Entre Marx y la literatura (Ecuador, No. 10 General)

Entre Marx y una mujer desnuda

Entre Marx y una mujer desnuda es un ejercicio de vanguardia que consiste en integrar en el texto y dentro de la operatividad de la escritura diferentes recursos -de fuentes bastante eclécticas (el texto en sí es ecléctico e idiosincrático -como todos- pero con libertades que lo desplazan a latitudes inesperadas). Basta una hojeada breve para notar el uso de sendas técnicas vanguardistas occidentales. Primero, la forma: el libro parece concebirse como un fluir una serie de notas que quedaron rezagadas -sin orden y cuya organización poco importa- no hay índice, no hay secciones, ni capítulos. Estamos ante un espacio (aparentemente) ilimitado de ideas que confrontan el impulso por lo linear; pero también encontramos otro tipo de orden, notas insertadas a los márgenes que dan cuenta de los momentos eróticos de una pareja -y que aunque aparentemente marginales- son indispensables para dar un sentido dentro del texto (18). Aduom parece querer extender la goma elástica que Rayuela fabricó al prefigurarse como libro clave de la autonomía del lector; de la azarosa condición que es la lectura misma. Las referencias directas son muchas y el ejercicio de la forma también deja entrever un cierto impulso de replicar y re ensayar las maneras de pensar y de hacer pensar al lector.

También podemos recordar la manera descomplicada como Aduom escribe su texto primario. Son notas informales en un diario: inicia las frases en minúsculas y seguidas de elipses, y en ellas retorna a un meditar auto reflexivo dentro de un fluir de la conciencia que parece determinar secciones enteras. O mencionar el uso del espacio del texto para desnaturalizar las ficciones de la representación por medio de un uso promiscuo de montage y collage: nos topamos desde las primeras diez páginas con avisos clasificados, con diagramas explicativos, párrafos que inician a mitad de página, canciones enteras escritas como si se tratara de un pentagrama con simbología musical, ilustraciones publicitarias, un crucigrama, un “prólogo” ya pasadas las dos terceras partes del libro (233) y un recurrir de la labor auto reflexiva de la escritura: es aquí donde el ejercicio de la auto crítica y la auto referencia alcanzan intensidades tales que se materializan en signo y referente.

Las meditaciones del texto tienden a desplazarse hacia el terreno de lo intelectual -tal vez demasiado: nos topamos con diálogos imaginarios con Marx, con lamentos anti-nacionalistas acerca del porvenir histórico de un país aislado, y perezoso (115), o con divagaciones que tienden a caer en cantos resentidos y repetitivos acerca del imperialismo y sus abusos, de la falta de país en el Ecuador (la negación de una historia) y de la farsa total que predicaba un internacionalismo o una solidaridad proletariada mundial.

La novela se configura en una historia central: la de Rosana, el narrador, y su marido hacendado -una relación de adulterio, regida por la traición, el goce, la atracción-, entrelazada con la de Don Gálvez -intelectual invalido del partido comunista del Ecuador de los años sesenta y su novia Margaramaría – y el drama del interno de micropolitcas dentro del partido. Don Gálvez, su asistente Falcón, Margaramaría y otros simpatizantes tienden a converger en los talleres de la revista el Murciélago desde donde producen panfletos y sostienen tertulias intelectuales citando a Marx, a Lenin a artistas como Webern o Brecht y donde en gesto autocritico la novela que el narrador escribe es comentada y continuamente reevaluada.

Rosana es la mujer vuelta objeto del deseo de nuestro narrador sin nombre. Casada con un propietario “hacendado cretino” al que solo entrevemos dentro de las incursiones al proceso de la escritura de la novela, ella se desenvuelve como objeto de miradas masculinas y como fuente de drama debido a las discusiones que sostiene con su marido donde se exploran los temas de género: machismo estructural, opresión invisible y sexismo. El narrador tiende a abandonar su realidad durante momentos críticos para retornar una y otra vez hacia sus escapismos creativos, es allí en estos episodios de imaginación aventurada donde vamos apreciando el carácter de esta relación triangular. Se dibujan paisajes surrealistas, se habla de un escape a Grecia, -Grecia como topos de una sociedad romantizada pre capitalista- y se desenvuelven momentos eroticos-tanaticos donde el encuentro sexual entre Rosana y el narrador tienden a tornarse en huida desesperada a causa de la aparición constante del hacendado patético y siempre armado.

Don Gálvez quizás se perfila como el protagonista tal vez si podemos hablar de alguno que no sea el narrador-autor. Don Gálvez, es inválido y por eso tiene que ser cargado por Falcón su asistente y sus piernas al mismo tiempo cuando asiste a reuniones del partido o al campo a conquistar votos. Parece que a Aduom le gusta imaginar situaciones donde Don Gálvez, Falcón y el narrador tienden a construir una especie de triada quijotesca donde debates sobre las armas, las palabras (poesía) y las mujeres se trenzan de manera apasionante pero jocosa, cada miembro opina de acuerdo a su lugar dentro de la ideología y arroja luz sobre ideas (en mayoría las de Don Gálvez) que se dan por sentadas. No es coincidencia que el intelectual este prostrado en una silla de ruedas, más bien parece clara metáfora acerca de la incapacidad de esta figura en el estado moderno de afectar las relaciones de producción, o de siquiera avivar las masas siguiendo los principios de la falsa conciencia de Lukacs o del partido como vanguardia del pueblo de Lenin.

El inicio, siempre un instante incierto y critico debe estudiarse con atención: “o sea que las cosas no han sido todavía sino que van a ser, no pasaron así sino que van a suceder ahora, en estas páginas, nadie sabe cómo no tienen un principio ni un orden otro que el que tú les des, e incluso la sucesión de reglones, de párrafos de páginas puede ser alterada porque aunque inflexible en su estructura es deliciosamente arbitraria.” Debo confesar que es uno de los principios más originales que he leído. Pareciera esbozarse contra toda noción de linealidad y refutar las causas y las consecuencias como espacios inamovibles e inmanentes. Aduom, más bien trata de entender la lectura -de un libro que no ha comenzado, que está inscrito en el futuro como una nota dentro de la botella a la deriva- como una acción que en vez de ofrecer un sentido linear y progresivo, con un telos, se prefigure como un mecanismo de reflexión, una máquina de pensar donde no importa tanto lo que conduce de A a B sino más bien donde el sentido emane independientemente de cada micro contexto; donde la narrativa no sea encaminada “hacia algo” sino que ofrezca preguntas más que situaciones y genere afectos más que emociones como un pequeño dispositivo de creación multiuso, democrático y abierto a las preferencias de cada lector.
De alguna manera podríamos arriesgar también una lectura que anticipa los debates contemporáneos acerca de la auto ficción en la narrativa Latinoamericana. Pues en Entre Marx y una mujer desnuda las líneas que separan autor, narrador y personajes creados dentro de la  trama tienden a debilitarse. El autor se inscribe autobiográficamente dentro de la narrativa pero al mismo tiempo incluye retazos de su experiencia propia para yuxtaponerlos con imágenes simbólicas préstamos de otras lecturas, de sus recursos oníricos o de episodios cotidianos de las vidas de otros. Por ejemplo, Aduom escribe sobre Don Gálvez en el “prólogo”: “En este libro que, fácil es advertirlo, no es una biografía pero tampoco una invención, él (Don Gálvez) esta, en casi todas sus páginas, aunque ha cambiado mucho. Ahora me resulta imposible separar al él que fue, del él en que se me ha convertido.” (235) Es como si asistiéramos a un gesto novedoso dentro de la tradición hispánica que abre puertas a una nueva posibilidad de la forma justo cuando el eco del boom había arrojado una sombra del fin de la literatura en su estado más alto. Podríamos agregar que Aduom está interesado en encontrar otras realidades, otras posibilidades de entender la materialidad y el determinismo de una historia que al parecer se ha olvidado del Ecuador. “Mi novela debe ser como una película, llena de imágenes imprecisas. Si uno pudiera hartarse de esta realidad y poder escribir otras cosas otras realidades como las del sueño.” Imágenes imprecisas, como montajes y otras técnicas de extrañamiento o desfamiliarización son las que en efecto diseminan dobles sentidos y cargan a los referentes más claros de la trama con una multiplicidad de lecturas.

Al final de la novela, Don Gálvez borracho y excitado por una noche de protestas y el saqueo de su revista, sale cargado por Falcón y se aferra a las rejas del edificio estatal donde grita con toda fuerza frases contra la dictadura y la consciencia de los que trabajan allí. Este momento de drama se intensifica cuando por la espalda atacan a don Gálvez y este cae al suelo malherido y consternado. Al final, Falcón lo lleva a un hospital donde le pregunta al narrador “¿Y que va a ser de tu personaje, al fin muere?” el narrador dice que no, pero por su parte él ha decidido abandonar el país; en un par de instantes la cúspide dramática cede lugar a un final que aunque no es de fracaso total se cierra albergando una ambigüedad muy clara: Don Gálvez y el partido no mueren, pero el artista, quien representa y aporta la imaginación creativa se lanza al exilio.

 

La Serpiente de Oro: Que es un río? (Perú, No. 7 Específica)

Serpiente de Oro

La novela de Ciro Alegría es un breve relato enmarcado en múltiples voces narrativas que trata de esbozar la vida de los residentes del caserío y la vereda de Calemar, un pequeño poblado que yace al borde del poderoso río Marañón localizado en el norte del Perú.

En la novela el río aparece como eje de la vida, y antes de adentrarnos a deshilvanar el texto, no es difícil recordar la importancia del río en el imaginario literario peruano. El río no solo figura como título y protagonista en esta novela de Alegría sino también en el clásico indigenista Rios profundos de Jose Maria Arguedas. En este sentido, el río se fija como un locus para elaborar sobre varios temas: la subjetividad cultural de los personajes narrados, o la figura mítica de este como provedor de alimentos, formador de la cultura de los naturales ribereños, y al mismo tiempo agente de muerte -tanto de la forma de vivir de los habitantes como de ellos mismos. Así mismo, este sirve como mecanismo dialéctico que permite yuxtaponer estos conceptos mencionados: vida y muerte, agencia y destino, fijeza y movimiento (hablando del ser y el devenir, viene a mente Heraclito y la tradición especulativa que se desprende). El río figura de manera dominante también -aunque aún más que en Ríos profundos– en estar inscrito como referente físico que define el modo de vida de los ribereños y su subjetividad. Es decir, el río puede referir a lo profundo que son las raíces culturales y políticas del Perú moderno, pero también a ríos de sangre, rios que contienen fuerza aparentemente mansa y distante pero al mismo tiempo su capacidad de desatar muerte y cambios del hábitat permanece siempre en estado de potencialidad. Alegria explora la dialéctica entre la vida y la muerte mientras reflexiona sobre el rio: ¨Rio de agua y río de sangre, ambos a dos agitados y convulsos cabales para hacer presa del cristiano desgajandolo como a una pobre rama¨ (168).

La Serpiente de oro en tanto título y eje primario de la obra también puede ser interpretada como mecanismo binario donde serpiente y oro se contradicen pero generan significados nuevos: la serpiente puede ser leída como animal portador de muerte, mientras que el oro se asocia primariamente con la riqueza y la prosperidad: pero al conjurar la serpiente de oro varias lecturas podrían surgir: la serpiente dadora de riquezas, o la amenaza de la muerte enmascarada bajo la ilusión de la riqueza. A mitad de libro entendemos que el río mismo es la serpiente de oro como el difunto Osvaldo Martinez habia descubierto en sus meditaciones sobre la posible extracción del mineral del Marañon. La serpiente puede ser vida pero también será muerte, y esto es aún más cierto para el que fue capaz de descifrar su significado primero que alguno de los muchos calemarinos que lo habitan desde chicos. Don Osvaldo entendió que desde arriba el río era como una gran serpiente, prometedor pero a la vez caprichoso ¨como los hombres mismo con nuestros caprichos y sinrazones¨ (142).

Pero si consideramos la novela desde el marco de la narrativa latinoamericana lo que queda claro es que La Serpiente de oro no encaja bien dentro de los catálogos que se han forjado para clasificar las apuestas literarias de la region. Ciertamente no nos encontramos bajo el dilema de la novela denuncia que opone el estado de un bosque primario contra la ola desarrollista que transforma la biosfera en materias primas para la proliferación de los modos de organización capitalistas. En Doña Barbara, Romulo Gallegos contrapone el desarrollo -objetivisado en los cultivos industriales de técnica occidental- con los sistemas agriculturales artesanales y “atrasados” de los llaneros venezolanos. Santos Luzardo claramente encapsula la ilusoria creencia en el progreso y la civilización, mientras Doña Barbara le permite a Gallegos interpretar y trabajar los motivos de contradicción, avaricio, salvajismo, y otros temas centrales en el imaginario literario latinoamericano. En La vorágine, del colombiano Jose Eustasio Rivera, la narrativa se desenvuelve a manera de documento de denuncia para elaborar acerca de temas que eran históricamente urgentes para la sociedad nacional y la campaña británica a favor de los derechos básicos de los trabajadores, algo que hoy podríamos clasificar como derechos humanos. Rivera escribe La vorágine con la intención de denunciar los inexplicables abusos ennegrecen las selvas amazónicas del sur del país: abusos contra los indios y los trabajadores de las caucherías por parte de las famosas compañías de extracción como la casa Arana. En resumen, asistimos a una extrapolación de la destrucción de la selva por parte del hombre y de la destrucción del hombre por parte de la selva, atendiendo a los lentos procesos de descomposición de la subjetividad y el orden de la razón.

Bien sea bajo la clave de orden enfrentado contra barbarismo o capital contra naturaleza, como en las obras referidas La serpiente de oro no apuesta a un enmarcamiento narrativo dentro de estas estructuras. Por el contrario, pareciera que la obra intenta a veces con éxito a veces a medias, dibujar un retrato de lo que puede ser una “vida anfibia” al decir del sociólogo Orlando Fals Borda. En La serpiente, se ilustran los micro ciclos de las cosechas y de las fiestas, algunos momentos anecdóticos de algunos personajes y un par de muertes -no del todo justificadas dentro del desarrollo de la trama narrativa. Sin embargo no asistimos a una secuencia yuxtapositiva donde fuerzas antitéticas se estrellan frente a frente. De la misma manera no hay personajes opuestos ni encuadramientos que involucren nemesis. Los polos más evidentes dentro de la corta novela podrían agruparse en subconjuntos asociativos y no excluyentes. Por ejemplo los que apuntan claramente a la figura del visitante Don Osvaldo con todo el imaginario científico y desarrollista que este abarca en oposición a don Matías o los viejos hacendados quienes hablan desde sus saberes nativos y supersticiosos ; o la focalización de la puna o el altiplano como locus donde el soroche y los abismos acaban por afectar la subjetividad de los que no estan acostumbrados en oposición -mas no contradicción- con las tierras bajas y las prácticas de las culturas anfibias.

Como habíamos rememorado, la figura del rio se lee comunmente como un simbolo de las profundas raíces indígenas de la identidad cultural del Perú. Raíces que subvierten un pasado colonial más reciente donde el cristianismo y las instituciones importadas por la corona española tratan de fijar una imagen y un imaginario específico. Sin embargo, cuando se habla de ríos es inevitable no recordar las divagaciones que Heraclito producia mientras observaba el fluir del agua y su relación con el ser, el devenir y el tiempo. Segun el presocratico, el hombre no se puede mojar dos veces en el mismo río, pues el río siempre está en cambio constante. Sin embargo, la lectura inversa, el hombre no se puede bañar dos veces en el mismo río porque él mismo ha cambiado (no el río, sino el hombre que ya es otro) es aún más interesante cuando reflexionamos en relación a la figura del rio dentro del imaginario literario andino. Se tiende a leer el río como locus de una fijeza cultural y de una identidad arraigada que subsiste por encima de los abusos de una europeización salvaje y asimétrica. Pero más interesante aún sería leer el rio como el medio ideal para percibir nuestro devenir constante; es decir, el evento cuando el ser deja de ser el mismo después de la primera sumergida. La identidad no se mantiene idéntica. Seria mejor pensar en un fluir de la subjetividad donde el tiempo revela que el ser no es ser fijado en un grupo de conductas y prácticas sino un devenir que reapropia e interpreta símbolos de acuerdo a unos hábitos y a una contingencia política determinada. El “ser indio” o comportarse como indio constituye una reapropiación ocasional de ciertas conductas, de ciertas posturas para sacar ventaja de cierta encrucijada política; el “ser cholo” o el “ser mestizo” pueden asimismo entenderse como reapropiaciones y toma de posiciones estratégicas para navegar un cosmos social complejo. Podríamos hablar entonces de “intervenciones estratégicas” dentro de cierto margen del actuar y el practicar el ser social.

Naturalmente existen limites para este negociar de posturas y practicas; no podemos reducir el ser social a una permutacion de códigos culturales temporales. Mas bien, me gustaria imaginar los ríos como oportunidad para reevaluar los binarios indígena-español, nativo-extranjero, etc… y recordar que el devenir, el “becoming” más que el “to be” puede ser más útil a la hora de hacer un análisis de la experiencia social tan compleja como la peruana. Cuando entramos al rio por segunda vez ya no somos el mismo ser: el mestizo es otro mestizo, el indio es otro indio.

Entender la cultura indígena como un todo en relación a la cultura europea entendida también como una totalidad confrontadas en un desencuentro histórico de violencias y explotación es un faux pas teórico que nos lleva a lugares comunes y a conclusiones apresuradas. Entender el río como lugar donde coexisten dos corrientes culturales una española colonial y otra indígena, una superficial y dominante la otra latente pero potencializada es reducir la subjetividad del ser peruano a grupos homogéneos abstractos y sin rostro. Más aún, parecería encasillar la subjetividad en expresiones culturales que solo son una manifestación de la amplia diversidad que encierran las cultura prehispánicas y sus diferentes descendencias y perpetuar una producción crítica ya gastada y cómplice de las mismas estructuras que pretende desnaturalizar.

Los ríos profundos – entre la identidad y la negación (Peru No.5 General)

Rios Profundos Pachachaca

Los ríos profundos constituyen mi primer contacto con el indigenismo y como tal, una oportunidad de reevaluar la literatura latinoamericana por fuera de los límites academicistas tales como el realismo social, el realismo mágico, novela de la revolución, etc. El libro transcurre como quien asiste a un atento desguazar de los géneros literarios tradicionales; así mismo, es quizás el libro que más digresiones externas incluye del cual tengo memoria como lector adulto. Naturalmente, ya se ha observado que capítulos enteros contienen amplias explicaciones como extraídas de un tratado de antropología andina: las divagaciones sobre la importancias del ¨zumbayu¨ o el trompo en la cultura del altiplano peruano; las creencias ancestrales que le otorgan cualidades espirituales a las formaciones geológicas más imponentes tales como ríos, abismos y peñascos; la organización de las haciendas y de los pongos con toda su jerarquía y división de labores. Esto no constituye una crítica per se sino más bien una apreciación que trata de entender mejor la novela: de entender cómo el entramado (con sus exigencias de género, de desarrollo narrativo, y de formación de personajes primarios y secundarios) se posiciona en relación a los intereses de Arguedas para incluir intermisiones académicas sobre diferentes aspectos de la cultura criolla del sur del Perú. Es aparente que Arguedas se enfrenta a una labor de doble trabajo, pues no solo se trata de organizar una novela coherente y fértil -sino que tiene que insertar dentro de ésta- las particularidades de una cultura -completamente desconocida para el lector no peruano- y muchas veces discriminada y prejuiciada por el lector nacional. El mérito de Los ríos profundos consiste en saber incluir dentro de la trama (y los requisitos de la forma) las expresiones del repertorio cultural inca sin desmedirse hacia uno u otro extremo: es decir, sin escribir una mala novela con considerable información sobre la cultura del altiplano, o a su vez, un tratado mediocre o ensayo novelado con una trama que espera su desarrollo en potencialidad. Los ríos profundos es excepcional por la formalidad con que Arguedas maneja el lenguaje. Parece irreal que Ernesto, un joven de 14 años, converse y reflexione con una seriedad tan grave. Sus observaciones sobre la ternura con que su padre lo cobijaba durante sus viajes, sobre la repugnancia de Lleras y la pose intelectual de Valle, sus meditaciones sobre los paisajes andinos, los templos y las ruinas incas, parecen ser escritas por un Borges o un Faulkner más que por Ernesto mismo.

Pero considerando la novela dentro de la corriente indigenista tendría que apuntar ciertas dudas que prefiguran dentro de la relación de imaginario indigenista y la subjetividad de la novela. Si el indigenismo se basa en rescatar al indio en la representación porque ha sido humillado históricamente, porque tiene que defenderse constantemente contra el gamonal y contra la naturaleza, ¿Cómo podríamos evaluar la novela dentro de dichos parámetros? En Los ríos profundos, la figura del indio no es explícitamente defendida ni por Ernesto ni por Arguedas mismo quien a través del narrador y de sus personajes primarios esboza un perfil que parece más un simpatizante algo reservado que una militancia revolucionaria. Naturalmente, en la novela asistimos (aunque con algo de pudor por parte del narrador) al sufrimiento indígena en las haciendas, al funcionamiento de la iglesia como parte de estructuras de poder opresivo; pero nunca se presenta una declaración de indignación escrita como una carta abierta al mundo en clave de divulgación como en Huasipungo, o un conflicto objetivo marcado por abusos entre clases e intereses políticos como en El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría. Tal vez, la defensa acá sea más sutil y este acompasada en el ámbito del ¨rescate¨ del indio desde lo cultural: me refiero al gesto de Arguedas al incluir los dos lenguajes sin una apología directa y especialmente, al trato que le ofrece a la tradición oral expresada en lírica y en los cantos que se entonan en las chicherías y en el internado. Parece que Arguedas prefiere refugiarse en la atmósfera del sur peruano -marcada por una influencia altamente autobiográfica referente al periodo de su niñez- donde explora el lado místico de la cultura del altiplano, el paisaje y la inmensa afección que experimenta cuando rememora a su padre. Este es un motif notable dentro de la narración, aunque la recurrencia a veces un tanto repetitiva a buscar consuelos para sus tristezas de niño alienado en la expresión melancólica del indio, en sus llantos sus cantos puede empobrecer el texto a causa del prosaísmo.

En Los ríos profundos, Arguedas parece oscilar entre la exposición de las condiciones sociales, como justificación del texto en cuanto documento indigenista, y la tentación de crear una autobiografía de corte intelectual donde pueda complacer su individualidad en la estetica de los eventos de la niñez. A pesar de esta tensión, Arguedas tiende a tratar la problemática social con guantes -formales y temáticos. Cuando puede haber una confrontación climática o una contra respuesta por parte de las chicheras, Arguedas parece preferir un desescalamiento del conflicto pues las chicheras como sujeto oprimido convertido en colectividad con cierta agencia simplemente desaparecen. Doña Felipa solo deja un pañuelo como todo lo que sobrevive de la lucha colectiva objetificada en el conflicto por la sal. No hay repercusiones ni sucesores que conviertan esa opresión en una conciencia de masas y un proyecto para transformar las condiciones materiales. Tampoco hay una represión que encapsule algún tipo de preferencia dialéctica a la hora de leer la historia de la lucha por la libertad individual. Tal vez la fiebre del tifo y la invasión de los enfermos desde otras localidades puede interpretarse como la venganza que encuentran los habitantes de Abancay al negarse a abrir las puertas del puente y al destacar la guardia para evitar romper la cuarentena. No debemos olvidarnos que la fiebre proviene de la misma ruta por la cual escapó doña Felipa. ¿Será un juego de símbolos o mero requisito geográfico el que impulsó a Arguedas a repetir las rutas siendo a la vez ruta de escape y ruta de contaminación?, ¿Y qué podemos decir de la Opa? ¿Es mero capricho de recontar su niñez tal como sucedió o la podemos interpretar como alegoría de la brutalidad y el precoz apetito sexual de los estudiantes del internado? Al final, Ernesto huye de Abancay en medio de su delirio donde el cuerpo de la muerte flotando río abajo, la tentación de llegar más rápido a donde su tío hundiéndose en el río y la imagen del Lleras hecho un cuerpo desfigurado tiñe de inquietud un cierre un tanto ambiguo. Quizás esa ambigüedad refleja la propia de la conciencia del autor, quien desde su infancia se sintió excluido de ambos mundos por no ser un sujeto definido dentro de los bordes de lo normativo y simultáneamente rehusarse a ser excluyente frente a la identidad del otro.

Delirio: ¿causa o efecto? (Colombia No. 16 General)

Laura Restrepo1

Delirio consiste en tres hebras narrativas que se entrelazan sin ninguna marcación delimitada de secciones o capítulos. Estas, cuentan la historia de una familia bogotana adinerada usando a Agustina como sujeto primario anclado en el presente contemporáneo aparente de los años 80´s. La segunda línea trata sobre el drama familiar del hogar de Agustina cuando esta era apenas una niña y una adolescente en los años 70´s. En tercer plano, Restrepo se ocupa de la sosegada pero inquietante rutina de sus abuelos maternos, especialmente de su abuelo el emigrante alemán Nicolás Portulinus que transcurre en una hacienda de tierra caliente a pocas horas de la capital.

La lectura más obvia de Delirio es la dramática experiencia que sufre Agustina (mujer relativamente joven casada con un profesor de literatura desempleado) a lo largo de un fin de semana extendido cuando pierde el conocimiento y su esposo la encuentra abandonada -en un estado de función cognitiva bajo- en la habitación de un hotel. De ahí en adelante se desenvuelven las tres líneas que circulan alrededor de las causas que traen a Agustina a esa misteriosa habitación de hotel sin mayor explicación. También se tratan las vivencias que han marcado a Agustina directamente e incluso antes de su nacimiento, dando cuenta de las obsesiones y los demonios que visitaban a sus varios antepasados. Mientras la focalización narrativa se ocupa de Agustina, Restrepo utiliza personajes auxiliares para recrear los años de plomo que afectaron la realidad colombiana durante los años 80´s y 90´s. De ahí, que muchos también han especulado que Delirio también es la condición que sufre la sociedad del país; una, convulsionada por las ganancias desproporcionadas resultado del comercio de narcóticos y la penetración de estos dineros en forma de corrupción desmesurada por parte de las elites empresariales y políticas.

Hasta ahí la interpretación más obvia. Pero recordemos que en términos médicos delirio (delirium) no es una enfermedad per se, sino más bien un síntoma clínico o uno dentro de una serie de síntomas que puede ser resultado de efectos secundarios de varias drogas o la suma de varios tratamientos médicos. Delirio, en sí mismo no es una psicosis inducida por una esquizofrenia o un evento de desorden bipolar. Si se entiende al delirio como un síntoma más de una condición aún más grave y más profunda, cómo podríamos interpretar la novela cuando delirio solo sería una de las múltiples manifestaciones de un estado mental alterado ocasionado por una química desequilibrada en las conexiones sinópticas?

El linaje genético que Restrepo elabora iniciando con los desórdenes de su tía abuela -quien moriría una muerte miserable en una asilo en su natal Alemania-  siguiendo con su abuelo hacendado -quien se suicida en un rio cercano a su finca-, continuando con su madre -obsesiva con las apariencias y presa de una fobia hacia todo lo sexual- y terminando en el lapso de Agustina –evento central de la novela-, da a entender o asume, que el delirio no ocurre de forma espontánea sino que se transfiere como demonios que descienden generación sobre generación. ¿Pero qué hacer con este modelo hereditario cuando delirio puede pensarse (y en realidad se piensa en la comunidad médica) como un síntoma -no de mutaciones genéticas hereditarias- sino como resultado de una serie de condiciones químicas y contingentes que desestabilizan el cerebro? ¿Si el delirio es un síntoma de una condición más profunda, deberíamos preguntarnos entonces qué tipo de condición es esta, y como hemos caído entre sus garras delusivas? ¿Será el capitalismo como funciona -o funcionaba- en los países latinoamericanos durante aquellas décadas el origen del síntoma que Restrepo llama deliro? ¿Será la serie de relaciones que sostenemos con el otro (relaciones egoístas e instrumentalizadas) que conducen a esos finales suicidas? ¿Será el legado colonial -en el que subsisten líneas de violencias latentes pero prestas a explotar bajo determinadas condiciones- la causa de los delirios sociales y de relaciones de poder insanas y destructivas? Si el delirio es síntoma y no causa, el andamio interpretacional que se ha usado hasta hoy tendría que reevaluarse, la novela debería ser releída y el análisis político que se ha propuesto sobre Colombia a partir de la novela, reexaminado.

Hasta acá mis inquietudes sobre Delirio como libro. No son respuestas sino más bien intentos de leer o releer con una perspectiva fresca lo que se puede rescatar de la novela y entender mejor como la literatura contemporánea latinoamericana se relaciona con la realidad de una región y un presente cambiante en este milenio. Cambiando de ángulo, desde el punto de vista formal me gustaría comentar sobre algunas fallas escriturales minan el texto. El estilo de Restrepo tiende a apoyar su voz narrativa en cláusulas interminables que le hacen un deservicio no solo contra la narración misma sino al lector quien tiene que acumular imágenes de más en su retención a corto plazo. Por ejemplo en solo dos frases Restrepo aglutina información desmesurada; información, que no le agrega nada al texto, ni constituye una pista para un lector atento, ni una referencia de valor más que el que constituye para la autor misma en clave autobiográfica o autoindulgente. Este afán encapsulador rompe el ritmo poético narrativo y desemboca tristemente en un hastío instantáneo. En el pasaje que cito, uno de muchos que sufren de hipérboles y excesos, Restrepo narra la hospitalidad del viejo inmigrante alemán Nicolás Portulinus para con el nuevo alumno de piano un joven criollo llamado Abel Caballero. Lo he citado tal como se encuentra en el texto para entender mejor al afán de la autora y las críticas enumeradas:

¨Para atender al recién llegado Nicolás bajó a la sala, amplia y amueblada, con unas cuantas sillas en torno al gran piano Bluthner en palo de rosa que Portulinus mandó a traer de Alemania y que hoy, toda una vida después, reposa en casa de Eugenia, en el barrio la Cabrera de la ciudad capital, convertido en una enorme antigualla silenciosa. Portulinus entró a la sala de su casa de Sasaima y vio que el visitante de Anapoima se había sentado al piano sin autorización de nadie y que acariciaba con mano reverente la preciosa madera roja de vetas oscuras, pero esa osadía en vez de irritarlo le pareció señal de carácter desenvuelto y ahorrándose los saludos de cortesía fue directo al grano, Si quieres lecciones, muéstrame cuánto sabes, le ordenó al muchacho, y este, aunque no se lo había preguntado, dijo que se llamaba Abelito Caballero y quiso presentar la retahíla de referencias que traía memorizada, aclarando que venía por recomendación del alcalde de Anapoima y que había estudiado en la escuela de Música y Danza de ese pueblo, hasta llegar a saber más que la única maestra, doña Carola Osorio, razón por la cual aspiraba a recibir formación más avanzada por parte del maestro Portulinus, pero como éste no parecía interesado en su historia, el muchacho desistió de suministrarle información no requerida y optó más bien por arremangarse la camisa para darle más libertad a sus brazos, sacudió la cabeza para despejarla, se frotó las manos para que entraran en calor, se echó la bendición para contar con la ayuda divina y se soltó a tocar un vals criollo llamado la Gata Golosa¨ (165).

¿De qué sirve mencionar el origen del piano? ¿El destino del mismo en una casa localizada en tal bario de tal ciudad y su condición allí? Igualmente, ¿Qué valoración le podemos asignar al esfuerzo por mencionar por nombre propio a la maestra, o el nombre de la escuela, o que sus referencias empezaran por el alcalde de Anampoima? El texto debería ser fluido y de lectura mesurada, donde los significantes amenicen la creación de imágenes en la mente del lector en vez de obstaculizar y frustrar lentamente. En The Rustle of Language, Roland Barthes escribe sobre la descripción literaria como aparato discursivo que representa el estado más elevado dentro de su interpretación de la jerarquía occidental del uso del lenguaje. ¨En la neo-retórica alexandrina del siglo segundo [de nuestra era] había una frenesí particular, un gusto por el écfrasis, (la pieza desmontable cuyo fin es sí misma independiente de cualquier función general) cuyo objeto era describir lugares, espacios, tiempos, gentes u obras de arte, una tradición que fue efectivamente cultivada hasta la edad media.¨ Es decir, Barthes eleva esta división dentro de las categorías funcionales del lenguaje, a la más privilegiada pues involucra el uso de habilidades intelectuales mayores y nos recuerda que la verosimilitud era una preocupación menor. ¨La descripción [del periodo medieval] ciertamente no estaba caracterizada por el realismo, los autores de la época no dudan en incluir leones y árboles de olivos en climas nórdicos europeos. Únicamente la limitación del estilo descriptivo cuenta. La plausibilidad no es referencial acá sino abiertamente discursiva: son más bien las leyes genéricas del discurso las que imponen la ley.¨ Para Barthes, las descripciones que no cumplen tareas meramente funcionales no son escandalosas en lo mínimo, están más bien justificadas –si no por la lógica de la obra- al menos por las leyes de la literatura: ¨Su significado existe, yace en la conformidad no al modelo sino a las reglas culturales de representación.¨ Usando las descripciones del Rouen de Flaubert en Madame Bovary, Barthes concluye que las descripciones inverosímiles y que no cuentan por último tienen como intención crear el efecto de lo real. Detalles pequeños dentro de una narrativa descriptiva, colores de objetos o localizaciones que solo se levantan por sí mismas en un instante de enunciación y que desaparecen tras ser agregadas al imaginario del lector no quieren decir sino esto: ¨somos lo real.¨ Según Barthes, es la categoría de lo real (y no sus contenidos contingentes) la que es significada, es decir, la ausencia misma del significado en pro del referente por sí mismo (en el texto citado: las vetas oscuras, el origen del piano, etc.) se convierte en el significado mismo del realismo. ¨El efecto de lo real es producido, la base de aquella verosimilitud que estructura la estética de toda obra dentro la modernidad.¨ El ensayo concluye con un análisis de la modernidad -naturalmente entendida y definida desde la teoría textual estructuralista del autor- donde la característica básica de esta condición temporal incluye la desintegración del significado a favor de un referente nudo. Pero si Barthes le asigna una funcionalidad a los detalles ínfimos y ¨ no-significantes¨ por su tarea de representar la realidad ¨como es¨, ¿Cómo debemos evaluar entonces la expresión hiperbólica y excesiva de los referentes vacíos -y funcionales solo en tanto reproducción del efecto de lo real? En otras palabras, ¿Hasta qué punto la plenitud de las anotaciones descriptivas abandonan un estado de potencial comunicativo ideal y prosiguen hacia una curva decreciente donde el lector en vez de encontrar ¨el efecto de lo real¨ en los referentes se ve distraído por un modo de lectura exhausto y saturado, un modo de lectura donde los referentes en lugar de crear el mencionado efecto no solo agotan al lector sino que distraen y ocluyen el deseado efecto de la realidad tal como aparece en la experiencia. Claro, Restrepo como todos los autores desde la temprana modernidad incluye descripciones verosímiles y logra no pocos eventos afortunados en pasajes diáfanos donde la lectura surge con facilidad; sin embargo mi crítica apunta especialmente hacia aquellas páginas que tratan sobre la vida de Nicolás y su esposa, sobre el tratamiento que Restrepo le da a la casa, a las hijas de Nicolás y a su estado psicológico un tanto delusional donde el referente- en tanto componente de un mecanismo que crea un efecto- termina por actuar en contra de sí mismo y este, en lugar de producirse, se ve tensionado a tal punto que su efectividad se coloca en entredicho. ¿Es difícil no preguntarse si Restrepo -en Delirio al menos- no ha utilizado los instrumentos de este efecto hasta un punto paradójico de no-funcionalidad? ¿Hasta qué punto son herramientas que dejan de trabajar para y por el texto y se tornan en su contra?

Sin embargo, no todo en Delirio es exceso y reproducción. Existen pasajes interesantes, en específico, uno que merece ser recordado y que tal vez -acaso parcialmente- justifique la obra. Se trata del drama familiar que sucede un domingo en la tarde -cuando toda la familia de Agustina está reunida en casa- que desemboca en una secuencia de huidas dramáticas y decisiones graves. El evento irremediable consiste en la repentina revelación de unas fotografías que comprometen al padre de Agustina en una relación erótica con su cuñada (quien ha vivido como tía solterona bajo el mismo techo toda su vida). Este evento causa una toma de posiciones radicales por parte de cada integrante de la familia; posiciones que permiten estudiar el dilema moral desde la perspectiva del espectador distante y entender como el sujeto en el mundo moderno define posturas en tanto políticas de preservación, continuación de la estabilidad y la importancia de la imagen y los códigos de las apariencias. El hermano menor de Agustina, apodado cariñosamente ¨el Bichi¨ -quien ha sido maltratado psicológicamente por su padre y un hermano mayor, más fuerte y rudo, desde la infancia- al verse puesto en ridículo una vez más y haber sido golpeado brutalmente por su padre decide acabar con la farsa. Su manera de cobrar venganza hacia su familia constituye en revelar lo impensable y esto sucede cuando arroja las fotografías sobre la mesa de centro. Una audiencia horrorizada observa los cuerpos desnudos -tan familiares y al mismo tiempo tan repugnantes. Lo más interesante del episodio no es el horror de la familia ni el sobrevalorado efecto del shock, sino lo que permite entrever este instante: las prioridades de cada miembro de la familia y sus respuestas.

El evento constituye un momento particular dentro de la novela donde la perspicacia y las palabras de cada uno solo revelan decisiones que podríamos llamar micropolíticas. La madre en lugar de tomar una posición de dignidad y confrontar a su hermana y al esposo infiel (como es de esperarse) recurre a negar la realidad que se dibuja en las fotografías de manera muy ágil y en unas pocas palabras desactiva la situación, la invierte y le arroja un significado o un revestimiento casi opuesto. Decide reprimir no a su marido, sino a su hijo mayor por tomar esas fotos tan desagradables de cuerpos desnudos, lo reprime porque no sabe darle buen uso a su cámara fotográfica que fue obsequio de su padre años antes. En un instante la madre restituye la autoridad simbólica de su esposo, recupera su matrimonio –y su estatus de señora acomodada de familia bien que este acarrea- y minimiza, incluso niega la evidencia junto con la posibilidad de una desintegración familiar instantánea. Todo se había venido abajo por el repentino develamiento de una mentira de años, un affaire prohibido, además, el Bichi el hijo afeminado y renegado había retado irreversiblemente a su padre al enseñar las imágenes en público, en otras palabras, la familia estaba desvanecida de antemano y solo se requerían estos momentos determinantes para acabar con la farsa de una sola vez. Sin embargo, contra cualquier predicción, la principal afrentada, la madre rescata su matrimonio, a su hermana y mantiene el estatus quo a costas de su definición como víctima primaria y merecedora a algún tipo de venganza o reparación por parte de su marido y su hermana. Restrepo es hábil al utilizar una frase que hubiera podido evitar largas repeticiones en tono simbólico y otros excesos: ¨mentira mata mentira¨ (285). El Bichi sale por la puerta con su libertad adquirida y con determinación de nunca volver a esta familia de monstruos. La madre arroja una carta salvadora que redime y mantiene el orden de las cosas. Agustina se hunde en una subjetividad alterada aún más tras el episodio y huye en motocilceta junto con su amigo para entrar en el estado que a todas cuentas Restrepo refiere como delirio iniciando su fin de semana de ausencia mental.

Lastimosamente, Delirio concluye con un final casi simétricamente opuesto al pasaje que acabo de estudiar. El cliché se repite y un momento efímero de esperanza da fin sin mayores revelaciones o dilemas morales a la novela. Al final, Agustina emerge de su condición, parece recuperar lucidez, su matrimonio se libera de una pesadilla -típica de nuestra posmodernidad- ¡que dura solo un fin de semana! y el libro acaba en clave esperanzadora pero de manera un tanto simplona. Delirio alcanza momentos de claridad y claves a la hora de repensar lo que constituye para el ser social y para la subjetividad vivir en un estado de guerra total como lo fueron estas décadas agitadas en varios países de la región. Sin embargo, la economía de recursos y la mesura en cuanto a los microrelatos hubiera sido bienvenida a la hora de evaluar la obra como tal. ¿Que se podría rescatar del final cliché de la novela? ¿A la hora de pensar porque Restrepo incluye este gesto esperanzador, podemos especular acerca de la relación de la autora vis-a-vis las nuevas administraciones y los giros políticos que han trastornado al país? Si es así, Restrepo entiende entonces la primera década del nuevo milenio, una marcada por administraciones de una derecha firme, como un panorama político esperanzador que promete salir de unos años devastadores de violencia, ostracismo y excesos, -como lo fueron los años durante los cuales trascurre Delirio. Pero no debemos ocluir el reverso de la dialéctica, pues un mejoramiento en el país en tanto a su conflicto y su condición económica también implica la apertura hacia otras amenazas y redes no menos destructoras. Es decir, redes propias del capitalismo global que aguardan la cesación de conflictos internos para penetrar de lleno y reorganizar el país de acuerdo a sus requerimientos y en pos de la extracción y de la incorporación a las redes neoliberales y desreguladas del crecimiento económico entendido como crecimiento del consumismo –y la agresiva extensión geográfica de un modo de vida. Al final, yo apuntaría a leer el gesto esperanzador como un toquen simbólico hacia el futuro contradictoriamente enfrascado en las leyes del marketing y los requisitos de ventas.

 

Domitila o la continuidad del salvajismo en Bolivia (Bolivia No. 4 Especifico)

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Antes que nada, muchas cosas se pueden decir de este libro, tantas que rebasan el espacio proveído aquí. Por eso me limitaré a comentar el quiebre entre posiciones “feministas” como se palpó en Mexico durante la Tribuna del Año Internacional de la Mujer y la localización propia y autoreflexiva -aunque aparezca en instancias un tanto escasas- de la subjetividad de Domitila dentro del sistema de intercambio capitalista. Hacia el final de su autobiografía Si me permiten hablar… Testimonio de Domitila una mujer de las minas de Bolivia, Domitila Barrios de Chúngara nos relata su visita a México y su participación en la Tribuna del Año Internacional de la Mujer, evento organizado por las Naciones Unidas en 1975. Parece que en el evento Domitila no encuentra cual es el propósito de su visita: paneles disparatados, temas incomprensibles, edificios que desorientan, en fin… Pero todo esto parece cambiar cuando al ser interpelada por una “feminista burguesa” de Mexico, Domitila quiebra la mala racha que acarrea, -ese bloqueo mental digamos- y le contesta hablándole (y hablándonos de alguna manera a todos al mismo tiempo) sobre su realidad y evidenciando que por momentos, nos encontramos con el caso mismo de lo que Jacques Ranciere ha teorizado acerca del “desacuerdo.” En este caso, el significante al que ambos interlocutores se refieren (o creen referirse) parece no coincidir en una misma entidad; es solo al entablar debates y formular reclamos que entendemos que las partes están hablando sobre cosas diferentes. Domitila, naturalmente habla de “lucha” y su colega feminista mexicana también habla de “lucha” pero para las dos este significante en común, que intuitivamente debería servir de punto de comunalidad, solo hace aumentar la confusión. Al replicarle a la feminista mexicana, Domitila articula de una sola tirada uno de los párrafos más memorables de la biografía y que por su consistencia podría resumir todo el libro. Lo cito para recordar la fuerza del discurso de Domitila; a demás, al responderle a la feminista mencionada, Domitila no solo expone su causa de manera clara sino que pareciera que nos estuviera hablando a todos en una exposición muy clara de sus experiencias y lo que ella ve como una especie de meta o de conclusion de su lucha. Domitia dice,
“Me subí y hablé. Les hice ver que ellas no viven en el mundo que es el nuestro Les hice ver que en Bolivia no se respetan los derechos humanos y se aplican lo que nosotros llamamos “la ley del embudo”: ancho para algunos, angosto para otros. Que aquellas damas que se organizan para jugar canasta y aplauden al gobierno tienen toda su garantía, todo su respaldo. Pero a las mujeres como nosotras, amas de casa, que nos organizamos para alzar a nuestros pueblos, nos apalean, nos persiguen. Todas esas cosas ellas no veían. No veían el sufrimiento de mi pueblo…no veían como nuestros compañeros están arrojando sus pulmones trozo más trozo, en charcos de sangre…
No veían como nuestros hijos son desnutridos. Y claro, que ellas no sabían, como nosotras, lo que es levantarse a las 4 de la mañana y acostarse  a las 11 ó 12 de la noche, solamente para dar cuenta del quehacer doméstico, debido a la falta de condiciones que tenemos nosotras.
-Ustedes- les dije- ¿qué van a saber de todo eso? Y entonces, para ustedes, la solución está con que hay que pelearle a hombre. Y ya, listo. Pero para nosotras no, no está en eso la principal solución.
Cuando termine de decir todo aquello, más bien impulsada por la rabia que tenía, me bajé. Y muchas mujeres vinieron tras de mí… ” p. 226.

Varias cosas quedan claras luego de esta breve intervención. Domitila ha de alguna manera “limpiado las aguas” y definido el problema y las líneas de debate. Al finalizar, varias mujeres estan tan conmovidas por su discurso que le imploran que se convierta en la representante de las mujeres latinoamericanas en la conferencia. Pero propongo que estudiemos los hilos teoricos de su argumento sin caer en alabanzas reduntantes: Domitila de un solo brochazo propone que su problema es el problema de la mujer latinoamericana, es decir, asume el monopolio de los reclamos y dibuja un panorama en el que sus demandas políticas encapsulan todas o casi todas las demandas políticas de las mujeres del continente. En el mismo gesto logra muy hábilmente definir un nosotros contra un ustedes -que recuerda aquellas categorías políticas que Schmitt definia hacia mitad de los años 20’s en el contexto de la Alemania de Weimar. Schmitt argüía que la distinción más básica entre facciones políticas opuestas (una distinción “que se determina existencialmente”) radicaba en la diferenciación de “amigo contra enemigo,” y que ésta era la esencia de lo político en contraposición a un mero “politics.” Y lo restante del texto solo confirma esta distinción binaria que facilita su posicionamiento vis-a-vis una plataforma hegemónica. Podríamos argumentar que la labor antagónica de Domitila y el Comité de Amas de Casa tiende a dibujarse desde estos lineamientos y estas lecturas de la realidad para formar paisajes políticos claros y evitar lugares de ambigüedad o que reten los ideales abstractos por los que luchan. Imagino que esta labor se facilita por la particularidad del campo de lucha, sus condiciones materiales e históricas y la singularidad del mismo. Hoy día, sin embargo, incrustados en un orden capitalista agudo -que nos atraviesa innumerablemente desbaratando cualquier sueño de subjetividad revolucionaria- resulta un tanto más difícil definir una posición clara en tanto amigo-enemigo y -aun mas-, formular un telos abstracto como “el bienestar” o “la justicia” a la manera de Domitila en sus elucubraciones como meta final de cualquier lucha emancipatoria. También queda claro el aparato retórico que Domitila usa para recurrir a cierto pathos, un rasgo que ha marcado su biografía y que sirve para apelar al lado afectivo del lector. No son estas críticas contra la labor de Domitila sino más bien un esfuerzo de entender los quiebres y las fisuras que afectan cualquier lucha y que la problematizan.

En algunos pasajes, sobre todo cuando Domitila se posiciona como sujeto dentro de la maquinaria capitalista, se percibe que en realidad ella misma trataba de problematizar su rol dentro del comité o como productora de bienes o servicios en tanto miembro de un sistema total. Es curioso notar sus observaciones sobre los campesinos y el Frente Campesino tan disímil a la confederación de mineros o a los diferentes conglomerados que aglutinan a las varias organizaciones obreras. Recordemos su preocupación por los trabajadores rurales cuando entra en contacto con la realidad del campesinado en tierra caliente, en Los Yungas. Domitila más de una vez aboga por salarios adecuados para que los campesinos no tengan que mendigar sus insumos o acarrear una vida en deuda perpetua al patrón o para que los mineros puedan pagar debidamente los vegetales y las carnes que consumen en las minas.

Así mismo Domitila logra entender que la lección principal para los trabajadores es que noten que no solo a ellos los están explotando sino que a su familia y a las mujeres y a los hijos en general también están sometiendo a una explotación o se podría agregar hiper-explotación sistemática.  p. 237. En este sentido retornamos a la idea inicial: el que la gente entienda que la explotación del minero es la explotación de un pueblo entero, y que si los y las feministas “luchan por la liberación de la mujer” deberían ver más allá de sus narices y luchar por la liberación que nos rescate del sistema o una emancipación que nos libere del sistema (a liberation not of the system but from the system). Este es el punto de desacuerdo que parece concluir la narrativa de Domitila en su capitulo sobre la Tribuna de la Mujer: el desfase entre las realidades y los objetivos de grupos que aparentemente en búsquedas comunes.
Para cerrar esta entrada no quería dejar por fuera un par de datos que resaltan en la actividad de lectura. Domitila trata en su texto, temas interesantes de manera algo periférica pero que ameritan ser estudiados con más detenimiento en tal vez otro espacio, a saber: el rol de los medios de comunicación modernos; el papel fluctuante de la iglesia y de los religiosos, (no solo grupos católicos sino la presencia de Testigos de Jehová y sus relaciones con Domitila); las relaciones familiares y los dramas propios de cualquier familia; y las actitudes ambiguas que tienen con los miembros de la fuerza publica como soldados suboficiales u oficiales de alto rango.
Nota marginal: leer el testimonio de Domitila fue lastimosamente como leer el Huasipungo otra vez, pero contemporáneo. Encontramos problemas similares -aunque las narrativas están distanciadas por siglos en sus tramas y universos ficticios! Tristemente vemos como las burguesías perpetúan décadas de abuso extremo, situaciones de casi esclavitud, una conceptualización de la vida indígena como vida descartable o como objeto instrumentalizado en la explotación de los recursos naturales, una corriente que viene desde la colonia de ignorar, o simplemente estigmatizar al otro indígena para continuar los abusos, (de llamarle perezoso cuando está enfermo, de llamarle bruto cuando no hay una comunicación efectiva, de llamarle abusador cuando roba por física hambre, y de continuar una estructura de engaños basados en doctrinas católicas con fines de dominancia) en fin… son hebras que han marcado la historia del continente y que han dejado su huella en la narrativa nacional y regional tanto en la ficción como en el testimonio o el ensayo. El testimonio de Domitila es valioso en tanto representa la continuidad de estas lineas de violencia y revelan la estructura -desde innumerables angulos- de estas genealogias de la maldad.

El abrazo de la serpiente o un testimonio de la derrota amazónica (Reseña adicional)

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[Escribo esta corta reseña de El abrazo de la serpiente (Ciro Guerra, 2015) en vísperas de cambios inimaginables aún para los más pesimistas entre nosotros: planes de cortar la Amazonia en dos -debido a las exigencias del capital global- para crear un enlace (en realidad abaratar las exportaciones hacia la China) entre el puerto de Acú en el Brasil y un puerto todavía indeterminado en el Perú.]   

El título nos predispone desde el inicio a buscar un abrazo literal -o al menos figurado- de una serpiente. En que consiste este abrazo? Abrazo a quien? Y cuál es la serpiente que performa aquel gesto? En cualquier caso, después de ver las imágenes introductoras entendemos que el abrazo y la serpiente no van a ser ofrecidos por la cinta fácilmente como representaciones de lo que entendemos por los significantes.

La historia se va desplegando en duetos o pares de narrativas que se intercalan una dentro de la otra y que cuentan las quimeras del interminable viaje amazónico emprendido por dos “hombres de ciencia” (Koch-Grunberg en 1909 y Richard Evans Schultes en 1941) y su guía Karamakate. Estos -solo distanciados por 40 años-, se arrojan a la búsqueda de las propiedades de una oscura planta (la yakruna) que está casi extinta ya debido a los excesos de las caucheras y la colonización. Nunca sabemos con seguridad cuales son los motivos de Koch-Grunberg -tal vez ninguno más que documentar y clasificar la flora amazónica o localizar la planta y entender sus capacidades curativas-, pero sí sabemos que cuando Evans por fin obtiene un espécimen de la planta le confiesa a su guía Karamakate que dentro de las propiedades de ésta, figura la capacidad de producir caucho de alta pureza, un material necesario para ganar una guerra que está explotando “allá afuera.” Su guía, perplejo, hace lo que había hecho 40 años atras cuando ayudaba al botanista alemán: destruye la planta y reza: “si la flor será convertida en muerte entonces mejor que muera acá conmigo y tu te regresas y cuentas de lo que aprendiste, de lo que viste… aprende a soñar!”

Cuarenta años antes, el mismo Karamakate había orientado a Koch-Grunberg hacia un lugar donde se podía encontrar la planta, pero al verse ambos envueltos sorpresivamente en un ataque de los colombianos contra las bases peruanas éste, en medio de la frustración y como gesto instintivo, decide echarle fuego al sembrado mientras las balas zumban y nuestro explorador alemán se derrumba en desesperación. Los diálogos en El abrazo de la serpiente son lacónicos, “no se dice más de lo que se requiere” y pertinentes como si fueran enunciados con urgencia tranquila, sobre todo las reprimendas del guía Karamakate: “ustedes hombres de ciencia no pueden soñar,” “tienen que escuchar a la selva,” “si morimos nosotros muere el futuro,” “ustedes los blancos solo han traído muerte.”

Si la historia de la cinta -como nos explica su director Ciro Guerra- es sobre el conocimiento y la transferencia de saberes de cultura a cultura, no es difícil sentir entonces el abismo entre las culturas que albergan y manejan estos saberes: la pregunta inmediata surge, de cuál conocimiento hablamos y cómo se usará? Naturalmente, pensamos en la instrumentalizacion del conocimiento tecnificado y el dominio del hombre sobre el hombre usando estas plataformas de saberes. Muchos han teorizado sobre cómo estos saberes han echado a rodar la locomotora del mundo moderno como lo entendemos desde la ilustración hasta hoy día; pero lo que resalta aquí es la incredulidad por parte de los que transmiten esos nuevos saberes. Karamakate -a veces en carcajada, a veces en frustración- no entiende porque el hombre blanco no puede dejar de acumular cosas y en un momento de ira obliga a Evans Schultes a desalojar la canoa de sus cajas y equipaje científico. Este cuadro, altamente simbólico aparece como una lección al explorador norteamericano: si quieres aprender algo nuevo despójate de lo que sabes, olvídate de los requerimientos del mundo de donde provienes. Si para los habitantes de la selva -en todas sus variantes y diversidad- el saber solo permite coexistir en balance con el cosmos, para el hombre blanco esta relación con el saber es más compleja y ambigua. Karamakate entiende esto y por instantes despliega esta ambigüedad en sus actitudes: amenaza a sus clientes con no facilitar el entender del mundo de la selva y al mismo tiempo percibe una leve y contradictoria necesidad de que para que la selva se mantenga, el hombre blanco debe investigar con su razón y más tarde entender con su ser cómo opera (como es) el amazonas y sus habitantes.

Sobre la técnica narrativa habíamos dicho que se organiza en pares de secuencias que se entretejen y cuentan las dos historias que distan por casi 40 años donde figuran “el guía y el hombre blanco”; sin embargo en los minutos que marcan el primer tercio y el segundo tercio de la cinta arribamos a dos puntos interesantes de suspensión donde este orden se derriba y como un instante de daydreaming o un viaje alucinógeno imágenes en close up saturan la pantalla y atomizan nuestra experiencia: la primera interrumpe la búsqueda de los botanistas extranjeros y muestra -al estilo del documental natural, o a la Godard- muy de cerca el acto de parir de una gran serpiente donde decenas de escurridizas criaturas se deslizan entre sí mismas y alrededor de su progenitora. La repugnancia es concentrada. El segundo momento de pausa (que parecen mas bien intentos por citar a los precursores o pequeños homages) se dibuja como la reproducción de una experiencia de Yagé o Ayahuasca que experimenta Evans Schultes (a saber, el primer hombre de ciencia que probó la bebida enteogénica) al verse derribado por la negativa de Karamakate de permitirle el acceso a la planta. Aquí, parece que Guerra cita a los grandes innovadores de la tradición cinematográfica occidental como la secuencia “Star Gate” de 2001: A Space Odyssey o subsecuentes producciones fantásticas desde Spielberg hasta Ridley Scott.

Pero a donde arribamos después de las exploraciones efímeras de los dos pioneros, después de entender junto con ellos y su guía como aquella violencia lenta -de la que habla Rob Nixon- se manifiesta en las caucherías, los conventos y misiones devenidos en monstruosidades, y los cuerpos humanos mutilados y marcados por el látigo y el hacha? Al final, el abrazo de la serpiente que buscamos parece ser el abrazo lento de la jungla sobre los que tratamos de destruir su callada existencia. Podría ser el “contragesto” de una dialéctica de la destrucción y el resentimiento cuando dos mundos se encuentran y no logran entenderse, no logran aprender del otro y la cacofonía se asienta con dominancia. No es difícil recordar épicas anteriores que tratan el devenir de la Amazonia como La vorágine de Rivera o Toá del Evans Schultes Colombiano, el médico paisa César Uribe Piedrahita.

Al terminar la cinta uno cree haber asistido a una especie de visualización de una carta al futuro, un testamento que como una botella a la deriva sin destinatario porta un mensaje tan urgente que ya ha expirado y cuyo propósito no es más que contar la historia de una Amazonía que ya no existe. Un viaje al pasado tal vez, donde nos veremos como los últimos sujetos históricos que conocieron una versión o un despojo mas bien de la Amazonia. En la víspera de los planes peruano – brasileños de trazar una via férrea que corte en dos la Amazonia, El abrazo de la serpiente es tal vez el anuncio de un sueño que no pudimos conjurar. O siquiera un documento de denuncia que como La vorágine termine sepultado en el archivo cultural de occidente y solo prevean las masacres del porvenir, los latigazos sobre árboles y espaldas por igual que mancharán y poblarán el verde de la Amazonia -otra vez como un siniestro recurrir histórico- de sangre y restos humanos.

Huasipungo (Ecuador No. 3 General)

huasipungo

Al terminar la novela -imaginando las chozas violadas al amanecer y las hierbas acompañadas de brazos flacos de cadáveres que todavía murmuran “Ñucanchic Huasipungo”- una cosa queda clara: Huasipungo constituye una de las narrativas más fuertes del indigenismo Latinoamericano. “Fuerte” porque es un texto que no se distrae en la estetización hiperbólica de la naturaleza (pienso en La vorágine), ni se pierde en los juegos que fascinaban a las vanguardias literarias posteriores (pienso en La muerte de Artemio Cruz o cuentos de Cortázar). Naturalmente son casos muy distintos que responden a circunstancias sociales bastante diferentes, pero lo que quiero decir es que el texto de Icaza sería rescatable no solo por su habilidad al simbolizar los estamentos de la sociedad y adjudicarles rasgos tipicos y apropiados sino por la mesura de sus descripciones, la organizacion limpia de sus secciones y la direccion clara del lenguaje, (una direccion precisa que asegura la fuerza de la narración en constante casi exponencial). Al ser mi primer encuentro con la novela indigenista como tal, resalta la fijeza del blanco al cual Icaza sabe que se debe apuntar: los tres estamentos de la sociedad republicana del Ecuador, el orden político, las clases hacendadas y el clero. Cada aparición de estos órdenes en la novela, representados en el hacendado Pereira, el cura libidinoso y el teniente Político Jacinto Quintana nos recuerda no solo su posicionamiento ideológico a través de sus justificaciones-para-sí-mismos sino que (en pocas palabras) deja muy claro como ésta justificacion ideologica (“Yo soy el dueño de los indios y hago lo que quiera con ellos,” o “Yo soy el representante de Dios en la tierra y por eso me tienen que obedecer,” etc.) se articula vis-a-vis el resto de la sociedad constituida como orden justo y legítimo al que hay que defender de la barbarie de los indios, de “la sinverguenceria y la pereza del natural” [sic].

Curiosamente lo opuesto nunca ocurre; nunca se escucha de Andres Chiliquinga o de otro peón una justificación por su labor total o su lugar en la estructura material. Parece que para ellos el único momento de justificación es cuando tienen que responder por las infracciones menores (robar la carne sepultada de una vaca muerta, implorar los “socorros” a Pereira, etc) a posteriori. Para algunos esto es muestra de como la novela falla en la repartición de la atención y de un análisis profundo del indio (las primeras críticas de Icaza según Teodosio Fernandez editor y comentador de la edición de Cátedra se basan en el ataque porque “la novela estaba mal escrita” y por que -similarmente con La vorágine o Hijo de Hombre el factor de la objetividad habia quedado relegado en pos de las preocupacion de construir una ficción denunciativa). Para otros, el leve tratamiento que se ejecuta sobre la psiquis del indígena no es tanto una falta sino una estrategia para evitar la representación del “indio mítico” o el retrato abstracto del indio romantizado -propio de variantes ensayísticas que trataban de entender las revueltas de los proletarios en Europa a contrapelo de las realidades sociales de las repúblicas suramericanas.

En este sentido no debemos olvidar que el Ecuador es radicalmente diferente en términos históricos y demográficos al compararse con países como el Perú o Bolivia; países que se fundaron sobre lo que era la cabecera del poder Quechua y Aymara y que constituyeron imperios que oprimían y extraían tributo de otras culturas esparcidas en la periferia. La tradición indigenista ecuatoriana debe tratarse teniendo en cuenta un devenir histórico particular y un lugar marginal dentro de las fronteras de los imperios del sur y no tratando de arrimarla a la fuerza bajo las trayectorias y las narrativas de otros paises. Esto se ve reflejado en Huasipungo a través de varias perspectivas que son planteadas por Icaza o que son a su vez silenciadas estratégicamente por el autor.

Primero, recordemos que en el texto no encontramos una solución total que se presente poco a poco o entre las líneas, un proyecto teleológico que se forme tratando de crear un sujeto histórico. Este más bien se construye como una rotación de maldiciones lanzadas sobre los grupos huasipungueros y los vecinos de las tierras cálidas de la selva. No hay esperanza a menos que la relegada a la secuencia generacional, al ciclo de vencidos que se reorganiza varias decadas despues, ciclo que podemos ver con claridad en Hijo de Hombre por ejemplo. (A semejanza de Hijo de Hombre también, Huasipungo maneja con versatilidad el intercambio entre las lenguas que subsisten -así sea de manera precaria y corrompida- bajo el imperio del castellano. No solo se destaca en este intercalado de voces sino que reproduce las inflexiones y marcas propias de un Quechua marcado por el español y un español expuesto e incrustado de vocablos indígenas que lo enriquecen a su pesar.)

Por otra parte, la intervención del capital expansivo desde los epicentros de norteamérica, particularmente asociado con la industria extractiva de hidrocarburos, también caracteriza al Ecuador de manera especial alejandolo un poco de las economías de sus vecinos del sur y acercandolo a las experiencias tempranas que habían plagado a las naciones más cercanas a los Estados Unidos: tales como las víctimas del intervencionismo (imperialismo) en centroamérica y el caribe. El capital penetra hasta las áreas más remotas del país y desplaza de manera rápida previas formaciones sociales que habían tenido precedente desde la colonia o que se entendían como sucesiones lógicas a los tiempos cambiantes (mita, minga). En este sentido Huasipungo no solo trata “el eterno problema del indio” sino que le agrega una capa más al elaborar sobre la problemática de la expansión del capitalismo de monopolio hacia la tercera década del siglo XX. A mi parecer significa el encuentro de 3 fuerzas socio-politico-economicas (restos de las civilizaciones pre-hispanicas, la tradición española y el capitalismo anglosajón) que como trenes con velocidad en aceleración se perfilan ante una inminente colisión. De este encuentro, -esta explosión que se ha venido iterando muchas veces y a la vez nunca en realidad- surgen las voces que forman Huasipungo y la arreglan como narrativa sobre el legado del encuentro, testimonio de la colisión, memoria y duelo.

Como cualquier texto, su relectura nos ofrece particularidades más precisas a medida que se abren sus significados sucesivamente. En una primera lectura de Huasipungo aparentemente se confrontan los valores del progreso y la civilización contra la barbarie y la pereza de los indios; en una segunda, lo que se debe pensar es como se ha reflejado esta supuesta lucha con habilidad y poética en el texto; en una tercera lo que ya se debe plantear con pasión es (1) como el progreso se instaura a punta de barbarie, (2) como el progreso solo constituye retroceso y destrucción para un sector (los indios) y (3) como dentro de cualquier estipular  de la barbarie radica una porción de civilización y valores asociados (pensemos en las facultades de los indios al confrontar al hacendado -prudencia, humildad, tacto, pensamiento estratégico, etc). Es decir, progreso y barbarie devienen en significantes que apuntan a distintas cosas, a veces tan distantes que parecen contradictorias. En Huasipungo esta multiplicidad de lecturas y la problematización de las definiciones entendidas dentro de juicios valorativos se despliega de manera sutil -entre las líneas otra vez- mientras escuchamos hablar de progreso y atraso al “taiticu patroncitu” Pereira, al líder político Jacinto Quintana, a Mr Chapy o al cura adultero.

Fairytales as adequate language and the altered body as the future of “Los sin futuro”

Taussig beasts

Notes on Taussig’s Beauty and the Beast

Why using the fairytale? Taussig begins by acknowledging his unusual prose and justifies it by saying that he chose a fairytale style for “what is best to heighten reality?” What is a fairytale?
Well, the first definition we obtain from the web reads like this: “[a fairy tale] is a type of short story that typically features European folkloric fantasy characters, such as dwarves, elves, fairies, giants, gnomes, goblins, mermaids, trolls, or witches, and usually magic or enchantments.” But exploring Colombia’s or any Latin American country through the vary tale involves using the formal structure (or whatever other resources he wanted to) -but at the same- time going beyond it as a framework. Gnomes, goblins and trolls are not to be found in the region but we have our equivalents and our re-appropiations which have fascinated many writers and scholars alike. Taussig is not the first one to ditch a specific mode of narrating when trying to make sense of our incomprehensible societies. For one thing, it’s easy to recall Latin American fiction of the 20th Century and find parallels. Reading him -at times- it seems that he’s not too far for the Magical Realists that considered Latin America’s reality so different from the Old World’s that a new language and a new method had to be founded to attempt a description of the new lands. Nevertheless, these fairytales from the depths of South American narco culture do not finish as the classic «Contes des Fées» with happy endings. Rather, the terror and the beauty that intertwine his narration seem to be perfect candidates for the inevitable fall from grace into a perfect Faustian hell.
Changing gears now, when readings parts of the section “The Designer Body” one is tempted to ask: Is not the galore and despense the unproductive surplus of beauty as objectified on the body just an extreme of the same logic that operates in the world of fashion in the North? I ask myself then is this exaggeration on the body a more direct and honest extension of a way of thinking and living that materializes in the unproductive South, in places like Colombia but also Brazil, Argentina (where a curious correlation of highest cosmetic operations per capita and Lacanian psychoanalysts in the world exists), and some countries in Africa. The point is that -for me- the economy of despense reflects our distinct modes of production. Whereas the North tries to balance out production and consumption, work and pleasure (using the logics of the management of affects in periods of extreme consumption and indulgence like the weekend, the commercial excesses such as holidays and recesses like spring break and winter [read tropical vacations] breaks); in the South the resource extraction modes of production (or non-production) accompanied by the Catholic ethos of moderation and a lax work ethics (if any) become reflected in practices that make the north look like a fairytale or individual cases of goths and punks as childish silly boys just burning energy before switching to the career-oriented-mode, and the job-hunt middle class aspiring life.
In these southern hot-lands one is tempted to risk following McLuhan, the medium is the message. The body is the message itself, and the surplus of desire does not objectivise itself in expensive fabrics, high-couture or forbiddingly expensive design, but on the body itself, in tattoos, “cosmic surgery,” haircuts, as well as artisan-ship and craftsmanship in torture, body dismembering and mutilation practice by the complementary underworld that corresponds to the street beauty (and the inflated obsession and shamelessly display of the female body). A generation with no future after the global recession finds its future not in work and accumulation of capital but in cheap ways of beautification or better “pornotization” of the body and the mode-of-life.

The Birth of Biopolitics, but where is the “bios” and the “politics”?

Birth BiopoliticsIn the “Birth of Biopolitics,” Foucault tries to compose a history of certain practices, political, social, economic, legal, by avoiding the universals such as “state, civil society,” etc… to explain the present as it is experienced in the middle of a neoliberal reordering.
But what is surprising is that he never mentions the term “Biopolitics” or when he does is very superficially used as if it was a way to label his project. He argues that his methodology is to start by saying -as he did while writing the history of maddens- “let’s say there is no madness and never has been and lets start from there.” p. 3 In writing this history he is recurring to his method of studying “practices” and “ways of doing things”  to understand how the economic thinking that emerged from the 18th Century onwards has become intertwined with political economy, ideologies such as liberalism and the idea of the state whether in the French, German or English cases. p. 318 I studied the material overall but decided to focus on chapters 9 – 12 and summary. In these chapters, Foucault attempts to trace the emergence of what he calls “homo oeconomicous” as the predominant figure (as an individual) but more importantly as a way of thinking about society. He discusses in Chapter 9, the differences between the German economic politics of the postwar years and the American Neoliberalism that was taking off at the time of writing as it permeates all spheres of human existence: in the form of “human capital” he argues that genetics and calculation (as opposed to old paradigms like “moderation” or “wisdom”) had become a natural way of thinking in a society that organizes most -if not all- of its organizational practices and activities; this occurs right down to intimate and personal aspects such as finding a partner for reproduction, technique and rationality behind child bearing practices and similar experiences.

He is fond of using this paradigm (“human capital”) to explain several issues all the way from the marketization of affects, to the birth of offices and agencies in the North American case that operate in a semi punitive way vis-a-vis the state by encouraging it to govern less or to govern following policies that work and are specific to the realm of economics. In Chapter 10, he performs an analysis a la Hirschman where we studies -using economic theories- the failure of imposing market tools and assumptions in cases like drug control and other patterns of consumption (from “the family and birth rate to delinquency to penal policy” p. 323). And later in Chapter 11, he traces a long genealogy of “homo oeconomicous” in opposition to the figure of the “homo juridicus” as two operative agents whose interests and modus operandi differed considerably, mainly because the first was one that functioned under a logic with no need for a sovereign; whereas the second was conceived as a contractual man, one ruled by the word of the legal system and restricted in many ways. In a very clear passage, he argues contra the economization of life and government “One must govern with economists, one must govern align side with economists, one must govern by listening to economists, but economics must not be and there is non question that it can be the governmental rationality itself.” He goes on to describe in the following chapter, (chapter 12) how there are several rationalities of government. These historical readings are presented somehow uncritically, specifically where he discusses Smith’s analysis of the invisible hand as a summary rather than inquiring what does this mean for the present. Or perhaps the task of thinking about what these currents of thought and practices signify for the present are left out or explore somewhere else. What is a constant in his thought is to conceive of different rationalities of government and to study when and where these crystallized as political realities or entered into different relations with emerging or declining ones. Some of these rationalities are: “the rationality of the government, the rationality of the governed, the rationality of individual interests, the rationality of truth (History), this last one becoming a signifier for Marxism” 313. He argues -or rather than arguing- he restates Smith’s ideas (in order to advances his reading overall) about how private interests work in harmony towards a collective goal and how by pursuing one’s interests with full force the whole of the social body is improved.
In his summary, he rightly concludes that instead of talking about biopolitics he merely described the origins of a way of thinking -Liberalism- that is independent of the notions such as “La raison de Etat,” or civil society. He concludes by thinking about Liberalism as a way of doing things whose main goal is the “less governing,” the “governing less” and at times it (Liberalism) asks itself “why should one govern?” p. 319. And he seems to agree with the definition of Liberalism as “not so much a doctrine but a form of critical reflection or governmental practice.” 321. That allows him to locate several and very distinct -sometimes contradictory- rationalities of government that have taken place in history as in a way following basic Liberal lessons. Paradigms of political government as different as the German Market Social Economy and American Neoliberalism -very different in many regards- share basic liberal views and arouse from similar historical and economic contexts. He closes the summary by stating that next course will be dedicated to actual biopolitics!

Thoughts about “the Threshold”

abraham acostaAcosta’s proposal is aimed at breaking through the false dichotomies and the fallacies of the current practice of cultural Latin American Studies, most specifically, Mexican and Mexican-American studies. His objective consists in revealing that the terms and the forms of the debates resistant/hegemonic or oral/literal metaphoric/material etc… Are faulty and after a simple examination do not simply hold. His writing travels against the habit of understanding cultural practices from the Latin American continent as necessarily resistant, counterhegemonic and the like. His project is engaged in an unconcelamnet of false premises at the heart of these binary oppositions; he calls illiteracy those moments when the debate as supported on these logic structures holds no more and disintegrates. He helps us understand a bit more when he states “Illiteracy registers the heterogeneous, literally undefinable, nonassignable speech. It seeks to map out the unanticipated, irruptive effect that emerge from the illiterate suspension of the naturalized order.” (Acosta, 14) Thus he likes to flavor the unique taste of words and expressions that try to signify something like this: aclimatados, los que nunca llegaran, etc…  Using a deconstructive approach and a little of Ranciere and Agamben sparsely through the text, Acosta is able to critique without mercy some texts and critical investigations as they attempt to explain apparently oppositional things like the US Mexican border or Mexican academic discourse against Us based academic discourse of Latin America. He mentions (Acosta, 12) that he is after the semiological events that emerge at these thresholds in order to deconstruct the oppositionalities; although one is tempted to use the word “semiological” I failed to understand why he recurrs to the realm of signs and in adition never making any justification for it or discussing at least briefly Saussure or Barthes or other theorists of signs. He could have used “symptoms,” “manifestations,” or other language; I’m not so sure about the semiology of his method.

In clearing the discursive field he brings Latinamericanists who are critiqued based on their respective extrapolations and analyses: For him Doris Sommer’s Proceed with Caution is mistaken in its universalists/particularists approach; Beverly’s statement that after the pink tide theory of deconstruction and Subaltern are anachronistic and too theoretical is contrasted with Beasley-Murray’s claim that Latin American studies are not theoretical enough and deconstruction or subalternism are to be left behind by using a new way of understanding the region; namely thinking about masses as multitudes, an as behaviors as based on affect and habits.

Later he proposes the need for his intervention fitting right and square between all these contradictory voices and practices. He proceeds to analyze cases like the fate of Zapatismo, the nature of testimonio and the (according to him) flawed treatment of the US Mexican border from both sides of it.

In his afterword he reads the SB1070 debates as they emerged out of a racist and paranoiac legislature of Arizona as one opportunity to understand that difference inside the discriminated groups exists and it should never be even out or homogenized by saying Mexican American, or Mexicans, as if the community victim of racial targeting and discriminatory policies were homogeneously Mexican.

After spending time meditating on chapter 5 “Hinging on Exclusion and bare life” I became intrigued by his use of Agamben’s concepts and later disenchanted by what I consider a willing overlook of ideas or a defective part of the argument. I will write about that later on another post.

For now, Acosta’s reading of the debates and the underlining logic upon which these debates are built constitutes a valid and valuable intervention; one that reveals through methodical analysis the liminal areas where oppositions disintegrate and the axiomatic exclusion inclusion arrives at a what we could call a “stand still.”