Historia de rocas

Yo estudio los minerales convertidos en historias. Mi tesis se pregunta qué es la literatura minera y por qué hay una literatura preocupada por metales, preocupada por hombres y mujeres consumidos por estos elementos y por países enteros dedicados a fabricar polvo que como dice el protagonista de En las tierras de Potosí, “el país [Bolivia] se reduce a ser una inmensa fábrica de polvo” (Mendoza, 52). 

Yo estudio cómo y de qué manera narradores y narradoras diversas clases y países se han interesado por entender la circulación de estos cuerpos, la valoración de la materia dentro de la lógica del equivalente general: en otras palabras, la dinámica de los metales y una constelación de objetos que los orbitan. Esta materia, formada bajo presiones y temperaturas extraordinarias, es la misma que se encadena dentro del aparato de (re)producción capitalista global en nuestra región latinoamericana desde el siglo XVI a través del despegue del imperio español y el despojo y acumulación subsecuente.   

Esta materia, oros, metales pesados, minerales, salitres, sales, piedras preciosas y semipreciosas etc., han echado a rodar la maquinaria del imperio y de la naciente modernidad de manera violenta pero productiva, rapaz pero fascinante en la inserción del subsuelo dentro del frenético baile de las mercancías del siglo diecinueve. 

Esta materia (encadenada dentro del intercambio) también ha activado la producción de historias –en tanto profesionales como no–, que nos revelan algo (y al mismo tiempo nada) sobre la fascinación humana con lo no-vivo, con lo natural-inerte, con la materia más básica y más simple: el elemento, los bloques que forman montañas, los volcanes que violentamente conjuran la materia en sus tres estados, los desiertos parecen albergar no-vida, pero esconden–como en el caso del norte de Chile–verdaderos reservorios de estímulo vital en forma de fertilizantes, las sierras interminables del Perú que instalan en sus cantores una suerte de pasión maldita, donde la fascinación por lo sublime oculta una pulsión espectral que bordea la anticipación de la muerte. ¿Qué hay en el mineral que nos atrae y aburre tanto al mismo tiempo? ¿Qué hay de especial en un cuarzo o un grano de arena? Pero también, ¿Qué hay de desdeñable en una porción de pirita o un tajo de ágata? 

Esta materia es materia prima para los industrialistas del continente, pero también para los trovadores y cuenteros que entonaron tanto odas al salitre, como réquiems a los hombres que dejaron su vida en la mina, o a los que se trajeron un pedazo de mina y muerte en su pulmón que los rebaja lentamente.  

Esa materia es también mi materia prima o digamos mi ur-materia. Y si es así, ¿Podremos acaso calcular la productividad del mineral? Quizás su paso de mano en mano, su trasmigración de símbolo a símbolo, su objetivizacion de mercancía en mercancía, habrá generado más valor que otras mercancía en el mercado internacional de las materias primas y también de las ideas.  

No todos los que escriben sobre cristales y metales se ven seducidos por las propiedades físicas del mineral. Algunos poetas le cantan al mineral, otros lo condenan (moralizándolo) porque aparece como el símbolo de la explotación del hombre contra el hombre, otros le prestan menos atención sin sospechar que muchas de sus historias y sus canciones son activadas y atravesadas por cuerpos minerales y metálicos que atraen y repelen a los hombres y sus herramientas a lo largo del continente y tal vez desde incluso antes de su llegada a ser.  

Algunos escriben para acusar al capital. Otros para denunciar la complicidad del estado. Algunos escriben para elogiar al obrero minero; otros para abofetearlo con gestos y avivar en sí su “conciencia de clase.” Algunos escriben para hacer más legible el caos violento de la acumulación: ahí está el valor de su proyecto, darle palabras a lo que a veces sugiere no tener nombre si quiera. Otros para dar algún orden secuencial al caos y formar la crónica de la extracción: llegada, contratación, explotación, y repetición; formar un hilo histórico –ordenado y legible– que permita entender (entre otras cosas) por qué en una región tan rica surge la miseria con tanta prevalencia, por qué, pero sobre todo cuando–en especifico–se había jodido Latinoamérica o en palabras de Vargas Llosa “se había jodido el Perú” (1) (que es lo mismo).

Escribiendo mi proyecto aprendí que la región está cruzada por venas minerales que no alcanzamos a imaginar. Estas líneas de fugas minerales atraviesan largas distancias sin conocer o ser conocidas por limites nacionales, indiferentes algunas a cualquier actividad en la superficie; otras, cercenadas por el capital y recortadas a tramos. La literatura que se ha escrito sobre y desde la piedra atraviesa el continente de manera similar, subvirtiendo el canon, ignorando convenciones, clasificaciones y surgiendo del contacto entre cuerpos minerales y cuerpos humanos activados por el capital.

Aprendí que cada mineral activa un afecto distinto en el hombre (y mujer) y en el mecanismo de intercambio y función: el oro nos estimula hasta producir un estado tal de intensidad alcanzando el delirio y la “fiebre” por él. El salitre nunca provocará los afectos que producen la plata (pero sí el valor al cual puede ser intercambiado). El estaño, que era despreciado durante el apogeo de la plata durante el siglo XIX “devino en oro” al llegar la demanda causada por la primera guerra mundial. Cada mineral genera su forma de explotación y cada forma de producción y explotación genera su cultura de explotación. La opresión es una constante y la base, tal vez, de la comunidad (entendida como lo que existe en común) de estos relatos pero aparte de eso, cada mina, y cada país, atravesado por su cultura nacional especifica configura las condiciones para la producción de diferentes tipos de relatos.

Al final, la literatura mineral latinoamericana re-traslada el rol del capitalismo extractivo sobre el acto de contar (y representar); y nos deja repensar el devenir material del continente bajo otros términos tal vez “más subterráneos” (afectos, líneas de fuga, [otros] territorios) que nos permitan detectar otros afectos y otras pulsiones que usualmente escapan del análisis literario “operizado” desde estilos y periodizaciones ya muy machacadas: modernismo, lo telúrico, el boom, el post boom, etc. En el subsuelo el mineral yace silencioso pero en otros territorios aparece como cifra, como aleph: en los números y los flujos, en las galerías y las revoluciones, en las matanzas y las historias, en las banderas, las balas, los monumentos, las herramientas, los vagones, la dinamita, en las multinacionales, en el fulgor del oro, en el Sendero Luminoso de Perú y en el comunismo Chileno, en la dialéctica riqueza/pobreza de Bolivia, que es al final la de toda la región.  

Fuentes

Jaime Mendoza, En las tierras de Potosí, 1911.

Mário Vargas Llosa, Conversación en la catedral, 1969.

El zorro de la extracción (Perú, No. 8 Especifica)

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Me fui a Puno… una noche, en ese silencio del altiplano que te permite oír la voz de las moléculas de las yerbas y de los planetas y, más, tu palpitación, no la del corazón, no; la de la vida entera y a través de ella del laberinto humano.

¿Que escribir sobre un texto que sostenemos en nuestras manos como una condena a muerte, o como un papel que vio tan de cerca los últimos momentos de lucidez de un gran escritor hilvanando meditaciones sobre la muerte? Es difícil, encontrar un punto de partida para comentar el texto de José María Arguedas El zorro de arriba y el zorro de abajo que no caiga en academicismo o una serie de lugares comunes por la excitación del momento. Por mi parte, solo trataré de recordar un par de motivos que resurgen en el texto, la forma, el lenguaje y la extracción como actividad económica y también literaria.

1. El zorro de arriba y el zorro de abajo es un libro extraño hecho a retazos e inconcluso. Empecemos por comentar acerca de una forma irregular, asimétrica que inserta una serie de paratextos mordaces. Que ha de hacer el lector o el crítico con una sucesión de fragmentos que parecen provenir del infierno, cartas enviadas desde el Hades. Estos, de alguna manera nos acercan al texto, nos explican las tribulaciones psicológicas por las que atraviesa el autor y justifican la imperfección del relato central. El diario que se intercala en las páginas de la novela también sirve como espacio un poco más libre para estudiar y crear la literatura en la víspera del suicidio, sirve para entender y entenderse mejor como sujeto al borde del abismo. Pero también sirven para alargar la auto condena a muerte que Arguedas había firmado con si mismo cuando nota que puede continuar su escritura. Es decir, este paratexto irregular aparece como ejercicio para diferir la llegada a una hora cero. Muy al estilo de la narradora de las mil y una noches, Arguedas parece alargar su propio tiempo disponible como autor para disponer entonces de la vida de su narrador y de sus personajes. Pero estas señales y estos símbolos que podemos recoger en estos paratextos conforman otra capa que recubre y complementa el nivel primario textual. Es decir, una capa consciente de sí misma que no se esconde tras alguna ficción, sino que preforma una suerte de auto reflexividad sobre el autor, el narrador y la narrativa en proceso de ser escrita. Esta auto-conciencia se condensa a tal punto que en el primer apartado los zorros parecen salirse del texto para reconocer explícitamente al escritor y al lector como si la famosa cuarta barrera fuera quebrada apenas por un instante, (62).

El zorro de arriba y el zorro de abajo es tal vez la novela más difícil de entender dentro de los modelos clasificatorios que ha propuesto la crítica moderna. La novela no cuadraría bien dentro de lo que llamamos realismo mágico, ni realismo social, ni mucho menos vanguardismo. Es obvio que podríamos llamarla novela indigenista (aunque varios críticos han arriesgado la proposición que coloca a Arguedas como maestro del género y a la vez escritor que lo supeditó y lo supero en el ejercicio de su narrativa). Aceptaría su colocación como novela indigenista además de ser eminentemente triste e iconoclasta. Digo iconoclasta porque parece atacar desde ángulos no frontales la concepción imaginaria y conceptual de los parámetros formales de la novela, al mismo tiempo que pretende dilapidar una falsa ilusión que invadía los análisis más sofisticados de la época y los organizaba en dos bandos: los más optimistas se acobijaban bajo las novedades de la vanguardia (Cortázar, Puig… digamos, los “Joyceanos”); los más audaces bajo premisas hiperbólicas acerca de la “máxima expresión de un pueblo”: el realismo mágico (García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa). Arguedas en El zorro de arriba y el zorro de abajo no pretende abrir una nueva categoría estética ni aportar a los debates acerca de la identidad latinoamericana directamente; más bien, parece preocuparse por tratar de entender el “problema del indio” desde otras perspectivas, desde tal vez la perspectiva más ignorada y a la vez la más propicia, la del indígena mismo, o a lo menos, la del sujeto bicultural. De alguna manera en el narrador y en el devenir miserable de algunos de los personajes podemos encontrar al autor mismo como una condensación de las tres figuras en un viaje geográfico, temporal y espiritual que morfan en olas sucesivas de explotación y experiencia. Recordemos el discurso de don Esteban en la cuarta parte donde este -mientras habla de sí mismo- parece articular la voz colectiva, la voz oculta del desarrollo y la modernidad: la contracara de una narrativa de progreso lineal. Para mí, don Esteban en su delirio enfermo, acabado por tanto aspirar polvo de carbón durante su paso por las minas de las tierras altas, logra revelar mejor las realidades del pobre Perú que cien ensayos políticos. Solo hay que regresar a la página 170 para entender como el ser deviene en subproducto Chimbotano, en desperdicio humano vivo. A mi parecer estas tres figuras en si efectivamente confluyen en una al entender la poscicionalidad de Arguedas como autor, como narrador y a veces como personaje. En las tierras altas del Perú se vive una existencia inhóspita: azota la pobreza y el abandono es por doquier: en la sierra no hay esperanza (177). Entonces los serranitos bajan y olvidan sus tradiciones para convertirse en parte de la maquinaria procesadora y exportadora de harina de pescado.

Yo agregaría que no solo don Esteban, sino el mismo Arguedas (como el mismo se entiende por partes en esta conflación) constituye la entidad de la pérdida de la subjetividad andina y el devenir en miseria, habitante de barriada, despojado del anclaje cultural que lo había sostenido en la pobreza material pero la estabilidad de su ser en el mundo andino. Naturalmente, el Chimbote de Arguedas y de sus personajes no es el sitio privilegiado del progreso: no es el que supuestamente creció organizado y muy civilmente, sino más bien el de los escombros, el de los sobros del desarrollo: la basura de la corporación y la industria van a parar acá, en tanto materia como sujeto. El indio que baja -pobre y sin educación- a la civilización para supuestamente ser educado y progresar se desliga de sus hermanos de raza, pierde alguna noción de seguridad en el orden del cosmos y termina adhiriéndose a sus coetáneos -a su vez sujetos sin morada fija- en las barriadas, los médanos y los desiertos móviles de la costa, (172).

Don Esteban representa el serrano, abusado en el Perú alto y ninguneado en la costa. El individuo como espacio de combates y explotación capitalista al límite: el cuerpo mismo esta deshecho así como sus valores y lo que lo sostenía.

2. La actividad de extracción. La extracción es el sine qua non de la novela misma. Y esta no se restringe a la extracción mineral mediada por la experiencia de don Esteban sino que se ejerce en todos los espacios tratados por el libro y ocurre por parte de todo personaje: la empresa extrae vida del mar para convertirla en mercancía y destrucción, un polvillo de harina de pescado y todos sus derivados. Naturalmente, la extracción de recursos naturales es la actividad más obvia pero a partir de este ejercicio económico se sostiene un inmenso edificio capitalista que justifica a Chimbote y lo carcome lentamente. Lo creó como resultado de la abundancia natural y la ley de ganancia mínima y al mismo tiempo lo destruye al sujetarlo vitalmente a las fuerzas del volátil mercado internacional. El Chimbote mismo es una gran maquina extractiva y auto destructiva. Pero más allá, cada habitante se convierte en una especie de entidad extractora que se acomoda dentro de la gran estructura capitalista del pueblo en función de la explotación máxima del otro sea este obrero, pescador, prostituta o gerente.

Paradójicamente cerramos el tomo sabiendo más de aquellos que no están directamente emplazados encima del otro: el loco Moncada, Don Esteba, Maxwell… todos pertenecientes al último eslabón dentro del aparato de organización social. Estos constituyen para Arguedas plataformas para elaborar perspectivas excéntricas donde aprendemos no solo del Chimbote y su naturaleza explotativa sino acerca de su lenta conformación subjetiva: el fascinante devenir de Maxwell, la proletarización de don Esteban, la fuerza revolucionaria del discurso desperdiciado de Moncada.

Una duda sobre la extracción: Hasta cierto punto los obreros y los pescadores, el “proletariado” de Chimbote está constituido como una suerte de extracción, pues están viviendo removidos de su lugar originario y expuestos a reglas y normas ajenas. En cierto sentido podríamos extender la definición de extracción desde su primer ámbito, -el pertinente a los recursos naturales que se objetivisa por medio de procesos industriales dentro de la lógica de la mercancía capitalista-, para llegar a una más amplia pero más crítica donde podríamos situar el termino desde un ángulo privilegiado de análisis y de creatividad. ¿Cuáles serían entonces los parámetros de esta nueva definición? Es una pregunta que parece solo conducir a un impasse terminológico, porque si todo es extracción entonces nada lo es. ¿Cuáles son los límites de la extracción? ¿Son los obreros “extraidos” (recordemos la definición más simple, Extracción: la acción de sacar algo, especialmente mediante esfuerzo o la fuerza) porque han venido a Chimbote por necesidad económica? ¿Si el carácter de la palabra denota un “sacar de manera violenta” entonces como conjugar “extracción” con los aspectos más amplios pero a la vez más invisiblemente violentos de nuestras vidas (consumo, hábitos, creencias, derroche)?

Nota: Arguedas es en mi experiencia como lector el escritor que más atención presta a las cosas más difíciles de percibir y pensar: lo más íntimo, delicado, lo más inaudible del cosmos, (255). Es mejor observador que otros novelistas de su época (boom) pues puede apreciar el nivel más “molecular” de las cosas, si no lo aprecia al menos lo siente y lo siente reflejado como resonancia en elementos diferentes (un pensamiento muy oriental): las plantas en los valles, el baile del trompo en las lagunas y los ríos de altura, los cantos andinos en los nevados inalcanzables. Ve en el viento, en las rocas el diáfano carácter de un pueblo-país, un pueblo-paisaje.

 

 

 

 

La Serpiente de Oro: Que es un río? (Perú, No. 7 Específica)

Serpiente de Oro

La novela de Ciro Alegría es un breve relato enmarcado en múltiples voces narrativas que trata de esbozar la vida de los residentes del caserío y la vereda de Calemar, un pequeño poblado que yace al borde del poderoso río Marañón localizado en el norte del Perú.

En la novela el río aparece como eje de la vida, y antes de adentrarnos a deshilvanar el texto, no es difícil recordar la importancia del río en el imaginario literario peruano. El río no solo figura como título y protagonista en esta novela de Alegría sino también en el clásico indigenista Rios profundos de Jose Maria Arguedas. En este sentido, el río se fija como un locus para elaborar sobre varios temas: la subjetividad cultural de los personajes narrados, o la figura mítica de este como provedor de alimentos, formador de la cultura de los naturales ribereños, y al mismo tiempo agente de muerte -tanto de la forma de vivir de los habitantes como de ellos mismos. Así mismo, este sirve como mecanismo dialéctico que permite yuxtaponer estos conceptos mencionados: vida y muerte, agencia y destino, fijeza y movimiento (hablando del ser y el devenir, viene a mente Heraclito y la tradición especulativa que se desprende). El río figura de manera dominante también -aunque aún más que en Ríos profundos– en estar inscrito como referente físico que define el modo de vida de los ribereños y su subjetividad. Es decir, el río puede referir a lo profundo que son las raíces culturales y políticas del Perú moderno, pero también a ríos de sangre, rios que contienen fuerza aparentemente mansa y distante pero al mismo tiempo su capacidad de desatar muerte y cambios del hábitat permanece siempre en estado de potencialidad. Alegria explora la dialéctica entre la vida y la muerte mientras reflexiona sobre el rio: ¨Rio de agua y río de sangre, ambos a dos agitados y convulsos cabales para hacer presa del cristiano desgajandolo como a una pobre rama¨ (168).

La Serpiente de oro en tanto título y eje primario de la obra también puede ser interpretada como mecanismo binario donde serpiente y oro se contradicen pero generan significados nuevos: la serpiente puede ser leída como animal portador de muerte, mientras que el oro se asocia primariamente con la riqueza y la prosperidad: pero al conjurar la serpiente de oro varias lecturas podrían surgir: la serpiente dadora de riquezas, o la amenaza de la muerte enmascarada bajo la ilusión de la riqueza. A mitad de libro entendemos que el río mismo es la serpiente de oro como el difunto Osvaldo Martinez habia descubierto en sus meditaciones sobre la posible extracción del mineral del Marañon. La serpiente puede ser vida pero también será muerte, y esto es aún más cierto para el que fue capaz de descifrar su significado primero que alguno de los muchos calemarinos que lo habitan desde chicos. Don Osvaldo entendió que desde arriba el río era como una gran serpiente, prometedor pero a la vez caprichoso ¨como los hombres mismo con nuestros caprichos y sinrazones¨ (142).

Pero si consideramos la novela desde el marco de la narrativa latinoamericana lo que queda claro es que La Serpiente de oro no encaja bien dentro de los catálogos que se han forjado para clasificar las apuestas literarias de la region. Ciertamente no nos encontramos bajo el dilema de la novela denuncia que opone el estado de un bosque primario contra la ola desarrollista que transforma la biosfera en materias primas para la proliferación de los modos de organización capitalistas. En Doña Barbara, Romulo Gallegos contrapone el desarrollo -objetivisado en los cultivos industriales de técnica occidental- con los sistemas agriculturales artesanales y “atrasados” de los llaneros venezolanos. Santos Luzardo claramente encapsula la ilusoria creencia en el progreso y la civilización, mientras Doña Barbara le permite a Gallegos interpretar y trabajar los motivos de contradicción, avaricio, salvajismo, y otros temas centrales en el imaginario literario latinoamericano. En La vorágine, del colombiano Jose Eustasio Rivera, la narrativa se desenvuelve a manera de documento de denuncia para elaborar acerca de temas que eran históricamente urgentes para la sociedad nacional y la campaña británica a favor de los derechos básicos de los trabajadores, algo que hoy podríamos clasificar como derechos humanos. Rivera escribe La vorágine con la intención de denunciar los inexplicables abusos ennegrecen las selvas amazónicas del sur del país: abusos contra los indios y los trabajadores de las caucherías por parte de las famosas compañías de extracción como la casa Arana. En resumen, asistimos a una extrapolación de la destrucción de la selva por parte del hombre y de la destrucción del hombre por parte de la selva, atendiendo a los lentos procesos de descomposición de la subjetividad y el orden de la razón.

Bien sea bajo la clave de orden enfrentado contra barbarismo o capital contra naturaleza, como en las obras referidas La serpiente de oro no apuesta a un enmarcamiento narrativo dentro de estas estructuras. Por el contrario, pareciera que la obra intenta a veces con éxito a veces a medias, dibujar un retrato de lo que puede ser una “vida anfibia” al decir del sociólogo Orlando Fals Borda. En La serpiente, se ilustran los micro ciclos de las cosechas y de las fiestas, algunos momentos anecdóticos de algunos personajes y un par de muertes -no del todo justificadas dentro del desarrollo de la trama narrativa. Sin embargo no asistimos a una secuencia yuxtapositiva donde fuerzas antitéticas se estrellan frente a frente. De la misma manera no hay personajes opuestos ni encuadramientos que involucren nemesis. Los polos más evidentes dentro de la corta novela podrían agruparse en subconjuntos asociativos y no excluyentes. Por ejemplo los que apuntan claramente a la figura del visitante Don Osvaldo con todo el imaginario científico y desarrollista que este abarca en oposición a don Matías o los viejos hacendados quienes hablan desde sus saberes nativos y supersticiosos ; o la focalización de la puna o el altiplano como locus donde el soroche y los abismos acaban por afectar la subjetividad de los que no estan acostumbrados en oposición -mas no contradicción- con las tierras bajas y las prácticas de las culturas anfibias.

Como habíamos rememorado, la figura del rio se lee comunmente como un simbolo de las profundas raíces indígenas de la identidad cultural del Perú. Raíces que subvierten un pasado colonial más reciente donde el cristianismo y las instituciones importadas por la corona española tratan de fijar una imagen y un imaginario específico. Sin embargo, cuando se habla de ríos es inevitable no recordar las divagaciones que Heraclito producia mientras observaba el fluir del agua y su relación con el ser, el devenir y el tiempo. Segun el presocratico, el hombre no se puede mojar dos veces en el mismo río, pues el río siempre está en cambio constante. Sin embargo, la lectura inversa, el hombre no se puede bañar dos veces en el mismo río porque él mismo ha cambiado (no el río, sino el hombre que ya es otro) es aún más interesante cuando reflexionamos en relación a la figura del rio dentro del imaginario literario andino. Se tiende a leer el río como locus de una fijeza cultural y de una identidad arraigada que subsiste por encima de los abusos de una europeización salvaje y asimétrica. Pero más interesante aún sería leer el rio como el medio ideal para percibir nuestro devenir constante; es decir, el evento cuando el ser deja de ser el mismo después de la primera sumergida. La identidad no se mantiene idéntica. Seria mejor pensar en un fluir de la subjetividad donde el tiempo revela que el ser no es ser fijado en un grupo de conductas y prácticas sino un devenir que reapropia e interpreta símbolos de acuerdo a unos hábitos y a una contingencia política determinada. El “ser indio” o comportarse como indio constituye una reapropiación ocasional de ciertas conductas, de ciertas posturas para sacar ventaja de cierta encrucijada política; el “ser cholo” o el “ser mestizo” pueden asimismo entenderse como reapropiaciones y toma de posiciones estratégicas para navegar un cosmos social complejo. Podríamos hablar entonces de “intervenciones estratégicas” dentro de cierto margen del actuar y el practicar el ser social.

Naturalmente existen limites para este negociar de posturas y practicas; no podemos reducir el ser social a una permutacion de códigos culturales temporales. Mas bien, me gustaria imaginar los ríos como oportunidad para reevaluar los binarios indígena-español, nativo-extranjero, etc… y recordar que el devenir, el “becoming” más que el “to be” puede ser más útil a la hora de hacer un análisis de la experiencia social tan compleja como la peruana. Cuando entramos al rio por segunda vez ya no somos el mismo ser: el mestizo es otro mestizo, el indio es otro indio.

Entender la cultura indígena como un todo en relación a la cultura europea entendida también como una totalidad confrontadas en un desencuentro histórico de violencias y explotación es un faux pas teórico que nos lleva a lugares comunes y a conclusiones apresuradas. Entender el río como lugar donde coexisten dos corrientes culturales una española colonial y otra indígena, una superficial y dominante la otra latente pero potencializada es reducir la subjetividad del ser peruano a grupos homogéneos abstractos y sin rostro. Más aún, parecería encasillar la subjetividad en expresiones culturales que solo son una manifestación de la amplia diversidad que encierran las cultura prehispánicas y sus diferentes descendencias y perpetuar una producción crítica ya gastada y cómplice de las mismas estructuras que pretende desnaturalizar.

Los ríos profundos – entre la identidad y la negación (Peru No.5 General)

Rios Profundos Pachachaca

Los ríos profundos constituyen mi primer contacto con el indigenismo y como tal, una oportunidad de reevaluar la literatura latinoamericana por fuera de los límites academicistas tales como el realismo social, el realismo mágico, novela de la revolución, etc. El libro transcurre como quien asiste a un atento desguazar de los géneros literarios tradicionales; así mismo, es quizás el libro que más digresiones externas incluye del cual tengo memoria como lector adulto. Naturalmente, ya se ha observado que capítulos enteros contienen amplias explicaciones como extraídas de un tratado de antropología andina: las divagaciones sobre la importancias del ¨zumbayu¨ o el trompo en la cultura del altiplano peruano; las creencias ancestrales que le otorgan cualidades espirituales a las formaciones geológicas más imponentes tales como ríos, abismos y peñascos; la organización de las haciendas y de los pongos con toda su jerarquía y división de labores. Esto no constituye una crítica per se sino más bien una apreciación que trata de entender mejor la novela: de entender cómo el entramado (con sus exigencias de género, de desarrollo narrativo, y de formación de personajes primarios y secundarios) se posiciona en relación a los intereses de Arguedas para incluir intermisiones académicas sobre diferentes aspectos de la cultura criolla del sur del Perú. Es aparente que Arguedas se enfrenta a una labor de doble trabajo, pues no solo se trata de organizar una novela coherente y fértil -sino que tiene que insertar dentro de ésta- las particularidades de una cultura -completamente desconocida para el lector no peruano- y muchas veces discriminada y prejuiciada por el lector nacional. El mérito de Los ríos profundos consiste en saber incluir dentro de la trama (y los requisitos de la forma) las expresiones del repertorio cultural inca sin desmedirse hacia uno u otro extremo: es decir, sin escribir una mala novela con considerable información sobre la cultura del altiplano, o a su vez, un tratado mediocre o ensayo novelado con una trama que espera su desarrollo en potencialidad. Los ríos profundos es excepcional por la formalidad con que Arguedas maneja el lenguaje. Parece irreal que Ernesto, un joven de 14 años, converse y reflexione con una seriedad tan grave. Sus observaciones sobre la ternura con que su padre lo cobijaba durante sus viajes, sobre la repugnancia de Lleras y la pose intelectual de Valle, sus meditaciones sobre los paisajes andinos, los templos y las ruinas incas, parecen ser escritas por un Borges o un Faulkner más que por Ernesto mismo.

Pero considerando la novela dentro de la corriente indigenista tendría que apuntar ciertas dudas que prefiguran dentro de la relación de imaginario indigenista y la subjetividad de la novela. Si el indigenismo se basa en rescatar al indio en la representación porque ha sido humillado históricamente, porque tiene que defenderse constantemente contra el gamonal y contra la naturaleza, ¿Cómo podríamos evaluar la novela dentro de dichos parámetros? En Los ríos profundos, la figura del indio no es explícitamente defendida ni por Ernesto ni por Arguedas mismo quien a través del narrador y de sus personajes primarios esboza un perfil que parece más un simpatizante algo reservado que una militancia revolucionaria. Naturalmente, en la novela asistimos (aunque con algo de pudor por parte del narrador) al sufrimiento indígena en las haciendas, al funcionamiento de la iglesia como parte de estructuras de poder opresivo; pero nunca se presenta una declaración de indignación escrita como una carta abierta al mundo en clave de divulgación como en Huasipungo, o un conflicto objetivo marcado por abusos entre clases e intereses políticos como en El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría. Tal vez, la defensa acá sea más sutil y este acompasada en el ámbito del ¨rescate¨ del indio desde lo cultural: me refiero al gesto de Arguedas al incluir los dos lenguajes sin una apología directa y especialmente, al trato que le ofrece a la tradición oral expresada en lírica y en los cantos que se entonan en las chicherías y en el internado. Parece que Arguedas prefiere refugiarse en la atmósfera del sur peruano -marcada por una influencia altamente autobiográfica referente al periodo de su niñez- donde explora el lado místico de la cultura del altiplano, el paisaje y la inmensa afección que experimenta cuando rememora a su padre. Este es un motif notable dentro de la narración, aunque la recurrencia a veces un tanto repetitiva a buscar consuelos para sus tristezas de niño alienado en la expresión melancólica del indio, en sus llantos sus cantos puede empobrecer el texto a causa del prosaísmo.

En Los ríos profundos, Arguedas parece oscilar entre la exposición de las condiciones sociales, como justificación del texto en cuanto documento indigenista, y la tentación de crear una autobiografía de corte intelectual donde pueda complacer su individualidad en la estetica de los eventos de la niñez. A pesar de esta tensión, Arguedas tiende a tratar la problemática social con guantes -formales y temáticos. Cuando puede haber una confrontación climática o una contra respuesta por parte de las chicheras, Arguedas parece preferir un desescalamiento del conflicto pues las chicheras como sujeto oprimido convertido en colectividad con cierta agencia simplemente desaparecen. Doña Felipa solo deja un pañuelo como todo lo que sobrevive de la lucha colectiva objetificada en el conflicto por la sal. No hay repercusiones ni sucesores que conviertan esa opresión en una conciencia de masas y un proyecto para transformar las condiciones materiales. Tampoco hay una represión que encapsule algún tipo de preferencia dialéctica a la hora de leer la historia de la lucha por la libertad individual. Tal vez la fiebre del tifo y la invasión de los enfermos desde otras localidades puede interpretarse como la venganza que encuentran los habitantes de Abancay al negarse a abrir las puertas del puente y al destacar la guardia para evitar romper la cuarentena. No debemos olvidarnos que la fiebre proviene de la misma ruta por la cual escapó doña Felipa. ¿Será un juego de símbolos o mero requisito geográfico el que impulsó a Arguedas a repetir las rutas siendo a la vez ruta de escape y ruta de contaminación?, ¿Y qué podemos decir de la Opa? ¿Es mero capricho de recontar su niñez tal como sucedió o la podemos interpretar como alegoría de la brutalidad y el precoz apetito sexual de los estudiantes del internado? Al final, Ernesto huye de Abancay en medio de su delirio donde el cuerpo de la muerte flotando río abajo, la tentación de llegar más rápido a donde su tío hundiéndose en el río y la imagen del Lleras hecho un cuerpo desfigurado tiñe de inquietud un cierre un tanto ambiguo. Quizás esa ambigüedad refleja la propia de la conciencia del autor, quien desde su infancia se sintió excluido de ambos mundos por no ser un sujeto definido dentro de los bordes de lo normativo y simultáneamente rehusarse a ser excluyente frente a la identidad del otro.

La ciudad y los Perros

la ciudad

Para retomar en continuidad desde la temática del post sobre Artemio Cruz, comenzamos esta breve charla sobre La Ciudad y los Perros con el tópico del machismo. Impregnando toda la obra, se percibe como una noción idealizada se ha convertido en un patrón recurrente dentro de las actitudes y gestos que los amigos del 5o año exhiben. Naturalmente estamos hablando de un colegio militar donde no solo ellos sino toda la estructura esta concebida y construida dentro de esta normativa social. Apropósito del colegio, podemos pensar esta institución como lugar de comunidad donde el cemento social se define en lo negativo: es institución recipiente de personas que no quieren estar allí; ese es tal vez el único lazo que los puede aglutinar en concepto. En algun momento el teniente Gamboa confiesa que al final en el colegio la mitad esta alli para no devenir en criminales y la otra mitad para no terminar siendo maricas.
También quiero pensar sobre la separación entre vida militar y vida civil: no solo son evidentemente aparatos propios de las “sociedades de control” dentro de la definición Foucauldiana sino que producen subjetividad de formas muy diferentes. Se podría hasta arriesgar que son aparatos productores de sujetos esquizofrénicos.
Podríamos especular que tal vez lo único que enlaza a los tres sujetos protagonistas (aparte de estar alli desde lo negativo) es el deseo por la mujer. Y esta juega como eje concéntrico de un diagrama donde los tres convergen.
Incluyamos la idea del post de Jon acá como halago a la estrategia de Vargas Llosa para construir casos de fragmentación (dentro de la forma y el contenido) de subjetividad dentro de estructuras opresivas y homogenizantes.
La Teresa, mujer humilde aunque pulcra y decente (idealización masculina heteronormativa que ha dado muchas excusas para que los detractores le recuerden al Boom su carácter de tendencias machistas y sexista). La pies dorados es la némesis de Teresa (hay que recoger tal vez un pasaje de Jean Franco y anotarlo. Su tesis, muy simplificada: el patrón en la narrativa Latinoamericana: mujer “como puta” o mujer “como virgen;” si ninguna, entonces, mujer casada “mujer como madre”).
El libro estereotipa a sus personajes (si podemos hablar de personajes ya) y así trate de usar este estereotipo como arma para combatir esas nociones, (como arma contra si mismo, que es lo que yo sospecho) termina reproduciéndolos, recordemos el capitulo de la Dialectica de la Ilustración acerca de los limites del iluminismo “The Elements of Anti-Semitism: The Limits of Enlightenment ”
El indio: sujeto historicamente oprimido, “pobre serrano, es duro ser serrano.”
El negro: sujeto sexual “el uniforme les atrae a las hembritas”
Los estereotipos sociales: el pobre habil y laconico, el sujeto clase media identificable, y el sujeto anti-identificable: tesis Jaguar; antítesis Esclavo; síntesis Alberto.
La estructura militar: opresiva, machista, esencialista, hipócrita
La iglesia, una institución de opresión y complicidad, falsa y doble.
La academia, a través del profesor de Frances, emasculada, desfasada con la realidad y las exigencias de la juventud y el mundo practico. Hasta aca los estereotipos.
Leyendo sobre la superficie encontramos el pasaje explicativo que Vargas Llosa confronta acerca de la ambigüedad en tanto a la muerte del esclavo: accidente o Jaguar: dos premisas. Expuesto en premisas:
Si el Jaguar confiesa que el efectivamente mato al esclavo gana prestigio simbólico como autoridad, pero pierde en términos materiales concretos (humillación, expulsión, reprobación) Si el Jaguar esconde su crimen entonces gana en términos concretos pero no obtiene beneficios de reconocimiento simbólico.
Retomando la constante de la experiencia militar como analoga a la sociedad seamos cuidadosos con los esquemas de “microcosmos,” pues dentro dentro de aparatos como el ejercito se excluyen por fuerza propia de la institución segmentos y subjetividad que constituyen una la idea imaginada de comunidad nacional. Muy bien anota Bruno se crean, o diria yo se acentuan “valores” y “anti valores”
Podríamos, para terminar, esbosar un contextual historico, apuntar que con La Ciudad y los Perros dejamos la narrativa regionalista de los espacios: la novela de las montañas, de los rios, de la region, tambien los protagonistas (no son el gaucho, el llanero, el hacendado.)
Primariamente lo que tenemos es una novela urbana, sofisticada, realista y parcialmente alegórica de la sociedad peruana.
(Notese que aunque tratemos obras claves dentro del fenómeno del Boom, no estamos hablando de un realismo mágico o de lo real maravilloso [el asombro])