Entre Marx y una mujer desnuda es un ejercicio de vanguardia que consiste en integrar en el texto y dentro de la operatividad de la escritura diferentes recursos -de fuentes bastante eclécticas (el texto en sí es ecléctico e idiosincrático -como todos- pero con libertades que lo desplazan a latitudes inesperadas). Basta una hojeada breve para notar el uso de sendas técnicas vanguardistas occidentales. Primero, la forma: el libro parece concebirse como un fluir una serie de notas que quedaron rezagadas -sin orden y cuya organización poco importa- no hay índice, no hay secciones, ni capítulos. Estamos ante un espacio (aparentemente) ilimitado de ideas que confrontan el impulso por lo linear; pero también encontramos otro tipo de orden, notas insertadas a los márgenes que dan cuenta de los momentos eróticos de una pareja -y que aunque aparentemente marginales- son indispensables para dar un sentido dentro del texto (18). Aduom parece querer extender la goma elástica que Rayuela fabricó al prefigurarse como libro clave de la autonomía del lector; de la azarosa condición que es la lectura misma. Las referencias directas son muchas y el ejercicio de la forma también deja entrever un cierto impulso de replicar y re ensayar las maneras de pensar y de hacer pensar al lector.
También podemos recordar la manera descomplicada como Aduom escribe su texto primario. Son notas informales en un diario: inicia las frases en minúsculas y seguidas de elipses, y en ellas retorna a un meditar auto reflexivo dentro de un fluir de la conciencia que parece determinar secciones enteras. O mencionar el uso del espacio del texto para desnaturalizar las ficciones de la representación por medio de un uso promiscuo de montage y collage: nos topamos desde las primeras diez páginas con avisos clasificados, con diagramas explicativos, párrafos que inician a mitad de página, canciones enteras escritas como si se tratara de un pentagrama con simbología musical, ilustraciones publicitarias, un crucigrama, un “prólogo” ya pasadas las dos terceras partes del libro (233) y un recurrir de la labor auto reflexiva de la escritura: es aquí donde el ejercicio de la auto crítica y la auto referencia alcanzan intensidades tales que se materializan en signo y referente.
Las meditaciones del texto tienden a desplazarse hacia el terreno de lo intelectual -tal vez demasiado: nos topamos con diálogos imaginarios con Marx, con lamentos anti-nacionalistas acerca del porvenir histórico de un país aislado, y perezoso (115), o con divagaciones que tienden a caer en cantos resentidos y repetitivos acerca del imperialismo y sus abusos, de la falta de país en el Ecuador (la negación de una historia) y de la farsa total que predicaba un internacionalismo o una solidaridad proletariada mundial.
La novela se configura en una historia central: la de Rosana, el narrador, y su marido hacendado -una relación de adulterio, regida por la traición, el goce, la atracción-, entrelazada con la de Don Gálvez -intelectual invalido del partido comunista del Ecuador de los años sesenta y su novia Margaramaría – y el drama del interno de micropolitcas dentro del partido. Don Gálvez, su asistente Falcón, Margaramaría y otros simpatizantes tienden a converger en los talleres de la revista el Murciélago desde donde producen panfletos y sostienen tertulias intelectuales citando a Marx, a Lenin a artistas como Webern o Brecht y donde en gesto autocritico la novela que el narrador escribe es comentada y continuamente reevaluada.
Rosana es la mujer vuelta objeto del deseo de nuestro narrador sin nombre. Casada con un propietario “hacendado cretino” al que solo entrevemos dentro de las incursiones al proceso de la escritura de la novela, ella se desenvuelve como objeto de miradas masculinas y como fuente de drama debido a las discusiones que sostiene con su marido donde se exploran los temas de género: machismo estructural, opresión invisible y sexismo. El narrador tiende a abandonar su realidad durante momentos críticos para retornar una y otra vez hacia sus escapismos creativos, es allí en estos episodios de imaginación aventurada donde vamos apreciando el carácter de esta relación triangular. Se dibujan paisajes surrealistas, se habla de un escape a Grecia, -Grecia como topos de una sociedad romantizada pre capitalista- y se desenvuelven momentos eroticos-tanaticos donde el encuentro sexual entre Rosana y el narrador tienden a tornarse en huida desesperada a causa de la aparición constante del hacendado patético y siempre armado.
Don Gálvez quizás se perfila como el protagonista tal vez si podemos hablar de alguno que no sea el narrador-autor. Don Gálvez, es inválido y por eso tiene que ser cargado por Falcón su asistente y sus piernas al mismo tiempo cuando asiste a reuniones del partido o al campo a conquistar votos. Parece que a Aduom le gusta imaginar situaciones donde Don Gálvez, Falcón y el narrador tienden a construir una especie de triada quijotesca donde debates sobre las armas, las palabras (poesía) y las mujeres se trenzan de manera apasionante pero jocosa, cada miembro opina de acuerdo a su lugar dentro de la ideología y arroja luz sobre ideas (en mayoría las de Don Gálvez) que se dan por sentadas. No es coincidencia que el intelectual este prostrado en una silla de ruedas, más bien parece clara metáfora acerca de la incapacidad de esta figura en el estado moderno de afectar las relaciones de producción, o de siquiera avivar las masas siguiendo los principios de la falsa conciencia de Lukacs o del partido como vanguardia del pueblo de Lenin.
El inicio, siempre un instante incierto y critico debe estudiarse con atención: “o sea que las cosas no han sido todavía sino que van a ser, no pasaron así sino que van a suceder ahora, en estas páginas, nadie sabe cómo no tienen un principio ni un orden otro que el que tú les des, e incluso la sucesión de reglones, de párrafos de páginas puede ser alterada porque aunque inflexible en su estructura es deliciosamente arbitraria.” Debo confesar que es uno de los principios más originales que he leído. Pareciera esbozarse contra toda noción de linealidad y refutar las causas y las consecuencias como espacios inamovibles e inmanentes. Aduom, más bien trata de entender la lectura -de un libro que no ha comenzado, que está inscrito en el futuro como una nota dentro de la botella a la deriva- como una acción que en vez de ofrecer un sentido linear y progresivo, con un telos, se prefigure como un mecanismo de reflexión, una máquina de pensar donde no importa tanto lo que conduce de A a B sino más bien donde el sentido emane independientemente de cada micro contexto; donde la narrativa no sea encaminada “hacia algo” sino que ofrezca preguntas más que situaciones y genere afectos más que emociones como un pequeño dispositivo de creación multiuso, democrático y abierto a las preferencias de cada lector.
De alguna manera podríamos arriesgar también una lectura que anticipa los debates contemporáneos acerca de la auto ficción en la narrativa Latinoamericana. Pues en Entre Marx y una mujer desnuda las líneas que separan autor, narrador y personajes creados dentro de la trama tienden a debilitarse. El autor se inscribe autobiográficamente dentro de la narrativa pero al mismo tiempo incluye retazos de su experiencia propia para yuxtaponerlos con imágenes simbólicas préstamos de otras lecturas, de sus recursos oníricos o de episodios cotidianos de las vidas de otros. Por ejemplo, Aduom escribe sobre Don Gálvez en el “prólogo”: “En este libro que, fácil es advertirlo, no es una biografía pero tampoco una invención, él (Don Gálvez) esta, en casi todas sus páginas, aunque ha cambiado mucho. Ahora me resulta imposible separar al él que fue, del él en que se me ha convertido.” (235) Es como si asistiéramos a un gesto novedoso dentro de la tradición hispánica que abre puertas a una nueva posibilidad de la forma justo cuando el eco del boom había arrojado una sombra del fin de la literatura en su estado más alto. Podríamos agregar que Aduom está interesado en encontrar otras realidades, otras posibilidades de entender la materialidad y el determinismo de una historia que al parecer se ha olvidado del Ecuador. “Mi novela debe ser como una película, llena de imágenes imprecisas. Si uno pudiera hartarse de esta realidad y poder escribir otras cosas otras realidades como las del sueño.” Imágenes imprecisas, como montajes y otras técnicas de extrañamiento o desfamiliarización son las que en efecto diseminan dobles sentidos y cargan a los referentes más claros de la trama con una multiplicidad de lecturas.
Al final de la novela, Don Gálvez borracho y excitado por una noche de protestas y el saqueo de su revista, sale cargado por Falcón y se aferra a las rejas del edificio estatal donde grita con toda fuerza frases contra la dictadura y la consciencia de los que trabajan allí. Este momento de drama se intensifica cuando por la espalda atacan a don Gálvez y este cae al suelo malherido y consternado. Al final, Falcón lo lleva a un hospital donde le pregunta al narrador “¿Y que va a ser de tu personaje, al fin muere?” el narrador dice que no, pero por su parte él ha decidido abandonar el país; en un par de instantes la cúspide dramática cede lugar a un final que aunque no es de fracaso total se cierra albergando una ambigüedad muy clara: Don Gálvez y el partido no mueren, pero el artista, quien representa y aporta la imaginación creativa se lanza al exilio.