Para que las palabras guarden los atardeceres
que hemos visto por separado,
cada uno sin saber del otro.
Quiero que los símbolos sean descifrados.
El gris del viento, el verdinegro del mar.
En esta ciudad solitaria hablamos sobre la idea de la ballena.
Del acto de tomar té y comer frutas.
De las simpatías y de los ancestros que nos avergüenzan.
De la ansiedad que signa a todos tus hermanas.
Siempre me gustó imaginar los caminos que
recorrieron los abuelos para que estemos hoy aquí.
Cuántos países, cuántas lenguas, los mares, las guerras, desencuentros, inviernos, fatalidad, exilio, el sueño socialista, el Siglo, 1901, 1929, 2016…
En realidad poco nos une: ciertas ideas, algunos días de ensueño en Granada,
coincidir en el Gayanéh de Khachaturian, aprender a hacer ochos en tango.
Más el azar electivo nos condujo a encontrarnos.
No sabremos la razón.
No habrá ninguna justificación.
Sin embargo, propongo abandonar la duda.
En vez, quisiera recorrer el verde inacabable contigo,
tomar todo el azafrán, contemplar un atardecer desde el Rose Garden,
y un día cualquiera sin anticipación, dejar de vernos para siempre.
Muchos años, e incluso más, ahí en ese lugar donde las décadas se vuelven el absoluto, entre los celajes, ahí cumpliremos nuestra cita.