Crónica de un encuentro con el otro.

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En diciembre de 2018 hice un viaje a Colombia. Visité Bogotá, Bucaramanga, y mi pueblo, Barichara. Generalmente viajo ligero de equipaje, pero esta vez llené mis valijas de donaciones: ropa nueva, usada, y útiles de aseo. En vez de llevar regalos y botellas de champan como hace un año, esta vez decidí recolectar donaciones para llevar a los refugiados venezolanos que caminan las carreteras de Colombia huyendo del desamparo.

Mi profesión es enseñar español en Vancouver, Canadá, y gracias a eso, entro en contacto con personas de toda clase y edad a los que lo único que los une es un esfuerzo básico de mejorar su idioma. Pero en ellos encontré apoyo para hacer esto posible. Les comenté sobre la crisis venezolana, sobre los caminantes y les dije que iba a llevar lo que pudiera. Su respuesta fue inmediata: algunos me trajeron bolsas llenas de ropa usada o nueva, otros llegaron con utensilios de aseo recién comprados, y los últimos, se manifestaron con billetes de 20 dólares unas horas antes de partir. Un amigo, casi siempre rezagado, logró hacerme llegar un envío de dinero, su pequeña donación, a Colombia sin condiciones: lo podía convertir a pesos, o si no me daba tiempo, convertir en cerveza y bebérmelo a su salud (!).

Una vez en Bucaramanga, mi padre me ayudó a planear todo. La entrega era algo difícil, no tanto por la logística sino por la naturaleza misma de propiciar esta reunión. Se trata, ni mas ni menos, que de buscar un encuentro con el Otro que ocurre de manera inmediata, sin advertencia y en el cual, tanto uno como el otro, estamos expuestos a cualquier cosa, cualquier evento. La contingencia llena esos primeros segundos de contacto. Uno no sabe muy bien cómo va a ser recibido. ¿Acaso con sospecha, con ligero resentimiento, con envidia disimulada? O tal vez con llantos y miradas perturbadoras. El otro también tiene que abrirse a un contacto que no ha anticipado y para el cuál no se está nunca completamente preparado. Pensaran tal vez: ¿Quién es este tipo? ¿Qué quiere? ¿Qué tanto puede ayudar y cómo me presento ante él; apelando a sus emociones, pidiendo acaso más de lo que nos a traído? ¿O aceptando mientras rechazo el hecho y el momento de pedir, especialmente cuando se trata de pedir lo mínimo: alimento, ropa, un poco de dignidad? Para mi, la pregunta era muy sencilla, ¿Cómo aproximarse a un refugiado? ¿Cómo presentarse sin ocasionar una mayor vergüenza en el otro?

(Claro, uno los ve como refugiados, es imposible verlos como otra cosa, pero debemos intentarlo. Son refugiados y se presentan ante uno y la sociedad como tal, pero sabemos -aunque no lo reconocemos a menudo- que son personas, con subjetividad, con agencia moral y facultades propias. Son, o eran, miembros de comunidades, de grupos, de familias, con personalidades diferentes y con profesiones diferentes, con virtudes y vicios, nunca se veían como refugiados y creo que nunca imaginaron convertirse en uno.)

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El encuentro y  sobretodo la anticipación inmediata evoca ansiedad, y esto va para todo tipo de encuentros, claro está. Este tipo de afectos (ansiedad, miedo) invaden los cuerpos en micro segundos y mutan tan rápidamente como uno puede percibirlo. Esta tensión que las dos partes experimentan puede devenir en un mal encuentro o en un buen encuentro. Afortunadamente, el ingenio de mi padre con las palabras y los gestos ayudaron a resolver un poco la tensión ocasionada por aquellas improvisadas reuniones. Su facilidad para des-tensionar el ambiente usando claves rápidas y amables, lanzando chistes, simplemente improvisando, fue clave para construir un momento de confianza y lo que es más importante, enmarcar el acto de donar comida y vestido (quizás un momento delicado e incómodo) en algo un poco mas llevadero. Un momento para recuperar su humanidad, para dejar de ser solo recipientes de comida (animalidad) y reasumir una humanidad expresada en lo mas básico: un minuto donde se permiten volver a ser humanos,–a ser ellos, y no solo refugiados– a través del humor, solidaridad, un instante, tal vez unos segundos no más, de risa entre la tragedia, de fraternidad entre la indiferencia general, una comunión entre personas, efímera pero sencilla, acaso honesta.

Las entregas eran planeadas por mi padre quien conoce los puntos donde los refugiados se congregan. Estos puntos, un parque, una esquina, una arboleda, regularmente cambian, debido a que la policía continuamente prohíbe la formación de grupos allí. Hicimos 3 entregas, dos a las 6 de la mañana y una por la tarde alrededor de las 5 pm. Él también sugirió empacar la ropa en bolsitas y agregar algo de pan, huevos hervidos y dulces (como su contribución personal). En cada una repartimos ropa, comida y elementos de aseo, y en cada una vimos los mismos rostros cansados, golpeados por el sol, y la fatiga. Unos venían de Barquisimeto, otros de Mérida. Era difícil averiguar más sobre ellos. Mi papá siempre con mas soltura que yo, lograba hacerlos hablar o mejor, formar un momento de confianza para que dijeran algo de si mismos, así fueran conversaciones cortas, pero eran generalidades: cuantos venían, de donde venían, cuantos había en un grupo. Siempre encontrábamos familias, niños, ancianos. Pero una vez completábamos la entrega y nos veíamos con las manos vacías decidíamos despedíamos. Parecía que era el momento menos imprudente para terminar nuestro encuentro: tal vez unos minutos más y se disgregarían, todo empezaría a perder sentido, nos haríamos menos visibles y tal vez hasta incómodos. Siempre es difícil encontrar el segundo perfecto para decir adiós.

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Lo que si sabíamos es que si se mostraban consternados o parcos, no era por gusto. El viaje debía haber sido épico: atravesar países a pie no es poco admirable. Para llegar a Bucaramanga desde cualquier punto de Venezuela, ellos tenían que atravesar la Cordillera Oriental de Colombia, el sistema montañoso mas extenso del país. Antes de descender a Bucaramanga que está a unos 700 msnm, y se mantiene sobre los 20 grados centígrados, habrían culminado a fuerza en el Páramo de Berlín, en un punto llamado el Picacho a 3300 msnm, y que rodea los 10 grados solo para entonces iniciar el descenso a Bucaramanga. Es decir, se habían enfrentado en la misma tarde al frío del páramo y al calor de Bucaramanga, usando una carretera transitada por camiones de carga pesada, con tramos muy difíciles de curvas cerradas de herradura y con muy pocos lugares para comprar hidratación y comida. A esto, agreguemos la niebla de la alta montaña, en algunos tramos tan espesa que la visibilidad llega a ser de solo unos cuantos metros lo que significa un verdadero peligro cuando se comparte la carretera con camiones, autos, niños y ancianos.

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Para poner las cosas en perspectiva hay que recordarle al lector las dimensiones de las distancias de nuestros países. Aquí no estamos hablando de recorridos amenos por la campiña. Su recorrido en Colombia por lo general se inicia en el calor de Cúcuta, cruce de frontera, a 320 msnm; luego ascienden al Picacho, y bajan en pocas horas a las tierras cálidas de Bucaramanga. La travesía es tan extrema que en este trayecto, para la fecha, ya han muerto 17 caminantes venezolanos. Esto es en Colombia solamente, hay que recordar que para llegar hasta la frontera en Cúcuta desde Mérida tienen que recorrer en bus o a pie 240 kilómetros y desde Barquisimeto, 600 kilómetros.

Dicen que la épica es el genero narrativo que trata sobre las hazañas de un pueblo o también su nacimiento como unidad. La travesía de estos caminantes no solamente cuenta hazañas y revela su bravura sino que da nacimiento a una nueva comunidad, a un país disgregado, acaso imaginario, sin limites ni fronteras, una comunidad fluida pero en la vanguardia de nuestra condición pos-nacionalista o pos-socialista en la región. Su andar es su nacimiento, su formación, ya no solo son venezolanos, ni refugiados, son algo más que se escapa a toda definición totalizante. Los israelitas deambularon 40 años en el Sinaí, tiempo necesario, según los estudiosos de la Biblia, para acabar con una generación mezquina e idolatra. Los caminantes venezolanos están forjando a cada paso, una nueva comunidad marcada por la dificultad pero también la solidaridad, la empatía, y el esfuerzo.

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Nuestras entregas, como casi todos los eventos en la vida, fueron fugaces: en un par de días logramos deshacernos de las donaciones con facilidad. Siempre sorprende cómo objetos tan sólidos y pesados como mis maletas llenas, pueden desintegrarse en minutos: 46 kilos no son mucho para un millón de almas.

Al final se hizo algo, no mucho… pero algo. Creo que ese es el imperativo ético en cualquier encuentro con el desplazado, el refugiado, el vagabundo, o como quiera llamársele. Dar algo de uno, así sea poco y aparentemente insignificante, sin esperar nada a cambio, ni siquiera el agradecimiento del otro. Los hispanoamericanos tenemos un proverbio: “Hoy por ti mañana por mí.” Acá creo que se predica la ayuda desde la reciprocidad y la contingencia que marca nuestras vidas. Pero igual hay cierto sentido de ayudar desde el egoísmo. Algo así como, “ayudar hoy porque mañana me van a ayudar a mi.” Si el refrán lo impulsa a usted a dar, enhorabuena. Adelante. Por mi parte preferiría suscribirme a un concepto de ayuda desinteresada, total y anti-egocéntrica. Que quede claro, esto es solo una aspiración e ideal ético, no un mandato, ni una moralización sobre el dar.

Por otra parte, sobre mis estudiantes aprendí que la gente puede ser sencillamente buena; que cuando pueden ayudar, ayudan, y que si alguien facilita el realizar esa ayuda, están dispuestos a colaborar incluso más de lo que creen. Tengo que aclarar que todo esto fue mas bien un impulso mío, causado por seguir la política y la realidad venezolana contemporánea y tal vez por mi propia experiencia como asilado en Estados Unidos, algo ideado en el momento (unas semanas antes de partir) y sin mucha planeación. No hice mucha campaña, en otras palabras.

Esta experiencia sirvió para recordarme la facilidad y disposición que existe dentro de nosotros para ayudar, para empatizar y actuar, así sea de manera modesta. También, te lleva a imaginar el impacto que pueden tener estas acciones cuando son llevadas a cabo en masa (100 en lugar de 10). Uno, como individuo, como grupo, (o tal vez como individuo vuelto grupo) puede empezar a mover la sociedad, a mover la historia.

En mi vuelo de regreso a Canadá pude ver La Maleta Mexicana, un documental sobre la experiencia de los republicanos durante la Guerra Civil Española (1936-1939), sus derrotas, las batallas, las caminatas interminables, su detención en la frías playas francesas y el desahucio casi total que sufrieron en esos años. El documental rastreaba el paradero de un equipaje lleno de rollos fotográficos sobre la guerra que fue a terminar en México. Seguía el itinerario de la maleta trazando paralelos entre ésta y los miles de refugiados españoles que encontraron un hogar en México, una ayuda en sus palabras “abierta, directa y sin condiciones.” Los mexicanos y el gobierno de Lázaro Cárdenas, nos recordaron que todavía quedaba un vestigio de humanidad en un tiempo marcado por el salvajismo etnocéntrico Europeo por una parte y el interés propio de Los Aliados por la otra. Una lección en hospitalidad para los colombianos, los españoles, los mexicanos pero sobretodo para los habitantes de los llamados países ricos.

Al final, arribé a Vancouver con 2 maletas mucho más ligeras, con muchos deberes pospuestos y, como todos al final, con la ansiedad de iniciar un año y no estar a la par de las expectativas propias y ajenas. Acá, en el Norte Global, la necesidad no cobra la forma de necesidad material como es el caso en nuestros países, sino mas bien de pobreza espiritual, emocional y afectiva. Habrá en mi algo de satisfacción, no tanto por celebrarme, sino por haber podido propiciar esos buenos encuentros, alentar -con lo material- el espíritu de otro. Otro que es como yo, sin más ni menos méritos, sin más ni menos cualidades.

Capital Fictions -The Literature of Latin America’s Export Age (Estados Unidos, No. 9 Teoría)

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La portada del estudio Ficciones Capitales de Ericka Beckman dice mucho. Esta consiste en un mapa de lo que habitualmente llamamos Latinoamérica poblado no por ciudades ni formaciones geológicas sino por las mercancías que cada país representa en el imaginario economista norteamericano: cada país alberga materias primas caricaturizadas, algo familiares e inofensivas, que definen su rol dentro de un sistema de mercado global. En el estudio hay que notar varias cosas. La primera, como Beckman muy bien lo recuerda, es la reducción de cada territorio a productos primarios apetecidos por el norte industrializado, granos, minerales, frutas, vegetales, maderas, producción de carne, de frutos de mar, de petróleo, de estimulantes como el café y el tabaco, etc. De alguna manera, todos los componentes del mapa nos dicen más sobre el arquitecto que diseñó este plano que sobre lo que propone representar. En este sentido el continente esta imaginado como una colección de materias primarias listas y expectantes al arribo de la maquinaria procesadora que va a convertirlas en zapatos italianos, sombreros de copa y energía para las demandas militaristas del norte. Es decir, la vida en el sentido amplio del continente ha sido plasmada en un plano a seguir y solo espera la pacifica extracción y procesamiento para su transformación. La segunda inquietud aquí es que nunca se cuestiona la premisa consumista y la fetichizacion de la mercancía del capitalista ismo, en específico en capitalismo de monopolio y las teorías desarrollistas que acompañaban estos modelos.

El tratado de Beckman se preocupa en investigar como las elites letradas de los países figurados en el mapa construyeron edificios epistemológicos que sostenían la presuposición y la favorabilidad de la explotación de recursos naturales, y en consiguiente la incorporación al mercado global como la única oportunidad para salir de la pobreza crónica y el caos político predominante que se asentó en las primeras décadas pos independentistas. Beckman desmantela la poética que sostenía los sueños de exportación, “export reverie,” las fantasías literarias propuestas por la clase letrada de la región (el conocido eje de poder donde los hombres de estado también son poetas, escritores, cronistas y juristas), el sistema exportador como el modelo adecuado para modernizar las economías nacionales y el deseable para todas las partes involucradas, siguiendo el principio de la “ventaja comparativa” del sistema Ricardeano. Beckman propone un estudio de las expresiones poéticas (novelas, poemas, avisos publicitarios, papel moneda) de la región que constituyen ejemplos de un paradigma económico y estético que dominó la región durante alrededor de 6 décadas, aproximadamente: 1870’s-1930’s.

Algo que valorar en el estudio es la producción de ficción que emerge en dos campos que generalmente no tienden a asociarse en estudios comparados: la literatura o la “alta cultura” con los procesos económicos y las narrativas que los sostienen. De alguna manera el estudio ha logrado desnudar los aparatos menos esperados que trabajan para sostener una suspensión de la incredulidad. Beckman nos muestra como en los dos campos operó esta noción a la hora de normalizar proyectos que se presentaban como deseables y como la literatura y las herramientas que el discurso literario ofrece (imágenes, metáforas, leitmotifs) han sido usadas para complementar las abstracciones económicas que determinan el devenir económico y político de toda una nación. Beckman nos recuerda que los funcionamientos básicos del capital descansan en la capacidad de suspender el sentido crítico de la razón, e ignorar incoherencias o incompatibilidades. Lo mismo se puede argumentar sobre el acto de abrir una novela o leer un poema. Naturalmente Beckman se apoya en Marx y en las lecturas historicistas de economistas como Karl Polanyi, quien nos recuerda hasta qué punto el capitalismo da por sentadas las bases ontológicas de la labor, la tierra y el dinero en tanto entidades mentales creadas meramente para el uso del mercado, en lo que este denominó “mercancías ficticias.” ¿No es esto acaso lo que propone el mapa que adorna la cubierta, al mostrar el continente americano como una colección gigante de materias primas a la espera del mercado y sus demandas y requerimientos? Hasta aquí, todo bien. Beckman se apoya en críticas que le ayudan a entender mejor cómo funcionaba el imaginario criollo en tanto clase burguesa que traía desarrollo y modernidad. Lo que no cuadra sin embargo en su aparato teórico es la mención su uso de los análisis de discurso diseñados por Michel Foucault y sus seguidores. No encontramos ninguna obra del cartógrafo del poder en la bibliografía, así como su mención parece solo un gesto al paso en su introducción. Herramientas útiles como las tecnologías de gobierno, la producción de cuerpos dóciles o de formaciones discursivas hubieran permitido un análisis más profundo aunque también implican la resolución o la justificación de posiciones teóricas problemáticas en relación con los pensadores mencionados anteriormente.

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Beckman organiza su estudio de acuerdo a los patrones que organizan el movimiento del capital a través del tiempo: en periodos de auges y caídas -“boom and busts.” Así, logra analizar documentos donde la ilusión de las clases letradas y su ansiedad se refleja en expresiones liricas en la víspera del arribo de la tan anhelada Modernidad al continente. Durante el auge, Beckman estudia textos como la novela argentina La Bolsa y los ejercicios ecfraticos de poetas petit-bourgeois quienes dependían de la moneda local para sostener su negocio ya sea de importación de productos de lujo o carácter extractivo: Beckman subraya las corrientes estéticas que permeaban la lírica de poetas y ensayistas como José Asunción Silva o José Enrique Rodo en relación con su producción de avisos y publicidad con el fin de mantener a flote sus negocios. En su tratamiento de Silva, Beckman procura trazar la cartografía psicológica y económica de un sujeto al borde de la debacle estética y financiera: Silva, y su protagonista en De sobremesa, José Fernández, constituyen locales privilegiados para Beckman a la hora de delinear las similitudes en torno a la producción, el consumo y la recesión o la muerte: en el caso del Banco Nacional de Colombia de 1880, un suicidio económico; en el caso del poeta, un suicidio real. Los macabros relieves develan la relación entre las finanzas y la poesía, entre sueños de modernización, crear una nación viril, la figura del hombre rural, en contraste con los hábitos de una burguesía, insolvente y emasculada, el sujeto híper-esteta de Silva (Fernández) alienado entre los excesos del lujo y las fantasías de una autovaloración de líder modernizador y mesiánico. En otras palabras Beckman estudia las íntimas obsesiones de la creación literaria: “sujeto-nación.”

Si Beckman habla de “export reveries,” fantasías de exportación, es apenas natural buscar un contrapeso para fijar su terminología. Este, “export real” aparece en su capítulo sobre la explotación en la selva colombiana peruana, específicamente en el análisis del capitalismo de márgenes en La vorágine. Las fantasías de la exportación encuentran su contraparte en el concepto de lo real de la exportación: es decir el sitio geográfico donde se producen las materias del sector primario que aseguran los márgenes de ganancia de la burguesía y la clase letrada latinoamericana: las caucheras, las minas, los campos de petróleo, los valles de cultivo, etc… Es decir, “lo real” de la exportación está constituido por la suma total de los locales y las experiencias de explotación a que son sujetos los obreros y la naturaleza. En La vorágine, la intención denunciatoria de José E. Rivera se estudia a través de objetos que marcan el imaginario occidental sobre la amazonia y el capital. Para no ir más lejos, recordemos la Casa de la Opera de Manaos; sitio privilegiado de la modernidad y la civilización basado en la explotación inhumana de los aborígenes, o las anécdotas más fantásticas acerca de los excesos de los patrones: enviar su ropa para ser lavada en Liverpool, intercambiar caucho por botellas de champaña, o el sueño de importar a Caruso para inaugurar el Teatro Amazonas en 1897. Términos como “export reveries” o “export real” funcionan como conceptos claves a la hora de elaborar una genealogía de la literatura de la minería en Latinoamérica o en Sur América. Si los cuentos y las novelas proletariadas que hemos estudiado en este espacio se pueden aglomerar como la expresión de lo que Beckman llama “export real,” haría falta una evaluación y estudio en el caso Boliviano, Peruano y Chileno de las “export reveries” en tanto discurso dominante de las elites criollas. En este sentido debemos entender novelas mineras como productos que -junto con su mercancía respectiva en bruto- responden a lo que Beckman define por “export real: la entidad que el sujeto criollo no sabía que sabía, [una que] sin embargo había estado siempre allí.” El concepto de “export real” sirve para entender mejor un mundo social creado a consecuencia de los modelos de desarrollo agroexportador.

Beckman produce un estudio salvable por su asociación original, por la propuesta de terminología sencilla pero útil (“capital fictions,” “export reverie,” “export real”), por sus fuentes un tanto eclécticas y su disposición a la anécdota y lo inevitablemente real maravilloso. Sin embargo, sus lecturas parecen un tanto unidimensionales si consideramos la riqueza de herramientas teóricas que se han ignorado. Suponemos que la intención de la autora sería preparar un estudio más accesible al público no-académico; si este es el caso, aunque en ninguna parte esta aclarado, concluimos con un tratado ameno y entretenido a cambio de una investigación más profunda en términos teóricos y críticos. De cualquier forma, las relaciones discursivas estudiadas por Beckman son bienvenidas en la medida que arrojan luz sobre textos un tanto olvidados; textos cuya relevancia se mantiene vigente y aun mas hoy, cuando las economías de la región tienden a alinearse hacia los criterios neo-extractivistas y neocolonialistas del orden económico global: textos que parecen desafiar su caducidad, como argumenta Juan Gustavo Cobo Borda: “Substituya cocaína por caucho, y La vorágine continua existiendo como una pesadilla recurrente de la historia.”

 

La Autodeterminación de las masas: primeras lecturas de Rene Zavaleta Mercado (Bolivia, No. 3 Teoría)

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Una cosa es empero, lo que uno cree que piensa, y otra lo que piensa realmente.

Antes de adentrarnos a comentar el ensayo de Zavaleta sobre los obreros mineros de su país, sería pertinente revisar un par de conceptos que este propuso a la hora de entender a los países latinoamericanos más allá de un paradigma desarrollista y homogeneizador. Primero, recordemos la importancia que para Zavaleta tenía la idea de la articulación entre el movimiento obrero y el partido nacionalista. Para él, el fracaso en 1964 de la revolución del 52 se origina en el instante en que la separación de estas dos agrupaciones claves se derrumba: la base social queda sin sostén y el proyecto culmina en un “desbandamiento” total de las organizaciones obreras-nacionalistas. Desde ahí, mas específicamente desde el ascenso de Barrientos al poder de forma violenta en 1964, Zavaleta echa a rodar aparato conceptual heterogéneo y ecléctico -tan abigarrado como el objeto mismo de estudio, la sociedad boliviana en su tiempo. Zavaleta nos recuerda a esa especie de teóricos que se dedican a pensar desde la derrota, es decir, a elaborar un sistema que permita entender las razones de los fracasos políticos en conjunción con una perspectiva enfocada hacia un futuro incierto, (Benjamin, Arendt o los pensadores de la revolución mexicana, entre otras).

Desde lo específico el pensamiento de Zavaleta Mercado aparece como lectura obligatoria a la hora de iniciar una discusión teórica sobre el papel histórico de la minería en el devenir político de Bolivia. Desde lo general, Zavaleta debe ser leído y releído por su mirada atenta y su pensamiento político heterogéneo: su obra problematiza el tema de la diversidad social desde la teoría política y la sociología, en un contexto histórico donde todavía predominaban modos mono culturales de reflexionar sobre lo social y lo político en el horizonte de la modernidad.

He dedicado algunos ratos a sus escritos, específicamente, a aquellos que se preocupan por la cuestión de lo nacional-popular en la historia reciente de Bolivia. Así mismo, he repasado sobre algunos que invierten más atención en eventos precisos como la experiencia del Che en el Churo o su análisis comparativo de casos de Latinoamérica.

Zavaleta en ensayos como “Forma clase y forma multitud en el proletariado minero de Bolivia” (1983) argumenta que el proletariado minero parece ser la fuerza de masas constitutiva a la hora de jalar el devenir histórico social del país desde su organización formal luego de la matanza de Catavi en 1941. El estructura su discusión tratando de intercambiar cargas teóricas con el fin de alejarse de los análisis basados en “clase social” y hacia conceptualizaciones más flexibles como el encuadre del “medio compuesto” o especulaciones “no-cuantificables” acerca de fenómenos como la “irradiación” o “iluminación” hacia otros grupos periféricos al obrero minero (amas de casa, comerciantes, ex obreros ahora desempleados). A contrapelo del teórico peruano Heráclito Bonilla, Zavaleta rechaza los argumentos que enfatizan la incapacidad del sector minero debido a sus bajos números (demografía), a la hora de actuar como agente trasformador en la historia boliviana. Bonilla hace alusión al proletariado boliviano como “uno minoritario y de carácter incipiente,” Zavaleta contrapone los argumentos del peruano señalando una y otra vez el peso de masas que corresponde al sindicato (no al partido) de los mineros bolivianos: este peso se ve reflejado en la formación de lo que él llama sindicalismo-campesino, los procesos de irradiación que alcanzan grupos aledaños al hombre minero y otros casos de transformación y composición política. Rechazando los argumentos sobre el primitivismo Zavaleta agrega que la persistencia de creencias en el Tío o el Yatiri no ha sido obstáculo para el desarrollo del principio corporativo. (277)

Pero más allá, Zavaleta interpreta el actuar histórico del obrero minero como agente “realmente democrático” privilegiado en tanto que se dedica a construir una historia reciente de los movimientos mineros y campesinos bolivianos donde traza la contingencia histórica a nivel macro y en cierta medida, a nivel molecular (“intersubjetivo” en sus palabras) de dicho desarrollo.

Al final, el propósito de Zavaleta es estudiar la naturaleza política de este sector de lo social nacional, su predominancia en la historia de la movilización en Bolivia desde la revolución de 1952, la capacidad “de determinar en tan extensa medida los acontecimientos,” (276) su condicionamiento geográfico y demográfico al mismo tiempo que propone de manera paradójica “su incapacidad de ser referencia de sí mismo, o sea de la independencia de la ideología.” Zavaleta revisa las características de población, de localización de irradiación extensamente para concluir que “la causa de su fuerza es la misma de su impotencia clásica; factualmente es dueña del país, sin embargo incapaz de introducir una nueva visión de las cosas es decir, una reforma intelectual y moral” (287).

Para Zavaleta el movimiento obrero boliviano con sus heterogéneas agrupaciones irradiadas y su “historia triunfalista” falla por su extenso permanecer ante el poder en actitud “cismática o escicionista, esto genera un estancamiento o un anamnesis de su subalternidad” (287). De ahí, se desprenden una serie de interrogantes derivativos: ¿Cuánto tiempo puede durar la deslealtad hacia el estado?, o ¿hasta qué punto es posible para una clase la sustitución de las características propias de su momento constitutivo? Pareciera que Zavaleta adjudica al movimiento obrero un cegamiento epistemológico que le impide la revelación o le permita imaginar horizontes organizativos más allá del modo actual de operación e ideologización. En otras palabras, la clase obrera boliviana comandada por el sector de los mineros no puede salir de una repetición mecanista de resistencia que le permita la constitución de un nuevo patrón económico.

Desde este locus, Zavaleta desarrolla conceptos metodológico – teóricos como crisis y momento constitutivo, donde arguye que en medio de las crisis políticas surgen momentos privilegiados para localizar nuevos discursos críticos, “son coyunturas en las que el conocimiento social puede ser ampliado en tanto que una crisis implica una fractura y un quiebre de las formas ideológicas de representación de la vida social” (19). En el momento de la crisis, se hace más visible la diversidad social existente y al mismo tiempo se tienen que hacer más visibles y más adaptables o más precisos los instrumentos teóricos que el científico social aplica con el fin de entender nuevas formaciones sociales instantáneas.

Es así como una de las nociones más interesantes emanando del pensamiento Zavaleteano, más específicamente en su etapa madura, que figura en El poder dual (1974) la encontramos dentro de lo que el boliviano llamó momento constitutivo y crisis. El procedimiento en este caso de método/teoría se inicia concibiendo las teorías sociales generales como insuficientes a la hora de captar toda la actividad social que se despliega en el ámbito de los movimientos y las disputas ideológicas. Para Zavaleta los métodos occidentales que privilegian el locus del estado contienen puntos ciegos  considerables pues no prestan atención a las condiciones de heterogeneidad cultural y estructural de los objetos de estudio. Este tipo de teorías hace invisible cierto tipo de realidades sociales, limita el conocimiento ya que solo es visible aquello que la teoría general permite ver en tanto relaciones de poder y discursos dentro de la modalidad del conocimiento social. En este sentido, la crisis política constituye un momento privilegiado de conocer y entender más profundamente lo social: las coyunturas son oportunidades para ampliar este saber y para posteriormente tratar de identificar el momento constitutivo de las instituciones que ahora se muestran quebradas y a punto de ceder ante el peso que la crisis les ha arrojado encima. En otras palabras, el momento de la crisis hace más visible la diversidad social existente y permite al investigador social identificar cual es el momento constitutivo de las estructuras que están entrando en crisis para luego reconstruir la historia de reforma de ese momento constitutivo. Para Zavaleta el problema radica en cómo pensar las dos puntas extremas de un evento histórico: desde el momento en que se constituye como tal (donde algo adquiere la forma que va a tener por un buen tiempo en adelante), digamos “A.” Desde tal instante, hasta su crisis, el momento en que está a punto de desaparecer, o entrar a formar parte de la realidad bajo otras formas y cumpliendo otras funciones, o -para completar nuestro esquema alfabético-  “Z.” En este sentido vemos como el procedimiento de Zavaleta consiste en remontarse de una crisis al momento constitutivo.
En estos tiempos donde en las repúblicas latinas de América la función del ideologema parece rotar de campos de significación, las formas de pensamiento Zavaleteana parecen invitarnos a replantar la naturaleza de las crisis como tales y las causas que han permitido que su momento constitutivo haya caído en desfavor.

“The Devil and Commodity Fetishism in South America:” El devenir de un ritual en entredicho (Estados Unidos, No. 1 Teoría)

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“To know is to be associated with everything around one and to enter into and be part of the land.” -Michael Taussig

¿Qué sucede históricamente cuando dos sistemas metafísicos y religiosos chocan con fuerza descomunal como chocaron las civilizaciones americanas con la ibérica en el siglo XV? ¿Qué consecuencias tiene esta colisión apocalíptica que parece arrojar fuera de balance toda una civilización (o las dos civilizaciones)? Sus respectivas certidumbres y verdades fueron descolocadas, puestas en entredicho por el otro; las operaciones lógicas que rigen su funcionamiento religioso afectadas por la presencia de otro sistema tan comprehensivo y completo como el propio, -para no mencionar las consecuencias materiales de destrucción. Y para agregar más profundidad a la cuestión, ¿qué sucede cuando estas dos civilizaciones y sus metafísicas respectivas se ven confrontadas por una tercera fuerza (el capitalismo de monopolio) que pretende reconfigurar de nuevo el valor de las cosas, la naturaleza del tiempo y la labor, y entronar la mercancía como nuevo dios entre dioses; dios que reina sobre los hombre como ningún dios había jamás reinado?

Estas son las preguntas que motivan el estudio del antropólogo australiano Micheal Taussig The Devil and Commodity Fetishism in South America. En este, el médico-venido-antropólogo pretende dar cuenta sobre los enlaces insospechados y no poco siniestros que se trenzan entre diferentes modos de producción y las explicaciones metafísicas elaboradas por el subalterno quien permanece excluido de la ganancia marginal –aunque a la vez agente a la hora de construir sistemas que dan razón de su precaria posición en el orden material de trabajo y recompensa.

Taussig pretende investigar cómo se manifiestan en rituales, en magia y en las metafísicas de los habitantes del Valle del Cauca en Colombia y de Oruro en el occidente de Bolivia el paso violento y traumático entre un orden de producción basado en un valor de uso a otro basado en el valor del intercambio es decir la transición incompleta y dispareja entre modos de producción basados en la reciprocidad y el balance y modos de producción basados en la lógica de la ganancia marginal y la acumulación de capital. Proceso -bien sea dicho de paso- acompañado por una serie de transformaciones en los comportamientos de los individuos y la percepción de los objetos, a saber: el fetichismo de la mercancía como tal, la re-significación de ritos e ídolos prehispánicos para hacer frente a la explotación capitalista, en otras palabras entender cómo el intercambio reciproco del don (Mauss) deviene en intercambio de la mercancía (Marx). Este último proceso resulta inevitablemente crítico a la hora de entender los cambios históricos que han afectado la relación de los mineros bolivianos entre sí mismos y con la unidad de la tierra.

La tesis de Taussig sostiene que las comunidades tradicionales no conocen la figura equivalente del demonio occidental que se deriva de la literatura judeocristiana sino que existen basados en sistemas muchas veces politeístas que le asignan a diferentes dioses, espíritus y otras entidades propiedades muy flexibles, que se caracterizan por cualidades como la dualidad, multiplicidad, neutralidad, cuatriplicidad etc…(179). Naturalmente si se cometen crímenes o se altera el orden natural de la comunidad se administran castigos que constituyen una medida punitiva con el fin de subsanar la falta que se ha cometido contra la tierra o contra la comunidad -digamos una especie de justicia restaurativa. La corrección de estos crímenes se realiza porque se ha violado una normatividad, más no porque se halla traspasado una sacralidad abstracta como podría ser el cometer un pecado. En la tradición metafísica andina no contamos con las duplas polarizadas del bien puro (Dios) y el mal puro (Satanás) como sí en el sistema cristiano. En esta encontramos más bien una serie de espíritus y dioses que se conciben como una entidad dentro de la totalidad; a partir de este conjunto de entidades el individuo procura obrar con su favor, respetando una economía del don (el “hecho social total” de Levi-Strauss), una lógica de reciprocidad, lo que en quechua se conoce como Ayni.

Este orden involucra el ofrecer regularmente ciertos ritos a la Mama Pacha con el fin de obtener su simpatía y su favor a la hora de tomar recursos de la tierra (de ella misma) o de emprender alguna empresa importante. Esta era la lógica que comandaba los procesos sociales y económicos de los pueblos andinos hasta la llegada de los europeos y la violenta instalación de otro tipo de economía, otro tipo de relación con la naturaleza y otras serie de piezas metafísicas que muchas veces sustentaban las bases filosóficas de las anteriores.

De alguna manera la religión andina se transformó y se reoriento -no en menor medida como respuesta a la conquista- hacia la construcción de un repertorio de contención y un reservorio de resistencia con el fin de contrarrestar la imposición total de un sistema metafísico y religioso desconocido. Los ritos andinos evolucionaron para servir de apoyo moral a los más desventajados dentro del nuevo orden de intercambio mercantilista. El Supay que en tiempos prehispánicos había servido varias tareas dentro de la cosmología de los indígenas, en tiempos capitalistas ha reducido su papel como agente contractual con quien se legalizan pactos para ganar riquezas individuales continuando el ciclo de acumulación y el fetichismo de la mercancía.

Después de la llegada del invasor español todo fue trastocado: una economía que giraba alrededor de las comunidades rurales, que se concebía como parte de una totalidad mayor, que no conocía valor en el oro y la plata más allá del ornamental, que -más importantemente- manejaba un balance dentro de lo que se toma y lo que se ofrece del entorno natural, fue violentamente devastada. Sus preceptos fueron cuestionados y deslegitimizados con el fin de instaurar en su lugar nuevas modelos europeos que respondían al culto católico y la acumulación de capital. El hombre blanco no solo destruía el mundo material del indígena, también sus edificios metafísicos y su cosmovisión que consideraba la totalidad como un campo de balances y no como los europeos un objeto para someter y subyugar. Los españoles se dieron a la tarea de extraer sin fin: “Las cantidades extraídas de la tierra excedían de lejos cualquier actividad prehispánica indígena; al final del día el inca era quien estaba endeudado mientras se embarcaba todo el oro posible hacia España. No habría restitución -ni material ni espiritual- suficiente para superar los traumas perpetrados contra los dioses de la montaña, traumas que debido a su dimensión inconmensurable no podrían ser reparados por la capacidad re-sintetizadora de cualquier ritual tradicional (204)” Taussig nos hace entender la extraordinaria extensión del daño causado a estos pueblos no solo a su base económica -y su cuerpo social como tal- sino frente a su relación con los dioses: la afrenta y deuda inimaginable que se había perpetrado en su contra. Luego de semejante saqueo ¿qué ritual puede restablecer el orden prehispánico? Cuando nada se devolvía a la tierra -esperando su favor y la continuación de la fertilidad- sino que se custodiaba celosamente camino a una tierra desconocida, que esperanza quedaba en el indígena sobre el futuro del mundo, sobre su ser y sobre una totalidad original ahora quebrada en todos los puntos?

Es en el contexto de la explotación capitalista primero bajo la industria privada y luego de 1952 bajo el capitalismo de estado que el Challa (ceremonia de reciprocidad con la Mama Pacha) al Supay cobra una forma de pacto con el diablo. Es en parte para pagar esa inmensa deuda casi inconcebible que ha sido infligida por el invasor, que el indígena tiene que iniciar una serie de ofrendas (sangre de llama, alcohol, hojas de coca, cigarrillos). Es en parte también con el fin de lograr la aprobación del Supay y de alimentarlo -para que él (Supay) no se antoje por la carne de los trabajadores mineros- que ellos deciden celebrar estos rituales. Es decir, el Challa constituye una especie de economía reciproca para sostener una economía de mercado donde el fetichismo de la mercancía amenaza al trabajador de forma indirecta, por medio de la revancha del Supay y de forma directa, en forma de muerte temprana por la silicosis o por un accidente fatal.

En The Devil and Commodity Fetishism in South America encontramos una antropología tan distante al cuadro total y empírico que pretendía avanzar June Nash en su estudio We Eat the Mines and the Mines Eat Us. Podríamos especular que para Taussig, la praxis antropológica debe estar orientada hacia una auto reflexión sobre nuestras propias normas y convenios sociales en tanto estudiamos y entendemos las normas y los convenios de los otros. Ésta, debe entender las supersticiones y creencias del otro en tanto estas explicaciones ayuden a revelar hasta qué punto el occidente moderno e industrializado (o posindustrial, basado en las economías de información o creativas) también trabaja con sus propias supersticiones y mitos.

En otras palabras es una tarea dedicada a la desnaturalización de lo mas antinatural como es concebido en el norte global (4). Para realizar esta tarea, un tanto heterodoxa para la fecha de la escritura -1980-, Taussig pretende hacer uso promiscuo de teóricos un tanto marginales en el ejercicio antropológico académico: las frases mesiánicas de Walter Benjamín guían el método materialista dialectico, además de los planteamientos de pensadores como Marcel Mauss, George Bataille, Claude Levi-Strauss, Friedrich Nietzsche y Karl Marx que orientan el análisis dialectico de Taussig para encontrar puntos de iluminación, puntos de especulación dialógica dentro del ejercicio de la antropología como story telling y como herramienta dialéctica de análisis contemporáneo.

“A history of mining in Latin America:” una historia de los opuestos (Estados Unidos, No. 8 Teoría)

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“Ahora que tanto oro se encuentra, surge una controversia en cuanto a que trae más beneficios, ya sea para ir a robar o para ir a las minas.”

Cristobal Colón

La monografía de Kendall Brown, A History of Mining in Latin America: From the Colonial Era to the Present (2012) ayuda de alguna manera a completar una suerte de vacío historiográfico concerniente a la importante -pero algo descuidada- influencia de la actividad minera en Latinoamérica y en Europa. El libro de Brown pretende ofrecernos un “recorrido no-exhaustivo” por algunos centros mineros de importancia desde la colonia, repartidos desde la amazonia brasilera hasta los campamentos instalados en el norte de México. En cierta medida el libro llena las expectativas aunque inevitablemente se queda corto cuando dimensionamos la vasta cantidad de material por procesar y las limitaciones de fuentes y del formato. Pero más allá de escribir una suerte de reseña académica quisiera esbozar algunas reflexiones basadas en su tesis y sus observaciones históricas.

Primero: entender Latinoamérica, entender la temprana modernidad europea, entender la era de los descubrimientos, entender la posterior acumulación de capital que permitió el advenimiento de la revolución industrial, se convierte en una tarea coja si no comprendemos la importancia de la actividad minera en la América Latina. Podríamos recordar que Europa se imaginó y entendió a si misma tras el contacto con el otro como lo arguye Todorov; pero de la misma manera Europa se enriqueció y desarrolló tecnológicamente tras la extracción de los minerales hallados en unos cuantos sitios del gran continente. Más allá, al entender las diferentes causas históricas y los comportamientos de los primeros exploradores no es difícil arriesgar que la modernidad fue inventada en Potosí (11, 42). O que desde un principio, como lo expresan las narrativas de Colon, Cortez o Pizarro el oro y la plata americano (o la promesa de su fácil adquisición) constituyeron piezas definitivas a la hora de abandonar un sistema de organización feudal e impulsar uno capitalista, (mercantilista) que en unas pocas décadas ya había extendido su alcance a nivel global. Solo recordemos algunos datos sueltos para contextualizar el tema: Potosí contribuyo 60% de las reservas totales de Europa, esto equivale a 22,700! toneladas hasta la fecha de su independencia en los 1820’s. Ya para esa época el Cerro Rico estaba tan agotado que su último tributo a la corona española equivalía solo al 10% del total recibido (28).

Brown siguiendo una línea muy tradicional dentro de la producción histórica angloparlante organiza su libro cronológicamente comentándonos primero acerca de las practicas metalúrgicas prehispánicas y sus variaciones dependiendo de las culturas del continente; prosigue a explicar el fenómeno de Potosí y sus tres booms de producción de plata, las dimensiones sociales que estos descubrimientos desenlazaron en el área (pero también en el bajo Perú y en los puertos de la Península); luego nos recuerda el funcionamiento de instituciones coloniales como la Mita, la Encomienda y el tipo de sujetos que estas producían como el mitayo, el mingado, las yanaconas y las palliris. Hasta este momento su atención se centra en el caso boliviano, en específico en el área de Potosí; sin embargo, Brown trata de incluir con menor dedicación los yacimientos y las transformaciones ocurridas en México, Perú y más adelante, Chile. (Esta de sobre indicar que países con una reciente explotación mineral como Argentina, Ecuador y Colombia son apenas mencionados.)

Hacia el quinto capítulo, Brown nos introduce a una exploración bastante lograda sobre del convulsionado siglo XIX. Este fue un periodo poblado de cambios drásticos, como nuevas unidades nacionales (emergiendo bajo la hegemonía de un nuevo imperio, el Reino Unido), además de nuevas tecnologías de refinamiento que prescindían de mano de obra y los impredecibles altibajos de un mercado mundial que requería más y al mismo tiempo diferentes metales.

Estos cambios conllevaron a la proletarización de algunos grupos mineros tales como los obreros de Huancavelica en el Perú o los mineros de las salitreras del desierto en Chile; pero el caso boliviano constituye la excepción. Brown argumenta que debido a una peculiar dinámica social -una donde los obreros de las minas de plata del altiplano podían laborar bajo una especie de trabajo por temporadas y al mismo tiempo regresar a sus comunidades para realizar agricultura de subsistencia- el cuerpo laboral no desarrolló rasgos de proletariado como fue el caso con los obreros industriales urbanos de países vecinos o los mineros Chilenos del norte de su país (47,117). Pero hablar desde el enfoque macro nos distrae del origen y los medios impuestos para extraer y procesar toda esta riqueza: recordemos que las condiciones de las minas eran precarias, los impuestos y trucos para estafar a los obreros sinnúmero y la opresión debido a la tenacidad propia de la labor, atroz. Las muertes prematuras eran cuestión de todos los días: la silicosis, la tuberculosis, -agregadas al soroche y a una alimentación insuficiente- acababan con las vidas de los indios y sus familias lentamente, tanto que un encargado religioso enviado a las minas como veedor real observaba en sus reporte, “Las riquezas que le llegan a España no consisten en plata, sino en sangre y sudor de los naturales” (70).

Regresando al XIX notamos que el apetito de la maquina capitalista mundial había mudado de preferencias: el imperio ya no era España sino Inglaterra y los Estados unidos, y estos ya no extraían plata u oro sino que se explotaba en busca de estaño, cobre y mercurio. Encontrar y procesar los minerales no bastaba, además, optaban por continuar el dominio ininterrumpido de la fuerza laboral a toda costa, y quebrar alguna capacidad comunitaria que pudiera ocasionar cambios a favor de los obreros. En este contexto entendemos como la política internacional que se desplegó a partir de los inicios nacionalistas resultaron en conflictos y guerras puramente impulsados por acceso a la extracción, el procesamiento y la exportación de materias primas como los minerales encontrados en el desierto de Atacama. En este caso, podríamos argumentar que la guerra del pacifico (1879-1883) Chile contra una alianza Perú-Bolivia ocurrió debido al potencial y -la promesa imaginada- originada por la minería (106).

Chile emerge como gran vencedor y hegemon de la costa pacífica pero su producción solo incrementa para llenar los bolsillos de algunos intermediarios nacionales y principalmente de los inversores extranjeros como el famoso Rey del Salitre, el inglés John T North, a costillas naturalmente, del abuso laboral, el maltrato sistemático, y las ocasionales revueltas y protestas que culminaban en masacres perpetradas por las fuerzas armadas chilenas contra su propio pueblo. Las masacres en Chile no cesaron. La más famosa y registrada en la conciencia literaria del país por Hernán Rivera Letelier en Santa María de las flores negras, (2002) ocurre en la escuela de Santa María en Iquique en 1907. Esta, junto a la Matanza de La Coruña en 1925 y otras, además de una conciencia obrera en formación contribuyen a la construcción de una razón socialista que culminó en el apoyo fundamental de las centrales obreras a la campaña y los primeros meses del gobierno de Allende (153).

Lo que observamos hasta este momento es una serie de patrones que vale identificar: desde los primeros contactos con los grupos indígenas, la actitud del invasor ha sido la de dominar y clasificar, sea bajo la racializacion de las Pinturas de Casta o las promesas del Catolicismo; esta devino en paternalismo y más opresión durante el temprano periodo nacional y el resto del siglo XIX, caracterizado -claro está- por los ciclos de altibajos (el cambio del estándar de plata por el estándar de oro realizado por la Alemania imperial en 1873, la Guerra del Pacifico en 1879, el Pánico Internacional de 1893, el boom de la Primera Guerra Mundial, la caída de precios de los nitratos con el fin de la guerra, la Guerra del Chaco en 1932, las nuevas tecnologías en plásticos y sintéticos -que disminuían la demanda de estaño-, la Gran Depresión de los 30’s, el boom de la Segunda Guerra Mundial, el decrecimiento al terminar la guerra, la Revolución Boliviana de 1952, la presión norteamericana por de-proletarizar los complejos mineros y sus sucesivas expulsiones forzosas y masacres, el régimen de Barrientos, el régimen de Banzer…) que afectaban a los obreros drásticamente y los exponía a desempleo, y hambrunas que a su vez se expresaban en protestas y marchas colectivas que como ya sabemos desembocaban en opresión simbólica, y represión militar en forma de masacres no solo contra los líderes de los movimientos sindicales sino contra toda la comunidad; la historia de Bolivia es un ejemplo tristísimo de este patrón macabro y a la vez de la perseverancia de un pueblo inquebrantable. Los textos y filmes comentados recientemente en este espacio solo corroboran y enfatizan esta dialéctica.

Leer la historia de la América Latina desde la perspectiva de la extracción mineral es entender como personajes tan disimiles como Cristóbal Colon, Felipe II, Carlos V, Simón Bolívar, Porfirio Díaz, John T. North, José Carlos Mariátegui, El Che Guevara o Domitila Chungara se inscriben en la historia política del continente como recién llegados a un banquete al que no fueron invitados y no pensaban asistir sino a última hora; es entender como la narrativa histórica ha descuidado el rol de la plata y el oro en la colonia así como el del salitre, el estaño, y el cobre en el periodo nacional, a favor de los llamados grandes hombres y eventos; es entender como todo un paradigma colonial y uno nacional ha concebido y utilizado la naturaleza nativa y los hombres propios de esta naturaleza.

Brown concluye su monografía evaluando el impacto que la extracción ha traído al continente. Los datos son naturalmente devastadores para cualquiera: en el centro-sur del Perú, en Huancavelica, existe contaminación por el uso indiscriminado del mercurio desde tiempos coloniales (174), Brown nos recuerda que en la época se requería 1.4 kg de mercurio para procesa 1 kg de oro, con ese promedio, los desperdicios de mercurio llegan a los miles de toneladas. Este elemento –se convierte en metilmercurio, una neurotoxina que ataca el sistema nervioso central- se termina vertiendo en los cuerpos de agua, se filtra a los acuíferos y penetra la cadena alimenticia afectando a todo organismo en el área (plancton, insectos, peces, mamíferos, y el hombre en procesos de bioconcentracion y biomagnificacion [175]).

Y para no extendernos demasiado no entraremos en detalles sobre Potosí, donde una actividad extractiva y de fundición de 450 años ininterrumpidos ha destruido toda fauna y flora nativa de la región, -el terreno árido que asociamos con las minas no fue siempre así, es más bien producto o subproducto de la extracción impuesta por los españoles. No entraremos en detalles sobre La Oroya en el Perú, -el lugar más contaminado del planeta- donde de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud los niveles de plomo durante los años 90’s eran 7000 veces más altos que los considerados aceptables! (179). O el apenas comentado, casi secreto incidente de Agosto de 1996 del rio Pilcomayo, cuando la Compañía Minera del Sur, subsidiaria de la británica Rio Tinto y el Banco Mundial, derramó 400,000 toneladas de relave -o colas- que contenían cianuro, arsénico, zinc, plomo, sulfato de hierro, cadmio, y cobre sobre la vertiente (Pilcomayo) que es tributaria del Paraná y alimenta áreas agricultoras de Bolivia y Paraguay (179).

Brown cierra su estudio con una conclusión un tanto desganada que no le hace justicia al resto del texto. Tal vez un poco desanimado por las noticias que él mismo ha incluido sobre el ambiente y tal vez un tanto cansado nos recuerda el concepto quechua “Ayni” que expresa un equilibrio con el otro y con la naturaleza además de una noción de ayuda mutua practicada en comunidades indígenas. Brown nos cuenta como este equilibrio ha sido violado por los españoles (además del resto de europeos) en su asalto no solo contra las riquezas de la tierra sino contra las comunidades locales y los ayllues del altiplano.
Al final no queda sino imaginar la plata que adorna los palacios europeos y asiáticos, las joyas y las indumentarias, el oro que deslumbra las paredes de bodegas subterráneas, el desierto y el viento que acompaña las rocas, la sangre seca que reposa bajo cientos de peñas subterráneas y sus huesos hechos astillas y polvo, y en la superficie la ruinas de la colonia, las ruinas de la modernidad y del neoliberalismo. Escribir tal vez en el futuro la historia de la minería (que es la historia de la opresión) del porvenir.

El zorro de la extracción (Perú, No. 8 Especifica)

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Me fui a Puno… una noche, en ese silencio del altiplano que te permite oír la voz de las moléculas de las yerbas y de los planetas y, más, tu palpitación, no la del corazón, no; la de la vida entera y a través de ella del laberinto humano.

¿Que escribir sobre un texto que sostenemos en nuestras manos como una condena a muerte, o como un papel que vio tan de cerca los últimos momentos de lucidez de un gran escritor hilvanando meditaciones sobre la muerte? Es difícil, encontrar un punto de partida para comentar el texto de José María Arguedas El zorro de arriba y el zorro de abajo que no caiga en academicismo o una serie de lugares comunes por la excitación del momento. Por mi parte, solo trataré de recordar un par de motivos que resurgen en el texto, la forma, el lenguaje y la extracción como actividad económica y también literaria.

1. El zorro de arriba y el zorro de abajo es un libro extraño hecho a retazos e inconcluso. Empecemos por comentar acerca de una forma irregular, asimétrica que inserta una serie de paratextos mordaces. Que ha de hacer el lector o el crítico con una sucesión de fragmentos que parecen provenir del infierno, cartas enviadas desde el Hades. Estos, de alguna manera nos acercan al texto, nos explican las tribulaciones psicológicas por las que atraviesa el autor y justifican la imperfección del relato central. El diario que se intercala en las páginas de la novela también sirve como espacio un poco más libre para estudiar y crear la literatura en la víspera del suicidio, sirve para entender y entenderse mejor como sujeto al borde del abismo. Pero también sirven para alargar la auto condena a muerte que Arguedas había firmado con si mismo cuando nota que puede continuar su escritura. Es decir, este paratexto irregular aparece como ejercicio para diferir la llegada a una hora cero. Muy al estilo de la narradora de las mil y una noches, Arguedas parece alargar su propio tiempo disponible como autor para disponer entonces de la vida de su narrador y de sus personajes. Pero estas señales y estos símbolos que podemos recoger en estos paratextos conforman otra capa que recubre y complementa el nivel primario textual. Es decir, una capa consciente de sí misma que no se esconde tras alguna ficción, sino que preforma una suerte de auto reflexividad sobre el autor, el narrador y la narrativa en proceso de ser escrita. Esta auto-conciencia se condensa a tal punto que en el primer apartado los zorros parecen salirse del texto para reconocer explícitamente al escritor y al lector como si la famosa cuarta barrera fuera quebrada apenas por un instante, (62).

El zorro de arriba y el zorro de abajo es tal vez la novela más difícil de entender dentro de los modelos clasificatorios que ha propuesto la crítica moderna. La novela no cuadraría bien dentro de lo que llamamos realismo mágico, ni realismo social, ni mucho menos vanguardismo. Es obvio que podríamos llamarla novela indigenista (aunque varios críticos han arriesgado la proposición que coloca a Arguedas como maestro del género y a la vez escritor que lo supeditó y lo supero en el ejercicio de su narrativa). Aceptaría su colocación como novela indigenista además de ser eminentemente triste e iconoclasta. Digo iconoclasta porque parece atacar desde ángulos no frontales la concepción imaginaria y conceptual de los parámetros formales de la novela, al mismo tiempo que pretende dilapidar una falsa ilusión que invadía los análisis más sofisticados de la época y los organizaba en dos bandos: los más optimistas se acobijaban bajo las novedades de la vanguardia (Cortázar, Puig… digamos, los “Joyceanos”); los más audaces bajo premisas hiperbólicas acerca de la “máxima expresión de un pueblo”: el realismo mágico (García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa). Arguedas en El zorro de arriba y el zorro de abajo no pretende abrir una nueva categoría estética ni aportar a los debates acerca de la identidad latinoamericana directamente; más bien, parece preocuparse por tratar de entender el “problema del indio” desde otras perspectivas, desde tal vez la perspectiva más ignorada y a la vez la más propicia, la del indígena mismo, o a lo menos, la del sujeto bicultural. De alguna manera en el narrador y en el devenir miserable de algunos de los personajes podemos encontrar al autor mismo como una condensación de las tres figuras en un viaje geográfico, temporal y espiritual que morfan en olas sucesivas de explotación y experiencia. Recordemos el discurso de don Esteban en la cuarta parte donde este -mientras habla de sí mismo- parece articular la voz colectiva, la voz oculta del desarrollo y la modernidad: la contracara de una narrativa de progreso lineal. Para mí, don Esteban en su delirio enfermo, acabado por tanto aspirar polvo de carbón durante su paso por las minas de las tierras altas, logra revelar mejor las realidades del pobre Perú que cien ensayos políticos. Solo hay que regresar a la página 170 para entender como el ser deviene en subproducto Chimbotano, en desperdicio humano vivo. A mi parecer estas tres figuras en si efectivamente confluyen en una al entender la poscicionalidad de Arguedas como autor, como narrador y a veces como personaje. En las tierras altas del Perú se vive una existencia inhóspita: azota la pobreza y el abandono es por doquier: en la sierra no hay esperanza (177). Entonces los serranitos bajan y olvidan sus tradiciones para convertirse en parte de la maquinaria procesadora y exportadora de harina de pescado.

Yo agregaría que no solo don Esteban, sino el mismo Arguedas (como el mismo se entiende por partes en esta conflación) constituye la entidad de la pérdida de la subjetividad andina y el devenir en miseria, habitante de barriada, despojado del anclaje cultural que lo había sostenido en la pobreza material pero la estabilidad de su ser en el mundo andino. Naturalmente, el Chimbote de Arguedas y de sus personajes no es el sitio privilegiado del progreso: no es el que supuestamente creció organizado y muy civilmente, sino más bien el de los escombros, el de los sobros del desarrollo: la basura de la corporación y la industria van a parar acá, en tanto materia como sujeto. El indio que baja -pobre y sin educación- a la civilización para supuestamente ser educado y progresar se desliga de sus hermanos de raza, pierde alguna noción de seguridad en el orden del cosmos y termina adhiriéndose a sus coetáneos -a su vez sujetos sin morada fija- en las barriadas, los médanos y los desiertos móviles de la costa, (172).

Don Esteban representa el serrano, abusado en el Perú alto y ninguneado en la costa. El individuo como espacio de combates y explotación capitalista al límite: el cuerpo mismo esta deshecho así como sus valores y lo que lo sostenía.

2. La actividad de extracción. La extracción es el sine qua non de la novela misma. Y esta no se restringe a la extracción mineral mediada por la experiencia de don Esteban sino que se ejerce en todos los espacios tratados por el libro y ocurre por parte de todo personaje: la empresa extrae vida del mar para convertirla en mercancía y destrucción, un polvillo de harina de pescado y todos sus derivados. Naturalmente, la extracción de recursos naturales es la actividad más obvia pero a partir de este ejercicio económico se sostiene un inmenso edificio capitalista que justifica a Chimbote y lo carcome lentamente. Lo creó como resultado de la abundancia natural y la ley de ganancia mínima y al mismo tiempo lo destruye al sujetarlo vitalmente a las fuerzas del volátil mercado internacional. El Chimbote mismo es una gran maquina extractiva y auto destructiva. Pero más allá, cada habitante se convierte en una especie de entidad extractora que se acomoda dentro de la gran estructura capitalista del pueblo en función de la explotación máxima del otro sea este obrero, pescador, prostituta o gerente.

Paradójicamente cerramos el tomo sabiendo más de aquellos que no están directamente emplazados encima del otro: el loco Moncada, Don Esteba, Maxwell… todos pertenecientes al último eslabón dentro del aparato de organización social. Estos constituyen para Arguedas plataformas para elaborar perspectivas excéntricas donde aprendemos no solo del Chimbote y su naturaleza explotativa sino acerca de su lenta conformación subjetiva: el fascinante devenir de Maxwell, la proletarización de don Esteban, la fuerza revolucionaria del discurso desperdiciado de Moncada.

Una duda sobre la extracción: Hasta cierto punto los obreros y los pescadores, el “proletariado” de Chimbote está constituido como una suerte de extracción, pues están viviendo removidos de su lugar originario y expuestos a reglas y normas ajenas. En cierto sentido podríamos extender la definición de extracción desde su primer ámbito, -el pertinente a los recursos naturales que se objetivisa por medio de procesos industriales dentro de la lógica de la mercancía capitalista-, para llegar a una más amplia pero más crítica donde podríamos situar el termino desde un ángulo privilegiado de análisis y de creatividad. ¿Cuáles serían entonces los parámetros de esta nueva definición? Es una pregunta que parece solo conducir a un impasse terminológico, porque si todo es extracción entonces nada lo es. ¿Cuáles son los límites de la extracción? ¿Son los obreros “extraidos” (recordemos la definición más simple, Extracción: la acción de sacar algo, especialmente mediante esfuerzo o la fuerza) porque han venido a Chimbote por necesidad económica? ¿Si el carácter de la palabra denota un “sacar de manera violenta” entonces como conjugar “extracción” con los aspectos más amplios pero a la vez más invisiblemente violentos de nuestras vidas (consumo, hábitos, creencias, derroche)?

Nota: Arguedas es en mi experiencia como lector el escritor que más atención presta a las cosas más difíciles de percibir y pensar: lo más íntimo, delicado, lo más inaudible del cosmos, (255). Es mejor observador que otros novelistas de su época (boom) pues puede apreciar el nivel más “molecular” de las cosas, si no lo aprecia al menos lo siente y lo siente reflejado como resonancia en elementos diferentes (un pensamiento muy oriental): las plantas en los valles, el baile del trompo en las lagunas y los ríos de altura, los cantos andinos en los nevados inalcanzables. Ve en el viento, en las rocas el diáfano carácter de un pueblo-país, un pueblo-paisaje.

 

 

 

 

Thoughts about “the Threshold”

abraham acostaAcosta’s proposal is aimed at breaking through the false dichotomies and the fallacies of the current practice of cultural Latin American Studies, most specifically, Mexican and Mexican-American studies. His objective consists in revealing that the terms and the forms of the debates resistant/hegemonic or oral/literal metaphoric/material etc… Are faulty and after a simple examination do not simply hold. His writing travels against the habit of understanding cultural practices from the Latin American continent as necessarily resistant, counterhegemonic and the like. His project is engaged in an unconcelamnet of false premises at the heart of these binary oppositions; he calls illiteracy those moments when the debate as supported on these logic structures holds no more and disintegrates. He helps us understand a bit more when he states “Illiteracy registers the heterogeneous, literally undefinable, nonassignable speech. It seeks to map out the unanticipated, irruptive effect that emerge from the illiterate suspension of the naturalized order.” (Acosta, 14) Thus he likes to flavor the unique taste of words and expressions that try to signify something like this: aclimatados, los que nunca llegaran, etc…  Using a deconstructive approach and a little of Ranciere and Agamben sparsely through the text, Acosta is able to critique without mercy some texts and critical investigations as they attempt to explain apparently oppositional things like the US Mexican border or Mexican academic discourse against Us based academic discourse of Latin America. He mentions (Acosta, 12) that he is after the semiological events that emerge at these thresholds in order to deconstruct the oppositionalities; although one is tempted to use the word “semiological” I failed to understand why he recurrs to the realm of signs and in adition never making any justification for it or discussing at least briefly Saussure or Barthes or other theorists of signs. He could have used “symptoms,” “manifestations,” or other language; I’m not so sure about the semiology of his method.

In clearing the discursive field he brings Latinamericanists who are critiqued based on their respective extrapolations and analyses: For him Doris Sommer’s Proceed with Caution is mistaken in its universalists/particularists approach; Beverly’s statement that after the pink tide theory of deconstruction and Subaltern are anachronistic and too theoretical is contrasted with Beasley-Murray’s claim that Latin American studies are not theoretical enough and deconstruction or subalternism are to be left behind by using a new way of understanding the region; namely thinking about masses as multitudes, an as behaviors as based on affect and habits.

Later he proposes the need for his intervention fitting right and square between all these contradictory voices and practices. He proceeds to analyze cases like the fate of Zapatismo, the nature of testimonio and the (according to him) flawed treatment of the US Mexican border from both sides of it.

In his afterword he reads the SB1070 debates as they emerged out of a racist and paranoiac legislature of Arizona as one opportunity to understand that difference inside the discriminated groups exists and it should never be even out or homogenized by saying Mexican American, or Mexicans, as if the community victim of racial targeting and discriminatory policies were homogeneously Mexican.

After spending time meditating on chapter 5 “Hinging on Exclusion and bare life” I became intrigued by his use of Agamben’s concepts and later disenchanted by what I consider a willing overlook of ideas or a defective part of the argument. I will write about that later on another post.

For now, Acosta’s reading of the debates and the underlining logic upon which these debates are built constitutes a valid and valuable intervention; one that reveals through methodical analysis the liminal areas where oppositions disintegrate and the axiomatic exclusion inclusion arrives at a what we could call a “stand still.”

“McOndo” y Gabo como escritor “no comprometido”

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(Lo que sigue son mis impresiones sobre los “McOndo” y un vistazo a las maneras de comentar sobre Garcia Marquez en la fecha de su fallecimiento.
Cierro con un fragmento periodistico que nos invita a aproximarnos a Garcia Marquez sin caer en narrativas instrumentalizadas de “escritor sin política” o “buen escritor, mal politico” o “escritor exotizante y apolítico.”Disculpas por el alternado uso de párrafos en ingles, pues fue de la Wikipedia en ingles que extraje los pasajes acerca de McOndo y el articulo de Andres Fabian Henao esta escrito en ingles.
Mi “post” como tal lo envío mas tarde.)

Para mi con todo respeto “McOndo” es una banda de pensadores reaccionarios que intentan hacer entender al resto del mundo que LA “no es un sombrero y un machete,” i.e., ellos quieren entrar a la gran Familia Occidental y decir “no somos indios atrasados, tenemos television, rock y McDonald’s.” Hacen un gesto hacia el norte, hacia una modernidad o posmodernidad blanca y cosmopolita Yo creo que todo Latinoamericano que sale y se da cuenta de la limitada y selectiva representación y recepción de su cultura (claro, esto ha cambiado mucho desde los 80’s y 90’s), sufre por instantes, el síndrome de “no somos tan indios” así mismo trata de cobrar una postura de indignación vanidosa y quiere mostrarse como “moderno.” También esto responde a que desde los 40’s Latinoamérica era sinónimo con exotismo, realismo mágico (o lo que se entienda por ese “signifier”), paraíso maldito, miradas puramente reduccionistas, mutiladas y comercializadas a nivel de consumo de masas. En palabras de Said, era el “Oriente.” Si McOndo responde a Cien Años de Soledad, los encuentro desfasados a veces y quisquillosos en general: en la novela como hemos visto hay modernidad, hay intercambio con Europa, se ve como una ideología politico – filosófica Ilustrada (Centralismo contra Federalismo) opera, se puede ver el rol de una economía moderna capitalista de monopolio.

Yo creo como ya te comente (a Bruno) que el “Iowa Review Affair” propicia la motivation desenfrenada del tono “McOndiano.” Mas bien diria yo que entre “Banana Republic, 19th Century Dictator, Backward Catholicism” y “a world of McDonald’s [restaurants], Macintoshes and condos” ahi esta Latinoamerica. Que se diga que “Fuguet’s coinage McOndo denotes ‘a world of McDonald’s [restaurants], Macintoshes and condos.’” Yo creo que esta loco.

Al final como que recapacitan un poco estos arribistas: “Later, some McOndos reneged their literary militancy against Magical Realism; Edmundo Paz Soldán observed that ‘today, it is very clear, for many of us, that it is naïve to renounce such a wonderful tradition of political engagement on the part of the Latin American writer.’”

Dicen que los McOndo reaccionan “in direct opposition to the politically-metaphoric, rural narratives used as political discourse by the Latin American Boom generation of writers, especially the magical-realists.” Pero por Dios! Si todo lo opuesto es el caso: si algo hemos aprendido en esta clase es que el Boom era en buena medida heterogeneo en tematica, estilo y tono: solo recordemos los autores que hemos leido y los temas. Artemio Cruz es un magnate de metropolis moderna; en El Lugar sin Limites hay una configuracion alternativa de los roles sociales y la performatividad de la sexualidad, asimismo no hay una gota de “jungla tropical” o “realismo magico.” Cortazar gesticula en su obra y en su misma postura, ademanes y fonetica hacia la idea de un escritor Frances!

Lo que si es otra historia y ahi tal vez radique el origen del malentendido y la ira de la representacion o mal-representacion es que la difusion en el resto del mundo estaba condicionada por parámetros comerciales que negaban la posibilidad comercial (al mismo nivel que Cien Años de Soledad, La Muerte de Artemio Cruz) de otras estéticas Latinoamericanas.

Cierro con un fragmento del corto articulo “The Political Uses of Memory” del colega y amigo Andres Fabian Henao quien yuxtapone las reacciones a la noticia del fallecimiento de Garcia Marquez. Andres retoma la postura de Antonio Caballero editorialista en Semana y nos invita a leer a Garcia Marquez sin disasociarlo de una critica a la realidad Colombiana y Latinoamericana. Caballero dice “Gabo gave us a real and truthful image of Colombia, one that sought to arrive at the real through the magical, rather than the other way around—a real that elites still do not wish to confront.” Caballero takes issue with the words of the current Colombian President, Juan Manuel Santos, who makes Gabo into a patriotic hero, entrusting his spirit to the nationalistic agenda of the right. Whoever has read his work, Caballero remarks, quickly realizes that Gabo did nothing else in his literature than denounce the horrors of that patria which now enlists him as its spokesperson and representative. Caballero is right to say that García Márquez’s work is a political commentary and critique of the social reality which we still live in Colombia, a country still populated by “apocalyptic rains, catastrophes without story, deaths foretold, news of kidnappings, slaughter of workers, civil wars, political prisoners, military majors, thieves in the towns, corrupt politicians, dictatorships, bureaucratic frauds and delays, inquisitorial processes, demons, soulless grandmothers, dead birds, child prostitution, and a poor Liberator who everyone spits on the face.” To read One Hundred Years of Solitude disconnected from the Massacre of the Banana Plantations in 1928 is not to read Gabo at all, to ignore what still survives in the literature, and makes visible of the neo-colonial continuity of violence now taking place through the funding of paramilitary organizations by Chiquita (that reincarnation of the 1920s-era United Fruit Company denounced in One Hundred Years of Solitude).”

El comentario puede ser accedido en la siguiente direccion:

“THE POLITICAL USES OF MEMORY,” Andrés Fabián Henao Castro, https://www.massreview.org/node/348

El “Vallenato de 300 paginas” o la Historia como anti-literatura

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“Si alguno de ellos desea pasar por sabio, una sonrisa, un aplauso, un movimiento de orejas a manera de asno serán suficientes para hacer creer a los demás que él se halla al tanto de lo que se trata, pese a que en el fondo no entienda cosa alguna.”

Erasmo de Roterdam “Elogio a la Locura” Diálogos de Moria

Para el post de la semana es difícil escoger una temática única de análisis. Dada la naturaleza fractal de la narración y el carácter elíptico de la temporalidad (ideas que tienden hacia la infinitud) me limito a enunciar algunos aspectos claves para traerlos a la mesa en nuestra sesión y a anotar un par de ideas desde mi desfavorecida perspectiva. Aunque es difícil escribir sin reescribir ciegamente me gustaría proponer o rescatar la sencilla tesis de Cien Años de Soledad como evento historico-literario cuya inspiración deriva -no tanto- de otras obras siguiendo una “genealogía del signo” o cierta “ansiedad de la Influencia” (y el privilegio de los padrinos literarios, herencias, legados, etc) sino mas bien emerge de la tierra misma, no diría del contexto histórico sino mas bien del “texto” en este caso no estrictamente literario o metafísico sino el texto de la experiencia subjetiva e histórica como se entiende a traves de los sentidos y el rasocinio.
Ya Garcia Marquez lo confesaba varias veces en frases despreocupadas, “Cien Años de Soledad es un vallenato de 300 paginas” como en meditaciones mas largas

“El (Nicolas Marquez, abuelo materno de Garcia Marquez), en alguna ocasión, tuvo que matar a un hombre, siendo muy joven. El vivía en el pueblo y parece que había alguien que lo molestaba mucho y lo desafiaba, pero el no le hacia caso, hasta que llego a ser tan difícil su situación, que sencillamente le pego un tiro […] se fue y fundo un pueblo, y lo que mas recuerdo de mi abuelos que siempre me decía: “Tu no sabes lo que pesa un muerto.” Hay otra cosa que no olvido jamas que creo que tiene mucho que ver conmigo como escritor, y es que una noche me llevo al circo […] Recuerdo que, siendo muy niño, en Aracataca, donde vivíamos, mi abuelo me llevo a conocer un dromedario en el circo. Otro día, cuando le dije que no había visto el hielo, melero al campamento de la compañía bananera, ordeno abrir una caja de pargos congelados y me hizo meter la mano. De esa imagen parte todo Cien Años de Soledad
Y estos son solo dos recortes entre centenares de entrevistas y diarios que reflejan el carácter digamos “anti-literario” de Cien Años de Soledad. (Digo “anti-literario” entre comillas y cobrando cierta distancia hacia la expresión porque puede resultar un tanto desbordada; lo que se quiere acentuar es la descendencia de la novela de otra estirpe, no de la perteneciente al mundo literario entendido como expresión de una “alta” cultura burguesa sino como producto de la compilación de un sin fin de fragmentos folclóricos de sabiduría popular, de las mitologías mestizas de la region geográfica donde se establece Macondo como eje espacial, y de la precariedad de la memoria como recipiente de “imágenes” que se convertirían en claves abigarradas de la novela.)
El lector se preguntara no sin cierta razón, no son acaso los productos literarios (novelas, poemas, lírica) la materialización misma del devenir histórico trasladado al campo de la experiencia lectora del signo?
Ciertamente cualquier acontecer literario, cualquier “evento” así sea uno tan mínimo como mi lista de hacer compras o un “to do” se relaciona con la realidad. Unas lineas escritas y sin destinatario al estilo de un diario naturalmente responden y corresponden a hechos anclados en la realidad y a los cuales nuestra capacidad de razón contesta en un registro amplio de ideas. Sin embargo, lo que quiero leer en Cien Años de Soledad son varias cosas: primero la postura, o impostura, que su autor no se cansa de iterar y reiterar acerca del origen de la novela; la licencia bastante liberal que se otorga a si mismo Garcia Marquez para utilizar archivos culturales disparatados y hacerlos comunicar entre si, rasgo que me permito especular fue conducido con mucho mas ahínco y rigurosidad que cualquier otra obra del periodo; el gesto de alquimia o de artesano de los eventos que se lee entre las lineas de la novela cuando frente a nuestra mirada de lector absorta se desenvuelven las temporalidades y las lógicas sistemáticas tan disparatadas como inteligibles entre ellas (epistemologias de la multiplicidad aglomerada).
Naturalmente nadie escribe en un vaciamiento literario (tal vez, acaso Dios), existen textos e influencias (puramente literarias) y esas ya las sabemos y no hace falta repetirlas: el “Yoknapatawpha County” de Faulkner, las tragedias griegas, o su labor y vocación de periodista. Pero lo que separa, para mi perspectiva miope, o (“nearsighted” suena, otra vez, mejor) estos casos es que para escribir -y concluir con más claridad estas ideas- Cien Años de Soledad no hace falta ir mas allá de la historia nacional, la historia regional, las realidades del presente y la “disincronia” o “asincronia” textura fundamental del relato. Que Garcia Marquez ensambló una obra ya sin duda católica “entendiendo la palabra en su sentido arcaico” está más que claro; que sus inmensa capacidad narrativa y especular convirtió una historia colorida y trágica en una serie de volúmenes diáfanos y ya clásicos es un hecho que nadie niega; pero como dice Carlos Fuentes “Es un desafío para el novelista latinoamericano competir con la historia; como inventar personajes más locos, más poderosos o más imaginativos, de los que han aparecido en la historia?”

En este orden de idas regresemos a aquel “texto” mencionado anteriormente, o a una glosa sobre el texto que constituye la materia prima de Garcia Marquez.
A grandes rasgos Colombia ya de por si es un Macondo, no hace falta agregar mucho más. Y dentro del gran Macondo que es Latinoamerica, Colombia es un lugar privilegiado y maldito al mismo tiempo porque encierra en su geografia variada y acentuada a gentes igualmente contrastantes, extremas y sustancialmente opuestas. (Colombia es Latinoamerica concentrada): Colombia es el lugar por excelencia donde todo opera al reves: las lógicas occidentales (o lo que sea que pensemos al oir esta expresion) indigenas y africanas coinciden en una densidad espacial y una simultaniedad abrumadora: en contínua contradicción como en sincronia a veces: En Colombia confluyen los tres rios fundacionales de Latinoamerica (razas, “grupos ethnolinguisticos”), la geografia favorable tanto al intercambio y tráfico fácil (mezclas, mestisajes, etc) como al aislamiento, ensimismamiento (regionalismo extremo, ignorancia y superstición casi medievales, intolerancia y polarización, condensación de los rasgos regionales) (Por eso hay locos europeos del norte que abandonan la vida en sus países y se mudan a Aracataca, Mompox o Barichara.) Siguiendo al critico y escritor William Ospina me atreveria arriesgar un punto comparativo a grandes brochasos: Mexico es Latinoamerica pero ampliamente indigena y sin el rasgo africano tan marcado; por otra parte Argentina es una Latinoamerica europea de frente e indigena y criolla por atras, Brazil es similar al caso Colombiano pero mucho más extenso y bendecido por un legado portugues menos brutal que el resto del continente. Cuba, elimino sistematicamente al indio y se perfilo como un espacio blanco, homogeneo; isla moderna de frente y ansiosa a todo lo que llegar de la America del Norte o de Europa. Colombia convertida en fractal de culturas y políticas sinnúmero encierra en una cascara de nuez el espacio infinito, ese espacio que maravillaba al melancolico principe Hamlet.
Que quede claro que toda esta digamole “diatraba” de tonos nacionalistas y salteada de narscicismo no debe leerse como una promocion de un destino exotico (literario, turístico, metafisico), o como la exaltacion de una nacionalidad mejor o superior a otras en la region. Todo lo contrario, lo primero que nota el curioso historiador aficionado sobre este país es que la realidad histórica refleja siglos, cien años, o mas de cien años, no solo de soledad, sino de guerras: el triunfo sistemático de la irracionalidad colectiva e individual, la falta de espíritu de compromiso politico y cívico, y la insensatez mas básica hacia los preceptos elementales de organización política. Tristemente, la configuración de esta comunidad imaginada ha sido capaz de rescatar las ideologías mas recalcitrantes y emplear los métodos mas arcaicos para asegurar la prolongación de su desangramiento continuo.

Paradójicamente, de este “paradiso infernal” emergen situaciones que desafían el entendimiento mas básico. Acá es donde Garcia Marquez, en un gesto que niega a su legado literario nacional hasta el momento, se resuelve a tornar esta realidad accidentada, de modernidad desordenada, a veces avergonzante, a veces incomprensible en un espacio ficticio donde conviven seres miticos, al lado de generales (historicos y concretos) levemente enmascarados. En un gesto fracticida no solo rechaza las literaturas importadas y sus categorias esteticas sino que torna lo que queriamos esconder dentro de la fantasia de construirnos como pais “blanco, catolico e hispanico” hacia afuera y exteriorisa una historia oficial junto a planos marginados: la historia errante, la historia de incesto, la historia del tiempo ciclico contra el tiempo historico. Al parecer Cien Años de Soledad constituye en cierta medida un gesto historico-actual que cambia la direccion de una continua busqueda de identidad.

(Algunas ideas que no logre trabajar pero que pueden resultar fertiles puntos de conversacion)

-La “soledad” porque “no son capaces de amar” (Esto, ya lugar comun, lo han dicho varios criticos).
-El incesto es el origen de todo.
-Melquiades es el insitador estimulador de la curiosidad intelectual (cientifica, geografica, filosofica etc… ).
-La peste del olvido como una alegoria del subcontinente.
-Aureliano es el personaje mas interesante: niño con poderes ocultos, niño poeta y recluido taciturno, desenamorado dramático, militar, expedicionario eccentrico. Sus 17 hijos ilegítimos se pueden leer como la cifra del nacimiento y la  población de Latinoamérica por una España soberbia.
-Todos acaban mal, pero no en un estado deprimente de un existencialismo romanticista, un nihilismo post guerra o un trauma colectivo del campo de concentracion, mas bien acaban como vivieron, de manera colorida, supersticiosa, (Jose Arcadio Buendia) heroica, epica, (Arcadio) clasicamente tragica (Crispi).
Mito/historia: en el lenguaje, en la tematica, en los personajes mismo como “realidades.” (Hay una constante articulada en forma antagonista dentro de Cien Años de Soledad como locus de una batalla entre dos temporalidades, el tiempo ciclico y el tiempo historico).