El peso de la historia en La vorágine como “documento de denuncia” (Segunda parte)

Documento de denuncia contra el capital

Es necesario recordar a grandes rasgos la trama y el carácter de la novela antes de adentrarnos hacia algún análisis mas especializado. Por ahora me gustaría registrar la obra dentro de la producción literaria de la época y argumentar que la “novela de la tierra” (como se han denominado a varias narrativas del periodo) no constituye un intento escapista y provincial de retratar la estética del campo y de los lenguajes subalternos de los habitantes. Más bien estos relatos incorporan este mundo de descripciones naturales en relación directa con los avances del capitalismo neo-colonial desarrollista que llegaba a explotar regiones anteriormente vírgenes de la geografía Latinoamericana.  Muy al contrario de lo que arguye Carlos Fuentes en su La nueva novela Hispanoamericana para quien el exquisito final de La Vorágine representa una iteración más de una serie de obras repetitivas “más cercanas a la geografía que a la literatura”[1] quisiera releer varias de estas obras como “documento de denuncia” para usar la expresión de Carlos Alonso y entender como estas elaboran estéticas acerca de varias problemáticas que achacaban a sus países durante el periodo.[2] Es lamentable que un autor tan destacado como Fuentes articulara una sentencia tan fría para referirse a un cuerpo de literatura bastante amplio y heterogéneo. El afirmar que “¡La jungla los devoró!” es análogo a “la montaña los devoró, la pampa los devoró, la mina los devoró, el rio los devoró…” es dar un paso en falso hacia una generalización bastante amplia e injusta pues si se presta atención a la secuencia de referentes en su lista, una montaña o un rio, no es lo mismo que una mina o una plantación de caucho. Es decir, Fuentes no logra discernir entre locales que ocurren naturalmente donde el hombre se adentra a su propio riesgo y lugares de explotación natural donde el hombre es subyugado hasta el grado cero de su humanidad y convertido en una bestia de carga fácilmente remplazable, sin recurso a la protección de ninguna ley. Es importante recordar que la naturaleza -entendida como reserva de materiales primarios- dentro de la lógica racional de la Ilustración está sujeta a las necesidades y demandas de los hombres. Y en este periodo lo que se observa con novelas como El Tungsteno de Cesar Vallejo, o Cacau de Jorge Amado es una conciencia crítica de la incursión desordenada del capital hacia los adentros más inhospitalarios de las nuevas naciones latinoamericanas. Se podrían leer entonces algunas obras del periodo como documentos de denuncia ante el afán frenético de las nuevas formas de explotación privadas y secundariamente contra los gobiernos centrales quienes ignoran apropósito o hacen muy poco para aliviar o al menos aminorar el terrible daño humano y natural que se produce en estos parajes. Sería apropiado recordar entonces el pasaje donde Cova entiende, como nunca había entendido antes, el desamparo de las leyes de su país y el sentimiento de un abandono general de la ley “a esta pobre patria no la conocen sus propios hijos, ni siquiera sus geógrafos.”[3] La producción literaria acerca de la mercancía objetificada sea en caucho, nitratos o granos, no corresponde como quiere especular Carlos Fuentes a una falta de contacto con el norte y sus estéticas modernas, sino que se articula como respuesta a esa misma modernidad capitalista y su ideología desarrollista que necesitaban de la naturaleza Americana, Sur Americana y Africana para seguir expandiendo su sistema reproductivo de acumulación material sin fin.     

En contra de las teorías del marxismo clásico que suponían la fuerza del capital para superar fases feudalistas de organización (adelantando un “progreso” hacia un capitalismo, un socialismo y finalmente un comunismo utópico) lo que han demostrado teóricos tan diversos como León Trotsky y Rosa Luxemburgo en sus ensayos sobre la naturaleza desigual del capitalismo es que éste se puede reproducir en rincones tan diversos del planeta de manera desigual y mixta. De otra manera como sería posible entonces explicar la pobreza innombrable en lugares tan cercanos a la acumulación de riqueza como es el caso de Gales, Irlanda, el Sur Norteamericano, o el Caribe. Además, y para mi aún más importante, este capitalismo desigual y desordenado no requiere una burguesía que lo comande y lo trate de regular.[4] Es decir, éste tiene la capacidad asombrosa de diseminarse por donde sea que encuentre recursos; pero esta diseminación es parcial pues lo hace solo en tanto explotación; las estructuras burguesas y sus ideologías de libertad, comercio libre y desarrollo, adornadas por las libertades civiles con las cuales generalmente se asocian, no lo acompañan hasta las zonas más remotas de extracción -estas han sido amputadas. Lo que leemos en la producción literaria de la época es en parte un documento de denuncia ante las fuerzas del capital en la periferia donde formas de explotación capitalista conviven con otras “pre-modernas” y su brutalidad ante la ausencia de las libertades y protecciones que han sido batalla ganada contra la burguesía se evidencia en la precariedad más atroz de su desamparo.        

Pareciera que La Vorágine entonces constituyera una suerte de refracción literaria que permite otra arista más hacia un entendimiento más amplio del periodo histórico y sus condiciones materiales. Es curioso que en la novela, la selva se objetivisa como ente culpable de la degeneración del espíritu humano, la cárcel verde “trastorna al hombre desarrollándole los instintos más inhumanos.”[5] A la selva se le adjudica responsabilidad por los delirios y los excesos pero lo que en realidad se está argumentando entre líneas es que el aparato económico basado en la explotación humana y natural desmedida es el verdadero generador de las fuerzas oscuras más feroces que dilapidan tanto hombres como hábitats naturales sin misericordia.  Este torbellino hecho de vetas de un destino desarraigado, una naturaleza voraz y una explotación infernal termina succionando como un agujero negro en el espacio vacío la totalidad de la narración.  

En lo que sigue a continuación quisiera estudiar la relación de Rivera como escritor de denuncia con el contexto nacional como nación todavía en formación cuyos límites no eran todavía fijos y estables; además de la relación de esta preocupación con la novela. Así mismo se estudia la relación de las actividades extractivas de la PAC (Peruvian Amazon Company) en tanto entidades productoras de caucho concretas con los poderes políticos más abstractos nacionales e internacionales. Esto, con el propósito de entender porque Rivera dio a su novela esta forma específica tan definida (la huida de dos sujetos del mundo bohemio y pequeño-burgués capitalino) en lugar de recurrir a una denuncia más documental o de método más tradicional como se esperaba de él en el milieu intelectual bogotano.  

En 1922 Rivera era incorporado como secretario abogado de la Comisión Limítrofe Colombo-Venezolana, partiendo con esta comisión en una expedición que lo lleva a la selva fronteriza y a conocer las condiciones de los colonos y el abandono de la región por el estado. Las experiencias vividas por Rivera durante estos meses fueron definitivas para la construcción de un imaginario lo suficientemente rico y vívido que después iba a ser plasmado en su prosa y su poesía. Pero más allá de la experiencia como tal, lo que se sabe de estos meses es que Rivera desarrolla una frustración con el gobierno de Bogota y su lenta y disfuncional burocracia.[6] Eduardo Neale Silva, biógrafo de Rivera nos cuenta que hacia finales de 1922 el desengaño con los procedimientos de la comisión es tal que Rivera decide abandonarla en la mitad de la selva y enrumbarse hacia San Fernando de Atabapo mientras espera ordenes desde Bogotá. Como no recibe noticias de ningún tipo, sigue rio abajo donde se adentra en terreno cauchero y se familiariza con la naturaleza de este mundo.[7] Es durante estos meses que Rivera logra no solo echar un vistazo crítico sobre las condiciones de explotación sino entender las condiciones precarias de las fronteras de su país, pues estas eran bastante ambiguas y parecía en vez de territorio soberano una especie de zona franca donde locales y extranjeros circulaban libremente, muchas veces no del todo ajenos a la industria cauchera. Es tanta la preocupación de Rivera por estas ambigüedades que decide volcar su indignación hacia su antiguo empleador, el estado colombiano, y en una serie de cartas y denuncias, acusa a la administración central de negligencia de sus fronteras.[8]

En una agreste carta publicada más tarde en El Tiempo, Rivera declaraba que los asentamientos militares peruanos en el rio Caquetá y Putumayo “eran un hecho innegable, sistemático y además, endémico.”[9] Sin embargo sus propuestas para aminorar la amenaza Peruana no ofrecen ninguna alternativa novedosa, sino que más bien ensayan las técnicas de construcción de carreteras y emigración interna que eran procedimientos comunes en la época. Los accidentes naturales no son vistos como se ven desde la retórica de Bogotá: oportunidades para el desarrollo de la economía nacional. Al contrario, en su prosa pesimista por ejemplo, el rio Putumayo no figura como una ventana de oportunidad económica para el país sino como una fisura y amenaza a la seguridad del país. Cuando Rivera regresa a Bogotá, se anticipan las publicaciones de sus notas y observaciones geográficas, mapas, datos, acotaciones, todo lo anterior con el fin de articular su denuncia ante las autoridades centrales sobre las condiciones del sur del país. Lo que si no se anticipaba, sin embargo, era la publicación de una novela que salía a la venta en 1924 y que describía la sombría aventura de dos jóvenes bogotanos que huyen de la urbe y terminan siendo “devorados por la selva.”

                  En un ejercicio esplendido de distanciamiento narrativo estratégico, Rivera compone y publica un documento que aunque ficticio le permite denunciar (y estetisar) las practicas más brutales de las que ha sido testigo. El final arrebatador que ya hemos invocado anteriormente no solo traza una línea muy firme que lo separa de otras “narraciones de viaje” tan populares en estas décadas sino que sirve como un J’accuse indirecto a las administraciones centrales quienes hacen poco o nada por adelantar la delimitación del país y la modernización de estas líneas fronterizas.  Así que se podría leer el trágico final de la pareja bogotana en La Vorágine como culpa indirecta de un estado no solo ausente sino muchas veces complicito con la carnicería que Rivera alcanzo a intuir desde cierta distancia.[10]

Pero Rivera enfrentaba también un segundo dilema, pues en este amplio teatro de actores que aparecen y desaparecen y de límites porosos o fluidos no solo se podían distinguir agentes como el estado y las compañías caucheras sino también actores más distantes pero a su vez más poderosos. En este caso es importante recordar el papel que jugaban tanto Inglaterra como los Estados Unidos en el plano político y económico de las jóvenes naciones Latinoamericanas. Tradicionalmente se temía a más al segundo pues este constituía una amenaza real de invasión y ocupación militar. Tras la invasión a México en 1846 y las subsecuentes aventuras militares en el Caribe y Centroamérica, la imagen de los Estados Unidos se había deteriorado rápidamente. Un vecino norteño agresivo e inestable era más peligroso que un imperio naval lejano aunque sin embargo muy presente. Inglaterra por su parte era vista como una mano amiga por muchos gobiernos beneficiados por sus políticas anti-españolas, en términos de créditos, y en el número de concesiones y explotaciones (o “inversión extranjera”) para explorar y extraer recursos naturales. Más si los ingleses eran bien recibidos al principio del siglo XIX, cien años después habían pasado de ser amigables prestamistas a colonizadores y usureros sin par. Su dominio  extendido por todos los continentes representaba entonces una amenaza más bien económica que estrictamente política o militar. Si Rivera apelaba entonces a Inglaterra como la defensora de lo que hoy día conocemos como Derechos Humanos, corría el riesgo de incurrir en un juego moral donde se apela a una nación moralmente superior y se restituye su legitimidad al preformar este gesto.

Acudir a los ingleses hubiera sido una reacción natural durante todo el siglo XIX, pero no en plenos años 1920’s cuando la política exterior inglesa parecía más preocupada en su política económica que en reocupar el lugar anterior de una especie de policía moral del mundo. Después de la Gran Guerra, Inglaterra había renunciado su función moralista debido a presiones económicas de la postguerra y a otras preocupaciones como la reconstrucción nacional, la emergencia del fascismo en el continente Europeo, y los problemas en sus colonias y protectorados; sin embargo, la oficina del servicio exterior inglesa había enviado un investigador “representante consular” a Colombia para indagar acerca de las atrocidades que se habían reportado desde 1909 perpetradas por la Peruvian Amazon Company.[11] El agente, abogado irlandés Sir Roger Casement, quien había estado en África podría atestiguar acerca de actividades similares perpetradas por las compañías internacionales en lugares como el Congo Belga. Casement recopiló una serie de artículos que denunciaban los abusos de la Peruvian Amazon Company ante el parlamento británico. En Colombia, estos reportes fueron publicados por los periódicos nacionales El Tiempo y El Espectador y se convirtieron en debate público tanto en las calles como en los resquicios del poder en Bogotá.[12] El escándalo de las masacres y los maltratos de las caucheras del sur del país no se restringió sin embargo a los debates políticos domésticos sino que adquirió escala internacional; tanto así que hasta el papa Pío X horrorizado por los crímenes en el Putumayo envió una encíclica Lacrimabili Statu (estado lamentable) a los arzobispos y obispos de la América Latina, invitándolos a colaborar con los gobiernos respectivos para poner remedio a “tan monstruosa ignominia y deshonra.”[13] De acuerdo a los estudiosos de la vida y la obra de Rivera, éste seguramente debió estar familiarizado con el debate y el rol que desempeño Roger Casement en “destapar la olla podrida” de la industria cauchera. Lo más intrigante es que Rivera no siguió la narrativa construida por Casement y su equipo investigativo para basar la novela, sino que se apoya casi totalmente en su experiencia y en la tradición oral que recopila mientras viaja por el área y se enfoca -como hemos visto- en la trama que se genera a nivel individuo siguiendo paso a paso las aventuras de los enamorados que huyen de la capital y sus experiencias personales. Rivera no incluye una visión más amplia y total que incluya las causas de la explotación de cierta materia prima en esta región del mundo; ni elabora un documento de periodismo investigativo con el fin de denunciar la explotación en el Putumayo.

Se podría argumentar entonces que Rivera decide no acudir a la figura abstracta del inglés que salva a los nativos de la explotación capitalista para no incurrir en legitimar como se ha dicho anteriormente ese lugar de superioridad moral. Así que –como hemos leído en La Vorágine– Rivera opta por dejar de lado la figura directa del europeo explotador como el causante de un apocalipsis humano y ecológico, en una de las áreas más exuberantes del mundo, para enfocarse en las consecuencias que esta explotación deja en los cuerpos o los residuos humanos expulsados por la máquina de producción cauchera: Clemente Silva y su hijo, Fidel Franco, Helí, el Pipa, Barrera, los indígenas raptados, etc… Además de inscribir la crítica material al modo de producción que succiona la vida de los hombres y de la jungla en el espacio imaginario de la selva colombiana violada e ilimitada, Rivera logra realizar un gesto de denuncia ecológica. Varios son los pasajes en los que se compara el sufrimiento humano de los trabajadores como analogía del sufrimiento de la naturaleza. Recordemos un fragmento de tonos épicos que lamentan el devenir histórico del  “hombre civilizado” en relación a la naturaleza:

El hombre civilizado es el paladín de ladestrucción. Hay un valor magnifico en la epopeya de estos piratas que esclavizan a sus peones, explotan al indio y se debaten contra la selva, atropellados por la desdicha. Desde el anonimato de las ciudades, se lanzaron a los desiertos buscándole un fin cualquiera a su vida estéril. Los caucheros que hay en Colombia destruyen anualmente millones de árboles. En los territorios de Venezuela el balatá desapareció. De esta suerte ejercen el fraude contra las generaciones del porvenir.”[14]   

Se podría argumentar que si el autor de La Vorágine y Tierra de Promisión hubiese querido ofrecer una versión del escándalo en el amazonas más completa se hubiera encontrado inevitablemente endorsando una narrativa que ya se encontraba en entredicho no solo en Colombia sino en otras partes del continente; la mencionada anteriormente que enaltece la tradición de la ley común inglesa y sus esfuerzos humanitarios ejemplares: recordemos que en este periodo cúspide del neo-imperialismo, Gran Bretaña representaba la vanguardia en estos temas.[15] Esta posibilidad de apelar y al mismo tiempo endorsar resultaba inaceptable para Rivera debido a su patriotismo y a sus efectos paradójicos y paternalistas. Rivera entonces se decide por usar una figura proveniente de los jóvenes e irritantes poetas del grupo “Los Nuevos” para llenar el espacio que tradicionalmente les hubiera correspondido a los ingleses. El joven narrador-poeta Cova, es quien servirá a Rivera de voz narradora y personaje. Es también una manera de deslindarse de la ideología cultural que habían sostenido los europeos en las colonias americanas por siglos desde el descubrimiento en adelante. La narrativa que va dibujando los trastornos de Cova está construida con el propósito de desmantelar las estructura ideológicas que habían sostenido la hegemonía económica y cultural inglesa y de paso el eurocentrismo de las elites criollas junto con el trato colonialista y explotativo de tanto la naturaleza como de las civilizaciones originarias. Es decir, Rivera sabe que no puede incluir a los europeos como los policías morales del mundo que rescatan a los nativos, pues este gesto sería contraproducente y reificaria la condición de superioridad moral; tampoco puede expulsar la realidad concreta e histórica de un abuso por parte de los poderes y convertir su novela en una fantasía burguesa escapista donde un poeta y su novia se pierden mientras salen de picnic a las afueras de la circunferencia de la civilización.[16] La solución como ya sabemos los que la hemos leído, es incluir una explotación muy real mas no distraerse en los actores que representan los verdaderos beneficiados de tal actividad; se pudiera también pensar que “la mano invisible” de Smith en La Vorágine permanece ineludiblemente, invisible. Estas fuerzas del mercado nunca son mencionadas en la novela, ni el origen de la demanda por el caucho se asoma en alguna conversación entre los personajes, ni se menciona a algún “gringo” supervisor o gerente sobre la plantación. Rivera, opta, como mencioné anteriormente por usar al poeta-narrador para documentar la terrorífica belleza de la jungla y la violencia como ha quedado inscrita en los cuerpos humanos y en el ecosistema en general.     

El propósito de este ensayo es tratar de localizar las coordenadas políticas y poéticas que sirvieron de plantilla a la hora de ensayar un documento denuncia en forma de novela. Este intento, de por si admirable, -considerando las restricciones tradicionales de ambas formas- no deja de ser tan importante como deslumbrante incluso hoy, a casi cien años de la publicación de la novela. A lo largo de este estudio hemos visitado varios puntos de naturaleza histórica, política, y literaria que nos permiten algunas acotaciones acerca de las interrogantes planteadas al inicio del ensayo. La Vorágine constituye una parte fundamental a la hora de valorar el legado de la narrativa hispánica en la américa del sur. Sin embargo parece que Rivera inició, como todo autor al final, con un cierto objetivo y finalizó con otro; digo esto pues los problemas que se querían abordar fueron varios y las dificultades para hacerlo como ya vimos igualmente múltiples. Pero me queda una duda sobre la intención y la aceptación que el mismo Rivera le hubiera podido ofrecer a su novela, entendiendo que su preocupación era fragmentada. Pues, ¿Cuál era el blanco de su flecha denunciativa dentro de la jerarquía de injusticias esperando a ser reveladas? ¿La falta de límites claros ocasionada por una burocracia centralista pesada y lenta? O ¿Los abusos infligidos a los nativos y a los esclavos importados por parte de monstros como Arana, el gerente de la PAC en Iquitos o el coronel Funes? O ¿El atraco frontal contra la riqueza natural propia del sur occidente del país? O ¿Más bien seria esta simultáneamente una flecha vengativa contra los delirios bohemios del grupo vanguardista “Los Nuevos” en su afán iconoclasta por sacudirse a la generación del centenario? O ¿contra su ex empleador, el gobierno colombiano por permitir el apocalipsis selvático y humano, y declarar la comisión inútil?[17] Yo opinaría que articular esta serie de demandas dentro de una novela hubiera dado como consecuencia dos posibles resultados: un texto de una extensión interminable y al final de difícil digestión (y comercialización, dicho sea de paso) o una novela falaz donde las denuncias y los reclamos son establecidos con claridad y con carácter acusativo pero a expensas del valor estético y la creación de una poética propia. Si criticamos a Rivera por una confusión de prioridades y por la puesta en escena de una serie de reclamos múltiples bajo el signo del narrador desequilibrado y arrogante pues seria para congratularlo pues esa “confusión” cristalizó en un ensayo deslumbrante sobre temas novedosos y pertinentes en su época que incluso hoy nos siguen acechando en un mundo más volcado hacia el consumo y por lo tanto, la producción y la explotación. Esto además de manejar la forma y el lenguaje de manera novedosa e incluyente dentro de la producción literaria y cultural de su época.       

Entonces ¿Cuál es el legado de La Vorágine en vísperas del siglo XXI? ¿Qué podemos entrever, como se intuyen las formas a través del follaje de la selva, en épocas tan disparejas pero tan similares a las cuales Rivera dedicó sus lúcidas lucubraciones? En un mundo donde las fronteras nacionales son cada vez más problemáticas, espacios de reflexión como el que nos ofrece Rivera acerca de estas construcciones modernas son cada vez más relevantes en tanto constituyen muestrarios que permiten repensar cómo funcionan estos límites y nos adentran al estudio de lo que yo llamaría “los límites de los límites.” Es decir, estas reflexiones nos hacen meditar acerca de las naturalezas propias o trascendentes de bordes nacionales o post-nacionales como lo fueron los indefinidos límites de la frontera colombo-peruana o como según varios lo es hoy la frontera entre México y los Estados Unidos. ¿Serian estas áreas limítrofes, (o pos-limítrofes) donde la vida se deja morir sin recurso, el nuevo paradigma de un mundo en transición; transición desde un corpus de leyes hacia otras, una crisis que abandona una legalidad para empezar a utilizar otro tipo de evaluación jurídica acerca de la legitimidad?  Qué pensaría Rivera de las fronteras actuales violadas violentamente por fuerzas invisibles e incluso más poderosas que las establecidas por los preceptos de la soberanía nacional en su día. La Vorágine nos permite adentrarnos hacia ese estado de abandono al cual somos expuestos sin excepción hoy día.

Cuando Cova lamenta la falta de jurisdicción en la ciudad de Manaos y la ausencia del cónsul colombiano -hace casi cien años en su novela-, pareciera que estuviera hablando acerca de la condición contemporánea; bien pudiera ser ese el lamento de cualquiera de nosotros en un orden desordenado y definitivamente post-nacional. Esta condición esta materializada en un régimen donde las leyes han perdido su fuerza y las tecnologías de gobernabilidad -al decir de Foucault- parecen navegar a la deriva en un océano de preceptos biopoliticos. Hoy se puede escuchar el mismo lamento de Cova, no solo en las entrañas de selvas inexploradas sino en el estado de excepción que ha devenido en norma de gobierno global.

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[1] Carlos Fuentes, La nueva novela Hispanoamericana. (Mexico: Joaquin Mortiz, 1969), 9.

[2] Alonso, The Spanish American Regional Novel, 140.

[3] Rivera, La Vorágine, 195.

[4] En este caso sería importante recordar el ensayo del estudioso Marxista norteamericano George Novack “Uneven and Combined Development in History” New Park Publications: Labour Review. El articulo puede ser encontrado en el archivo digital del autor: “George Novack Archive,” https://www.marxists.org/archive/novack/index.htm

[5] Rivera, La Vorágine, 109.

[6] E. K. James, “José Eustacio Rivera” 397. Cita de Carlos Alonso en The Spanish American Regional Novel, 141.

[7] Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano: Vida de José Eustasio Rivera. (Madison: University of Wisconsin Press, 1960), 239.

[8] Alonso, The Spanish American Regional Novel, 142.

[9] Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano, 283.

[10] Una excepción notable en la tradición del viaje nostálgico y más a fin con La Vorágine es la excelente novela The Heart of Darkness del escritor Polaco-Ingles Joseph Conrad. Las narrativas de viaje del periodo tienden a ser formuladas alrededor de una partida, un viaje y un retorno a casa. Rivera y Conrad cada uno de manera distinta y combativa redefinen estos patrones circulares ya para esta época institucionalizados en la literatura Europea. Para entender la historia del viaje en la época Victoriana refiérase al libro de Mary Louise Pratt Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation. London: Routledge, 1992.

[11] Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano, 283.

[12] Ver de Michael Taussig, Shamanism, Colonialism and the Wild Man: A Study in Terror and Healing. Chicago: University Of Chicago Press, 1991.

[13] Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano, 283. La encíclica puede ser accedida en el portal del vaticano, http://w2.vatican.va/content/pius-x/en/encyclicals/documents/hf_p-x_enc_07061912_lacrimabili-statu.html

[14] Rivera, La Vorágine, 170.

[15] Entre muchas otras razones podríamos enumerar el historial algo favorable que se le podía asignar al imperio en el siglo XIX: fue el imperio el que primero abolía el comercio de esclavos en 1833 en sus colonias y vigilaba muy cuidadosamente los barcos esclavistas, generalmente españoles, y portugueses que merodeaban las costas del África occidental; así mismo se pronunció, luego de unas semanas de tentativa, como enemigo de la nueva nación Norteamericana conocida como la confederación de estados Americanos la cual legalizaba e institucionalizaba la explotación de esclavos. Así mismo en su colonia capital, la india británica, la joya de la corona del imperio, los ingleses habían instaurado cortes de ley común donde se trataba de elaborar un sistema de ley civil que fuese compatible con ambas partes involucradas: el sistema de ley comunal indio y la tradición liberal inglesa. Es oportuno recordar el clásico ensayo “Can the Subaltern Speak?” de la pensadora india Gayatri Spivak quien formula su argumento central usando el debate histórico que se genera a partir de la practica tradicional hindú del Satí (en el cual una mujer se inmola en la pira funeraria del marido recién fallecido) y los intentos ingleses de prohibirla.

[16] Debe notarse sin embargo la presencia del fotógrafo francés “Mousiú” Eugenio Robuchon como el único europeo que figura dentro del texto. En este caso, sus orígenes latinos y su labor de documentador de la violencia excesiva de la Peruvian Amazonian Company encajan sin problema en la interpretación que se sostiene en este ensayo. Se contrasta el estereotipo del inglés o el norteamericano como invasor con el del francés como humanista u hombre letrado.  

[17] Eduardo Neale Silva, Horizonte humano, 230.

El peso de la historia en La Vorágine como “documento de denuncia” (Primera Parte)

To fly is to trace a line, lines, a whole cartography. One only discovers worlds through a long broken flight. [1] Gilles Deleuze.

Este ensayo esta delineado bajo dos partes que tratan –aunque inevitablemente se deslindan un poco de sí mismas- de elaborar una explicación histórica aunque también política y estética de los eventos que causaron que José Eustacio Rivera escribiera una novela o documento de denuncia en la manera en que esta se escribió. La primera parte estudia las características propias del narrador-poeta Arturo Cova como figura de capital importancia dentro de la novela. En esta quisiera avanzar contra la corriente crítica que tiende a relegar la literatura previa al boom de los años 1960’s como literatura costumbrista, o intentos apartados y regionalistas que han fallado en construir una identidad que abarque algo más que regiones o identidades locales dentro de las naciones Latinoamericanas. Con este fin hago uso de los juicios valorativos de miembros del boom como Carlos Fuentes y Julio Cortázar para proponer una contra-crítica y tratar de entender y apreciar mejor la herencia de la literatura de la primera mitad del siglo XX. Para esto uso la subjetividad alterada de Cova y propongo que su discurrir no difiere mucho del que escucharíamos de los personajes que se presentarían después en las narrativas más emblemáticas del mismo boom

La segunda parte se centra en un estudio más histórico-político que trata de ubicar a Rivera como escritor con una agencia bien definida pero inmerso en un contexto económico-político bastante singular y por consiguiente restringido. Esta sección conduce hacia una crítica del texto más enfocada en las observaciones que hemos esbozado acerca de la subjetividad de Cova. Es aquí, donde las partes previas confluyen para arriesgar una tesis -que incorpora factores de la economía política y la diplomacia del periodo- que apunta hacia una posible explicación acerca de los interrogantes que se habían levantado anteriormente. Es decir, ¿Porque La Vorágine adquirió la forma que tiene a pesar de haber sido diseñada como documento de denuncia? O ¿Cuáles con las razones que influyeron al autor de Tierra de Promisión para usar a una pareja burguesa capitalina como vehículo de exploración que conduce tanto al descubrimiento propio y personal como al desenmascarar una estructura de explotación con orígenes que trascienden los limites nacionales?

La Vorágine fue escrita en el periodo inmediatamente posterior al boom económico de los años 10’s y 20’s en Latinoamérica. Como sabemos, Rivera era abogado y funcionario del gobierno durante la expedición limítrofe que se encargaba de precisar las fronteras entre Colombia y Venezuela. Tanto los limites porosos e indefinidos de estos países como las leyendas acerca de operaciones monstruosas que extraían caucho mediante la tortura de los trabajadores poblaban el imaginario burgués de las capitales involucradas. La crítica tiende a estudiar La Vorágine como ficción regionalista en conjunción con otras obras de la época tales como los cuentos de Horacio Quiroga quien también supo trasladar el sentido de maravilla y lo sublime de las formaciones naturales de Suramérica en sus textos; Don Segundo Sombra de Ricardo Guiraldes donde el lenguaje modernista se usa como vehículo de documentación; o el clásico de Rómulo Gallegos, Doña Bárbara, obra que también supo evocar la poética de la geografía nacional pero que además la organizo como simbología teleológica comparando paisajes selváticos como espacios de barbarismo y cultivos o plantaciones como espacios de progreso bajo el signo de una ideología desarrollista.[2]

Pero estas expresiones literarias, como arguye Carlos Alonso en su The Spanish American Regional Novel: Modernity and Autochthony han caído en una suerte de desatención por parte de la crítica pues no encajan entre el vanguardismo en la poesía y la nueva novela (boom) Latinoamericana. La razón principal seria porque el nominativo “regionalista” o “la novela de la tierra” han implicado atención a temas regionales y rechazo de las formas literarias Europeas. Durante el boom, estas ficciones fueron devaluadas drásticamente por los escritores asociados con este movimiento literario a tal punto que figuras como Carlos Fuentes y Julio Cortázar no dudaban en rechazar la validez de estas obras como pieza constitutiva de la tradición literaria del continente. Los comentarios de Cortázar son ejemplares: “[el boom] es la muestra de un continente que finalmente encuentra su voz propia” o “¿Que es el boom sino el logro más extraordinario del pueblo latinoamericano en la búsqueda de su identidad y su conciencia?”[3] Alonso intenta revalidar esta corriente estética y formula puntos de tensión en los que el saldo que los escritores del boom o pre-boom tienen con las poéticas telúricas es evidenciado y se configura a veces como puntos de apoyo sobre los cuales varios escritores de la América hispanohablante levantaron sus proyectos creativos.[4]  Mi intención en este ensayo es resaltar algunos aspectos por los cuales obras pertenecientes a este periodo (en particular La Vorágine) deben ser reconsideradas y reevaluadas siguiendo en parte el llamado que formula Alonso y entendiendo algunas características de esta novela como rasgos que prefiguran un registro de lo que se llamaría “narrativa moderna.” Esto, claro está, sosteniendo la imagen de un presente tortuoso siempre presta y atenta en la conciencia mientras se realiza el análisis de la novela; es decir repensando los temas de la narrativa de Rivera dialécticamente entre un pasado muy presente y un presente que no se achica frente al pasado.               

Recordemos que el punto de entrada de La Vorágine es mediado por el escritor y poeta, Arturo Cova, narrador en primera persona (a veces un narrador algo inestable) quien nos adentra y nos guía hacia la vida cotidiana de los llanos orientales colombianos y posteriormente a la selva amazónica del sur occidente del país. Arturo Cova y su novia o compañera Alicia huyen de la ciudad debido a problemas emocionales poco claros en su relación y las consecuencias que enfrentarían si permanecen en Bogotá. Éstos se internan en los llanos de manera un tanto descabellada, una huida que presagia el fatídico resultado del resto de la narración. Luego de algunos días de viaje se adentran al Casanare y se hospedan en la casa de los lugareños Griselda y Fidel Franco. Allí, se inician en su nueva vida llanera: se introducen personajes típicos del campo como el administrador Barrera, quien desde un principio levanta sospechas en nuestro poeta-narrador Cova. Se genera también una tensión debido a las insinuaciones eróticas por parte de Cova hacia Griselda, la esposa de su anfitrión, entre él y Fidel Franco. Más adelante debido a las violentas borracheras de Cova, su inestabilidad emocional y las propuestas de un mejor futuro vendiendo comida en el campamento cauchero (esgrimidas con elegancia por el galán Barrera), Alicia decide marcharse con Griselda en secreto y aventurarse hacia la selva del Putumayo. Naturalmente el resto de la novela se desarrolla como el viaje peripatético de Cova y Franco en búsqueda de sus mujeres y en el caso de Cova de su hijo, pues Alicia había quedado embarazada recientemente antes de partir. 

Arturo Cova absorto en sí mismo como personaje moderno

Mientras que la primera parte de la novela se enfoca en la estadía y el melodrama de esta problemática pareja de citadinos mal adaptados al llano, podríamos decir que la segunda y la tercera se dibujan como plano vertical que desemboca en el vacío del abismo, en las palabras de Cova “a la vorágine de la nada.” Es decir, las partes restantes de la novela constituyen una especia de caída del hombre en todo el sentido de la expresión: la civilización occidental deviene en barbarie esclavista y extractiva, los hombres (a nivel del sujeto) degeneran en bestias de trabajo, los exploradores, Cova y Franco se pierden en la “inmensidad de la cárcel verde”[5] y la selva los debilita agonizantemente hasta el límite de su consciencia. Al contrario de Doña Bárbara novela con la cual se compara regularmente, en La Vorágine no hay un valor de redención pues la naturaleza y el hombre se destruyen mutuamente. No hay armonía en esta relación como la hay en la novela venezolana donde la ideología de un telos trascendente impregna la simbología del relato. En La Vorágine mientras el hombre roba el látex de los arboles la selva le roba de su energía vital y lo desfigura lentamente.

Dentro de esta odisea tropical, Rivera nos presenta a través de Cova, una variedad de personajes que deambulan por estas áreas perdidas y quienes están relacionados de alguna manera con las actividad caucheras de la región. Por ejemplo, encontramos al rumbero don Clemente Silva; también al guía e intérprete Pipa, a la comerciante turca, Zoraida Ayram, y a otros que poco a poco enhebrarán cada hilo narrativo dentro de la trama general de la novela, como ramas que se entrelazan formando el follaje del bosque amazónico. La multiplicidad de caracteres que pueblan la jungla es a su vez, reflejada en una multiplicidad de voces considerable. Una vez inmerso en la selva el discurso (speech) de Cova se fusiona con otras voces que poco a poco se han adentrado en la narrativa.[6] Esta condición indica una suerte de cubismo literario que indica rasgos muy claros de una modernidad presente o al menos surgente en su técnica narrativa.

En un sentido Cova es el héroe propio del romanticismo tardío latinoamericano; en busca del amor ideal que no pudo experimentar. Pero si nos detenemos y estudiamos la trama desde otro ángulo, Cova está muy consciente de su condición solitaria y la dificultad de recobrar el objeto de su melancolía. Es decir es un protagonista muy “moderno” quien lidia constantemente con los tropos más típicos de la literatura modernista emergente. Podríamos agregar que Cova se torna en “héroe” al terminar con la vida de Barrera y uniéndose a Alicia. Pero ésta no constituye una unión espiritual o ideal sino solo un momento fugaz de alegría que precede la continuación de una nueva errancia ahora incluso más angustiosa pues Cova tiene bajo su responsabilidad a su mujer y a su hijo prematuro. Una y otra vez, especialmente desde la segunda parte en adelante, se nos muestra a un Cova absorto en sí mismo y meditativo o turbado y agresivo hacia los demás. En otras palabras, Rivera nos dibuja el perfil de Cova como sujeto típico del modernismo donde rasgos psicológicos confluyen y se convierten en lenguaje alterado a la manera de un stream of consciousness; y factores tan objetivos como los hechos, el tiempo o el espacio se diluyen en la percepción alterada del narrador-poeta.  

Mi sensibilidad nerviosa ha pasado por grandes crisis en que la razón trata de divorciarse del cerebro…mi mal de pensar que ha sido crónico, logra debilitarse de continuo, pues ni durante el sueño quedo libre… en el fondo de mi ánimo acontece lo que en las bahías: las mareas suben y bajan con intermitencia.[7]

Si nos alejamos del contexto y leemos las palabras como tales en una especie de vacío sin ninguna asociación al tema, éstas podrían adjudicarse fácilmente a otros protagonistas de la “nueva novela.” Es decir, las angustias del mismo Cova pueden ser leídas como si salieran de los mismos personajes creados por Carlos Fuentes, Vargas Llosa, o el mismo Julio Cortázar: los autores que décadas después en algún momento imprudente rechazaban todo lo que los precedía y así se coronaban como “el logro más extraordinario del pueblo latinoamericano en la búsqueda de su identidad y su conciencia.”[8] Serviría clarificar que los rasgos de Cova que reflejan un cierto nerviosismo crónico hacen parte de su personalidad como tal y no representan un desmerito para Rivera o su narrativa. Las recurrentes indulgencias de Cova en fantasías desproporcionadas solo revelan una arista más de los recodos que fascinaban a la narrativa modernista en su exploración psicológica del sujeto moderno. Recordemos pasajes como el de la última parte que nos cuenta el encuentro de Cova con su antiguo amigo Ramiro Estévanez donde el ego del poeta-narrador parece crecerse con una inmodestia que roza la arrogancia. Cuando Cova le obliga a Estévanez a preguntarle que lo ha traído a tan inhóspitos parajes, este responde sin dudarlo y con insolencia premeditada: “Me robé a una mujer y me la robaron. ¡Vengo a matar al que la tenga!”[9]

Estos excesos solo nos recuerdan que Rivera resueltamente decidió componer un documento de denuncia múltiple además de exponer las vicisitudes que resquiebran la subjetividad moderna como ya se ha argumentado. Digo denuncia múltiple pues La Vorágine se ha leído como una obra denuncia que no solo narra la historia fatídica de la pareja criolla sino que expone los horrores causados por un capitalismo extractivo salvaje, ajeno a cualquier tipo de regulación en conjunción con el letargoso aparato burocrático central.[10] Desde antes de su publicación, Rivera militó en actitud de reclamo e indignación sobre los abusos que se habían estado reportando desde 1907 como lo recuerda Hilda Soledad Pachón Vargas en su Los intelectuales colombianos en los años veinte: El caso de José Eustasio Rivera. Ese sería entonces el primer caso de denuncia; pero debemos recordar el contexto literario y cultural bogotano para posicionarnos dentro de la constelación de ideas que pudieron cristalizarse en preocupaciones e inquietudes propias del autor huilense. Como reacción a las corrientes poéticas modernistas que dominaban la producción literaria de la capital alrededor de las fechas que marcaban el aniversario de la independencia del país, una nueva vanguardia irrumpía en el paisaje cultural burgués de la ciudad y expresaba inconformidad con las normas estéticas predominantes. “Los nuevos” como se autodenominaron representaban un vanguardismo e irreverencia en momentos que se respiraba un ambiente academicista y nacionalista debido al aniversario de independencia. Integrados bajo el influjo de José Enrique Rodó, con su obra Ariel, combatieron la política exterior de Teodoro Roosevelt, y promovieron la unidad latinoamericana. A algunos de sus miembros los animaba el socialismo, a otros los entusiasmaba el anarquismo, aunque en el fondo todos avalaban las ideas liberales. Así, conformaron un grupo que gustaba de mostrarse irreverente contra la llamada “Generación del centenario” y vivía en una atmósfera ligeramente bohemia.[11] Ante la irrupción de tales vanguardias iconoclastas, podríamos decir que Rivera ciertamente responde localizando en su protagonista -el narrador-poeta Arturo Cova- al típico “novista” que expresaba en su poética una falta de interés en el patrimonio cultural nacional y pregonaba por las calles y los cafés de la capital una atracción por la audacia verbal y la agilidad de expresión. Tal vez a su manera, Rivera extrae una especie de venganza al crear un personaje trágico inspirado en estos jóvenes e imprudentes poetas quienes han cultivado una arrogancia capitalina y una falta de mesura deplorable. Esta sería entonces la segunda parte de su denuncia: el emitir una advertencia a los nuevos poetas que se rebelan contra las instituciones literarias y estéticas presentes. Releyendo los soliloquios de Cova es difícil no imaginar que Rivera se basara en las muchas conversaciones afectadas por el esteticismo de “Los nuevos” que tal vez debió escuchar mientras cursaba sus estudios de derecho en la Universidad Nacional.           

Regresando al texto me gustaría estudiar otro pasaje nos revela aún más el carácter alienado e introvertido de Cova. En el trance de sus episodios febriles, Cova se pregunta irónicamente, “¿Cual es aquí la poesía de los retiros, donde están las mariposas que parecen flores translucidas, los pajaros mágicos, el arroyo cantar? ¡Pobre fantasía de los poetas que solo conocen las soledades domesticas!”[12] El discurso indica que en realidad él conoce las soledades verdaderas; las que atormentan cuando se está separado de su amada o perdido en sí mismo o lejos de la comunión con el prójimo. Incluso cuando está junto a Alicia, Cova recae en su discurrir existencial: “¿Qué merito tiene el cuerpo que a tan caro precio adquiriste? Porque el alma de Alicia no te ha pertenecido nunca… te hallas, espiritualmente, tan lejos de ella como de constelación taciturna que ya se inclina sobre el horizonte.”[13] El discurrir de Cova perdido en la selva no parece muy lejano al quejido que emitirían los protagonistas de la nueva narrativa hispanoamericana. Pudiera ser ciertamente el monologo de Cova pero también de un Artemio Cruz o un Aureliano Buendía, solo e incapaz de experimentar afecto.       

Haciendo uso del relato en primera persona de Cova alternado con el uso frecuente de largos párrafos articulados como discurso indirecto libre, Rivera presenta una serie de aventuras y anécdotas que se relacionan con los extremos a los que tiende a caracterizar la industrial cauchera en la región. Los personajes también se van encargando poco a poco de delinear los maltratos y las heridas que el comercio del caucho ha dejado en sus vidas. Se nos narran episodios de violencia horrífica que usualmente involucran a los capataces y administradores de las plantaciones perpetrando torturas indescriptibles contra los trabajadores del caucho quienes en su mayoría son habitantes originales del área o indígenas raptados de sus comunidades.

Lo que este breve repaso nos indica entonces es que en La Vorágine ya se despuntan rasgos de eso que Fuentes llamaba “la nueva novela Hispanoamericana.” Es decir acá figura claramente el protagonista como carácter alienado por la cultura del capitalismo monopolístico y por su propia consciencia existencial. Además de retratar sus personajes como subjetividades complejas e impredecibles, Rivera utiliza técnicas que no son ni provinciales ni poco sofisticadas: a través del texto se encuentran yuxtaposiciones de personajes, de lenguajes bellos con aspectos grotescos que evocan por ejemplo pasajes de El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, además de las recurrentes digresiones de Cova poblabas por lucubraciones liricas que se intercalan con el discurso y el habla propia de los llaneros, los habitantes de la selva y los comerciantes de caucho. Estas estrategias narrativas construyen una suerte de plano polifónico donde el texto parece cambiar de dimensión o de modalidad cada vez que una intervención modifica la plasticidad del lenguaje y enriquece el entramado narrativo. Ante estas complejidades, y las técnicas experimentadas por otros escritores contemporáneos de Rivera, las anotaciones mencionadas de ciertos miembros del boom parecen cada vez más desafortunadas.      

También debemos recordar que el vocabulario específico de la novela resalta su modalidad discursiva de especialización y le terminología inmanente. La Vorágine repite un gesto observado en novelas del modernismo: la creación de un espacio de lenguaje autosuficiente que refleja la especialización del autor por un tema definido y su característica como documento de denuncia. Es tal vez la intención predominante de Rivera de crear esta suerte de denuncia la que lo obligó a dedicar considerables energías en la tarea de recrear la selva y que llevó también a escritores y críticos a formular sentencias poco favorables como la de Carlos Fuentes acerca de literatura y naturaleza.

En la tercera y última parte de la novela se nos narra la llegada de Cova al campamento, su venganza contra Barrera y su encuentro con Alicia y su hijo recién nacido. También es allí donde se nos revela en un gesto meta-literario (que parece querer cobrar distancia del autor) que Cova ha estado documentando su odisea amazónica en un “libro de caja” durante todo el trayecto. Pero aquí no termina la novela, porque poco se sabe de lo que “realmente” ocurre con Cova y su familia. Lo que sobrevive es el diario que se ha escrito en el libro de caja que es en realidad el libro que sostenemos en nuestras manos. El libro es así mismo el diario pero adornado por dos para-textos que enmarcan y ofrecen un distanciamiento del manuscrito mismo. El prólogo y epilogo que demarcan el diario de Cova son firmados y atribuidos al propio José E. Rivera por el mismo y dirigidos al cónsul de Colombia en Manaos, Brasil agregando que nadie ha podido dar con el paradero de los perdidos y concluyendo con algo de frialdad: “¡Los devoró la selva!” Podríamos agregar que La Vorágine es mucho más que  una novela de la tierra. Tal vez constituye un enlace de importancia capital en el devenir del corpus literario de Colombia y de la región pues las semillas de propuestas tan diversas como Cien años de soledad o Los Pasos Perdidos se pueden localizar entre las experiencias de Cova y la perspicacia de Rivera para narrar y traducir la experiencia vivida al texto.  


[1] Gilles Deleuze, Dialogues (New York, NY: Columbia University Press, 1987), 36.

[2] Gerald Martin, Journeys Through the Labyrinth (London: Verso, 1989), 49. En este sentido sería interesante pensar periodos de la tradición literaria suramericana o latinoamericana como intentos por estudiar el paisaje sublime o lo sublime latinoamericano. A mi saber no existe aún una recopilación que analice tales tropos desde la perspectiva fenomenológica propuesta por Emmanuel Kant y Edmund Burke. Para un análisis pictórico de lo sublime dentro de la plástica norteamericana del siglo XIX ver American Sublime: Landscape Painting in the United States 1820-1880. Para una ilustración desde teorías culturales y arquitectónicas de las construcciones paradigmáticas norteamericanas como represas, rascacielos, las líneas del ferrocarril o las ciudades electrificadas de principios de siglo ver el excelente estudio de David Nye American Technological Sublime.

[3] Idelber Avelar, The Untimely Present Postdictatorial Latin American Fiction and the Task of Mourning. (Durham, NC: Duke University Press, 1999), 35.

[4] Carlos J. Alonso, The Spanish American Regional Novel: Modernity and Autochthony. (Cambridge: Cambridge UP, 1990), 41.

[5] José E. Rivera, La Vorágine. (México D.F.: Editorial Porrúa, 2004), 79.

[6] Recordemos el análisis que estudiamos hace algunas semanas donde la crítica Sylvia Molloy argumentaba una suerte de contaminación narrativa al reflexionar sobre la mutación que sufre el estado de ánimo y la conciencia de Cova como refracción dentro del orden de lo lingüístico. Sylvia Molloy “Contagio Narrativo y Gesticulacion Retorica en La Voragine” Yale University Press: Revista Iberoamericana 53.141 (1987): 745-766.

[7] Rivera, La Vorágine, 39.

[8] Avelar, The Untimely Present, 35.

[9] Rivera, La Voragine, 177.

[10] En este sentido La Vorágine constituye un ejemplo de literatura denuncia como lo fue alrededor de la misma época el best-seller The Jungle (1906) de Upton Sinclair donde el autor norteamericano revela las condiciones deplorables de la actividad carnicera y su empacamiento industrial. La lectura de La Vorágine como documento de denuncia ha sido propuesta por el crítico Carlos Alonso en su The Spanish American Regional Novel: Modernity and Autochthony. Entender La Vorágine como documento de denuncia creo yo constituye un gesto dialectico en sí mismo: al leer la narrativa como ataque a las autoridades nacionales se potencializa la capacidad transformadora social de la literatura (recordemos que las narrativas antiesclavistas de mitad del siglo XIX como por ejemplo Uncle Tom’s Cabin de Harriet Beecher Stowe tuvieron un impacto tan profundo en las clases letradas antiesclavistas de Nueva Inglaterra y Londres como para poner suficiente presión pública sobre las instituciones y declarar la prohibición de la esclavitud en los territorios de la corona -hasta el presidente Abraham Lincoln al conocer a la autora H.B. Stowe le pregunto con simpatía “So this is the little lady who started this great war”? Así mismo el entender la literatura como herramienta de denuncia y cambio social puede correr el riesgo de prestar demasiada atención a los eventos sociales y políticos relevantes. Conllevando a descuidar la búsqueda y perfeccionamiento de la estética y un espacio de discusión propicio sobre temas más abstractos de corte filosófico o teológico.          

[11] Antonio Gómez Restrepo, Historia de la Literatura Colombiana. (Bogotá: Ministerio de Educación Nacional, 1956), 38.

[12] Rivera, La Vorágine, 149.

[13] Rivera, La Vorágine, 8.

Literatura como cuerpos y ensamblaje

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¿Qué es la literatura? ¿De qué está hecha? O en otras palabras, ¿qué entendemos por literatura? ¿Un cuerpo de novelas, cuentos y poemas? ¿Una disciplina que nos obligan a tomar en el colegio o en la universidad? ¿Acaso un lugar que asociamos con tedio y libros en desuso? ¿Qué son las novelas? ¿Qué son los poemarios hoy día especies casi en extinción?

Una manera de contestar es proponer de entrada que la literatura como cualquier objeto en el mundo (post)moderno en que vivimos responde a algo que se puede juzgar desde la ciencia de lo útil y lo real. Una respuesta utilitaria propone un objeto intercambiable de mutuo beneficio: yo recibo un cuerpo –el objeto de arte, el libro- a cambo de otro –el equivalente general, i.e., el dinero-. Una explicación que satisface a los deterministas económicos. Contra esta visión de intercambio racional basado en las conveniencias y los intereses hay una línea Batalliana tal vez más interesante que traumatiza esta coherencia de la vida como mecanismo perfecto: la naranja mecánica, el reloj, la maquina donde todo funciona a la perfección -la metáfora ya la conocemos.

Esta línea enfatizaría el acto del gasto: el dar solo por dar, el dar como el diferencial entre otros seres y uno como ser humano. El gasto de los recursos, el gasto de la energía en placer violento, dolor, poesía. ¿A qué campo podríamos adscribir lo que entendemos por literatura? ¿A una mercancía más donde solo lo real, lo usable y lo útil tienen carácter serio? ¿O a el gasto por y en si mismo? Un gasto que no tiene limites y que nos recuerda que la vida es toda gasto más allá de sobrevivencia. ¿Estamos en facultad de elegir acaso, o mas bien nos vemos limitados a las lógicas del capital y el uso puro lo útil como limite máximo de la vida? O, en general, ¿Tenemos acaso escape de una vida enmarcada y regulada solo en función a lo útil, de lo que sirve? Será que Michael Taussig está en lo correcto cuando argumenta que, “nunca estamos en derecho de preferir la seducción, que de hecho, la verdad tiene todo derecho sobre nosotros.” Sin embargo agregando que aún así “hay que responder a algo más fuerte que todo derecho, algo imposible a lo que accedemos solo olvidando la verdad de todo derecho, solo aceptando desaparecer.” (The Devil and Commodity Fetishism in South America), 259.

¿Qué es entonces la literatura? Una mercancía que responde al capital o un espacio de despilfarro y gasto por el gasto mismo? La respuesta mas fácil y tal vez menos interesante es la repuesta del sentido común, la respuesta que escucho a mi alrededor: la literatura es ambas cosas, un poco de mercancía comodificada y un poco de exceso. Hay algo que siempre me molesta de las síntesis facilistas. Hay una pereza intelectual digamos en sumar y no problematizar que el resultado de esa suma tal vez esté impregnado de contradicciones e ideas no pensadas a cabalidad. También me desanima la respuesta en binarismo: o la literatura es objeto medido solo por el valor de intercambio o solo historias dramáticas de muerte y exuberancia.

Si para algo servimos los profesores de literatura hoy día es tal vez para atacar y escapar el perímetro conceptual, epistemológico, político del binarismo… de todos los binarismos. No hacerlo equivale a hacer una reversión sin desplazamiento, es decir movernos sin movernos. Argumentar si avanzar.

¿Entonces que es la literatura?

En palabras llanas la literatura son cuerpos, muchos cuerpos (papel, tinta, hojas, ideas, revisiones, pasiones, traiciones, todos los defino como cuerpos) encerrados por otros cuerpos más grandes: ojos, cerebro, lenguaje, sociedad, normatividad, economía libidinal, sistemas.

Pero mas allá de estas partículas que serian las partes mas básicas, la respuesta corta es esta, la literatura son historias y las historias están hechas de cuerpos y partes, y estas a su vez, se enganchan en otros ensamblajes que forman y toman prestado de la experiencia misma.

Las novelas y cuentos que algunos inspeccionamos con curiosidad (y otros mantienen en cuarentena de por vida!) son nosotros mismos, la vida en toda su inmanencia que no es representada, sino mas bien -al decir de Vargas Llosa, presentada. La vida es la literatura: una maquina compuesta de partes que anda para bien y para mal, hasta que como toda maquina se descompone. Cuando se descompone parcialmente entendemos de repente que todas sus partes son dependientes entre si y de otras, se nos llama la atención como argumentó Heidegger a el rompimiento de la maquina como momento donde lo anterior se evidencia y nuestra dependencia de esos funcionamientos también. Cuando ésta, por el contrario, se descompone totalmente, cesa de funcionar como nuestro cuerpo mismo y previene todo devenir.

La literatura en otras palabras somos nosotros, y nosotros somos la literatura. Ignorarla o desdeñarla, es hacernos un desfavor y tal vez dejarnos conducir con más docilidad por el camino de lo meramente útil, lo provechoso y en su ultimo grado lo transformable en capital; es vivir dentro de la animalidad, subyugados (más bien esclavizados) al trabajo y sujetos a los instintos que determinan la vida animal.

Cuerpos. No solo son el cuerpo humano o el cuerpo animal. Los cuerpos pueden ser partes, símbolos, cuerpos de agua, el cuerpo estudiantil, el cuerpo del delito, el corpus y las demás metáforas que naturalizamos y repetimos sin reflexionar. Nuestro pensar tiene que salir del esquema de estructuras, de ramificaciones y de binarismos. En palabras de Deleuze y Guattari “Estamos hartos de los arboles!” El cuerpo atraviesa como un espectro y deviene en historias, las historias mismas devienen en cuerpos. En algo parecido pensaban estos teóricos cuando nombraron el rizoma. Lo que encontramos es una transgresión. Este desplazamiento tal vez es al que aludía Taussig siguiendo a Bataille. En otras palabras, la literatura, -las historias seria mejor decir- es ese responder a algo mas fuerte que no repara en derechos, la literatura son las historias que nos hacen y nos deshacen solo cuando olvidamos que somos literatura, que somos historias, cuando nos sentimos más cerca al libro y sus ideas, que a nuestro alrededor. La literatura va mas allá de su medio o de su contenido para para contarnos, en el sentido transitivo de contarnos algo, como en el sentido reflexivo de contarnos a alguien. Tal vez hablamos de lo que queda de nuestro devenir como protagonistas futuros y lectores pasados.

 

The Birth of Biopolitics, but where is the “bios” and the “politics”?

Birth BiopoliticsIn the “Birth of Biopolitics,” Foucault tries to compose a history of certain practices, political, social, economic, legal, by avoiding the universals such as “state, civil society,” etc… to explain the present as it is experienced in the middle of a neoliberal reordering.
But what is surprising is that he never mentions the term “Biopolitics” or when he does is very superficially used as if it was a way to label his project. He argues that his methodology is to start by saying -as he did while writing the history of maddens- “let’s say there is no madness and never has been and lets start from there.” p. 3 In writing this history he is recurring to his method of studying “practices” and “ways of doing things”  to understand how the economic thinking that emerged from the 18th Century onwards has become intertwined with political economy, ideologies such as liberalism and the idea of the state whether in the French, German or English cases. p. 318 I studied the material overall but decided to focus on chapters 9 – 12 and summary. In these chapters, Foucault attempts to trace the emergence of what he calls “homo oeconomicous” as the predominant figure (as an individual) but more importantly as a way of thinking about society. He discusses in Chapter 9, the differences between the German economic politics of the postwar years and the American Neoliberalism that was taking off at the time of writing as it permeates all spheres of human existence: in the form of “human capital” he argues that genetics and calculation (as opposed to old paradigms like “moderation” or “wisdom”) had become a natural way of thinking in a society that organizes most -if not all- of its organizational practices and activities; this occurs right down to intimate and personal aspects such as finding a partner for reproduction, technique and rationality behind child bearing practices and similar experiences.

He is fond of using this paradigm (“human capital”) to explain several issues all the way from the marketization of affects, to the birth of offices and agencies in the North American case that operate in a semi punitive way vis-a-vis the state by encouraging it to govern less or to govern following policies that work and are specific to the realm of economics. In Chapter 10, he performs an analysis a la Hirschman where we studies -using economic theories- the failure of imposing market tools and assumptions in cases like drug control and other patterns of consumption (from “the family and birth rate to delinquency to penal policy” p. 323). And later in Chapter 11, he traces a long genealogy of “homo oeconomicous” in opposition to the figure of the “homo juridicus” as two operative agents whose interests and modus operandi differed considerably, mainly because the first was one that functioned under a logic with no need for a sovereign; whereas the second was conceived as a contractual man, one ruled by the word of the legal system and restricted in many ways. In a very clear passage, he argues contra the economization of life and government “One must govern with economists, one must govern align side with economists, one must govern by listening to economists, but economics must not be and there is non question that it can be the governmental rationality itself.” He goes on to describe in the following chapter, (chapter 12) how there are several rationalities of government. These historical readings are presented somehow uncritically, specifically where he discusses Smith’s analysis of the invisible hand as a summary rather than inquiring what does this mean for the present. Or perhaps the task of thinking about what these currents of thought and practices signify for the present are left out or explore somewhere else. What is a constant in his thought is to conceive of different rationalities of government and to study when and where these crystallized as political realities or entered into different relations with emerging or declining ones. Some of these rationalities are: “the rationality of the government, the rationality of the governed, the rationality of individual interests, the rationality of truth (History), this last one becoming a signifier for Marxism” 313. He argues -or rather than arguing- he restates Smith’s ideas (in order to advances his reading overall) about how private interests work in harmony towards a collective goal and how by pursuing one’s interests with full force the whole of the social body is improved.
In his summary, he rightly concludes that instead of talking about biopolitics he merely described the origins of a way of thinking -Liberalism- that is independent of the notions such as “La raison de Etat,” or civil society. He concludes by thinking about Liberalism as a way of doing things whose main goal is the “less governing,” the “governing less” and at times it (Liberalism) asks itself “why should one govern?” p. 319. And he seems to agree with the definition of Liberalism as “not so much a doctrine but a form of critical reflection or governmental practice.” 321. That allows him to locate several and very distinct -sometimes contradictory- rationalities of government that have taken place in history as in a way following basic Liberal lessons. Paradigms of political government as different as the German Market Social Economy and American Neoliberalism -very different in many regards- share basic liberal views and arouse from similar historical and economic contexts. He closes the summary by stating that next course will be dedicated to actual biopolitics!

Thoughts about “the Threshold”

abraham acostaAcosta’s proposal is aimed at breaking through the false dichotomies and the fallacies of the current practice of cultural Latin American Studies, most specifically, Mexican and Mexican-American studies. His objective consists in revealing that the terms and the forms of the debates resistant/hegemonic or oral/literal metaphoric/material etc… Are faulty and after a simple examination do not simply hold. His writing travels against the habit of understanding cultural practices from the Latin American continent as necessarily resistant, counterhegemonic and the like. His project is engaged in an unconcelamnet of false premises at the heart of these binary oppositions; he calls illiteracy those moments when the debate as supported on these logic structures holds no more and disintegrates. He helps us understand a bit more when he states “Illiteracy registers the heterogeneous, literally undefinable, nonassignable speech. It seeks to map out the unanticipated, irruptive effect that emerge from the illiterate suspension of the naturalized order.” (Acosta, 14) Thus he likes to flavor the unique taste of words and expressions that try to signify something like this: aclimatados, los que nunca llegaran, etc…  Using a deconstructive approach and a little of Ranciere and Agamben sparsely through the text, Acosta is able to critique without mercy some texts and critical investigations as they attempt to explain apparently oppositional things like the US Mexican border or Mexican academic discourse against Us based academic discourse of Latin America. He mentions (Acosta, 12) that he is after the semiological events that emerge at these thresholds in order to deconstruct the oppositionalities; although one is tempted to use the word “semiological” I failed to understand why he recurrs to the realm of signs and in adition never making any justification for it or discussing at least briefly Saussure or Barthes or other theorists of signs. He could have used “symptoms,” “manifestations,” or other language; I’m not so sure about the semiology of his method.

In clearing the discursive field he brings Latinamericanists who are critiqued based on their respective extrapolations and analyses: For him Doris Sommer’s Proceed with Caution is mistaken in its universalists/particularists approach; Beverly’s statement that after the pink tide theory of deconstruction and Subaltern are anachronistic and too theoretical is contrasted with Beasley-Murray’s claim that Latin American studies are not theoretical enough and deconstruction or subalternism are to be left behind by using a new way of understanding the region; namely thinking about masses as multitudes, an as behaviors as based on affect and habits.

Later he proposes the need for his intervention fitting right and square between all these contradictory voices and practices. He proceeds to analyze cases like the fate of Zapatismo, the nature of testimonio and the (according to him) flawed treatment of the US Mexican border from both sides of it.

In his afterword he reads the SB1070 debates as they emerged out of a racist and paranoiac legislature of Arizona as one opportunity to understand that difference inside the discriminated groups exists and it should never be even out or homogenized by saying Mexican American, or Mexicans, as if the community victim of racial targeting and discriminatory policies were homogeneously Mexican.

After spending time meditating on chapter 5 “Hinging on Exclusion and bare life” I became intrigued by his use of Agamben’s concepts and later disenchanted by what I consider a willing overlook of ideas or a defective part of the argument. I will write about that later on another post.

For now, Acosta’s reading of the debates and the underlining logic upon which these debates are built constitutes a valid and valuable intervention; one that reveals through methodical analysis the liminal areas where oppositions disintegrate and the axiomatic exclusion inclusion arrives at a what we could call a “stand still.”

Exit or Voice or Loyalty: Three thoughts on politics and culture

There is no need to repeat the basic definitions of these concepts.
But what I wanted to highlight was the differences between exit and voice; that is, to contrast the much more simple path of exit in relation to the energy-consuming, time-consuming and the high opportunity cost that the praxis of voice implies. Exit is presented contra Friedman’s narrowed-economist view, but nevertheless, it is although at times, “irresponsible and criminal” to exercise it represents an easy avenue in the process of making a decision in the face of discontent with a product or a party.

Sadly, in our world, not in Hirschman’s Cold War context, the exit choice comes up as a convenient way to save time, energies, and is presented everyday as a rational decision informed by common-sense consensus and the premises of saving (resources, etc…) The ideology of capital in its variants facilitates the idea of abandoning the non-competent product or the deficient organization as a rational, well informed choice.

While reading his example on note 7 of Chapter 3 “Voice” I was struck by how dated some examples and dynamics of the little equation work. In that note Hirschman notices that a external diseconomy might be a liability to the firm and as an example he uses the case of “pollution, littering of beaches with beer cans and so forth.” He argues that in this case “the voice of the non-consumer, on whom the diseconomies are inflicted could become a valuable adjunct to the competitive mechanism.” From there it was a matter of following the reasoning one more step and remembering how that “diseconomy” has become another tool in the Public Relations (PR) arsenal of firms and organizations (mostly private for-profit firms). Without doubt, these firms have become more sophisticated than 50 or 40 years ago and have learnt to capitalize from these negative byproducts of their production. One has only to recall how these companies have enhanced their PR image by promoting “campaigns.” Green campaigns, clean-beach campaigns, safety – campaigns, public space campaigns etc…

By using the tools of “promoting a clean public” spaces, companies that have traditionally been associated with pollution and littering practices have been able to turn the tables and project a more favorable image. Namely, the image of an organization that “cares for the environment.” As a result that are seen at least in the public realm as good companies that care about the right practices. This is an example of how companies have been able to identify issues brought up by consumers or “non-consumers” and capitalize out of these problems. The problem is far from resolved: the “caring for the environment” functions in this case at least as “caring for the image” in so far as that principle (image) is directly related to “caring for the environment.” If that company was really caring for the environment it would turn its energies onto itself and examine its own practices of extraction, processing and (hidden) pollution as they represent the larger portion of the damage that is caused due to its operation. The, “littering problem” although obnoxious and (moderately damaging to nature) represents just a small part of the total environmental destruction caused by the company when processing the raw materials to produce the product. Why is it then addressed as a priority by the firm? In my view, because it is the most visible and possibly the more damaging one to the image and the performance (sales) of the firm.

Changing gears, I was reminded of Laclau’s dichotomy between two opposing poles: management (in the form of neoclassical economics) and politics (in the form of populism) while reading the reference to Friedman. Why? Because Hirschman performs a similar gesture when he says that “exit” is closer to the economist view of the world and “voice” to the political scientist’s field. Although part of Hirschman’s agenda is the task of problematize these two as opposing poles and explore the interstices, it is interesting to observe how both authors separate the spheres of politics from economy and present them as clearly different bodies. Through different topics and in distinct fields I believe both state something like “politics is muddier but better” Let’s go back to Hirschman’s words when talking about Friedman in page 17

“The decision to voice one’s views and efforts to make them prevail are contemptuously referred to by Friedman as a resort to ‘cumbrous political channels.’ But what else is the political, and indeed the democratic, process than the digging, the use, and hopefully the slow improvement of these very channels?”

Loyalty
The scary idea of Exit (from the firm point of view) tends to work better in the private business.
The idea of Voice (where Exit is almost impossible, state, some pol. organization, church, family) works better in the scheme
Loyalty is good because: it gives the org time to improve and also bc it implies “disloyalty” p 82
the willingness to develop and use the voice is reduced by exit, but the ability to use it with effect is increased by it. Loyalty doesn’t matter much in the case of a “silent” exit from a market product, but in the context of other organizations (church, family, nation) it is a useful tool from the organization’s point of view to manipulate the articulation of voice and to release pressure. My question now centers on the relative inversion of this pattern today, whereas brand-loyalty has been analyzed and perfected by all technical and statistical means, loyalty to organizations (church, family, nation) is eroding rapidly. Why is this the case? And should we work hard to reverse it?
Not only are these forms of association diminishing but new forms, let’s say “cultural forms” are arising rapidly (some would say as an epiphenomenon of late capitalism), namely the attractiveness and success of religious “crusades.” From movements in England and Germany to be able to assert their cultural expression (in a religious form, i.e., dressing codes and segregation in some spaces) to ISIS and other similar faith-based responses to the neoliberal cultural order. I say “cultural forms” because these “reactions” are not exclusively religious based but can appear in different contexts under relatively similar operative logics but with different agendas: for example while we can say that nation and church are declining these new forms of association culturally-expressed or more politically-articulated run the entire gamut of colors and flavors. From the Bolivarian idea of Latinamerica as one nation with common interests against the capitalists up north (as proposed by Chavez), to the Neo-tsarists or Russia who want to return to a nationalist and glorious past in reaction to the liberal economic and political changes that Russia has undergone since 1989. These supranational ideas can be understood as grassroots imaginaries of a society in disequilibrium, in a theist void and in a sort of cultural and political transition that manifests itself in disorganized development and disorganized or even awkward reaction to that development.

Boycott

“Exit by staying inside and use of clear voice.”
When reading the short paragraph about boycott I was reminded of the famous United Farm Workers (UFW) boycotts led by Cesar Chavez in the late 60’s and early 70’s and their later success. In that case, the boycott was not only inside the factory or the management areas but it was supported by most of the consumers in an effort to change the rules and the behavior of the grape producing companies of California. Consumers where the grape was sold refused to buy it or bought it and -in showing solidarity- discarded it publicly. Thus the boycott became a two folded tool that allowed to put pressure on the organization both from the outside and the inside and forced them to reconsider their operative rules. The question for us today: is boycott still a usable strategy? under what conditions will it materialize and obtain the inertia necessary for (1) visibility, (2) credibility and (3) relative success?