Al terminar la novela -imaginando las chozas violadas al amanecer y las hierbas acompañadas de brazos flacos de cadáveres que todavía murmuran “Ñucanchic Huasipungo”- una cosa queda clara: Huasipungo constituye una de las narrativas más fuertes del indigenismo Latinoamericano. “Fuerte” porque es un texto que no se distrae en la estetización hiperbólica de la naturaleza (pienso en La vorágine), ni se pierde en los juegos que fascinaban a las vanguardias literarias posteriores (pienso en La muerte de Artemio Cruz o cuentos de Cortázar). Naturalmente son casos muy distintos que responden a circunstancias sociales bastante diferentes, pero lo que quiero decir es que el texto de Icaza sería rescatable no solo por su habilidad al simbolizar los estamentos de la sociedad y adjudicarles rasgos tipicos y apropiados sino por la mesura de sus descripciones, la organizacion limpia de sus secciones y la direccion clara del lenguaje, (una direccion precisa que asegura la fuerza de la narración en constante casi exponencial). Al ser mi primer encuentro con la novela indigenista como tal, resalta la fijeza del blanco al cual Icaza sabe que se debe apuntar: los tres estamentos de la sociedad republicana del Ecuador, el orden político, las clases hacendadas y el clero. Cada aparición de estos órdenes en la novela, representados en el hacendado Pereira, el cura libidinoso y el teniente Político Jacinto Quintana nos recuerda no solo su posicionamiento ideológico a través de sus justificaciones-para-sí-mismos sino que (en pocas palabras) deja muy claro como ésta justificacion ideologica (“Yo soy el dueño de los indios y hago lo que quiera con ellos,” o “Yo soy el representante de Dios en la tierra y por eso me tienen que obedecer,” etc.) se articula vis-a-vis el resto de la sociedad constituida como orden justo y legítimo al que hay que defender de la barbarie de los indios, de “la sinverguenceria y la pereza del natural” [sic].
Curiosamente lo opuesto nunca ocurre; nunca se escucha de Andres Chiliquinga o de otro peón una justificación por su labor total o su lugar en la estructura material. Parece que para ellos el único momento de justificación es cuando tienen que responder por las infracciones menores (robar la carne sepultada de una vaca muerta, implorar los “socorros” a Pereira, etc) a posteriori. Para algunos esto es muestra de como la novela falla en la repartición de la atención y de un análisis profundo del indio (las primeras críticas de Icaza según Teodosio Fernandez editor y comentador de la edición de Cátedra se basan en el ataque porque “la novela estaba mal escrita” y por que -similarmente con La vorágine o Hijo de Hombre el factor de la objetividad habia quedado relegado en pos de las preocupacion de construir una ficción denunciativa). Para otros, el leve tratamiento que se ejecuta sobre la psiquis del indígena no es tanto una falta sino una estrategia para evitar la representación del “indio mítico” o el retrato abstracto del indio romantizado -propio de variantes ensayísticas que trataban de entender las revueltas de los proletarios en Europa a contrapelo de las realidades sociales de las repúblicas suramericanas.
En este sentido no debemos olvidar que el Ecuador es radicalmente diferente en términos históricos y demográficos al compararse con países como el Perú o Bolivia; países que se fundaron sobre lo que era la cabecera del poder Quechua y Aymara y que constituyeron imperios que oprimían y extraían tributo de otras culturas esparcidas en la periferia. La tradición indigenista ecuatoriana debe tratarse teniendo en cuenta un devenir histórico particular y un lugar marginal dentro de las fronteras de los imperios del sur y no tratando de arrimarla a la fuerza bajo las trayectorias y las narrativas de otros paises. Esto se ve reflejado en Huasipungo a través de varias perspectivas que son planteadas por Icaza o que son a su vez silenciadas estratégicamente por el autor.
Primero, recordemos que en el texto no encontramos una solución total que se presente poco a poco o entre las líneas, un proyecto teleológico que se forme tratando de crear un sujeto histórico. Este más bien se construye como una rotación de maldiciones lanzadas sobre los grupos huasipungueros y los vecinos de las tierras cálidas de la selva. No hay esperanza a menos que la relegada a la secuencia generacional, al ciclo de vencidos que se reorganiza varias decadas despues, ciclo que podemos ver con claridad en Hijo de Hombre por ejemplo. (A semejanza de Hijo de Hombre también, Huasipungo maneja con versatilidad el intercambio entre las lenguas que subsisten -así sea de manera precaria y corrompida- bajo el imperio del castellano. No solo se destaca en este intercalado de voces sino que reproduce las inflexiones y marcas propias de un Quechua marcado por el español y un español expuesto e incrustado de vocablos indígenas que lo enriquecen a su pesar.)
Por otra parte, la intervención del capital expansivo desde los epicentros de norteamérica, particularmente asociado con la industria extractiva de hidrocarburos, también caracteriza al Ecuador de manera especial alejandolo un poco de las economías de sus vecinos del sur y acercandolo a las experiencias tempranas que habían plagado a las naciones más cercanas a los Estados Unidos: tales como las víctimas del intervencionismo (imperialismo) en centroamérica y el caribe. El capital penetra hasta las áreas más remotas del país y desplaza de manera rápida previas formaciones sociales que habían tenido precedente desde la colonia o que se entendían como sucesiones lógicas a los tiempos cambiantes (mita, minga). En este sentido Huasipungo no solo trata “el eterno problema del indio” sino que le agrega una capa más al elaborar sobre la problemática de la expansión del capitalismo de monopolio hacia la tercera década del siglo XX. A mi parecer significa el encuentro de 3 fuerzas socio-politico-economicas (restos de las civilizaciones pre-hispanicas, la tradición española y el capitalismo anglosajón) que como trenes con velocidad en aceleración se perfilan ante una inminente colisión. De este encuentro, -esta explosión que se ha venido iterando muchas veces y a la vez nunca en realidad- surgen las voces que forman Huasipungo y la arreglan como narrativa sobre el legado del encuentro, testimonio de la colisión, memoria y duelo.
Como cualquier texto, su relectura nos ofrece particularidades más precisas a medida que se abren sus significados sucesivamente. En una primera lectura de Huasipungo aparentemente se confrontan los valores del progreso y la civilización contra la barbarie y la pereza de los indios; en una segunda, lo que se debe pensar es como se ha reflejado esta supuesta lucha con habilidad y poética en el texto; en una tercera lo que ya se debe plantear con pasión es (1) como el progreso se instaura a punta de barbarie, (2) como el progreso solo constituye retroceso y destrucción para un sector (los indios) y (3) como dentro de cualquier estipular de la barbarie radica una porción de civilización y valores asociados (pensemos en las facultades de los indios al confrontar al hacendado -prudencia, humildad, tacto, pensamiento estratégico, etc). Es decir, progreso y barbarie devienen en significantes que apuntan a distintas cosas, a veces tan distantes que parecen contradictorias. En Huasipungo esta multiplicidad de lecturas y la problematización de las definiciones entendidas dentro de juicios valorativos se despliega de manera sutil -entre las líneas otra vez- mientras escuchamos hablar de progreso y atraso al “taiticu patroncitu” Pereira, al líder político Jacinto Quintana, a Mr Chapy o al cura adultero.