Algunas impresiones mis de visitas a sitios de extraccion en Potosí, Bolivia durante mi viaje en el 2016.





Algunas impresiones mis de visitas a sitios de extraccion en Potosí, Bolivia durante mi viaje en el 2016.
Mi proyecto doctoral como algunos saben consiste en investigar las novelas y poemas que incluyen lo pétreo como referente literario. Es decir, estudio obras que recogen la experiencia del hombre y la roca en esa relación: novelas de minería, poemas que ensamblan al minero y a la miseria, cuentos que trazan una línea de fuga como recorriendo una veta subterránea. Por eso me interesan los ensamblajes, las formaciones, los cuerpos que se forman en el acto de excavar: hombre, herramienta, pica y dinamita, pulmón y piel, veta y metal, sangre y oro, etc. A veces entretengo ideas a otra escala, ideas que atienden a procesos mas pequeños, casi micro-procesos, es decir ideas que se manejan a nivel molecular: partículas, moléculas, poros, flujos líquidos, devenires casi imperceptibles, cuerpos que escapan nuestra visión.
Cuando sostenemos un pedazo de roca en la mano o palpamos una pared de cemento estamos en contacto con fuerzas inimaginables que pasan desapercibidas la mayoría de veces. Hay que entonces adentrarse, concentrarse un poco para entender otras escalas de devenires, y de interacciones, escalas que en lo molecular contrastan ampliamente con las fuerzas que las generan, la presión que forma rocas y el tiempo de la roca: para lo mineral somos una mosca de corta vida.
La roca, el polvo, es nuestro destino. Al final, las rocas son la historia de nuestra especie y sus acciones. En cierto modo, contienen la forma definitiva del archivo, y albergan información más allá de cualquier intento de comprensión. Las rocas, en sus mil formas, tipos y clases son depositarias del tiempo, ya que este siempre se convierte en espacio: nos contienen, nos contendrán, como dijo Nietzsche, estamos destinados al reino mineral. Imaginemos cuántos fragmentos de rocas trituradas forman un edificio de concreto, ¿Cuánta información se almacena en fragmentos repartidos en todo el edificio, cuánto podemos aprender de ellos? ¿Cuánto podemos saber de ellos? Hay miles de rocas que se rompen todos los días, listas para convertirse en muros, cimientos, concreto, aceras, etc. En cierto modo, estamos habitando y caminando todos los días de nuestra vida sobre en huesos aplastados de la tierra.
Hay una sensación difícil de describir, una especie de horror de lo sublime y, al mismo tiempo, un shock cuando nos encontramos frente a la presencia de una mina que se extiende por kilómetros bajo tierra o un sitio gigante que se despliega infinitamente, en espiral como en las explotaciones de cielo abierto. En su presencia, recordamos de golpe lo insignificante de nuestro ser en relación a las dinámicas más grandes y lentas de la tierra, pero también nos sobrecoge la cantidad de materia, información, historias, vidas que están enterradas bajo toneladas y toneladas de rocas que son también de tiempo.
La roca -si la contemplamos en sí misma- generalmente no está enterrada, alguien tuvo que hacer la labor de extraerla para el uso o la contemplación de otro. En eso se basa la lectura económica: computar cuanta labor hace falta para localizar y extraer metales y minerales. Pero también existe la realidad de rocas enterradas, almacenadas bajo la protección de la tierra. Tal vez estas formaciones han muerto, porque todas las cosas muertas o no relevantes tienden a ser enterradas, pero también podemos decir que los objetos que se encuentran bajo tierra son desconocidos, misteriosos y retraídos. Podemos especular sobre una cierta aura que rodea una roca, o un pedazo de metal que proviene de las entrañas de la tierra. Hay algo liminal en esa roca, hay -como en las máquinas y la tecnología de hoy en día- trazas de procesos extremos que formaron y deformaron este objeto; probablemente bajo la presión de miles de grados y toneladas que lo moldearon hasta forjar la forma y textura que posee hoy. Al final a eso se reduce la geología, y hasta cierto punto el objeto de mi proyecto: un análisis de tiempo y presión. Tal vez mi tesis me obligue a pensar como piensan los geólogos y termine siendo un trabajo mas geológico que literario.
Hay rocas y piedras compuestas que no solo cuentan su propia historia, sino que contienen muchos otros fragmentos de otras rocas que entraron en contacto en algún punto, formando un objeto que se contiene a sí mismo, pero también a otros en el interior y superficie, otras historias, puede ser leído como una matriz o el eje de una colectividad (en cierto modo heterogénea). Hay rocas que se fusionan con otros minerales y se convierten en ninguno de los dos, ni en A ni en B. Hay metales que, al sostenerlos en nuestras manos, nos fascinan porque de alguna manera sentimos el tiempo, el espacio la presión que se necesitó para convertirlos en lo que son. En cierto modo, estamos sosteniendo objetos que de forma escalofriante apuntan hacia nuestro destino inevitable y al mismo tiempo intentan decir algo sobre nuestros orígenes, permanecen en silencio allí, aparentemente sin respuesta, como materia inerte, pero si aprendemos a hablar su lenguaje cientos de historias comienzan a formarse. Pero también hay afectos que nos invaden somáticamente y sin concientizarlos plenamente. Al ver oro puro nuestros sentidos se agudizan, intuimos fortuna, intuimos una extensión de nuestros poderes y afectos, nuestra capacidad para afectar otros cuerpos. El oro, la plata, los metales “preciosos” nos seducen con una mezcla de encanto y temor. Nos dicen que albergan estabilidad, seguridad, valor pero también están marcados por violencia y muerte. Sabemos que los objetos de adoración de los chibchas y muchas culturas nativas americanas fueron rapados por los españoles indiscriminadamente solo para luego ser arrojados en calderos gigantes que escupían lingotes, bloques isomorfos, aburridos, muertos. La vida y la fantasía los impulsos vitales de los indígenas se comprimían en un ladrillo de oro, una sustancia ahora llena de violencia y potencialidad en una forma material absolutamente muerta.
Al observar un cráneo, pensamos en nuestra propia finitud, en el significado de nuestra existencia y en otras preguntas; sin embargo, al mirar una roca, surge un conjunto diferente de preguntas que hemos ignorado o descartado durante siglos. De cierta manera una roca puede decir tanto como un cráneo sobre el pasado y sobre la naturaleza de nuestras relaciones con la vida humana y no humana. Cuando uno se sienta y contempla una roca o una pieza de metal, la mente se plantea una pregunta más amplia y, en cierto sentido, más difícil. ¿Qué es esto que llamamos mineral?¿Es esta roca -como todas las rocas- un memento mori no más? ¿No un memento mori antropocéntrico, sino mas profundo acaso, terrestre o terrenal? ¿Es esta pieza de materia más que un objeto inerte? Si es así, ¿Cómo nos ubicamos cuando contemplamos un mineral? ¿Es esta roca el destino de todas las formas de vida en este planeta, cuando se convierta en una masa gigante y estéril como Marte o Venus? ¿Estamos obligados a ser uno con la Tierra cuando morimos solo para ser uno con el universo? Si nos invade un momento de angustia al reflexionar sobre un cráneo, intuyo que puede haber un momento aún más intenso -de destrucción anticipada-, no solo una desaparición individual sino una etapa absoluta en la que la Tierra se convierte en una esfera árida plagado de volcanes que, de alguna manera, nos sostiene esparcida y microscópicamente. Al final una roca no es mas que un registro sobre nuestro pasado pero también y de manera atemorizante un vistazo a nuestro futuro y nuestro destino final.
“Ahora que tanto oro se encuentra, surge una controversia en cuanto a que trae más beneficios, ya sea para ir a robar o para ir a las minas.”
Cristobal Colón
La monografía de Kendall Brown, A History of Mining in Latin America: From the Colonial Era to the Present (2012) ayuda de alguna manera a completar una suerte de vacío historiográfico concerniente a la importante -pero algo descuidada- influencia de la actividad minera en Latinoamérica y en Europa. El libro de Brown pretende ofrecernos un “recorrido no-exhaustivo” por algunos centros mineros de importancia desde la colonia, repartidos desde la amazonia brasilera hasta los campamentos instalados en el norte de México. En cierta medida el libro llena las expectativas aunque inevitablemente se queda corto cuando dimensionamos la vasta cantidad de material por procesar y las limitaciones de fuentes y del formato. Pero más allá de escribir una suerte de reseña académica quisiera esbozar algunas reflexiones basadas en su tesis y sus observaciones históricas.
Primero: entender Latinoamérica, entender la temprana modernidad europea, entender la era de los descubrimientos, entender la posterior acumulación de capital que permitió el advenimiento de la revolución industrial, se convierte en una tarea coja si no comprendemos la importancia de la actividad minera en la América Latina. Podríamos recordar que Europa se imaginó y entendió a si misma tras el contacto con el otro como lo arguye Todorov; pero de la misma manera Europa se enriqueció y desarrolló tecnológicamente tras la extracción de los minerales hallados en unos cuantos sitios del gran continente. Más allá, al entender las diferentes causas históricas y los comportamientos de los primeros exploradores no es difícil arriesgar que la modernidad fue inventada en Potosí (11, 42). O que desde un principio, como lo expresan las narrativas de Colon, Cortez o Pizarro el oro y la plata americano (o la promesa de su fácil adquisición) constituyeron piezas definitivas a la hora de abandonar un sistema de organización feudal e impulsar uno capitalista, (mercantilista) que en unas pocas décadas ya había extendido su alcance a nivel global. Solo recordemos algunos datos sueltos para contextualizar el tema: Potosí contribuyo 60% de las reservas totales de Europa, esto equivale a 22,700! toneladas hasta la fecha de su independencia en los 1820’s. Ya para esa época el Cerro Rico estaba tan agotado que su último tributo a la corona española equivalía solo al 10% del total recibido (28).
Brown siguiendo una línea muy tradicional dentro de la producción histórica angloparlante organiza su libro cronológicamente comentándonos primero acerca de las practicas metalúrgicas prehispánicas y sus variaciones dependiendo de las culturas del continente; prosigue a explicar el fenómeno de Potosí y sus tres booms de producción de plata, las dimensiones sociales que estos descubrimientos desenlazaron en el área (pero también en el bajo Perú y en los puertos de la Península); luego nos recuerda el funcionamiento de instituciones coloniales como la Mita, la Encomienda y el tipo de sujetos que estas producían como el mitayo, el mingado, las yanaconas y las palliris. Hasta este momento su atención se centra en el caso boliviano, en específico en el área de Potosí; sin embargo, Brown trata de incluir con menor dedicación los yacimientos y las transformaciones ocurridas en México, Perú y más adelante, Chile. (Esta de sobre indicar que países con una reciente explotación mineral como Argentina, Ecuador y Colombia son apenas mencionados.)
Hacia el quinto capítulo, Brown nos introduce a una exploración bastante lograda sobre del convulsionado siglo XIX. Este fue un periodo poblado de cambios drásticos, como nuevas unidades nacionales (emergiendo bajo la hegemonía de un nuevo imperio, el Reino Unido), además de nuevas tecnologías de refinamiento que prescindían de mano de obra y los impredecibles altibajos de un mercado mundial que requería más y al mismo tiempo diferentes metales.
Estos cambios conllevaron a la proletarización de algunos grupos mineros tales como los obreros de Huancavelica en el Perú o los mineros de las salitreras del desierto en Chile; pero el caso boliviano constituye la excepción. Brown argumenta que debido a una peculiar dinámica social -una donde los obreros de las minas de plata del altiplano podían laborar bajo una especie de trabajo por temporadas y al mismo tiempo regresar a sus comunidades para realizar agricultura de subsistencia- el cuerpo laboral no desarrolló rasgos de proletariado como fue el caso con los obreros industriales urbanos de países vecinos o los mineros Chilenos del norte de su país (47,117). Pero hablar desde el enfoque macro nos distrae del origen y los medios impuestos para extraer y procesar toda esta riqueza: recordemos que las condiciones de las minas eran precarias, los impuestos y trucos para estafar a los obreros sinnúmero y la opresión debido a la tenacidad propia de la labor, atroz. Las muertes prematuras eran cuestión de todos los días: la silicosis, la tuberculosis, -agregadas al soroche y a una alimentación insuficiente- acababan con las vidas de los indios y sus familias lentamente, tanto que un encargado religioso enviado a las minas como veedor real observaba en sus reporte, “Las riquezas que le llegan a España no consisten en plata, sino en sangre y sudor de los naturales” (70).
Regresando al XIX notamos que el apetito de la maquina capitalista mundial había mudado de preferencias: el imperio ya no era España sino Inglaterra y los Estados unidos, y estos ya no extraían plata u oro sino que se explotaba en busca de estaño, cobre y mercurio. Encontrar y procesar los minerales no bastaba, además, optaban por continuar el dominio ininterrumpido de la fuerza laboral a toda costa, y quebrar alguna capacidad comunitaria que pudiera ocasionar cambios a favor de los obreros. En este contexto entendemos como la política internacional que se desplegó a partir de los inicios nacionalistas resultaron en conflictos y guerras puramente impulsados por acceso a la extracción, el procesamiento y la exportación de materias primas como los minerales encontrados en el desierto de Atacama. En este caso, podríamos argumentar que la guerra del pacifico (1879-1883) Chile contra una alianza Perú-Bolivia ocurrió debido al potencial y -la promesa imaginada- originada por la minería (106).
Chile emerge como gran vencedor y hegemon de la costa pacífica pero su producción solo incrementa para llenar los bolsillos de algunos intermediarios nacionales y principalmente de los inversores extranjeros como el famoso Rey del Salitre, el inglés John T North, a costillas naturalmente, del abuso laboral, el maltrato sistemático, y las ocasionales revueltas y protestas que culminaban en masacres perpetradas por las fuerzas armadas chilenas contra su propio pueblo. Las masacres en Chile no cesaron. La más famosa y registrada en la conciencia literaria del país por Hernán Rivera Letelier en Santa María de las flores negras, (2002) ocurre en la escuela de Santa María en Iquique en 1907. Esta, junto a la Matanza de La Coruña en 1925 y otras, además de una conciencia obrera en formación contribuyen a la construcción de una razón socialista que culminó en el apoyo fundamental de las centrales obreras a la campaña y los primeros meses del gobierno de Allende (153).
Lo que observamos hasta este momento es una serie de patrones que vale identificar: desde los primeros contactos con los grupos indígenas, la actitud del invasor ha sido la de dominar y clasificar, sea bajo la racializacion de las Pinturas de Casta o las promesas del Catolicismo; esta devino en paternalismo y más opresión durante el temprano periodo nacional y el resto del siglo XIX, caracterizado -claro está- por los ciclos de altibajos (el cambio del estándar de plata por el estándar de oro realizado por la Alemania imperial en 1873, la Guerra del Pacifico en 1879, el Pánico Internacional de 1893, el boom de la Primera Guerra Mundial, la caída de precios de los nitratos con el fin de la guerra, la Guerra del Chaco en 1932, las nuevas tecnologías en plásticos y sintéticos -que disminuían la demanda de estaño-, la Gran Depresión de los 30’s, el boom de la Segunda Guerra Mundial, el decrecimiento al terminar la guerra, la Revolución Boliviana de 1952, la presión norteamericana por de-proletarizar los complejos mineros y sus sucesivas expulsiones forzosas y masacres, el régimen de Barrientos, el régimen de Banzer…) que afectaban a los obreros drásticamente y los exponía a desempleo, y hambrunas que a su vez se expresaban en protestas y marchas colectivas que como ya sabemos desembocaban en opresión simbólica, y represión militar en forma de masacres no solo contra los líderes de los movimientos sindicales sino contra toda la comunidad; la historia de Bolivia es un ejemplo tristísimo de este patrón macabro y a la vez de la perseverancia de un pueblo inquebrantable. Los textos y filmes comentados recientemente en este espacio solo corroboran y enfatizan esta dialéctica.
Leer la historia de la América Latina desde la perspectiva de la extracción mineral es entender como personajes tan disimiles como Cristóbal Colon, Felipe II, Carlos V, Simón Bolívar, Porfirio Díaz, John T. North, José Carlos Mariátegui, El Che Guevara o Domitila Chungara se inscriben en la historia política del continente como recién llegados a un banquete al que no fueron invitados y no pensaban asistir sino a última hora; es entender como la narrativa histórica ha descuidado el rol de la plata y el oro en la colonia así como el del salitre, el estaño, y el cobre en el periodo nacional, a favor de los llamados grandes hombres y eventos; es entender como todo un paradigma colonial y uno nacional ha concebido y utilizado la naturaleza nativa y los hombres propios de esta naturaleza.
Brown concluye su monografía evaluando el impacto que la extracción ha traído al continente. Los datos son naturalmente devastadores para cualquiera: en el centro-sur del Perú, en Huancavelica, existe contaminación por el uso indiscriminado del mercurio desde tiempos coloniales (174), Brown nos recuerda que en la época se requería 1.4 kg de mercurio para procesa 1 kg de oro, con ese promedio, los desperdicios de mercurio llegan a los miles de toneladas. Este elemento –se convierte en metilmercurio, una neurotoxina que ataca el sistema nervioso central- se termina vertiendo en los cuerpos de agua, se filtra a los acuíferos y penetra la cadena alimenticia afectando a todo organismo en el área (plancton, insectos, peces, mamíferos, y el hombre en procesos de bioconcentracion y biomagnificacion [175]).
Y para no extendernos demasiado no entraremos en detalles sobre Potosí, donde una actividad extractiva y de fundición de 450 años ininterrumpidos ha destruido toda fauna y flora nativa de la región, -el terreno árido que asociamos con las minas no fue siempre así, es más bien producto o subproducto de la extracción impuesta por los españoles. No entraremos en detalles sobre La Oroya en el Perú, -el lugar más contaminado del planeta- donde de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud los niveles de plomo durante los años 90’s eran 7000 veces más altos que los considerados aceptables! (179). O el apenas comentado, casi secreto incidente de Agosto de 1996 del rio Pilcomayo, cuando la Compañía Minera del Sur, subsidiaria de la británica Rio Tinto y el Banco Mundial, derramó 400,000 toneladas de relave -o colas- que contenían cianuro, arsénico, zinc, plomo, sulfato de hierro, cadmio, y cobre sobre la vertiente (Pilcomayo) que es tributaria del Paraná y alimenta áreas agricultoras de Bolivia y Paraguay (179).
Brown cierra su estudio con una conclusión un tanto desganada que no le hace justicia al resto del texto. Tal vez un poco desanimado por las noticias que él mismo ha incluido sobre el ambiente y tal vez un tanto cansado nos recuerda el concepto quechua “Ayni” que expresa un equilibrio con el otro y con la naturaleza además de una noción de ayuda mutua practicada en comunidades indígenas. Brown nos cuenta como este equilibrio ha sido violado por los españoles (además del resto de europeos) en su asalto no solo contra las riquezas de la tierra sino contra las comunidades locales y los ayllues del altiplano.
Al final no queda sino imaginar la plata que adorna los palacios europeos y asiáticos, las joyas y las indumentarias, el oro que deslumbra las paredes de bodegas subterráneas, el desierto y el viento que acompaña las rocas, la sangre seca que reposa bajo cientos de peñas subterráneas y sus huesos hechos astillas y polvo, y en la superficie la ruinas de la colonia, las ruinas de la modernidad y del neoliberalismo. Escribir tal vez en el futuro la historia de la minería (que es la historia de la opresión) del porvenir.
Antes que nada, muchas cosas se pueden decir de este libro, tantas que rebasan el espacio proveído aquí. Por eso me limitaré a comentar el quiebre entre posiciones “feministas” como se palpó en Mexico durante la Tribuna del Año Internacional de la Mujer y la localización propia y autoreflexiva -aunque aparezca en instancias un tanto escasas- de la subjetividad de Domitila dentro del sistema de intercambio capitalista. Hacia el final de su autobiografía Si me permiten hablar… Testimonio de Domitila una mujer de las minas de Bolivia, Domitila Barrios de Chúngara nos relata su visita a México y su participación en la Tribuna del Año Internacional de la Mujer, evento organizado por las Naciones Unidas en 1975. Parece que en el evento Domitila no encuentra cual es el propósito de su visita: paneles disparatados, temas incomprensibles, edificios que desorientan, en fin… Pero todo esto parece cambiar cuando al ser interpelada por una “feminista burguesa” de Mexico, Domitila quiebra la mala racha que acarrea, -ese bloqueo mental digamos- y le contesta hablándole (y hablándonos de alguna manera a todos al mismo tiempo) sobre su realidad y evidenciando que por momentos, nos encontramos con el caso mismo de lo que Jacques Ranciere ha teorizado acerca del “desacuerdo.” En este caso, el significante al que ambos interlocutores se refieren (o creen referirse) parece no coincidir en una misma entidad; es solo al entablar debates y formular reclamos que entendemos que las partes están hablando sobre cosas diferentes. Domitila, naturalmente habla de “lucha” y su colega feminista mexicana también habla de “lucha” pero para las dos este significante en común, que intuitivamente debería servir de punto de comunalidad, solo hace aumentar la confusión. Al replicarle a la feminista mexicana, Domitila articula de una sola tirada uno de los párrafos más memorables de la biografía y que por su consistencia podría resumir todo el libro. Lo cito para recordar la fuerza del discurso de Domitila; a demás, al responderle a la feminista mencionada, Domitila no solo expone su causa de manera clara sino que pareciera que nos estuviera hablando a todos en una exposición muy clara de sus experiencias y lo que ella ve como una especie de meta o de conclusion de su lucha. Domitia dice,
“Me subí y hablé. Les hice ver que ellas no viven en el mundo que es el nuestro Les hice ver que en Bolivia no se respetan los derechos humanos y se aplican lo que nosotros llamamos “la ley del embudo”: ancho para algunos, angosto para otros. Que aquellas damas que se organizan para jugar canasta y aplauden al gobierno tienen toda su garantía, todo su respaldo. Pero a las mujeres como nosotras, amas de casa, que nos organizamos para alzar a nuestros pueblos, nos apalean, nos persiguen. Todas esas cosas ellas no veían. No veían el sufrimiento de mi pueblo…no veían como nuestros compañeros están arrojando sus pulmones trozo más trozo, en charcos de sangre…
No veían como nuestros hijos son desnutridos. Y claro, que ellas no sabían, como nosotras, lo que es levantarse a las 4 de la mañana y acostarse a las 11 ó 12 de la noche, solamente para dar cuenta del quehacer doméstico, debido a la falta de condiciones que tenemos nosotras.
-Ustedes- les dije- ¿qué van a saber de todo eso? Y entonces, para ustedes, la solución está con que hay que pelearle a hombre. Y ya, listo. Pero para nosotras no, no está en eso la principal solución.
Cuando termine de decir todo aquello, más bien impulsada por la rabia que tenía, me bajé. Y muchas mujeres vinieron tras de mí… ” p. 226.
Varias cosas quedan claras luego de esta breve intervención. Domitila ha de alguna manera “limpiado las aguas” y definido el problema y las líneas de debate. Al finalizar, varias mujeres estan tan conmovidas por su discurso que le imploran que se convierta en la representante de las mujeres latinoamericanas en la conferencia. Pero propongo que estudiemos los hilos teoricos de su argumento sin caer en alabanzas reduntantes: Domitila de un solo brochazo propone que su problema es el problema de la mujer latinoamericana, es decir, asume el monopolio de los reclamos y dibuja un panorama en el que sus demandas políticas encapsulan todas o casi todas las demandas políticas de las mujeres del continente. En el mismo gesto logra muy hábilmente definir un nosotros contra un ustedes -que recuerda aquellas categorías políticas que Schmitt definia hacia mitad de los años 20’s en el contexto de la Alemania de Weimar. Schmitt argüía que la distinción más básica entre facciones políticas opuestas (una distinción “que se determina existencialmente”) radicaba en la diferenciación de “amigo contra enemigo,” y que ésta era la esencia de lo político en contraposición a un mero “politics.” Y lo restante del texto solo confirma esta distinción binaria que facilita su posicionamiento vis-a-vis una plataforma hegemónica. Podríamos argumentar que la labor antagónica de Domitila y el Comité de Amas de Casa tiende a dibujarse desde estos lineamientos y estas lecturas de la realidad para formar paisajes políticos claros y evitar lugares de ambigüedad o que reten los ideales abstractos por los que luchan. Imagino que esta labor se facilita por la particularidad del campo de lucha, sus condiciones materiales e históricas y la singularidad del mismo. Hoy día, sin embargo, incrustados en un orden capitalista agudo -que nos atraviesa innumerablemente desbaratando cualquier sueño de subjetividad revolucionaria- resulta un tanto más difícil definir una posición clara en tanto amigo-enemigo y -aun mas-, formular un telos abstracto como “el bienestar” o “la justicia” a la manera de Domitila en sus elucubraciones como meta final de cualquier lucha emancipatoria. También queda claro el aparato retórico que Domitila usa para recurrir a cierto pathos, un rasgo que ha marcado su biografía y que sirve para apelar al lado afectivo del lector. No son estas críticas contra la labor de Domitila sino más bien un esfuerzo de entender los quiebres y las fisuras que afectan cualquier lucha y que la problematizan.
En algunos pasajes, sobre todo cuando Domitila se posiciona como sujeto dentro de la maquinaria capitalista, se percibe que en realidad ella misma trataba de problematizar su rol dentro del comité o como productora de bienes o servicios en tanto miembro de un sistema total. Es curioso notar sus observaciones sobre los campesinos y el Frente Campesino tan disímil a la confederación de mineros o a los diferentes conglomerados que aglutinan a las varias organizaciones obreras. Recordemos su preocupación por los trabajadores rurales cuando entra en contacto con la realidad del campesinado en tierra caliente, en Los Yungas. Domitila más de una vez aboga por salarios adecuados para que los campesinos no tengan que mendigar sus insumos o acarrear una vida en deuda perpetua al patrón o para que los mineros puedan pagar debidamente los vegetales y las carnes que consumen en las minas.
Así mismo Domitila logra entender que la lección principal para los trabajadores es que noten que no solo a ellos los están explotando sino que a su familia y a las mujeres y a los hijos en general también están sometiendo a una explotación o se podría agregar hiper-explotación sistemática. p. 237. En este sentido retornamos a la idea inicial: el que la gente entienda que la explotación del minero es la explotación de un pueblo entero, y que si los y las feministas “luchan por la liberación de la mujer” deberían ver más allá de sus narices y luchar por la liberación que nos rescate del sistema o una emancipación que nos libere del sistema (a liberation not of the system but from the system). Este es el punto de desacuerdo que parece concluir la narrativa de Domitila en su capitulo sobre la Tribuna de la Mujer: el desfase entre las realidades y los objetivos de grupos que aparentemente en búsquedas comunes.
Para cerrar esta entrada no quería dejar por fuera un par de datos que resaltan en la actividad de lectura. Domitila trata en su texto, temas interesantes de manera algo periférica pero que ameritan ser estudiados con más detenimiento en tal vez otro espacio, a saber: el rol de los medios de comunicación modernos; el papel fluctuante de la iglesia y de los religiosos, (no solo grupos católicos sino la presencia de Testigos de Jehová y sus relaciones con Domitila); las relaciones familiares y los dramas propios de cualquier familia; y las actitudes ambiguas que tienen con los miembros de la fuerza publica como soldados suboficiales u oficiales de alto rango.
Nota marginal: leer el testimonio de Domitila fue lastimosamente como leer el Huasipungo otra vez, pero contemporáneo. Encontramos problemas similares -aunque las narrativas están distanciadas por siglos en sus tramas y universos ficticios! Tristemente vemos como las burguesías perpetúan décadas de abuso extremo, situaciones de casi esclavitud, una conceptualización de la vida indígena como vida descartable o como objeto instrumentalizado en la explotación de los recursos naturales, una corriente que viene desde la colonia de ignorar, o simplemente estigmatizar al otro indígena para continuar los abusos, (de llamarle perezoso cuando está enfermo, de llamarle bruto cuando no hay una comunicación efectiva, de llamarle abusador cuando roba por física hambre, y de continuar una estructura de engaños basados en doctrinas católicas con fines de dominancia) en fin… son hebras que han marcado la historia del continente y que han dejado su huella en la narrativa nacional y regional tanto en la ficción como en el testimonio o el ensayo. El testimonio de Domitila es valioso en tanto representa la continuidad de estas lineas de violencia y revelan la estructura -desde innumerables angulos- de estas genealogias de la maldad.
En El Mocho circulan personajes Donosianos con facilidad: miserias trashumantes en tiendas de pueblo, parias locales, y el espectro del capital decadente objetificado en maquinarias obsoletas o castillos abandonados. Pero como “novela minera” si pudiéramos usar esta expresión, El Mocho revela mas de lo que supone (o mas de lo que se propuso) al tratar de entrever como las creencias locales operan dentro de una serie de particularidades. Primero recordemos el antropoformismo trágico asignado a la mina local donde el descenso de una mujer activa los celos devoradores de la mina y acarrea una inevitable venganza contra los obreros del carbon. Así, con el quiebre de este tabu se echa a andar una hebra de la trama narrativa en El Mocho. También se debe reflexionar sobre la agencia de la mina como entidad que decide en potencia sobre muerte y vida. Y de manera más auto-reflexiva el texto ofrece algunas claves para pensar como la escritura misma puede entenderse como metáfora de la extracción de carbon. A pesar de algunas licencias que entorpecen la lectura y no aportan mucho al texto, la prosa de Donoso tiende a caminar sobre andamiajes que se habían instalado anteriormente en otros trabajos. Estos habían sido ensamblados lentamente desde sus primeros relatos como es el caso de El lugar sin límites (1966) donde ciertas similitudes son inescapables. Hablamos del uso frecuente del aparato narrativo no lineal, de su gusto por el entramado de voces en los que se pierde hasta el lector menos distraído, de su oído agudo a la hora retratar el vernacular del sur chileno (la historia ocurre en Lota), y de las temáticas que ya poblaban otros proyectos: desendencias aristocráticas venidas a menos, imaginarios provinciales llenos de supersticiones pueblerinas todos circulando bajo el desierto de un capitalismo que ha pasado de largo y solo deja residuos humanos.
De interés para este lector es su adentramiento (aunque algo escaso) a la labor de los mineros y todo el milieu espiritual que rodea este oficio para entender más acerca de la lectura la escritura y la extracción de los recursos no naturales o recursos creativos.
El Mocho inicia narrando un accidente en la mina local donde varios mineros han perdido la vida. De acuerdo a la imaginación del pueblo, el accidente no ha sido gratuito sino mas bien castigo por la infracción de la Elba, la esposa de un minero craso y violento quien -en un episodio de pánico por la enfermedad y los ataques de su hijo Toñito,- ha desafiado las creencias que adjudican a la mina su naturaleza femenina celosa de los hombres que la escarban y presta a cobrar venganza ante cualquier violacion, es decir por la mera presencia de una mujer. Sin esperar a que su marido terminase la jornada Elba se adentra a la mina vestida de hombre. Como ya intuye el lector, Elba es descubierta y expulsada de la comunidad. Su esposo fallecido, su suegro viejo enfermo y abusador y su hijo un poco trastocado por el maltrato del colegio internado y su padre abusador, serán los fantasmas que arrancan El Mocho. Sin embargo a media novela, el foco narrativo se desvía hacia otros personajes donde Donoso indulge sus fascinaciones temáticas y tratamientos formales. Estos personajes van tejiendo nuevas micro-narraciones que se alejan del retrato costumbrista de Lota y su actividad económica basada en la minería de carbon.
Aunque la cuestión extractiva no figura directamente en la obra (sobre todo después del inicio de la segunda parte “La Maria Paine Guala”) Donoso construye su relato de manera ambigua frente a la industria carbonífera. Por una parte se podría argumentar que se pudiera repetir el andamiaje de la narración prescindiendo de la mina de carbon como especificidad y remplazandola por cualquier otra actividad económica: es decir, no existe un relato minero que invente a los trabajadores como sujetos proto-revolucionarios, o que haga alusión a los desastres naturales y sociales en clave de novela o documento de denuncia. La extracción en si no es inmanente a la narrativa. Por otra seria desmedido sentenciar al autor de usar la actividad de extracción como “background” y mero fondo estético o nostálgico para reconstruir una narrativa. Tal vez la respuesta de pensar El Mocho desde los lentes de la actividad extractiva o desde una critica materialista seria ubicar la novela en algún lugar intermedio: ni como una mera apéndice del texto, ni como razón fundacional de la actividad literaria dicha. A mi parecer, El Mocho atiende a las luchas propias de un sector, de un gremio y las poetiza no para reducirlas sino para arrojar un poco de luz sobre de las batallas que han poblado este universo. Pero este gesto no satura el texto sino que se acompaña de las inquietudes que han acechado a Jose Donoso en su obra: la cuestión del origen de las familias de bien y sus ovejas negras, los pueblos o caseríos proletariados del Chile amplio y vacío, la ambigüedad sexual de al menos un personaje dentro del texto, las supersticiones de provincia y las relaciones que se forman entre y bajo estas condiciones materiales e ideológicas. Donoso parece guiarnos a través de una caja de fotografías que sorteamos en desorden. Así, una a una, van saliendo memorias, recuerdos, y se cose la historia del Mocho: se echa a andar un registro panorámico de la triste y moribunda periferia rural chilena.
Para concluir, en sus metáforas sobre la actividad extractiva y la escritura Donoso apuesta un par de imágenes pero nunca las elabora mas allá del acto de mencionarlas. (Algunos pensamientos pueden servir para el análisis de otras obras): En algún momento Donoso escribe “todo es eco” y parece que el referente no es el espacio enclaustrado de una galería sino el acto mismo de pensar y escribir. Así aparece su prosa a veces, todo es repetición, cambio de posición, reverberación. En su método Donoso tiende a conducirnos como lectores a una confusion de voces que parecen desintegrar la estabilidad: narrador v. voces de personajes. Pareciera que el texto nos llevara recurrentemente hacia un solo nivel, el “yo” autobiográfico bajo el signo del “fluir de la consciencia.” Esto por una parte. En otro instante, Donoso también parece igualar la labor escriturial a la labor física de los obreros. Pareciera que estuviese revaluando la escritura y diciéndonos que la cosa después de todo es muy sencilla, que tal como la extracción, que se compone de un escarbar constante en búsqueda de alguna piedra menor que ilumine el día y el bolsillo, la escritura también es un escarbar constante por palabras y triquiñuelas, por ideas que suelden entre si mismas otras mas afiladas y precisas. Para Donoso (o tal vez para mi lectura del mismo), la escritura consiste entonces en adentrarse por canales oscuros que llevan a cul-de-sacs o a desembocaduras inesperadas. El escritor deviene en minero, o mejor, en hormiga. Y así sucesivamente… El escritor esta obrando bajo techos inseguros, -sobre arquitecturas precarias que tienden a colapsar sobre si mismo y sus ideas- si la exploración no tiene dirección adecuada o si el ansia de encontrar las piedritas alucinantes como ideas explosivas es mas fuerte que la prudencia y el método.