Ni trogloditas ni aburridos

Réplica a “Un país, una región de trogloditas” de Maria Clara Gracia, https://www.las2orillas.co/un-pais-una-region-de-trogloditas/

Fotografía del articulo original.

En su articulo de hoy “Un país, una región de trogloditas” Maria Clara Gracia expresa su frustración hacia las socedades latinoamericanas. Acá les ofrezco un contrapeso crítico y una alternativa al cinismo y la desesperanza.

Entiendo el afán de Maria Clara de polemizar y tal vez el espíritu del texto viene de una indignación agotada y el desencanto, pero creo que esta perspectiva solo refleja un auto-odio profundo muy típico de nuestras sociedades latinas y latinoamericanas, combinada con un -muy colombiano- derrotismo agudo. Colombia, como cualquier país del mundo tiene problemas. Pero caricaturizar un país entero y una región global con el adjetivo “troglodita” es insensible y refleja -junto con la fotografía- una critica clasista ya mandada a recoger.

Como cualquier país de Latinoamérica, Colombia tiene problemas profundos que son tan viejos como el propio país. Pero estas opiniones en realidad no aportan mucho y a su vez alimentan ese odio y resentimiento por “tener” que ser de aquí, el grave accidente de haber nacido acá.

Lo que Maria Clara olvida o relega es que hay muchas cosas buenas, en realidad, demasiadas y que solo resaltan cuando vivimos en otro país. Lo digo porque en mis 15 años en Estados Unidos y Canadá he aprendido a apreciar muchas cosas que los Norteamericanos tienen pero también ha entender que la sociedad colombiana es tremendamente rica, y tenemos cosas, a veces intangibles -que no se pueden ni tocar ni medir- que los Estadounidenses, Canadienses o Europeos envidian y nunca podrán tener! No es coincidencia que el turismo crezca cada año y que la mayoría de mis amigos canadienses o internacionales expresen su preferencia hacia Colombia sobre otros destinos a los que han viajado.

Por supuesto que sufrimos de corrupción, nimierdismo, abandono, indiferencia, pero que país latinoamericano, o al final del sur global, no sufre de estos males? No somos Japón, claro. Pero tampoco somos Ruanda, Marruecos o Bulgaria. Claro que hay problemas y como lo recuerda la autora, hay que mencionarlos, debatirlos y solucionarlos. Criticar nuestros problemas para solo romantizar, glorificar, e incluso endiosar los países ricos no tiene sentido. Y criticar el país, es parte del estado de derecho y de una sociedad, aunque no perfecta, al menos consciente de albergar y fortalecer el dialogo libre y el derecho a la crítica. En este sentido los que le replican a la autora en Facebook, “por qué no se va del país” son los mas trogloditas y reaccionarios. Hay que conocer el país y de sus problemas, hay que discutirlos e intentar resolverlos, la replica (o ¿solución implícita?) no puede ser: “váyase.”

Maria Clara menciona su encuentro con una familia mexicana y la pena que le generaba su ilusión de conocer Colombia y es entendible su empatía, pero en México también saben de problemas; tal vez tienen problemas iguales o mas graves. Tienes razón, “son de los nuestros” y conocen la realidad de nuestros países, pero hay que recordar que Colombia tiene tantas cosas buenas como cosas malas. En realidad son tantas las cosas buenas que es difícil separarlas y celebrarlas de lo malo, pero no podemos repetir ese derrotismo y ese malparidismo que nos ha dominado por décadas y del cual los jóvenes estamos cansados.

Maria Clara detesta regresar -en sus palabras- “al regresar al caos, el desorden, la indisciplina, las calles rotas, la corrupción.” No la culpo. Nadie quisiera regresar a eso. Pero también debe recordar que regresa a muchas cosas buenas y a mucha gente buena, en sus propias palabras otra vez-  “la rumba, la maravillosa amabilidad y la calidez.”

Hay mencionar lo que se debe cambiar pero valorar lo nuestro en el mismo gesto. Somos un país lleno de gente pujante, de gente emprendedora y sobre todo creativa: los europeos y los norteamericanos darían mucho por tener nuestra imaginación y nuestra creatividad (que la usemos para fines perversos es otra conversación). Los chilenos y argentinos envidian nuestra música, nuestra comida, y cultura. Los mexicanos y el resto del continente sabe que somos alegres, y  en general de buen espíritu. Claro, siempre hay abusivos, y resentidos; siempre hay gomelos (verbigracia Juanpis) y clasistas que no cambiaran, pero hay que celebrar lo bueno mientras también reconocemos que hay cosas para mejorar.

El vecino de mala cara, el taxista que manda hijueputazos por la ventana, el mico al hombro con el que amanecemos, y la agresividad instantánea tienen que acabarse en la Colombia de nosotros, de los jóvenes. El celador ratero, el congresista ratero, el ejecutivo ratero (lo que llamo la mentalidad ratera) todos tienen que cambiar o morir y si no logran cambiar la nueva generación tiene que tomar nuevas banderas y ser el cambio que anhelamos.

Maria Clara admira la cultura cívica del norte, y es entendible: “Los trenes, los buses, las atracciones, todo es puntual. Los andenes, las calzadas, las vías no tienen un solo hueco, y si lo hay por alguna razón, está demarcado y no dura más tiempo que la obra. El tráfico es otro punto. Al peatón le paran como diez metros antes” Yo también aprecio y disfruto de esas reglas que demarcan la vida en estos países, pero también hay que recordar que si Colombia funcionara así seria menos divertida, menos atractiva, menos “Colombia.”

Si Colombia tuviera todas estas ventajas que la autora resalta seria sin duda mas segura pero mas aburrida. Claro, es entendible que queramos que sea segura y respetuosa pero sin nuestra elasticidad, nuestro espíritu latino y todo lo que produce seriamos un poco mas “civilizados” un poco mas “decentes” pero también un poco mas aburridos, un país mas predecible, mas repetitivo, mas gris. Hay que buscar el orden pero no endiosarlo (y siempre preguntarse ¿El orden de quien? es decir, ¿Quien decide qué es el orden? ¿En nombre de qué orden?). Hay que buscar el civismo y el respeto en uno mismo y esperarlo del otro, pero no idealizarlo porque al final siempre estaremos frustrados por no alcanzar un ideal que es después de todo solo eso, un ideal que no existe un ideal, como todos los ideales, imposible.

El uso de la razón es importante y a veces escasea en nuestros países. Lo sé. Hay que abogar por ser mas respetuosos y cívicos, hay que ser mas razón y menos arrebato, pero también recordemos que nuestro afán ciego por buscar la razón puede tener consecuencias catastróficas: cualquier valor llevado al limite al final se vuelve fascismo, Hitler y el Holocausto estaban comandados por la razón y nada más que lo racional. Miren que quedó de ese sueño. Ese mismo afán por la perfección ha llevado a votantes del norte global a elegir políticos que prometen lo mismo: “limpieza,” “racionalidad,” “seguridad” valores no muy diferentes de los del fascismo italiano o el nacionalismo Alemán.

Claro que hay que bajarle el volumen a la rumba pero no hay que acabarla. Claro que hay que respetar el derecho ajeno. Claro que hay que ser sujetos más cívicos, pero entendamos que a veces esas fuerzas que condenamos causan la realidad tan celebrada en la ficción y en el arte Colombiano. Sin eso que odiamos de nosotros mismos no habría realismo mágico, no habría gordas de Botero, ni los duelos contados por los juglares vallenatos, ni las historias contadas en telenovelas (que son o eran las mejores), ni las anécdotas que compartimos cada diciembre con la familia. Vaya a ver una celebración decembrina en Suiza, Canadá o Alemania: pocas veces en mi vida he participado en navidades mas aburridas.  

Sin las imperfecciones de nuestra sociedad seriamos un país tal vez más cívico y menos estresante pero sin duda más aburrido y esquizofrénico. Repito: hay que respetar, y créame que cuando regreso de visita esas cosas me chocan y me producen desencanto. Hay que ser menos avaros, apresurados, y si, hay que ser menos bestia, menos animal al manejar, al tratar al otro, y con el cuerpo mismo. 

Si quieren que seamos Japón y vivamos los valores japoneses tiene que recordar y aceptar que el orden, el trabajo, la jerarquía, la obediencia y los demás valores que idealizan también están atados a tazas depresiones y suicidios altísimos, a sociedades que “funcionan” pero que han perdido su razón de ser. Los japoneses trabajan si saber ya ni para qué, los jóvenes están teniendo hijos y nada los motiva. Los coreanos resienten sus autoridades. Sí, viven vidas prósperas pero sin un motivo, sin una razón. Son trabajadores pero cínicos. Son ricos pero deprimidos.  El aburrimiento, el tedio, la depresión caracteriza estas sociedades de inviernos largos y oscuros, de estabilidad laboral pero consumismo implacable. Y les pregunto, ¿Es esa la mejor imagen para soñar la Colombia que queremos construir? ¿Es esa la única brújula que tenemos para imaginar el futuro?