La peste de Cien años de soledad regresa con furor

En los primeros capítulos de Cien años de soledad, el narrador nos relata sobre dos pestes consecutivas que afectan a los residentes de Macondo. La primera es la peste del insomnio que conduce directamente a la peste del olvido. Durante la primera peste, surge un insomnio generalizado: los habitantes de Macondo repentinamente se encuentran en un periodo de actividad incesante en el cual construyen gran parte de la infraestructura del pueblo y se interesan, especialmente el joven protagonista Aureliano Buendía, en la artesanía y la técnica. Durante la segunda los habitantes del asentamiento pierden la memoria y se sumergen en una especie de “idiotez sin pasado.” [1]

Al principio nadie entendió la alarma sobre la peste. Cuando los habitantes de Macondo se enteran acerca de la llegada de la peste, se alegran pues razonan que así tendrán mas tiempo para trabajar y no perderán tiempo precioso en dormir. Si no volvemos a dormir, mejor –decía José Arcadio Buendía, de buen humor. Así nos rendirá más la vida.

“Pero lo más temible de la enfermedad del insomnio no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguno, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido. Cuando el enfermo se acostumbraba a su estado de vigilia, empezaban a borrarse de su memoria los recuerdos de la infancia, luego el nombre y la noción de las cosas, y por último la identidad de las personas y aun la conciencia del propio ser, hasta hundirse en una especie de idiotez sin pasado.”

Una vez que la peste entra en casa, nadie escapa. Lentamente Macondo se da cuenta que la peste no solo les permite trabajar más, sino que poco a poco, la memoria se va atrofiando y no logran conjurar ni recuerdos, ni pensamiento.

En la novela, García Márquez se deshace de las pestes casi apocalípticas que azotan a Macondo de forma bastante simple, pero ingeniosa. La solución para estas plagas es sencilla y nos refiere al mundo de los muertos y su archivo. En otras palabras, la historia. Recordemos que la solución a los problemas de Macondo no consiste en ingerir una pócima o realizar algún tipo de maniobra, en cambio ésta ha de ser encontrada en el inframundo. Es solo después de la llegada de Melquiades, debido a su aburrimiento crónico en el mundo de los muertos, que los Macondinos se mejoran.

“Melquiades abrió la maleta atiborrada de objetos indescifrables, y de entre ellos sacó un maletín con muchos frascos. Le dio a beber a José Arcadio Buendía una sustancia de color apacible, y la luz se hizo en su memoria. Los ojos se le humedecieron de llanto, antes de verse a sí mismo en una sala absurda donde los objetos estaban marcados, y antes de avergonzarse de las solemnes tonterías escritas en las paredes, y aun antes de reconocer al recién llegado en un deslumbrante resplandor de alegría. Era Melquíades. Mientras Macondo celebraba la reconquista de los recuerdos, José Arcadio Buendía y Melquíades le sacudieron el polvo a su vieja amistad.”[2]

Para García Márquez, paradójicamente, la medicina contra la enfermedad del olvido se localiza en el mundo de los muertos. De acuerdo al autor, la solución para los problemas de la memoria de Macondo, (o para su Latinoamérica contemporánea) para su falta de conciencia histórica o su imagen fragmentada—nuestro presente anti-histórico—se encuentra en el pasado en el archivo cultural.

Es difícil conjeturar que pensaría García Márquez si estuviera vivo hoy. No creo que tuviera que opinar, o si lo hiciera no sería algo de mucha importancia. Otros dirían que se mantendría asentado en su lección moral ya esbozada en los capítulos sobre la peste. Y otros que prescribiría algo distinto: los tiempos cambian y con ellos los problemas. Sin embargo, hay algo en su estudio del cansancio y el olvido que quisiera comentar. Si bien es cierto que los problemas que estudió García Márquez eran otros también hay que pensar que sí, los problemas pueden ser nuevos, pero si son efecto de condiciones que no han cambiado entonces no son tan nuevos.

Los problemas que se presentan como nuevos no lo son del todo, son mas bien diferentes. Hay diferencia con algo que vino antes y por eso se puede señalar “una “diferencia” con respecto a X”. Quizás el viejo Gabo nos remitiera a Cien años de soledad, o a otra de sus obras, a lecturas donde la peste sea literal o metafórica, nunca lo sabremos. Lo que es cierto es que el insomnio y el olvido no han quedado relegados en las paginas de la novela sino que por el contrario se han constituido como el efecto y resultado de la obsesión neoliberal con producir y reproducir, cosificar y comodificar hasta el ultimo rincón de la vida humana y no-humana.

Quizás la peste del olvido no haya desaparecido sino por el contrario se haya globalizado como todo lo que producimos y con más furia aun desde los últimos 30 años. Quizás el Covid no sea sino consecuencia de vivir con estas pestes como si no supiéramos que nos asechaban. Quizás el Covid no sea sino consecuencia de ignorar a y con propósito la salvajada que se sanciona contra el planeta todos los días.  

Y es esta peste del olvido, peste de una idiotez sin pasado, la que creo que nos llevo a la peste actual. El Covid es el símbolo de nuestra incapacidad para recordar, y para actuar sobre ese saber. Lo que evidencia el Covid es que somos una sociedad sin memoria. Algunos ya nos habían avisado sobre la posibilidad de este escenario pero preferimos ignorarlos, otros nos advirtieron que la alta tasa de variación de los agentes virales nos hacían mas susceptibles a caer enfermos rindiendo nuestros antibióticos inútiles. También los ignoramos.

La peste del insomnio que condujo a la peste del olvido en Macondo es lo que le ha pasado al mundo. Vivimos en un mundo con amnesia, con fatiga crónica (siguiendo a Byung-Chul Han) y aficionada al riesgo (como nos recuerda Ulrich Beck). Esta sociedad agotada por el trabajo sin fin, y sin tiempo para pensar, es la misma que describe García Márquez en Macondo. Es una sociedad que aparte de enferma parece tonta al recibir el insomnio como don y propagarlo como virtud. La sociedad del rendimiento del “high performance” está pagando por sus excesos. Sus metas y objetivos, su obsesión por los resultados, su lenguaje de proyectos y devoción por extraer sin piedad han conducido a un impase existencial.  

El Covid nos llevo al límite de una experiencia planetaria que va del insomnio al olvido general y del olvido a la destrucción de la vida y al final a la venganza de lo animal sobre lo humano. El Covid nos recuerda que no somos el sujeto soberano por encima de cualquier red natural (fantasía de las teorías políticas liberales y doxa neoliberal). El Covid nos recuerda que la vida puede y se está tornando en nuestra contra. El Covid nos recuerda que el insomnio y el olvido, más que ventajas como las recibieron los habitantes de Macondo, son castigos que muchos abrazaron ciegamente en el nombre de la prosperidad material. Esta prosperidad resultó cara al final: la vida no-humana reclamando lo que alguna vez fue suyo, (imágenes de delfines y aves) parecen una dulce bofetada en la cara de los que toman o no las decisiones. Sí, reclamar, porque si hay confinamiento hay reclamo.

Es irónico que ahora ellos mismos, los políticos, los banqueros, los altos directivos se “humanizan” y aparecen como gente, “somos como tú y yo.” Nos piden que acatemos sus tardíos planes de contención, que no agravemos su incompetencia haciendo algo descabellado como abrazar a alguien, o planear una inocente reunión. Nos piden, en otras palabras, que suspendamos nuestra forma de vida y el ritmo económico de la sociedad con el fin de aislar el virus, pero también para que su insuficiencia no quede al desnudo. Nos exhortan a volvernos zombies domésticos para no acrecentar el tamaño de sus errores pasados. Como si fuera poco también, nos piden recomendaciones literarias: Qué leer? Cómo interpretar La peste de Camus? Que películas hablan de pandemias?

Hace apenas unos meses a nadie le importaba un chingo que había escrito Camus, o Defoe o Conrad. Es más, hace unos meses no más la opinión general era algo así como: “Para qué estudiar literatura, para qué perder el tiempo leyendo novelas, incluso aún, quién lee hoy día?” Hace unos meses el mundo entero andaba obsesionado con sus pendejadas de “Hunger Games” y “Games of Thrones” y eso. Que un banquero o un político venga a mostrarnos lo que lee, importa poco. Mas serviría que hubieran hecho lo necesario para prevenir que el brote surgiera y luego se saliera de control. Pero prevenir no genera ganancias, ni capital político, ni siquiera simbólico porque no es sexy. Como en Macondo, cada cual siguió con lo suyo hasta que el virus toco la piel de un humano. 


[1] Gabriel García Márquez, Cien años de soledad (Catedra: Madrid), 136. Es difícil no pensar en el famoso pasaje de Nietzsche donde elabora su concepto de “active forgetting” o “olvido activo” usando la imagen de un bovino que olvida constantemente su conciencia de si mismo.  

[2] Cien años de soledad, 143.

Covid-19: la cuenta de cobro.

Particulas del Novel Coronavirus.

Empezamos la década con un momento paradójico y monumental. Por un lado, el apogeo del capitalismo desregulado administrado por populistas de centro derecha había cantado victoria: los mercados subían, China seguía creciendo, el petróleo iba estable, las tecnologías de consumo masivo creciendo y afinándose… Pero todo cambió en cuestión de semanas cuando el nuevo Coronavirus (causante de la enfermedad Covid-19) se convirtió en pandemia y nos mostró la fragilidad del sistema global de flujos materiales. La paradoja es que una forma de vida tan insignificante como un virus (que es inferior a un animal) y que es de los organismos más simples que existen, ha llevado a la completa suspensión del mundo como lo hemos conocido hasta hoy.

Es un momento paradójico porque nos recuerda que somos seres vivientes en medio de otros seres y no encima de ellos (como parece que operamos consiente e inconscientemente muchas veces). La pandemia y la parálisis del mundo es tal vez la forma mas irónica y sutil de recordarnos que somos vida y no estamos por encima de otras formas de vida (sino en medio de ellas). Es una forma de recordarnos que la concepción de la naturaleza como “recurso” y su mal manejo (destrucción) tiene consecuencias imprevisibles.

Y aquí están las consecuencias inmediatas: muertes innecesarias, sociedades en cuarentena, angustia económica del ciudadano de a pie, debilitamiento de las economías, etc. Por otra parte, las consecuencias no-inmediatas estarán por verse, pero si anticipamos un recrudecimiento en la destrucción de ecosistemas, la intensificación del calentamiento global, la intensificación de flujos de cuerpos, y en general la agravación de la crisis del capitalismo agudo que viene desenvolviéndose desde los 80’s con el nacimiento del neoliberalismo y con mas fuerza (a nivel planetario) desde la caída de la Unión Soviética en los 90’s.

El virus nos recuerda que somos más frágiles de lo que creemos. Uno solo puede esperar que nos ofrezca una lección en humildad, traducida en mas compasión, pero también revela las grietas de los sistemas de salud, las inequidades sociales, da rienda suelta al discurso fóbico de los populistas nacionalistas y nos muestra la cara de la falta de preparación que caracteriza a nuestra región, Latinoamérica.

Yo vivo hace 5 años en Vancouver Canadá: aquí en Canadá las consecuencias de la cuarentena para el comercio son perjudiciales pero en general la vida sigue casi igual, solo un poco más desacelerada: hay menos gente en las calles, algunos restaurantes han cerrado, otros siguen abiertos pero con mucho menos trafico. En una ciudad tan asiática y tan antisocial como Vancouver el ritmo se pausa, pero no se percibe un sentido de crisis o un estado de excepción que sufren los habitantes del norte de Italia o de los países del lejano oriente: China y Corea –Japón es otra historia. Vancouver y Canadá en general ya ha aprendido mucho de una experiencia similar que la tomó por sorpresa hace casi 20 años, el brote de SARS en el 2003. 

De Estados Unidos solo puedo decir que va a estrellarse contra el coronavirus solo un tanto mejor que Latinoamérica. Y la razón es simple: ese país está ciertamente mejor equipado para contener y aliviar la crisis pero no mejor administrado. Y esto se debe muy sencillamente a la tropicalización de los Estado Unidos bajo la administración y la cultura administrativa Trump. Es decir, el continuo declive de competencia y efectividad de la administración en los últimos 4 años, marcada por escándalos, nepotismo, despilfarros, clientelismo, ineptitud de las agencias federales (los ministerios). Sumado a esto un recrudecimiento del impulso y la legitimación de los ya altos niveles de desconfianza ante cualquier “experto” o autoridad (académica, legal o medica) que no sea impartida por el mesías, Trump, o sus discípulos. En pocas palabras, Trump ha estado Latino-americanizando los Estados Unidos en los últimos 4 años. El brote del Covid-19 ya está evidenciando de manera más espectacular, pero más mortal también, el legado de estas políticas. 

Que anticipo en el panorama post-Covid 19 mas inmediato? Cuando todo esto merme vamos a ver una realineación de los mercados con más vigor de recuperar perdidas y ayudados por paquetes de estimulo que se aprueban día tras día en diferentes democracias. Una posibilidad de recesión global que como siempre afecta a los mas destituidos: (alguna vez un amigo en Miami me relataba la crisis financiera del 2008 como dos relatos incomparables: -para los cubanoamericanos de clases medias-altas la crisis representaba intercambiar el Mercedes por un Honda, pero para el pobre (el resto de latinoamericanos) la crisis es posiblemente no tener como comer). A nivel individual vamos a surgir con lecciones aprendidas para controlar nuevos patógenos en el futuro pero también para explotar al humano (otro “recurso” el “recurso humano”) con mas sofisticación y eficiencia.

Como historiador, siempre estoy especulando para mis adentros, sobre como visibilizaremos en el futuro las repercusiones de los eventos que hoy parecen rutinarios o simplemente se analizan en función de su impacto inmediato. Las lecciones aprendidas en la universidad siempre circulan por mi pensamiento cuando leo las noticias. Una es la recurrente que nos muestra que después de cada crisis global (o cada experimentación social) surge un reordenamiento social en el cual los grupos anteriormente subalternizados reivindican con mayor o menor éxito dependiendo de el contexto inmediato sus reclamos ampliando así la esfera de los derechos civiles.

Durante la Segunda Guerra Mundial en los Estados Unidos en particular, se exhortó a la mujer y a los afroamericanos que no estaban en combate, que se incorporaran a la fuerza laboral, en otras palabras que se hicieran uno/a con la maquina capitalista de producción bélica que debía funcionar sin pausa, por semanas y meses, para agotar a los Poderes Centrales, en especial a la Alemania Nazi. Al regresar de la guerra los jóvenes ex-soldados quisieron desplazar a la mujer del sitio laboral pero se encontraron con cierta resistencia que luego desembocó en los movimientos feministas y de contracultura de los años 60’s.

Por lo pronto, veremos una intensificación del régimen de trabajo virtual o trabajo desde casa poniendo mas presión sobre el tiempo y el aguante del individuo que no solo es explotador sino explotado que además tiene tareas de administración y cuidado de hijos u otros parientes. Trabajos que se pueden hacer en casa revelarán lo superfluo de muchas reuniones, y otras labores que llenan el día de un empleado. Esto sería positivo en tanto las organizaciones puedan identificar el exceso pero también podría servir como antecedente de mayor capacidad para producir precedido de una mayor capacidad para explotar. Es decir, las expectativas van a cambiar, y lo que hasta ahora no se imaginaba posible podrá ser la norma en un futuro no muy distante.

Otra consecuencia de esta crisis global es menos cínica y tal vez positiva: la conciencia colectiva de la capacidad estatal de desembolsar paquetes de estimulo económico que en el futuro se pueden usar como precedente y legitimación de demandas democráticas de una multitud que pida acción mas directa a problemas de vieja data: calentamiento global, crisis migratorias (En Estados Unidos, México, Europa, Asia del sur, etc.), el salario básico universal, y demás. En realidad, mientras escribo estas líneas varias tendencias políticas progresivas en Estados Unidos ya han llamado a “aprovechar” esta oportunidad para adelantar estas causas que hasta hace pocos años eran desconocidas y “radicales.”

Mientras escribo también siento el efecto de la ciudad en cuarentena. En la calle vecina menos trafico, el sol hace que las cosas brillen con intensidad pero pocos cuerpos parecen aprovecharlo. El único movimiento que percibo a reojo mientras tecleo es el gato del vecino que pasa lentamente de un lugar a otro: se sienta a tomar sol, se levanta, vuelve a reposar como si nada extraordinario sucediera.

Y pensar que ahora estoy sano, entero, pero mañana podré estar enfermo. Solo hace falta una persona para contagiarse, no es necesario mucho mas: hartarse de estar encerrado, salir a por un café y tomar una bocanada de aire. Solo que este aire puede ser portador del virus. En realidad no hace falta mucho mas: solo la concreción de un enlace, incluso si es débil, y caes enfermo.

Pensar también que mientras lees estas líneas miles se están contagiando y otros miles de viejos (y varios jóvenes) se están muriendo, sin nunca haber anticipado que acabarían sus vidas debido al fenómeno social del 2020, el coronavirus! ¿Quien pensó que acabaría como victima de un virus impredecible (pero prevenible) que migró del animal al hombre y desde un remoto mercado en una remota ciudad viajó hasta llegar a su cuerpo?  

En cierto modo el Covid-19 es una cuenta de pago que nos impone la red de la vida sin previo aviso. La paradoja es que el depredador más voraz y más ingenioso que jamás existió se ve perplejo ante una crisis ecológica, social, económica de su propia invención.

El peso de la historia en La Vorágine como “documento de denuncia” (Primera Parte)

To fly is to trace a line, lines, a whole cartography. One only discovers worlds through a long broken flight. [1] Gilles Deleuze.

Este ensayo esta delineado bajo dos partes que tratan –aunque inevitablemente se deslindan un poco de sí mismas- de elaborar una explicación histórica aunque también política y estética de los eventos que causaron que José Eustacio Rivera escribiera una novela o documento de denuncia en la manera en que esta se escribió. La primera parte estudia las características propias del narrador-poeta Arturo Cova como figura de capital importancia dentro de la novela. En esta quisiera avanzar contra la corriente crítica que tiende a relegar la literatura previa al boom de los años 1960’s como literatura costumbrista, o intentos apartados y regionalistas que han fallado en construir una identidad que abarque algo más que regiones o identidades locales dentro de las naciones Latinoamericanas. Con este fin hago uso de los juicios valorativos de miembros del boom como Carlos Fuentes y Julio Cortázar para proponer una contra-crítica y tratar de entender y apreciar mejor la herencia de la literatura de la primera mitad del siglo XX. Para esto uso la subjetividad alterada de Cova y propongo que su discurrir no difiere mucho del que escucharíamos de los personajes que se presentarían después en las narrativas más emblemáticas del mismo boom

La segunda parte se centra en un estudio más histórico-político que trata de ubicar a Rivera como escritor con una agencia bien definida pero inmerso en un contexto económico-político bastante singular y por consiguiente restringido. Esta sección conduce hacia una crítica del texto más enfocada en las observaciones que hemos esbozado acerca de la subjetividad de Cova. Es aquí, donde las partes previas confluyen para arriesgar una tesis -que incorpora factores de la economía política y la diplomacia del periodo- que apunta hacia una posible explicación acerca de los interrogantes que se habían levantado anteriormente. Es decir, ¿Porque La Vorágine adquirió la forma que tiene a pesar de haber sido diseñada como documento de denuncia? O ¿Cuáles con las razones que influyeron al autor de Tierra de Promisión para usar a una pareja burguesa capitalina como vehículo de exploración que conduce tanto al descubrimiento propio y personal como al desenmascarar una estructura de explotación con orígenes que trascienden los limites nacionales?

La Vorágine fue escrita en el periodo inmediatamente posterior al boom económico de los años 10’s y 20’s en Latinoamérica. Como sabemos, Rivera era abogado y funcionario del gobierno durante la expedición limítrofe que se encargaba de precisar las fronteras entre Colombia y Venezuela. Tanto los limites porosos e indefinidos de estos países como las leyendas acerca de operaciones monstruosas que extraían caucho mediante la tortura de los trabajadores poblaban el imaginario burgués de las capitales involucradas. La crítica tiende a estudiar La Vorágine como ficción regionalista en conjunción con otras obras de la época tales como los cuentos de Horacio Quiroga quien también supo trasladar el sentido de maravilla y lo sublime de las formaciones naturales de Suramérica en sus textos; Don Segundo Sombra de Ricardo Guiraldes donde el lenguaje modernista se usa como vehículo de documentación; o el clásico de Rómulo Gallegos, Doña Bárbara, obra que también supo evocar la poética de la geografía nacional pero que además la organizo como simbología teleológica comparando paisajes selváticos como espacios de barbarismo y cultivos o plantaciones como espacios de progreso bajo el signo de una ideología desarrollista.[2]

Pero estas expresiones literarias, como arguye Carlos Alonso en su The Spanish American Regional Novel: Modernity and Autochthony han caído en una suerte de desatención por parte de la crítica pues no encajan entre el vanguardismo en la poesía y la nueva novela (boom) Latinoamericana. La razón principal seria porque el nominativo “regionalista” o “la novela de la tierra” han implicado atención a temas regionales y rechazo de las formas literarias Europeas. Durante el boom, estas ficciones fueron devaluadas drásticamente por los escritores asociados con este movimiento literario a tal punto que figuras como Carlos Fuentes y Julio Cortázar no dudaban en rechazar la validez de estas obras como pieza constitutiva de la tradición literaria del continente. Los comentarios de Cortázar son ejemplares: “[el boom] es la muestra de un continente que finalmente encuentra su voz propia” o “¿Que es el boom sino el logro más extraordinario del pueblo latinoamericano en la búsqueda de su identidad y su conciencia?”[3] Alonso intenta revalidar esta corriente estética y formula puntos de tensión en los que el saldo que los escritores del boom o pre-boom tienen con las poéticas telúricas es evidenciado y se configura a veces como puntos de apoyo sobre los cuales varios escritores de la América hispanohablante levantaron sus proyectos creativos.[4]  Mi intención en este ensayo es resaltar algunos aspectos por los cuales obras pertenecientes a este periodo (en particular La Vorágine) deben ser reconsideradas y reevaluadas siguiendo en parte el llamado que formula Alonso y entendiendo algunas características de esta novela como rasgos que prefiguran un registro de lo que se llamaría “narrativa moderna.” Esto, claro está, sosteniendo la imagen de un presente tortuoso siempre presta y atenta en la conciencia mientras se realiza el análisis de la novela; es decir repensando los temas de la narrativa de Rivera dialécticamente entre un pasado muy presente y un presente que no se achica frente al pasado.               

Recordemos que el punto de entrada de La Vorágine es mediado por el escritor y poeta, Arturo Cova, narrador en primera persona (a veces un narrador algo inestable) quien nos adentra y nos guía hacia la vida cotidiana de los llanos orientales colombianos y posteriormente a la selva amazónica del sur occidente del país. Arturo Cova y su novia o compañera Alicia huyen de la ciudad debido a problemas emocionales poco claros en su relación y las consecuencias que enfrentarían si permanecen en Bogotá. Éstos se internan en los llanos de manera un tanto descabellada, una huida que presagia el fatídico resultado del resto de la narración. Luego de algunos días de viaje se adentran al Casanare y se hospedan en la casa de los lugareños Griselda y Fidel Franco. Allí, se inician en su nueva vida llanera: se introducen personajes típicos del campo como el administrador Barrera, quien desde un principio levanta sospechas en nuestro poeta-narrador Cova. Se genera también una tensión debido a las insinuaciones eróticas por parte de Cova hacia Griselda, la esposa de su anfitrión, entre él y Fidel Franco. Más adelante debido a las violentas borracheras de Cova, su inestabilidad emocional y las propuestas de un mejor futuro vendiendo comida en el campamento cauchero (esgrimidas con elegancia por el galán Barrera), Alicia decide marcharse con Griselda en secreto y aventurarse hacia la selva del Putumayo. Naturalmente el resto de la novela se desarrolla como el viaje peripatético de Cova y Franco en búsqueda de sus mujeres y en el caso de Cova de su hijo, pues Alicia había quedado embarazada recientemente antes de partir. 

Arturo Cova absorto en sí mismo como personaje moderno

Mientras que la primera parte de la novela se enfoca en la estadía y el melodrama de esta problemática pareja de citadinos mal adaptados al llano, podríamos decir que la segunda y la tercera se dibujan como plano vertical que desemboca en el vacío del abismo, en las palabras de Cova “a la vorágine de la nada.” Es decir, las partes restantes de la novela constituyen una especia de caída del hombre en todo el sentido de la expresión: la civilización occidental deviene en barbarie esclavista y extractiva, los hombres (a nivel del sujeto) degeneran en bestias de trabajo, los exploradores, Cova y Franco se pierden en la “inmensidad de la cárcel verde”[5] y la selva los debilita agonizantemente hasta el límite de su consciencia. Al contrario de Doña Bárbara novela con la cual se compara regularmente, en La Vorágine no hay un valor de redención pues la naturaleza y el hombre se destruyen mutuamente. No hay armonía en esta relación como la hay en la novela venezolana donde la ideología de un telos trascendente impregna la simbología del relato. En La Vorágine mientras el hombre roba el látex de los arboles la selva le roba de su energía vital y lo desfigura lentamente.

Dentro de esta odisea tropical, Rivera nos presenta a través de Cova, una variedad de personajes que deambulan por estas áreas perdidas y quienes están relacionados de alguna manera con las actividad caucheras de la región. Por ejemplo, encontramos al rumbero don Clemente Silva; también al guía e intérprete Pipa, a la comerciante turca, Zoraida Ayram, y a otros que poco a poco enhebrarán cada hilo narrativo dentro de la trama general de la novela, como ramas que se entrelazan formando el follaje del bosque amazónico. La multiplicidad de caracteres que pueblan la jungla es a su vez, reflejada en una multiplicidad de voces considerable. Una vez inmerso en la selva el discurso (speech) de Cova se fusiona con otras voces que poco a poco se han adentrado en la narrativa.[6] Esta condición indica una suerte de cubismo literario que indica rasgos muy claros de una modernidad presente o al menos surgente en su técnica narrativa.

En un sentido Cova es el héroe propio del romanticismo tardío latinoamericano; en busca del amor ideal que no pudo experimentar. Pero si nos detenemos y estudiamos la trama desde otro ángulo, Cova está muy consciente de su condición solitaria y la dificultad de recobrar el objeto de su melancolía. Es decir es un protagonista muy “moderno” quien lidia constantemente con los tropos más típicos de la literatura modernista emergente. Podríamos agregar que Cova se torna en “héroe” al terminar con la vida de Barrera y uniéndose a Alicia. Pero ésta no constituye una unión espiritual o ideal sino solo un momento fugaz de alegría que precede la continuación de una nueva errancia ahora incluso más angustiosa pues Cova tiene bajo su responsabilidad a su mujer y a su hijo prematuro. Una y otra vez, especialmente desde la segunda parte en adelante, se nos muestra a un Cova absorto en sí mismo y meditativo o turbado y agresivo hacia los demás. En otras palabras, Rivera nos dibuja el perfil de Cova como sujeto típico del modernismo donde rasgos psicológicos confluyen y se convierten en lenguaje alterado a la manera de un stream of consciousness; y factores tan objetivos como los hechos, el tiempo o el espacio se diluyen en la percepción alterada del narrador-poeta.  

Mi sensibilidad nerviosa ha pasado por grandes crisis en que la razón trata de divorciarse del cerebro…mi mal de pensar que ha sido crónico, logra debilitarse de continuo, pues ni durante el sueño quedo libre… en el fondo de mi ánimo acontece lo que en las bahías: las mareas suben y bajan con intermitencia.[7]

Si nos alejamos del contexto y leemos las palabras como tales en una especie de vacío sin ninguna asociación al tema, éstas podrían adjudicarse fácilmente a otros protagonistas de la “nueva novela.” Es decir, las angustias del mismo Cova pueden ser leídas como si salieran de los mismos personajes creados por Carlos Fuentes, Vargas Llosa, o el mismo Julio Cortázar: los autores que décadas después en algún momento imprudente rechazaban todo lo que los precedía y así se coronaban como “el logro más extraordinario del pueblo latinoamericano en la búsqueda de su identidad y su conciencia.”[8] Serviría clarificar que los rasgos de Cova que reflejan un cierto nerviosismo crónico hacen parte de su personalidad como tal y no representan un desmerito para Rivera o su narrativa. Las recurrentes indulgencias de Cova en fantasías desproporcionadas solo revelan una arista más de los recodos que fascinaban a la narrativa modernista en su exploración psicológica del sujeto moderno. Recordemos pasajes como el de la última parte que nos cuenta el encuentro de Cova con su antiguo amigo Ramiro Estévanez donde el ego del poeta-narrador parece crecerse con una inmodestia que roza la arrogancia. Cuando Cova le obliga a Estévanez a preguntarle que lo ha traído a tan inhóspitos parajes, este responde sin dudarlo y con insolencia premeditada: “Me robé a una mujer y me la robaron. ¡Vengo a matar al que la tenga!”[9]

Estos excesos solo nos recuerdan que Rivera resueltamente decidió componer un documento de denuncia múltiple además de exponer las vicisitudes que resquiebran la subjetividad moderna como ya se ha argumentado. Digo denuncia múltiple pues La Vorágine se ha leído como una obra denuncia que no solo narra la historia fatídica de la pareja criolla sino que expone los horrores causados por un capitalismo extractivo salvaje, ajeno a cualquier tipo de regulación en conjunción con el letargoso aparato burocrático central.[10] Desde antes de su publicación, Rivera militó en actitud de reclamo e indignación sobre los abusos que se habían estado reportando desde 1907 como lo recuerda Hilda Soledad Pachón Vargas en su Los intelectuales colombianos en los años veinte: El caso de José Eustasio Rivera. Ese sería entonces el primer caso de denuncia; pero debemos recordar el contexto literario y cultural bogotano para posicionarnos dentro de la constelación de ideas que pudieron cristalizarse en preocupaciones e inquietudes propias del autor huilense. Como reacción a las corrientes poéticas modernistas que dominaban la producción literaria de la capital alrededor de las fechas que marcaban el aniversario de la independencia del país, una nueva vanguardia irrumpía en el paisaje cultural burgués de la ciudad y expresaba inconformidad con las normas estéticas predominantes. “Los nuevos” como se autodenominaron representaban un vanguardismo e irreverencia en momentos que se respiraba un ambiente academicista y nacionalista debido al aniversario de independencia. Integrados bajo el influjo de José Enrique Rodó, con su obra Ariel, combatieron la política exterior de Teodoro Roosevelt, y promovieron la unidad latinoamericana. A algunos de sus miembros los animaba el socialismo, a otros los entusiasmaba el anarquismo, aunque en el fondo todos avalaban las ideas liberales. Así, conformaron un grupo que gustaba de mostrarse irreverente contra la llamada “Generación del centenario” y vivía en una atmósfera ligeramente bohemia.[11] Ante la irrupción de tales vanguardias iconoclastas, podríamos decir que Rivera ciertamente responde localizando en su protagonista -el narrador-poeta Arturo Cova- al típico “novista” que expresaba en su poética una falta de interés en el patrimonio cultural nacional y pregonaba por las calles y los cafés de la capital una atracción por la audacia verbal y la agilidad de expresión. Tal vez a su manera, Rivera extrae una especie de venganza al crear un personaje trágico inspirado en estos jóvenes e imprudentes poetas quienes han cultivado una arrogancia capitalina y una falta de mesura deplorable. Esta sería entonces la segunda parte de su denuncia: el emitir una advertencia a los nuevos poetas que se rebelan contra las instituciones literarias y estéticas presentes. Releyendo los soliloquios de Cova es difícil no imaginar que Rivera se basara en las muchas conversaciones afectadas por el esteticismo de “Los nuevos” que tal vez debió escuchar mientras cursaba sus estudios de derecho en la Universidad Nacional.           

Regresando al texto me gustaría estudiar otro pasaje nos revela aún más el carácter alienado e introvertido de Cova. En el trance de sus episodios febriles, Cova se pregunta irónicamente, “¿Cual es aquí la poesía de los retiros, donde están las mariposas que parecen flores translucidas, los pajaros mágicos, el arroyo cantar? ¡Pobre fantasía de los poetas que solo conocen las soledades domesticas!”[12] El discurso indica que en realidad él conoce las soledades verdaderas; las que atormentan cuando se está separado de su amada o perdido en sí mismo o lejos de la comunión con el prójimo. Incluso cuando está junto a Alicia, Cova recae en su discurrir existencial: “¿Qué merito tiene el cuerpo que a tan caro precio adquiriste? Porque el alma de Alicia no te ha pertenecido nunca… te hallas, espiritualmente, tan lejos de ella como de constelación taciturna que ya se inclina sobre el horizonte.”[13] El discurrir de Cova perdido en la selva no parece muy lejano al quejido que emitirían los protagonistas de la nueva narrativa hispanoamericana. Pudiera ser ciertamente el monologo de Cova pero también de un Artemio Cruz o un Aureliano Buendía, solo e incapaz de experimentar afecto.       

Haciendo uso del relato en primera persona de Cova alternado con el uso frecuente de largos párrafos articulados como discurso indirecto libre, Rivera presenta una serie de aventuras y anécdotas que se relacionan con los extremos a los que tiende a caracterizar la industrial cauchera en la región. Los personajes también se van encargando poco a poco de delinear los maltratos y las heridas que el comercio del caucho ha dejado en sus vidas. Se nos narran episodios de violencia horrífica que usualmente involucran a los capataces y administradores de las plantaciones perpetrando torturas indescriptibles contra los trabajadores del caucho quienes en su mayoría son habitantes originales del área o indígenas raptados de sus comunidades.

Lo que este breve repaso nos indica entonces es que en La Vorágine ya se despuntan rasgos de eso que Fuentes llamaba “la nueva novela Hispanoamericana.” Es decir acá figura claramente el protagonista como carácter alienado por la cultura del capitalismo monopolístico y por su propia consciencia existencial. Además de retratar sus personajes como subjetividades complejas e impredecibles, Rivera utiliza técnicas que no son ni provinciales ni poco sofisticadas: a través del texto se encuentran yuxtaposiciones de personajes, de lenguajes bellos con aspectos grotescos que evocan por ejemplo pasajes de El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, además de las recurrentes digresiones de Cova poblabas por lucubraciones liricas que se intercalan con el discurso y el habla propia de los llaneros, los habitantes de la selva y los comerciantes de caucho. Estas estrategias narrativas construyen una suerte de plano polifónico donde el texto parece cambiar de dimensión o de modalidad cada vez que una intervención modifica la plasticidad del lenguaje y enriquece el entramado narrativo. Ante estas complejidades, y las técnicas experimentadas por otros escritores contemporáneos de Rivera, las anotaciones mencionadas de ciertos miembros del boom parecen cada vez más desafortunadas.      

También debemos recordar que el vocabulario específico de la novela resalta su modalidad discursiva de especialización y le terminología inmanente. La Vorágine repite un gesto observado en novelas del modernismo: la creación de un espacio de lenguaje autosuficiente que refleja la especialización del autor por un tema definido y su característica como documento de denuncia. Es tal vez la intención predominante de Rivera de crear esta suerte de denuncia la que lo obligó a dedicar considerables energías en la tarea de recrear la selva y que llevó también a escritores y críticos a formular sentencias poco favorables como la de Carlos Fuentes acerca de literatura y naturaleza.

En la tercera y última parte de la novela se nos narra la llegada de Cova al campamento, su venganza contra Barrera y su encuentro con Alicia y su hijo recién nacido. También es allí donde se nos revela en un gesto meta-literario (que parece querer cobrar distancia del autor) que Cova ha estado documentando su odisea amazónica en un “libro de caja” durante todo el trayecto. Pero aquí no termina la novela, porque poco se sabe de lo que “realmente” ocurre con Cova y su familia. Lo que sobrevive es el diario que se ha escrito en el libro de caja que es en realidad el libro que sostenemos en nuestras manos. El libro es así mismo el diario pero adornado por dos para-textos que enmarcan y ofrecen un distanciamiento del manuscrito mismo. El prólogo y epilogo que demarcan el diario de Cova son firmados y atribuidos al propio José E. Rivera por el mismo y dirigidos al cónsul de Colombia en Manaos, Brasil agregando que nadie ha podido dar con el paradero de los perdidos y concluyendo con algo de frialdad: “¡Los devoró la selva!” Podríamos agregar que La Vorágine es mucho más que  una novela de la tierra. Tal vez constituye un enlace de importancia capital en el devenir del corpus literario de Colombia y de la región pues las semillas de propuestas tan diversas como Cien años de soledad o Los Pasos Perdidos se pueden localizar entre las experiencias de Cova y la perspicacia de Rivera para narrar y traducir la experiencia vivida al texto.  


[1] Gilles Deleuze, Dialogues (New York, NY: Columbia University Press, 1987), 36.

[2] Gerald Martin, Journeys Through the Labyrinth (London: Verso, 1989), 49. En este sentido sería interesante pensar periodos de la tradición literaria suramericana o latinoamericana como intentos por estudiar el paisaje sublime o lo sublime latinoamericano. A mi saber no existe aún una recopilación que analice tales tropos desde la perspectiva fenomenológica propuesta por Emmanuel Kant y Edmund Burke. Para un análisis pictórico de lo sublime dentro de la plástica norteamericana del siglo XIX ver American Sublime: Landscape Painting in the United States 1820-1880. Para una ilustración desde teorías culturales y arquitectónicas de las construcciones paradigmáticas norteamericanas como represas, rascacielos, las líneas del ferrocarril o las ciudades electrificadas de principios de siglo ver el excelente estudio de David Nye American Technological Sublime.

[3] Idelber Avelar, The Untimely Present Postdictatorial Latin American Fiction and the Task of Mourning. (Durham, NC: Duke University Press, 1999), 35.

[4] Carlos J. Alonso, The Spanish American Regional Novel: Modernity and Autochthony. (Cambridge: Cambridge UP, 1990), 41.

[5] José E. Rivera, La Vorágine. (México D.F.: Editorial Porrúa, 2004), 79.

[6] Recordemos el análisis que estudiamos hace algunas semanas donde la crítica Sylvia Molloy argumentaba una suerte de contaminación narrativa al reflexionar sobre la mutación que sufre el estado de ánimo y la conciencia de Cova como refracción dentro del orden de lo lingüístico. Sylvia Molloy “Contagio Narrativo y Gesticulacion Retorica en La Voragine” Yale University Press: Revista Iberoamericana 53.141 (1987): 745-766.

[7] Rivera, La Vorágine, 39.

[8] Avelar, The Untimely Present, 35.

[9] Rivera, La Voragine, 177.

[10] En este sentido La Vorágine constituye un ejemplo de literatura denuncia como lo fue alrededor de la misma época el best-seller The Jungle (1906) de Upton Sinclair donde el autor norteamericano revela las condiciones deplorables de la actividad carnicera y su empacamiento industrial. La lectura de La Vorágine como documento de denuncia ha sido propuesta por el crítico Carlos Alonso en su The Spanish American Regional Novel: Modernity and Autochthony. Entender La Vorágine como documento de denuncia creo yo constituye un gesto dialectico en sí mismo: al leer la narrativa como ataque a las autoridades nacionales se potencializa la capacidad transformadora social de la literatura (recordemos que las narrativas antiesclavistas de mitad del siglo XIX como por ejemplo Uncle Tom’s Cabin de Harriet Beecher Stowe tuvieron un impacto tan profundo en las clases letradas antiesclavistas de Nueva Inglaterra y Londres como para poner suficiente presión pública sobre las instituciones y declarar la prohibición de la esclavitud en los territorios de la corona -hasta el presidente Abraham Lincoln al conocer a la autora H.B. Stowe le pregunto con simpatía “So this is the little lady who started this great war”? Así mismo el entender la literatura como herramienta de denuncia y cambio social puede correr el riesgo de prestar demasiada atención a los eventos sociales y políticos relevantes. Conllevando a descuidar la búsqueda y perfeccionamiento de la estética y un espacio de discusión propicio sobre temas más abstractos de corte filosófico o teológico.          

[11] Antonio Gómez Restrepo, Historia de la Literatura Colombiana. (Bogotá: Ministerio de Educación Nacional, 1956), 38.

[12] Rivera, La Vorágine, 149.

[13] Rivera, La Vorágine, 8.

Capital Fictions -The Literature of Latin America’s Export Age (Estados Unidos, No. 9 Teoría)

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La portada del estudio Ficciones Capitales de Ericka Beckman dice mucho. Esta consiste en un mapa de lo que habitualmente llamamos Latinoamérica poblado no por ciudades ni formaciones geológicas sino por las mercancías que cada país representa en el imaginario economista norteamericano: cada país alberga materias primas caricaturizadas, algo familiares e inofensivas, que definen su rol dentro de un sistema de mercado global. En el estudio hay que notar varias cosas. La primera, como Beckman muy bien lo recuerda, es la reducción de cada territorio a productos primarios apetecidos por el norte industrializado, granos, minerales, frutas, vegetales, maderas, producción de carne, de frutos de mar, de petróleo, de estimulantes como el café y el tabaco, etc. De alguna manera, todos los componentes del mapa nos dicen más sobre el arquitecto que diseñó este plano que sobre lo que propone representar. En este sentido el continente esta imaginado como una colección de materias primarias listas y expectantes al arribo de la maquinaria procesadora que va a convertirlas en zapatos italianos, sombreros de copa y energía para las demandas militaristas del norte. Es decir, la vida en el sentido amplio del continente ha sido plasmada en un plano a seguir y solo espera la pacifica extracción y procesamiento para su transformación. La segunda inquietud aquí es que nunca se cuestiona la premisa consumista y la fetichizacion de la mercancía del capitalista ismo, en específico en capitalismo de monopolio y las teorías desarrollistas que acompañaban estos modelos.

El tratado de Beckman se preocupa en investigar como las elites letradas de los países figurados en el mapa construyeron edificios epistemológicos que sostenían la presuposición y la favorabilidad de la explotación de recursos naturales, y en consiguiente la incorporación al mercado global como la única oportunidad para salir de la pobreza crónica y el caos político predominante que se asentó en las primeras décadas pos independentistas. Beckman desmantela la poética que sostenía los sueños de exportación, “export reverie,” las fantasías literarias propuestas por la clase letrada de la región (el conocido eje de poder donde los hombres de estado también son poetas, escritores, cronistas y juristas), el sistema exportador como el modelo adecuado para modernizar las economías nacionales y el deseable para todas las partes involucradas, siguiendo el principio de la “ventaja comparativa” del sistema Ricardeano. Beckman propone un estudio de las expresiones poéticas (novelas, poemas, avisos publicitarios, papel moneda) de la región que constituyen ejemplos de un paradigma económico y estético que dominó la región durante alrededor de 6 décadas, aproximadamente: 1870’s-1930’s.

Algo que valorar en el estudio es la producción de ficción que emerge en dos campos que generalmente no tienden a asociarse en estudios comparados: la literatura o la “alta cultura” con los procesos económicos y las narrativas que los sostienen. De alguna manera el estudio ha logrado desnudar los aparatos menos esperados que trabajan para sostener una suspensión de la incredulidad. Beckman nos muestra como en los dos campos operó esta noción a la hora de normalizar proyectos que se presentaban como deseables y como la literatura y las herramientas que el discurso literario ofrece (imágenes, metáforas, leitmotifs) han sido usadas para complementar las abstracciones económicas que determinan el devenir económico y político de toda una nación. Beckman nos recuerda que los funcionamientos básicos del capital descansan en la capacidad de suspender el sentido crítico de la razón, e ignorar incoherencias o incompatibilidades. Lo mismo se puede argumentar sobre el acto de abrir una novela o leer un poema. Naturalmente Beckman se apoya en Marx y en las lecturas historicistas de economistas como Karl Polanyi, quien nos recuerda hasta qué punto el capitalismo da por sentadas las bases ontológicas de la labor, la tierra y el dinero en tanto entidades mentales creadas meramente para el uso del mercado, en lo que este denominó “mercancías ficticias.” ¿No es esto acaso lo que propone el mapa que adorna la cubierta, al mostrar el continente americano como una colección gigante de materias primas a la espera del mercado y sus demandas y requerimientos? Hasta aquí, todo bien. Beckman se apoya en críticas que le ayudan a entender mejor cómo funcionaba el imaginario criollo en tanto clase burguesa que traía desarrollo y modernidad. Lo que no cuadra sin embargo en su aparato teórico es la mención su uso de los análisis de discurso diseñados por Michel Foucault y sus seguidores. No encontramos ninguna obra del cartógrafo del poder en la bibliografía, así como su mención parece solo un gesto al paso en su introducción. Herramientas útiles como las tecnologías de gobierno, la producción de cuerpos dóciles o de formaciones discursivas hubieran permitido un análisis más profundo aunque también implican la resolución o la justificación de posiciones teóricas problemáticas en relación con los pensadores mencionados anteriormente.

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Beckman organiza su estudio de acuerdo a los patrones que organizan el movimiento del capital a través del tiempo: en periodos de auges y caídas -“boom and busts.” Así, logra analizar documentos donde la ilusión de las clases letradas y su ansiedad se refleja en expresiones liricas en la víspera del arribo de la tan anhelada Modernidad al continente. Durante el auge, Beckman estudia textos como la novela argentina La Bolsa y los ejercicios ecfraticos de poetas petit-bourgeois quienes dependían de la moneda local para sostener su negocio ya sea de importación de productos de lujo o carácter extractivo: Beckman subraya las corrientes estéticas que permeaban la lírica de poetas y ensayistas como José Asunción Silva o José Enrique Rodo en relación con su producción de avisos y publicidad con el fin de mantener a flote sus negocios. En su tratamiento de Silva, Beckman procura trazar la cartografía psicológica y económica de un sujeto al borde de la debacle estética y financiera: Silva, y su protagonista en De sobremesa, José Fernández, constituyen locales privilegiados para Beckman a la hora de delinear las similitudes en torno a la producción, el consumo y la recesión o la muerte: en el caso del Banco Nacional de Colombia de 1880, un suicidio económico; en el caso del poeta, un suicidio real. Los macabros relieves develan la relación entre las finanzas y la poesía, entre sueños de modernización, crear una nación viril, la figura del hombre rural, en contraste con los hábitos de una burguesía, insolvente y emasculada, el sujeto híper-esteta de Silva (Fernández) alienado entre los excesos del lujo y las fantasías de una autovaloración de líder modernizador y mesiánico. En otras palabras Beckman estudia las íntimas obsesiones de la creación literaria: “sujeto-nación.”

Si Beckman habla de “export reveries,” fantasías de exportación, es apenas natural buscar un contrapeso para fijar su terminología. Este, “export real” aparece en su capítulo sobre la explotación en la selva colombiana peruana, específicamente en el análisis del capitalismo de márgenes en La vorágine. Las fantasías de la exportación encuentran su contraparte en el concepto de lo real de la exportación: es decir el sitio geográfico donde se producen las materias del sector primario que aseguran los márgenes de ganancia de la burguesía y la clase letrada latinoamericana: las caucheras, las minas, los campos de petróleo, los valles de cultivo, etc… Es decir, “lo real” de la exportación está constituido por la suma total de los locales y las experiencias de explotación a que son sujetos los obreros y la naturaleza. En La vorágine, la intención denunciatoria de José E. Rivera se estudia a través de objetos que marcan el imaginario occidental sobre la amazonia y el capital. Para no ir más lejos, recordemos la Casa de la Opera de Manaos; sitio privilegiado de la modernidad y la civilización basado en la explotación inhumana de los aborígenes, o las anécdotas más fantásticas acerca de los excesos de los patrones: enviar su ropa para ser lavada en Liverpool, intercambiar caucho por botellas de champaña, o el sueño de importar a Caruso para inaugurar el Teatro Amazonas en 1897. Términos como “export reveries” o “export real” funcionan como conceptos claves a la hora de elaborar una genealogía de la literatura de la minería en Latinoamérica o en Sur América. Si los cuentos y las novelas proletariadas que hemos estudiado en este espacio se pueden aglomerar como la expresión de lo que Beckman llama “export real,” haría falta una evaluación y estudio en el caso Boliviano, Peruano y Chileno de las “export reveries” en tanto discurso dominante de las elites criollas. En este sentido debemos entender novelas mineras como productos que -junto con su mercancía respectiva en bruto- responden a lo que Beckman define por “export real: la entidad que el sujeto criollo no sabía que sabía, [una que] sin embargo había estado siempre allí.” El concepto de “export real” sirve para entender mejor un mundo social creado a consecuencia de los modelos de desarrollo agroexportador.

Beckman produce un estudio salvable por su asociación original, por la propuesta de terminología sencilla pero útil (“capital fictions,” “export reverie,” “export real”), por sus fuentes un tanto eclécticas y su disposición a la anécdota y lo inevitablemente real maravilloso. Sin embargo, sus lecturas parecen un tanto unidimensionales si consideramos la riqueza de herramientas teóricas que se han ignorado. Suponemos que la intención de la autora sería preparar un estudio más accesible al público no-académico; si este es el caso, aunque en ninguna parte esta aclarado, concluimos con un tratado ameno y entretenido a cambio de una investigación más profunda en términos teóricos y críticos. De cualquier forma, las relaciones discursivas estudiadas por Beckman son bienvenidas en la medida que arrojan luz sobre textos un tanto olvidados; textos cuya relevancia se mantiene vigente y aun mas hoy, cuando las economías de la región tienden a alinearse hacia los criterios neo-extractivistas y neocolonialistas del orden económico global: textos que parecen desafiar su caducidad, como argumenta Juan Gustavo Cobo Borda: “Substituya cocaína por caucho, y La vorágine continua existiendo como una pesadilla recurrente de la historia.”

 

El zorro de la extracción (Perú, No. 8 Especifica)

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Me fui a Puno… una noche, en ese silencio del altiplano que te permite oír la voz de las moléculas de las yerbas y de los planetas y, más, tu palpitación, no la del corazón, no; la de la vida entera y a través de ella del laberinto humano.

¿Que escribir sobre un texto que sostenemos en nuestras manos como una condena a muerte, o como un papel que vio tan de cerca los últimos momentos de lucidez de un gran escritor hilvanando meditaciones sobre la muerte? Es difícil, encontrar un punto de partida para comentar el texto de José María Arguedas El zorro de arriba y el zorro de abajo que no caiga en academicismo o una serie de lugares comunes por la excitación del momento. Por mi parte, solo trataré de recordar un par de motivos que resurgen en el texto, la forma, el lenguaje y la extracción como actividad económica y también literaria.

1. El zorro de arriba y el zorro de abajo es un libro extraño hecho a retazos e inconcluso. Empecemos por comentar acerca de una forma irregular, asimétrica que inserta una serie de paratextos mordaces. Que ha de hacer el lector o el crítico con una sucesión de fragmentos que parecen provenir del infierno, cartas enviadas desde el Hades. Estos, de alguna manera nos acercan al texto, nos explican las tribulaciones psicológicas por las que atraviesa el autor y justifican la imperfección del relato central. El diario que se intercala en las páginas de la novela también sirve como espacio un poco más libre para estudiar y crear la literatura en la víspera del suicidio, sirve para entender y entenderse mejor como sujeto al borde del abismo. Pero también sirven para alargar la auto condena a muerte que Arguedas había firmado con si mismo cuando nota que puede continuar su escritura. Es decir, este paratexto irregular aparece como ejercicio para diferir la llegada a una hora cero. Muy al estilo de la narradora de las mil y una noches, Arguedas parece alargar su propio tiempo disponible como autor para disponer entonces de la vida de su narrador y de sus personajes. Pero estas señales y estos símbolos que podemos recoger en estos paratextos conforman otra capa que recubre y complementa el nivel primario textual. Es decir, una capa consciente de sí misma que no se esconde tras alguna ficción, sino que preforma una suerte de auto reflexividad sobre el autor, el narrador y la narrativa en proceso de ser escrita. Esta auto-conciencia se condensa a tal punto que en el primer apartado los zorros parecen salirse del texto para reconocer explícitamente al escritor y al lector como si la famosa cuarta barrera fuera quebrada apenas por un instante, (62).

El zorro de arriba y el zorro de abajo es tal vez la novela más difícil de entender dentro de los modelos clasificatorios que ha propuesto la crítica moderna. La novela no cuadraría bien dentro de lo que llamamos realismo mágico, ni realismo social, ni mucho menos vanguardismo. Es obvio que podríamos llamarla novela indigenista (aunque varios críticos han arriesgado la proposición que coloca a Arguedas como maestro del género y a la vez escritor que lo supeditó y lo supero en el ejercicio de su narrativa). Aceptaría su colocación como novela indigenista además de ser eminentemente triste e iconoclasta. Digo iconoclasta porque parece atacar desde ángulos no frontales la concepción imaginaria y conceptual de los parámetros formales de la novela, al mismo tiempo que pretende dilapidar una falsa ilusión que invadía los análisis más sofisticados de la época y los organizaba en dos bandos: los más optimistas se acobijaban bajo las novedades de la vanguardia (Cortázar, Puig… digamos, los “Joyceanos”); los más audaces bajo premisas hiperbólicas acerca de la “máxima expresión de un pueblo”: el realismo mágico (García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa). Arguedas en El zorro de arriba y el zorro de abajo no pretende abrir una nueva categoría estética ni aportar a los debates acerca de la identidad latinoamericana directamente; más bien, parece preocuparse por tratar de entender el “problema del indio” desde otras perspectivas, desde tal vez la perspectiva más ignorada y a la vez la más propicia, la del indígena mismo, o a lo menos, la del sujeto bicultural. De alguna manera en el narrador y en el devenir miserable de algunos de los personajes podemos encontrar al autor mismo como una condensación de las tres figuras en un viaje geográfico, temporal y espiritual que morfan en olas sucesivas de explotación y experiencia. Recordemos el discurso de don Esteban en la cuarta parte donde este -mientras habla de sí mismo- parece articular la voz colectiva, la voz oculta del desarrollo y la modernidad: la contracara de una narrativa de progreso lineal. Para mí, don Esteban en su delirio enfermo, acabado por tanto aspirar polvo de carbón durante su paso por las minas de las tierras altas, logra revelar mejor las realidades del pobre Perú que cien ensayos políticos. Solo hay que regresar a la página 170 para entender como el ser deviene en subproducto Chimbotano, en desperdicio humano vivo. A mi parecer estas tres figuras en si efectivamente confluyen en una al entender la poscicionalidad de Arguedas como autor, como narrador y a veces como personaje. En las tierras altas del Perú se vive una existencia inhóspita: azota la pobreza y el abandono es por doquier: en la sierra no hay esperanza (177). Entonces los serranitos bajan y olvidan sus tradiciones para convertirse en parte de la maquinaria procesadora y exportadora de harina de pescado.

Yo agregaría que no solo don Esteban, sino el mismo Arguedas (como el mismo se entiende por partes en esta conflación) constituye la entidad de la pérdida de la subjetividad andina y el devenir en miseria, habitante de barriada, despojado del anclaje cultural que lo había sostenido en la pobreza material pero la estabilidad de su ser en el mundo andino. Naturalmente, el Chimbote de Arguedas y de sus personajes no es el sitio privilegiado del progreso: no es el que supuestamente creció organizado y muy civilmente, sino más bien el de los escombros, el de los sobros del desarrollo: la basura de la corporación y la industria van a parar acá, en tanto materia como sujeto. El indio que baja -pobre y sin educación- a la civilización para supuestamente ser educado y progresar se desliga de sus hermanos de raza, pierde alguna noción de seguridad en el orden del cosmos y termina adhiriéndose a sus coetáneos -a su vez sujetos sin morada fija- en las barriadas, los médanos y los desiertos móviles de la costa, (172).

Don Esteban representa el serrano, abusado en el Perú alto y ninguneado en la costa. El individuo como espacio de combates y explotación capitalista al límite: el cuerpo mismo esta deshecho así como sus valores y lo que lo sostenía.

2. La actividad de extracción. La extracción es el sine qua non de la novela misma. Y esta no se restringe a la extracción mineral mediada por la experiencia de don Esteban sino que se ejerce en todos los espacios tratados por el libro y ocurre por parte de todo personaje: la empresa extrae vida del mar para convertirla en mercancía y destrucción, un polvillo de harina de pescado y todos sus derivados. Naturalmente, la extracción de recursos naturales es la actividad más obvia pero a partir de este ejercicio económico se sostiene un inmenso edificio capitalista que justifica a Chimbote y lo carcome lentamente. Lo creó como resultado de la abundancia natural y la ley de ganancia mínima y al mismo tiempo lo destruye al sujetarlo vitalmente a las fuerzas del volátil mercado internacional. El Chimbote mismo es una gran maquina extractiva y auto destructiva. Pero más allá, cada habitante se convierte en una especie de entidad extractora que se acomoda dentro de la gran estructura capitalista del pueblo en función de la explotación máxima del otro sea este obrero, pescador, prostituta o gerente.

Paradójicamente cerramos el tomo sabiendo más de aquellos que no están directamente emplazados encima del otro: el loco Moncada, Don Esteba, Maxwell… todos pertenecientes al último eslabón dentro del aparato de organización social. Estos constituyen para Arguedas plataformas para elaborar perspectivas excéntricas donde aprendemos no solo del Chimbote y su naturaleza explotativa sino acerca de su lenta conformación subjetiva: el fascinante devenir de Maxwell, la proletarización de don Esteban, la fuerza revolucionaria del discurso desperdiciado de Moncada.

Una duda sobre la extracción: Hasta cierto punto los obreros y los pescadores, el “proletariado” de Chimbote está constituido como una suerte de extracción, pues están viviendo removidos de su lugar originario y expuestos a reglas y normas ajenas. En cierto sentido podríamos extender la definición de extracción desde su primer ámbito, -el pertinente a los recursos naturales que se objetivisa por medio de procesos industriales dentro de la lógica de la mercancía capitalista-, para llegar a una más amplia pero más crítica donde podríamos situar el termino desde un ángulo privilegiado de análisis y de creatividad. ¿Cuáles serían entonces los parámetros de esta nueva definición? Es una pregunta que parece solo conducir a un impasse terminológico, porque si todo es extracción entonces nada lo es. ¿Cuáles son los límites de la extracción? ¿Son los obreros “extraidos” (recordemos la definición más simple, Extracción: la acción de sacar algo, especialmente mediante esfuerzo o la fuerza) porque han venido a Chimbote por necesidad económica? ¿Si el carácter de la palabra denota un “sacar de manera violenta” entonces como conjugar “extracción” con los aspectos más amplios pero a la vez más invisiblemente violentos de nuestras vidas (consumo, hábitos, creencias, derroche)?

Nota: Arguedas es en mi experiencia como lector el escritor que más atención presta a las cosas más difíciles de percibir y pensar: lo más íntimo, delicado, lo más inaudible del cosmos, (255). Es mejor observador que otros novelistas de su época (boom) pues puede apreciar el nivel más “molecular” de las cosas, si no lo aprecia al menos lo siente y lo siente reflejado como resonancia en elementos diferentes (un pensamiento muy oriental): las plantas en los valles, el baile del trompo en las lagunas y los ríos de altura, los cantos andinos en los nevados inalcanzables. Ve en el viento, en las rocas el diáfano carácter de un pueblo-país, un pueblo-paisaje.

 

 

 

 

Delirio: ¿causa o efecto? (Colombia No. 16 General)

Laura Restrepo1

Delirio consiste en tres hebras narrativas que se entrelazan sin ninguna marcación delimitada de secciones o capítulos. Estas, cuentan la historia de una familia bogotana adinerada usando a Agustina como sujeto primario anclado en el presente contemporáneo aparente de los años 80´s. La segunda línea trata sobre el drama familiar del hogar de Agustina cuando esta era apenas una niña y una adolescente en los años 70´s. En tercer plano, Restrepo se ocupa de la sosegada pero inquietante rutina de sus abuelos maternos, especialmente de su abuelo el emigrante alemán Nicolás Portulinus que transcurre en una hacienda de tierra caliente a pocas horas de la capital.

La lectura más obvia de Delirio es la dramática experiencia que sufre Agustina (mujer relativamente joven casada con un profesor de literatura desempleado) a lo largo de un fin de semana extendido cuando pierde el conocimiento y su esposo la encuentra abandonada -en un estado de función cognitiva bajo- en la habitación de un hotel. De ahí en adelante se desenvuelven las tres líneas que circulan alrededor de las causas que traen a Agustina a esa misteriosa habitación de hotel sin mayor explicación. También se tratan las vivencias que han marcado a Agustina directamente e incluso antes de su nacimiento, dando cuenta de las obsesiones y los demonios que visitaban a sus varios antepasados. Mientras la focalización narrativa se ocupa de Agustina, Restrepo utiliza personajes auxiliares para recrear los años de plomo que afectaron la realidad colombiana durante los años 80´s y 90´s. De ahí, que muchos también han especulado que Delirio también es la condición que sufre la sociedad del país; una, convulsionada por las ganancias desproporcionadas resultado del comercio de narcóticos y la penetración de estos dineros en forma de corrupción desmesurada por parte de las elites empresariales y políticas.

Hasta ahí la interpretación más obvia. Pero recordemos que en términos médicos delirio (delirium) no es una enfermedad per se, sino más bien un síntoma clínico o uno dentro de una serie de síntomas que puede ser resultado de efectos secundarios de varias drogas o la suma de varios tratamientos médicos. Delirio, en sí mismo no es una psicosis inducida por una esquizofrenia o un evento de desorden bipolar. Si se entiende al delirio como un síntoma más de una condición aún más grave y más profunda, cómo podríamos interpretar la novela cuando delirio solo sería una de las múltiples manifestaciones de un estado mental alterado ocasionado por una química desequilibrada en las conexiones sinópticas?

El linaje genético que Restrepo elabora iniciando con los desórdenes de su tía abuela -quien moriría una muerte miserable en una asilo en su natal Alemania-  siguiendo con su abuelo hacendado -quien se suicida en un rio cercano a su finca-, continuando con su madre -obsesiva con las apariencias y presa de una fobia hacia todo lo sexual- y terminando en el lapso de Agustina –evento central de la novela-, da a entender o asume, que el delirio no ocurre de forma espontánea sino que se transfiere como demonios que descienden generación sobre generación. ¿Pero qué hacer con este modelo hereditario cuando delirio puede pensarse (y en realidad se piensa en la comunidad médica) como un síntoma -no de mutaciones genéticas hereditarias- sino como resultado de una serie de condiciones químicas y contingentes que desestabilizan el cerebro? ¿Si el delirio es un síntoma de una condición más profunda, deberíamos preguntarnos entonces qué tipo de condición es esta, y como hemos caído entre sus garras delusivas? ¿Será el capitalismo como funciona -o funcionaba- en los países latinoamericanos durante aquellas décadas el origen del síntoma que Restrepo llama deliro? ¿Será la serie de relaciones que sostenemos con el otro (relaciones egoístas e instrumentalizadas) que conducen a esos finales suicidas? ¿Será el legado colonial -en el que subsisten líneas de violencias latentes pero prestas a explotar bajo determinadas condiciones- la causa de los delirios sociales y de relaciones de poder insanas y destructivas? Si el delirio es síntoma y no causa, el andamio interpretacional que se ha usado hasta hoy tendría que reevaluarse, la novela debería ser releída y el análisis político que se ha propuesto sobre Colombia a partir de la novela, reexaminado.

Hasta acá mis inquietudes sobre Delirio como libro. No son respuestas sino más bien intentos de leer o releer con una perspectiva fresca lo que se puede rescatar de la novela y entender mejor como la literatura contemporánea latinoamericana se relaciona con la realidad de una región y un presente cambiante en este milenio. Cambiando de ángulo, desde el punto de vista formal me gustaría comentar sobre algunas fallas escriturales minan el texto. El estilo de Restrepo tiende a apoyar su voz narrativa en cláusulas interminables que le hacen un deservicio no solo contra la narración misma sino al lector quien tiene que acumular imágenes de más en su retención a corto plazo. Por ejemplo en solo dos frases Restrepo aglutina información desmesurada; información, que no le agrega nada al texto, ni constituye una pista para un lector atento, ni una referencia de valor más que el que constituye para la autor misma en clave autobiográfica o autoindulgente. Este afán encapsulador rompe el ritmo poético narrativo y desemboca tristemente en un hastío instantáneo. En el pasaje que cito, uno de muchos que sufren de hipérboles y excesos, Restrepo narra la hospitalidad del viejo inmigrante alemán Nicolás Portulinus para con el nuevo alumno de piano un joven criollo llamado Abel Caballero. Lo he citado tal como se encuentra en el texto para entender mejor al afán de la autora y las críticas enumeradas:

¨Para atender al recién llegado Nicolás bajó a la sala, amplia y amueblada, con unas cuantas sillas en torno al gran piano Bluthner en palo de rosa que Portulinus mandó a traer de Alemania y que hoy, toda una vida después, reposa en casa de Eugenia, en el barrio la Cabrera de la ciudad capital, convertido en una enorme antigualla silenciosa. Portulinus entró a la sala de su casa de Sasaima y vio que el visitante de Anapoima se había sentado al piano sin autorización de nadie y que acariciaba con mano reverente la preciosa madera roja de vetas oscuras, pero esa osadía en vez de irritarlo le pareció señal de carácter desenvuelto y ahorrándose los saludos de cortesía fue directo al grano, Si quieres lecciones, muéstrame cuánto sabes, le ordenó al muchacho, y este, aunque no se lo había preguntado, dijo que se llamaba Abelito Caballero y quiso presentar la retahíla de referencias que traía memorizada, aclarando que venía por recomendación del alcalde de Anapoima y que había estudiado en la escuela de Música y Danza de ese pueblo, hasta llegar a saber más que la única maestra, doña Carola Osorio, razón por la cual aspiraba a recibir formación más avanzada por parte del maestro Portulinus, pero como éste no parecía interesado en su historia, el muchacho desistió de suministrarle información no requerida y optó más bien por arremangarse la camisa para darle más libertad a sus brazos, sacudió la cabeza para despejarla, se frotó las manos para que entraran en calor, se echó la bendición para contar con la ayuda divina y se soltó a tocar un vals criollo llamado la Gata Golosa¨ (165).

¿De qué sirve mencionar el origen del piano? ¿El destino del mismo en una casa localizada en tal bario de tal ciudad y su condición allí? Igualmente, ¿Qué valoración le podemos asignar al esfuerzo por mencionar por nombre propio a la maestra, o el nombre de la escuela, o que sus referencias empezaran por el alcalde de Anampoima? El texto debería ser fluido y de lectura mesurada, donde los significantes amenicen la creación de imágenes en la mente del lector en vez de obstaculizar y frustrar lentamente. En The Rustle of Language, Roland Barthes escribe sobre la descripción literaria como aparato discursivo que representa el estado más elevado dentro de su interpretación de la jerarquía occidental del uso del lenguaje. ¨En la neo-retórica alexandrina del siglo segundo [de nuestra era] había una frenesí particular, un gusto por el écfrasis, (la pieza desmontable cuyo fin es sí misma independiente de cualquier función general) cuyo objeto era describir lugares, espacios, tiempos, gentes u obras de arte, una tradición que fue efectivamente cultivada hasta la edad media.¨ Es decir, Barthes eleva esta división dentro de las categorías funcionales del lenguaje, a la más privilegiada pues involucra el uso de habilidades intelectuales mayores y nos recuerda que la verosimilitud era una preocupación menor. ¨La descripción [del periodo medieval] ciertamente no estaba caracterizada por el realismo, los autores de la época no dudan en incluir leones y árboles de olivos en climas nórdicos europeos. Únicamente la limitación del estilo descriptivo cuenta. La plausibilidad no es referencial acá sino abiertamente discursiva: son más bien las leyes genéricas del discurso las que imponen la ley.¨ Para Barthes, las descripciones que no cumplen tareas meramente funcionales no son escandalosas en lo mínimo, están más bien justificadas –si no por la lógica de la obra- al menos por las leyes de la literatura: ¨Su significado existe, yace en la conformidad no al modelo sino a las reglas culturales de representación.¨ Usando las descripciones del Rouen de Flaubert en Madame Bovary, Barthes concluye que las descripciones inverosímiles y que no cuentan por último tienen como intención crear el efecto de lo real. Detalles pequeños dentro de una narrativa descriptiva, colores de objetos o localizaciones que solo se levantan por sí mismas en un instante de enunciación y que desaparecen tras ser agregadas al imaginario del lector no quieren decir sino esto: ¨somos lo real.¨ Según Barthes, es la categoría de lo real (y no sus contenidos contingentes) la que es significada, es decir, la ausencia misma del significado en pro del referente por sí mismo (en el texto citado: las vetas oscuras, el origen del piano, etc.) se convierte en el significado mismo del realismo. ¨El efecto de lo real es producido, la base de aquella verosimilitud que estructura la estética de toda obra dentro la modernidad.¨ El ensayo concluye con un análisis de la modernidad -naturalmente entendida y definida desde la teoría textual estructuralista del autor- donde la característica básica de esta condición temporal incluye la desintegración del significado a favor de un referente nudo. Pero si Barthes le asigna una funcionalidad a los detalles ínfimos y ¨ no-significantes¨ por su tarea de representar la realidad ¨como es¨, ¿Cómo debemos evaluar entonces la expresión hiperbólica y excesiva de los referentes vacíos -y funcionales solo en tanto reproducción del efecto de lo real? En otras palabras, ¿Hasta qué punto la plenitud de las anotaciones descriptivas abandonan un estado de potencial comunicativo ideal y prosiguen hacia una curva decreciente donde el lector en vez de encontrar ¨el efecto de lo real¨ en los referentes se ve distraído por un modo de lectura exhausto y saturado, un modo de lectura donde los referentes en lugar de crear el mencionado efecto no solo agotan al lector sino que distraen y ocluyen el deseado efecto de la realidad tal como aparece en la experiencia. Claro, Restrepo como todos los autores desde la temprana modernidad incluye descripciones verosímiles y logra no pocos eventos afortunados en pasajes diáfanos donde la lectura surge con facilidad; sin embargo mi crítica apunta especialmente hacia aquellas páginas que tratan sobre la vida de Nicolás y su esposa, sobre el tratamiento que Restrepo le da a la casa, a las hijas de Nicolás y a su estado psicológico un tanto delusional donde el referente- en tanto componente de un mecanismo que crea un efecto- termina por actuar en contra de sí mismo y este, en lugar de producirse, se ve tensionado a tal punto que su efectividad se coloca en entredicho. ¿Es difícil no preguntarse si Restrepo -en Delirio al menos- no ha utilizado los instrumentos de este efecto hasta un punto paradójico de no-funcionalidad? ¿Hasta qué punto son herramientas que dejan de trabajar para y por el texto y se tornan en su contra?

Sin embargo, no todo en Delirio es exceso y reproducción. Existen pasajes interesantes, en específico, uno que merece ser recordado y que tal vez -acaso parcialmente- justifique la obra. Se trata del drama familiar que sucede un domingo en la tarde -cuando toda la familia de Agustina está reunida en casa- que desemboca en una secuencia de huidas dramáticas y decisiones graves. El evento irremediable consiste en la repentina revelación de unas fotografías que comprometen al padre de Agustina en una relación erótica con su cuñada (quien ha vivido como tía solterona bajo el mismo techo toda su vida). Este evento causa una toma de posiciones radicales por parte de cada integrante de la familia; posiciones que permiten estudiar el dilema moral desde la perspectiva del espectador distante y entender como el sujeto en el mundo moderno define posturas en tanto políticas de preservación, continuación de la estabilidad y la importancia de la imagen y los códigos de las apariencias. El hermano menor de Agustina, apodado cariñosamente ¨el Bichi¨ -quien ha sido maltratado psicológicamente por su padre y un hermano mayor, más fuerte y rudo, desde la infancia- al verse puesto en ridículo una vez más y haber sido golpeado brutalmente por su padre decide acabar con la farsa. Su manera de cobrar venganza hacia su familia constituye en revelar lo impensable y esto sucede cuando arroja las fotografías sobre la mesa de centro. Una audiencia horrorizada observa los cuerpos desnudos -tan familiares y al mismo tiempo tan repugnantes. Lo más interesante del episodio no es el horror de la familia ni el sobrevalorado efecto del shock, sino lo que permite entrever este instante: las prioridades de cada miembro de la familia y sus respuestas.

El evento constituye un momento particular dentro de la novela donde la perspicacia y las palabras de cada uno solo revelan decisiones que podríamos llamar micropolíticas. La madre en lugar de tomar una posición de dignidad y confrontar a su hermana y al esposo infiel (como es de esperarse) recurre a negar la realidad que se dibuja en las fotografías de manera muy ágil y en unas pocas palabras desactiva la situación, la invierte y le arroja un significado o un revestimiento casi opuesto. Decide reprimir no a su marido, sino a su hijo mayor por tomar esas fotos tan desagradables de cuerpos desnudos, lo reprime porque no sabe darle buen uso a su cámara fotográfica que fue obsequio de su padre años antes. En un instante la madre restituye la autoridad simbólica de su esposo, recupera su matrimonio –y su estatus de señora acomodada de familia bien que este acarrea- y minimiza, incluso niega la evidencia junto con la posibilidad de una desintegración familiar instantánea. Todo se había venido abajo por el repentino develamiento de una mentira de años, un affaire prohibido, además, el Bichi el hijo afeminado y renegado había retado irreversiblemente a su padre al enseñar las imágenes en público, en otras palabras, la familia estaba desvanecida de antemano y solo se requerían estos momentos determinantes para acabar con la farsa de una sola vez. Sin embargo, contra cualquier predicción, la principal afrentada, la madre rescata su matrimonio, a su hermana y mantiene el estatus quo a costas de su definición como víctima primaria y merecedora a algún tipo de venganza o reparación por parte de su marido y su hermana. Restrepo es hábil al utilizar una frase que hubiera podido evitar largas repeticiones en tono simbólico y otros excesos: ¨mentira mata mentira¨ (285). El Bichi sale por la puerta con su libertad adquirida y con determinación de nunca volver a esta familia de monstruos. La madre arroja una carta salvadora que redime y mantiene el orden de las cosas. Agustina se hunde en una subjetividad alterada aún más tras el episodio y huye en motocilceta junto con su amigo para entrar en el estado que a todas cuentas Restrepo refiere como delirio iniciando su fin de semana de ausencia mental.

Lastimosamente, Delirio concluye con un final casi simétricamente opuesto al pasaje que acabo de estudiar. El cliché se repite y un momento efímero de esperanza da fin sin mayores revelaciones o dilemas morales a la novela. Al final, Agustina emerge de su condición, parece recuperar lucidez, su matrimonio se libera de una pesadilla -típica de nuestra posmodernidad- ¡que dura solo un fin de semana! y el libro acaba en clave esperanzadora pero de manera un tanto simplona. Delirio alcanza momentos de claridad y claves a la hora de repensar lo que constituye para el ser social y para la subjetividad vivir en un estado de guerra total como lo fueron estas décadas agitadas en varios países de la región. Sin embargo, la economía de recursos y la mesura en cuanto a los microrelatos hubiera sido bienvenida a la hora de evaluar la obra como tal. ¿Que se podría rescatar del final cliché de la novela? ¿A la hora de pensar porque Restrepo incluye este gesto esperanzador, podemos especular acerca de la relación de la autora vis-a-vis las nuevas administraciones y los giros políticos que han trastornado al país? Si es así, Restrepo entiende entonces la primera década del nuevo milenio, una marcada por administraciones de una derecha firme, como un panorama político esperanzador que promete salir de unos años devastadores de violencia, ostracismo y excesos, -como lo fueron los años durante los cuales trascurre Delirio. Pero no debemos ocluir el reverso de la dialéctica, pues un mejoramiento en el país en tanto a su conflicto y su condición económica también implica la apertura hacia otras amenazas y redes no menos destructoras. Es decir, redes propias del capitalismo global que aguardan la cesación de conflictos internos para penetrar de lleno y reorganizar el país de acuerdo a sus requerimientos y en pos de la extracción y de la incorporación a las redes neoliberales y desreguladas del crecimiento económico entendido como crecimiento del consumismo –y la agresiva extensión geográfica de un modo de vida. Al final, yo apuntaría a leer el gesto esperanzador como un toquen simbólico hacia el futuro contradictoriamente enfrascado en las leyes del marketing y los requisitos de ventas.

 

Domitila o la continuidad del salvajismo en Bolivia (Bolivia No. 4 Especifico)

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Antes que nada, muchas cosas se pueden decir de este libro, tantas que rebasan el espacio proveído aquí. Por eso me limitaré a comentar el quiebre entre posiciones “feministas” como se palpó en Mexico durante la Tribuna del Año Internacional de la Mujer y la localización propia y autoreflexiva -aunque aparezca en instancias un tanto escasas- de la subjetividad de Domitila dentro del sistema de intercambio capitalista. Hacia el final de su autobiografía Si me permiten hablar… Testimonio de Domitila una mujer de las minas de Bolivia, Domitila Barrios de Chúngara nos relata su visita a México y su participación en la Tribuna del Año Internacional de la Mujer, evento organizado por las Naciones Unidas en 1975. Parece que en el evento Domitila no encuentra cual es el propósito de su visita: paneles disparatados, temas incomprensibles, edificios que desorientan, en fin… Pero todo esto parece cambiar cuando al ser interpelada por una “feminista burguesa” de Mexico, Domitila quiebra la mala racha que acarrea, -ese bloqueo mental digamos- y le contesta hablándole (y hablándonos de alguna manera a todos al mismo tiempo) sobre su realidad y evidenciando que por momentos, nos encontramos con el caso mismo de lo que Jacques Ranciere ha teorizado acerca del “desacuerdo.” En este caso, el significante al que ambos interlocutores se refieren (o creen referirse) parece no coincidir en una misma entidad; es solo al entablar debates y formular reclamos que entendemos que las partes están hablando sobre cosas diferentes. Domitila, naturalmente habla de “lucha” y su colega feminista mexicana también habla de “lucha” pero para las dos este significante en común, que intuitivamente debería servir de punto de comunalidad, solo hace aumentar la confusión. Al replicarle a la feminista mexicana, Domitila articula de una sola tirada uno de los párrafos más memorables de la biografía y que por su consistencia podría resumir todo el libro. Lo cito para recordar la fuerza del discurso de Domitila; a demás, al responderle a la feminista mencionada, Domitila no solo expone su causa de manera clara sino que pareciera que nos estuviera hablando a todos en una exposición muy clara de sus experiencias y lo que ella ve como una especie de meta o de conclusion de su lucha. Domitia dice,
“Me subí y hablé. Les hice ver que ellas no viven en el mundo que es el nuestro Les hice ver que en Bolivia no se respetan los derechos humanos y se aplican lo que nosotros llamamos “la ley del embudo”: ancho para algunos, angosto para otros. Que aquellas damas que se organizan para jugar canasta y aplauden al gobierno tienen toda su garantía, todo su respaldo. Pero a las mujeres como nosotras, amas de casa, que nos organizamos para alzar a nuestros pueblos, nos apalean, nos persiguen. Todas esas cosas ellas no veían. No veían el sufrimiento de mi pueblo…no veían como nuestros compañeros están arrojando sus pulmones trozo más trozo, en charcos de sangre…
No veían como nuestros hijos son desnutridos. Y claro, que ellas no sabían, como nosotras, lo que es levantarse a las 4 de la mañana y acostarse  a las 11 ó 12 de la noche, solamente para dar cuenta del quehacer doméstico, debido a la falta de condiciones que tenemos nosotras.
-Ustedes- les dije- ¿qué van a saber de todo eso? Y entonces, para ustedes, la solución está con que hay que pelearle a hombre. Y ya, listo. Pero para nosotras no, no está en eso la principal solución.
Cuando termine de decir todo aquello, más bien impulsada por la rabia que tenía, me bajé. Y muchas mujeres vinieron tras de mí… ” p. 226.

Varias cosas quedan claras luego de esta breve intervención. Domitila ha de alguna manera “limpiado las aguas” y definido el problema y las líneas de debate. Al finalizar, varias mujeres estan tan conmovidas por su discurso que le imploran que se convierta en la representante de las mujeres latinoamericanas en la conferencia. Pero propongo que estudiemos los hilos teoricos de su argumento sin caer en alabanzas reduntantes: Domitila de un solo brochazo propone que su problema es el problema de la mujer latinoamericana, es decir, asume el monopolio de los reclamos y dibuja un panorama en el que sus demandas políticas encapsulan todas o casi todas las demandas políticas de las mujeres del continente. En el mismo gesto logra muy hábilmente definir un nosotros contra un ustedes -que recuerda aquellas categorías políticas que Schmitt definia hacia mitad de los años 20’s en el contexto de la Alemania de Weimar. Schmitt argüía que la distinción más básica entre facciones políticas opuestas (una distinción “que se determina existencialmente”) radicaba en la diferenciación de “amigo contra enemigo,” y que ésta era la esencia de lo político en contraposición a un mero “politics.” Y lo restante del texto solo confirma esta distinción binaria que facilita su posicionamiento vis-a-vis una plataforma hegemónica. Podríamos argumentar que la labor antagónica de Domitila y el Comité de Amas de Casa tiende a dibujarse desde estos lineamientos y estas lecturas de la realidad para formar paisajes políticos claros y evitar lugares de ambigüedad o que reten los ideales abstractos por los que luchan. Imagino que esta labor se facilita por la particularidad del campo de lucha, sus condiciones materiales e históricas y la singularidad del mismo. Hoy día, sin embargo, incrustados en un orden capitalista agudo -que nos atraviesa innumerablemente desbaratando cualquier sueño de subjetividad revolucionaria- resulta un tanto más difícil definir una posición clara en tanto amigo-enemigo y -aun mas-, formular un telos abstracto como “el bienestar” o “la justicia” a la manera de Domitila en sus elucubraciones como meta final de cualquier lucha emancipatoria. También queda claro el aparato retórico que Domitila usa para recurrir a cierto pathos, un rasgo que ha marcado su biografía y que sirve para apelar al lado afectivo del lector. No son estas críticas contra la labor de Domitila sino más bien un esfuerzo de entender los quiebres y las fisuras que afectan cualquier lucha y que la problematizan.

En algunos pasajes, sobre todo cuando Domitila se posiciona como sujeto dentro de la maquinaria capitalista, se percibe que en realidad ella misma trataba de problematizar su rol dentro del comité o como productora de bienes o servicios en tanto miembro de un sistema total. Es curioso notar sus observaciones sobre los campesinos y el Frente Campesino tan disímil a la confederación de mineros o a los diferentes conglomerados que aglutinan a las varias organizaciones obreras. Recordemos su preocupación por los trabajadores rurales cuando entra en contacto con la realidad del campesinado en tierra caliente, en Los Yungas. Domitila más de una vez aboga por salarios adecuados para que los campesinos no tengan que mendigar sus insumos o acarrear una vida en deuda perpetua al patrón o para que los mineros puedan pagar debidamente los vegetales y las carnes que consumen en las minas.

Así mismo Domitila logra entender que la lección principal para los trabajadores es que noten que no solo a ellos los están explotando sino que a su familia y a las mujeres y a los hijos en general también están sometiendo a una explotación o se podría agregar hiper-explotación sistemática.  p. 237. En este sentido retornamos a la idea inicial: el que la gente entienda que la explotación del minero es la explotación de un pueblo entero, y que si los y las feministas “luchan por la liberación de la mujer” deberían ver más allá de sus narices y luchar por la liberación que nos rescate del sistema o una emancipación que nos libere del sistema (a liberation not of the system but from the system). Este es el punto de desacuerdo que parece concluir la narrativa de Domitila en su capitulo sobre la Tribuna de la Mujer: el desfase entre las realidades y los objetivos de grupos que aparentemente en búsquedas comunes.
Para cerrar esta entrada no quería dejar por fuera un par de datos que resaltan en la actividad de lectura. Domitila trata en su texto, temas interesantes de manera algo periférica pero que ameritan ser estudiados con más detenimiento en tal vez otro espacio, a saber: el rol de los medios de comunicación modernos; el papel fluctuante de la iglesia y de los religiosos, (no solo grupos católicos sino la presencia de Testigos de Jehová y sus relaciones con Domitila); las relaciones familiares y los dramas propios de cualquier familia; y las actitudes ambiguas que tienen con los miembros de la fuerza publica como soldados suboficiales u oficiales de alto rango.
Nota marginal: leer el testimonio de Domitila fue lastimosamente como leer el Huasipungo otra vez, pero contemporáneo. Encontramos problemas similares -aunque las narrativas están distanciadas por siglos en sus tramas y universos ficticios! Tristemente vemos como las burguesías perpetúan décadas de abuso extremo, situaciones de casi esclavitud, una conceptualización de la vida indígena como vida descartable o como objeto instrumentalizado en la explotación de los recursos naturales, una corriente que viene desde la colonia de ignorar, o simplemente estigmatizar al otro indígena para continuar los abusos, (de llamarle perezoso cuando está enfermo, de llamarle bruto cuando no hay una comunicación efectiva, de llamarle abusador cuando roba por física hambre, y de continuar una estructura de engaños basados en doctrinas católicas con fines de dominancia) en fin… son hebras que han marcado la historia del continente y que han dejado su huella en la narrativa nacional y regional tanto en la ficción como en el testimonio o el ensayo. El testimonio de Domitila es valioso en tanto representa la continuidad de estas lineas de violencia y revelan la estructura -desde innumerables angulos- de estas genealogias de la maldad.

El Mocho (Chile No. 3 Especifico)

El mochoEn El Mocho circulan personajes Donosianos con facilidad: miserias trashumantes en tiendas de pueblo, parias locales, y el espectro del capital decadente objetificado en maquinarias obsoletas o castillos abandonados. Pero como “novela minera” si pudiéramos usar esta expresión, El Mocho revela mas de lo que supone (o mas de lo que se propuso) al tratar de entrever como las creencias locales operan dentro de una serie de particularidades. Primero recordemos el antropoformismo trágico asignado a la mina local donde el descenso de una mujer activa los celos devoradores de la mina y acarrea una inevitable venganza contra los obreros del carbon. Así, con el quiebre de este tabu se echa a andar una hebra de la trama narrativa en El Mocho. También se debe reflexionar sobre la agencia de la mina como entidad que decide en potencia sobre muerte y vida. Y de manera más auto-reflexiva el texto ofrece algunas claves para pensar como la escritura misma puede entenderse como metáfora de la extracción de carbon. A pesar de algunas licencias que entorpecen la lectura y no aportan mucho al texto, la prosa de Donoso tiende a caminar sobre andamiajes que se habían instalado anteriormente en otros trabajos. Estos habían sido ensamblados lentamente desde sus primeros relatos como es el caso de El lugar sin límites (1966) donde ciertas similitudes son inescapables. Hablamos del uso frecuente del aparato narrativo no lineal, de su gusto por el entramado de voces en los que se pierde hasta el lector menos distraído, de su oído agudo a la hora retratar el vernacular del sur chileno (la historia ocurre en Lota), y de las temáticas que ya poblaban otros proyectos: desendencias aristocráticas venidas a menos, imaginarios provinciales llenos de supersticiones pueblerinas todos circulando bajo el desierto de un capitalismo que ha pasado de largo y solo deja residuos humanos.
De interés para este lector es su adentramiento (aunque algo escaso) a la labor de los mineros y todo el milieu espiritual que rodea este oficio para entender más acerca de la lectura la escritura y la extracción de los recursos no naturales o recursos creativos.
El Mocho inicia narrando un accidente en la mina local donde varios mineros han perdido la vida. De acuerdo a la imaginación del pueblo, el accidente no ha sido gratuito sino mas bien castigo por la infracción de la Elba, la esposa de un minero craso y violento quien -en un episodio de pánico por la enfermedad y los ataques de su hijo Toñito,- ha desafiado las creencias que adjudican a la mina su naturaleza femenina celosa de los hombres que la escarban y presta a cobrar venganza ante cualquier violacion, es decir por la mera presencia  de una mujer. Sin esperar a que su marido terminase la jornada Elba se adentra a la mina vestida de hombre. Como ya intuye el lector, Elba es descubierta y expulsada de la comunidad. Su esposo fallecido, su suegro viejo enfermo y abusador y su hijo un poco trastocado por el maltrato del colegio internado y su padre abusador, serán los fantasmas que arrancan El Mocho. Sin embargo a media novela, el foco narrativo se desvía hacia otros personajes donde Donoso indulge sus fascinaciones temáticas y tratamientos formales. Estos personajes van tejiendo nuevas micro-narraciones que se alejan del retrato costumbrista de Lota y su actividad económica basada en la minería de carbon.

Aunque la cuestión extractiva no figura directamente en la obra (sobre todo después del inicio de la segunda parte “La Maria Paine Guala”) Donoso construye su relato de manera ambigua frente a la industria carbonífera. Por una parte se podría argumentar que se pudiera repetir el andamiaje de la narración prescindiendo de la mina de carbon como especificidad y remplazandola por cualquier otra actividad económica: es decir, no existe un relato minero que invente a los trabajadores como sujetos proto-revolucionarios, o que haga alusión a los desastres naturales y sociales en clave de novela o documento de denuncia. La extracción en si no es inmanente a la narrativa. Por otra seria desmedido sentenciar al autor de usar la actividad de extracción como “background” y mero fondo estético o nostálgico para reconstruir una narrativa. Tal vez la respuesta de pensar El Mocho desde los lentes de la actividad extractiva o desde una critica materialista seria ubicar la novela en algún lugar intermedio: ni como una mera apéndice del texto, ni como razón fundacional de la actividad literaria dicha. A mi parecer, El Mocho atiende a las luchas propias de un sector, de un gremio y las poetiza no para reducirlas sino para arrojar un poco de luz sobre de las batallas que han poblado este universo. Pero este gesto no satura el texto sino que se acompaña de las inquietudes que han acechado a Jose Donoso en su obra: la cuestión del origen de las familias de bien y sus ovejas negras, los pueblos o caseríos proletariados del Chile amplio y vacío, la ambigüedad sexual de al menos un personaje dentro del texto, las supersticiones de provincia y las relaciones que se forman entre y bajo estas condiciones materiales e ideológicas. Donoso parece guiarnos a través de una caja de fotografías que sorteamos en desorden. Así, una a una, van saliendo memorias, recuerdos, y se cose la historia del Mocho: se echa a andar un registro panorámico de la triste y moribunda periferia rural chilena.

Para concluir, en sus metáforas sobre la actividad extractiva y la escritura Donoso apuesta un par de imágenes pero nunca las elabora mas allá del acto de mencionarlas. (Algunos pensamientos pueden servir para el análisis de otras obras): En algún momento Donoso escribe “todo es eco” y parece que el referente no es el espacio enclaustrado de una galería sino el acto mismo de pensar y escribir. Así aparece su prosa a veces, todo es repetición, cambio de posición, reverberación. En su método Donoso tiende a conducirnos como lectores a una confusion de voces que parecen desintegrar la estabilidad: narrador v. voces de personajes. Pareciera que el texto nos llevara recurrentemente hacia un solo nivel, el “yo” autobiográfico bajo el signo del “fluir de la consciencia.” Esto por una parte. En otro instante, Donoso también parece igualar la labor escriturial a la labor física de los obreros. Pareciera que estuviese revaluando la escritura y diciéndonos que la cosa después de todo es muy sencilla, que tal como la extracción, que se compone de un escarbar constante en búsqueda de alguna piedra menor que ilumine el día y el bolsillo, la escritura también es un escarbar constante por palabras y triquiñuelas, por ideas que suelden entre si mismas otras mas afiladas y precisas. Para Donoso (o tal vez para mi lectura del mismo), la escritura consiste entonces en adentrarse por canales oscuros que llevan a cul-de-sacs o a desembocaduras inesperadas. El escritor deviene en minero, o mejor, en hormiga. Y así sucesivamente… El escritor esta obrando bajo techos inseguros, -sobre arquitecturas precarias que tienden a colapsar sobre si mismo y sus ideas- si la exploración no tiene dirección adecuada o si el ansia de encontrar las piedritas alucinantes como ideas explosivas es mas fuerte que la prudencia y el método.

The Birth of Biopolitics, but where is the “bios” and the “politics”?

Birth BiopoliticsIn the “Birth of Biopolitics,” Foucault tries to compose a history of certain practices, political, social, economic, legal, by avoiding the universals such as “state, civil society,” etc… to explain the present as it is experienced in the middle of a neoliberal reordering.
But what is surprising is that he never mentions the term “Biopolitics” or when he does is very superficially used as if it was a way to label his project. He argues that his methodology is to start by saying -as he did while writing the history of maddens- “let’s say there is no madness and never has been and lets start from there.” p. 3 In writing this history he is recurring to his method of studying “practices” and “ways of doing things”  to understand how the economic thinking that emerged from the 18th Century onwards has become intertwined with political economy, ideologies such as liberalism and the idea of the state whether in the French, German or English cases. p. 318 I studied the material overall but decided to focus on chapters 9 – 12 and summary. In these chapters, Foucault attempts to trace the emergence of what he calls “homo oeconomicous” as the predominant figure (as an individual) but more importantly as a way of thinking about society. He discusses in Chapter 9, the differences between the German economic politics of the postwar years and the American Neoliberalism that was taking off at the time of writing as it permeates all spheres of human existence: in the form of “human capital” he argues that genetics and calculation (as opposed to old paradigms like “moderation” or “wisdom”) had become a natural way of thinking in a society that organizes most -if not all- of its organizational practices and activities; this occurs right down to intimate and personal aspects such as finding a partner for reproduction, technique and rationality behind child bearing practices and similar experiences.

He is fond of using this paradigm (“human capital”) to explain several issues all the way from the marketization of affects, to the birth of offices and agencies in the North American case that operate in a semi punitive way vis-a-vis the state by encouraging it to govern less or to govern following policies that work and are specific to the realm of economics. In Chapter 10, he performs an analysis a la Hirschman where we studies -using economic theories- the failure of imposing market tools and assumptions in cases like drug control and other patterns of consumption (from “the family and birth rate to delinquency to penal policy” p. 323). And later in Chapter 11, he traces a long genealogy of “homo oeconomicous” in opposition to the figure of the “homo juridicus” as two operative agents whose interests and modus operandi differed considerably, mainly because the first was one that functioned under a logic with no need for a sovereign; whereas the second was conceived as a contractual man, one ruled by the word of the legal system and restricted in many ways. In a very clear passage, he argues contra the economization of life and government “One must govern with economists, one must govern align side with economists, one must govern by listening to economists, but economics must not be and there is non question that it can be the governmental rationality itself.” He goes on to describe in the following chapter, (chapter 12) how there are several rationalities of government. These historical readings are presented somehow uncritically, specifically where he discusses Smith’s analysis of the invisible hand as a summary rather than inquiring what does this mean for the present. Or perhaps the task of thinking about what these currents of thought and practices signify for the present are left out or explore somewhere else. What is a constant in his thought is to conceive of different rationalities of government and to study when and where these crystallized as political realities or entered into different relations with emerging or declining ones. Some of these rationalities are: “the rationality of the government, the rationality of the governed, the rationality of individual interests, the rationality of truth (History), this last one becoming a signifier for Marxism” 313. He argues -or rather than arguing- he restates Smith’s ideas (in order to advances his reading overall) about how private interests work in harmony towards a collective goal and how by pursuing one’s interests with full force the whole of the social body is improved.
In his summary, he rightly concludes that instead of talking about biopolitics he merely described the origins of a way of thinking -Liberalism- that is independent of the notions such as “La raison de Etat,” or civil society. He concludes by thinking about Liberalism as a way of doing things whose main goal is the “less governing,” the “governing less” and at times it (Liberalism) asks itself “why should one govern?” p. 319. And he seems to agree with the definition of Liberalism as “not so much a doctrine but a form of critical reflection or governmental practice.” 321. That allows him to locate several and very distinct -sometimes contradictory- rationalities of government that have taken place in history as in a way following basic Liberal lessons. Paradigms of political government as different as the German Market Social Economy and American Neoliberalism -very different in many regards- share basic liberal views and arouse from similar historical and economic contexts. He closes the summary by stating that next course will be dedicated to actual biopolitics!