[Escribo esta corta reseña de El abrazo de la serpiente (Ciro Guerra, 2015) en vísperas de cambios inimaginables aún para los más pesimistas entre nosotros: planes de cortar la Amazonia en dos -debido a las exigencias del capital global- para crear un enlace (en realidad abaratar las exportaciones hacia la China) entre el puerto de Acú en el Brasil y un puerto todavía indeterminado en el Perú.]
El título nos predispone desde el inicio a buscar un abrazo literal -o al menos figurado- de una serpiente. En que consiste este abrazo? Abrazo a quien? Y cuál es la serpiente que performa aquel gesto? En cualquier caso, después de ver las imágenes introductoras entendemos que el abrazo y la serpiente no van a ser ofrecidos por la cinta fácilmente como representaciones de lo que entendemos por los significantes.
La historia se va desplegando en duetos o pares de narrativas que se intercalan una dentro de la otra y que cuentan las quimeras del interminable viaje amazónico emprendido por dos “hombres de ciencia” (Koch-Grunberg en 1909 y Richard Evans Schultes en 1941) y su guía Karamakate. Estos -solo distanciados por 40 años-, se arrojan a la búsqueda de las propiedades de una oscura planta (la yakruna) que está casi extinta ya debido a los excesos de las caucheras y la colonización. Nunca sabemos con seguridad cuales son los motivos de Koch-Grunberg -tal vez ninguno más que documentar y clasificar la flora amazónica o localizar la planta y entender sus capacidades curativas-, pero sí sabemos que cuando Evans por fin obtiene un espécimen de la planta le confiesa a su guía Karamakate que dentro de las propiedades de ésta, figura la capacidad de producir caucho de alta pureza, un material necesario para ganar una guerra que está explotando “allá afuera.” Su guía, perplejo, hace lo que había hecho 40 años atras cuando ayudaba al botanista alemán: destruye la planta y reza: “si la flor será convertida en muerte entonces mejor que muera acá conmigo y tu te regresas y cuentas de lo que aprendiste, de lo que viste… aprende a soñar!”
Cuarenta años antes, el mismo Karamakate había orientado a Koch-Grunberg hacia un lugar donde se podía encontrar la planta, pero al verse ambos envueltos sorpresivamente en un ataque de los colombianos contra las bases peruanas éste, en medio de la frustración y como gesto instintivo, decide echarle fuego al sembrado mientras las balas zumban y nuestro explorador alemán se derrumba en desesperación. Los diálogos en El abrazo de la serpiente son lacónicos, “no se dice más de lo que se requiere” y pertinentes como si fueran enunciados con urgencia tranquila, sobre todo las reprimendas del guía Karamakate: “ustedes hombres de ciencia no pueden soñar,” “tienen que escuchar a la selva,” “si morimos nosotros muere el futuro,” “ustedes los blancos solo han traído muerte.”
Si la historia de la cinta -como nos explica su director Ciro Guerra- es sobre el conocimiento y la transferencia de saberes de cultura a cultura, no es difícil sentir entonces el abismo entre las culturas que albergan y manejan estos saberes: la pregunta inmediata surge, de cuál conocimiento hablamos y cómo se usará? Naturalmente, pensamos en la instrumentalizacion del conocimiento tecnificado y el dominio del hombre sobre el hombre usando estas plataformas de saberes. Muchos han teorizado sobre cómo estos saberes han echado a rodar la locomotora del mundo moderno como lo entendemos desde la ilustración hasta hoy día; pero lo que resalta aquí es la incredulidad por parte de los que transmiten esos nuevos saberes. Karamakate -a veces en carcajada, a veces en frustración- no entiende porque el hombre blanco no puede dejar de acumular cosas y en un momento de ira obliga a Evans Schultes a desalojar la canoa de sus cajas y equipaje científico. Este cuadro, altamente simbólico aparece como una lección al explorador norteamericano: si quieres aprender algo nuevo despójate de lo que sabes, olvídate de los requerimientos del mundo de donde provienes. Si para los habitantes de la selva -en todas sus variantes y diversidad- el saber solo permite coexistir en balance con el cosmos, para el hombre blanco esta relación con el saber es más compleja y ambigua. Karamakate entiende esto y por instantes despliega esta ambigüedad en sus actitudes: amenaza a sus clientes con no facilitar el entender del mundo de la selva y al mismo tiempo percibe una leve y contradictoria necesidad de que para que la selva se mantenga, el hombre blanco debe investigar con su razón y más tarde entender con su ser cómo opera (como es) el amazonas y sus habitantes.
Sobre la técnica narrativa habíamos dicho que se organiza en pares de secuencias que se entretejen y cuentan las dos historias que distan por casi 40 años donde figuran “el guía y el hombre blanco”; sin embargo en los minutos que marcan el primer tercio y el segundo tercio de la cinta arribamos a dos puntos interesantes de suspensión donde este orden se derriba y como un instante de daydreaming o un viaje alucinógeno imágenes en close up saturan la pantalla y atomizan nuestra experiencia: la primera interrumpe la búsqueda de los botanistas extranjeros y muestra -al estilo del documental natural, o a la Godard- muy de cerca el acto de parir de una gran serpiente donde decenas de escurridizas criaturas se deslizan entre sí mismas y alrededor de su progenitora. La repugnancia es concentrada. El segundo momento de pausa (que parecen mas bien intentos por citar a los precursores o pequeños homages) se dibuja como la reproducción de una experiencia de Yagé o Ayahuasca que experimenta Evans Schultes (a saber, el primer hombre de ciencia que probó la bebida enteogénica) al verse derribado por la negativa de Karamakate de permitirle el acceso a la planta. Aquí, parece que Guerra cita a los grandes innovadores de la tradición cinematográfica occidental como la secuencia “Star Gate” de 2001: A Space Odyssey o subsecuentes producciones fantásticas desde Spielberg hasta Ridley Scott.
Pero a donde arribamos después de las exploraciones efímeras de los dos pioneros, después de entender junto con ellos y su guía como aquella violencia lenta -de la que habla Rob Nixon- se manifiesta en las caucherías, los conventos y misiones devenidos en monstruosidades, y los cuerpos humanos mutilados y marcados por el látigo y el hacha? Al final, el abrazo de la serpiente que buscamos parece ser el abrazo lento de la jungla sobre los que tratamos de destruir su callada existencia. Podría ser el “contragesto” de una dialéctica de la destrucción y el resentimiento cuando dos mundos se encuentran y no logran entenderse, no logran aprender del otro y la cacofonía se asienta con dominancia. No es difícil recordar épicas anteriores que tratan el devenir de la Amazonia como La vorágine de Rivera o Toá del Evans Schultes Colombiano, el médico paisa César Uribe Piedrahita.
Al terminar la cinta uno cree haber asistido a una especie de visualización de una carta al futuro, un testamento que como una botella a la deriva sin destinatario porta un mensaje tan urgente que ya ha expirado y cuyo propósito no es más que contar la historia de una Amazonía que ya no existe. Un viaje al pasado tal vez, donde nos veremos como los últimos sujetos históricos que conocieron una versión o un despojo mas bien de la Amazonia. En la víspera de los planes peruano – brasileños de trazar una via férrea que corte en dos la Amazonia, El abrazo de la serpiente es tal vez el anuncio de un sueño que no pudimos conjurar. O siquiera un documento de denuncia que como La vorágine termine sepultado en el archivo cultural de occidente y solo prevean las masacres del porvenir, los latigazos sobre árboles y espaldas por igual que mancharán y poblarán el verde de la Amazonia -otra vez como un siniestro recurrir histórico- de sangre y restos humanos.