Algunas impresiones mis de visitas a sitios de extraccion en Potosí, Bolivia durante mi viaje en el 2016.





Algunas impresiones mis de visitas a sitios de extraccion en Potosí, Bolivia durante mi viaje en el 2016.






Empezamos la década con un momento paradójico y monumental. Por un lado, el apogeo del capitalismo desregulado administrado por populistas de centro derecha había cantado victoria: los mercados subían, China seguía creciendo, el petróleo iba estable, las tecnologías de consumo masivo creciendo y afinándose… Pero todo cambió en cuestión de semanas cuando el nuevo Coronavirus (causante de la enfermedad Covid-19) se convirtió en pandemia y nos mostró la fragilidad del sistema global de flujos materiales. La paradoja es que una forma de vida tan insignificante como un virus (que es inferior a un animal) y que es de los organismos más simples que existen, ha llevado a la completa suspensión del mundo como lo hemos conocido hasta hoy.
Es un momento paradójico porque nos recuerda que somos seres vivientes en medio de otros seres y no encima de ellos (como parece que operamos consiente e inconscientemente muchas veces). La pandemia y la parálisis del mundo es tal vez la forma mas irónica y sutil de recordarnos que somos vida y no estamos por encima de otras formas de vida (sino en medio de ellas). Es una forma de recordarnos que la concepción de la naturaleza como “recurso” y su mal manejo (destrucción) tiene consecuencias imprevisibles.
Y aquí están las consecuencias inmediatas: muertes innecesarias, sociedades en cuarentena, angustia económica del ciudadano de a pie, debilitamiento de las economías, etc. Por otra parte, las consecuencias no-inmediatas estarán por verse, pero si anticipamos un recrudecimiento en la destrucción de ecosistemas, la intensificación del calentamiento global, la intensificación de flujos de cuerpos, y en general la agravación de la crisis del capitalismo agudo que viene desenvolviéndose desde los 80’s con el nacimiento del neoliberalismo y con mas fuerza (a nivel planetario) desde la caída de la Unión Soviética en los 90’s.
El virus nos recuerda que somos más frágiles de lo que creemos. Uno solo puede esperar que nos ofrezca una lección en humildad, traducida en mas compasión, pero también revela las grietas de los sistemas de salud, las inequidades sociales, da rienda suelta al discurso fóbico de los populistas nacionalistas y nos muestra la cara de la falta de preparación que caracteriza a nuestra región, Latinoamérica.
Yo vivo hace 5 años en Vancouver Canadá: aquí en Canadá las consecuencias de la cuarentena para el comercio son perjudiciales pero en general la vida sigue casi igual, solo un poco más desacelerada: hay menos gente en las calles, algunos restaurantes han cerrado, otros siguen abiertos pero con mucho menos trafico. En una ciudad tan asiática y tan antisocial como Vancouver el ritmo se pausa, pero no se percibe un sentido de crisis o un estado de excepción que sufren los habitantes del norte de Italia o de los países del lejano oriente: China y Corea –Japón es otra historia. Vancouver y Canadá en general ya ha aprendido mucho de una experiencia similar que la tomó por sorpresa hace casi 20 años, el brote de SARS en el 2003.
De Estados Unidos solo puedo decir que va a estrellarse contra el coronavirus solo un tanto mejor que Latinoamérica. Y la razón es simple: ese país está ciertamente mejor equipado para contener y aliviar la crisis pero no mejor administrado. Y esto se debe muy sencillamente a la tropicalización de los Estado Unidos bajo la administración y la cultura administrativa Trump. Es decir, el continuo declive de competencia y efectividad de la administración en los últimos 4 años, marcada por escándalos, nepotismo, despilfarros, clientelismo, ineptitud de las agencias federales (los ministerios). Sumado a esto un recrudecimiento del impulso y la legitimación de los ya altos niveles de desconfianza ante cualquier “experto” o autoridad (académica, legal o medica) que no sea impartida por el mesías, Trump, o sus discípulos. En pocas palabras, Trump ha estado Latino-americanizando los Estados Unidos en los últimos 4 años. El brote del Covid-19 ya está evidenciando de manera más espectacular, pero más mortal también, el legado de estas políticas.
Que anticipo en el panorama post-Covid 19 mas inmediato? Cuando todo esto merme vamos a ver una realineación de los mercados con más vigor de recuperar perdidas y ayudados por paquetes de estimulo que se aprueban día tras día en diferentes democracias. Una posibilidad de recesión global que como siempre afecta a los mas destituidos: (alguna vez un amigo en Miami me relataba la crisis financiera del 2008 como dos relatos incomparables: -para los cubanoamericanos de clases medias-altas la crisis representaba intercambiar el Mercedes por un Honda, pero para el pobre (el resto de latinoamericanos) la crisis es posiblemente no tener como comer). A nivel individual vamos a surgir con lecciones aprendidas para controlar nuevos patógenos en el futuro pero también para explotar al humano (otro “recurso” el “recurso humano”) con mas sofisticación y eficiencia.
Como historiador, siempre estoy especulando para mis adentros, sobre como visibilizaremos en el futuro las repercusiones de los eventos que hoy parecen rutinarios o simplemente se analizan en función de su impacto inmediato. Las lecciones aprendidas en la universidad siempre circulan por mi pensamiento cuando leo las noticias. Una es la recurrente que nos muestra que después de cada crisis global (o cada experimentación social) surge un reordenamiento social en el cual los grupos anteriormente subalternizados reivindican con mayor o menor éxito dependiendo de el contexto inmediato sus reclamos ampliando así la esfera de los derechos civiles.
Durante la Segunda Guerra Mundial en los Estados Unidos en particular, se exhortó a la mujer y a los afroamericanos que no estaban en combate, que se incorporaran a la fuerza laboral, en otras palabras que se hicieran uno/a con la maquina capitalista de producción bélica que debía funcionar sin pausa, por semanas y meses, para agotar a los Poderes Centrales, en especial a la Alemania Nazi. Al regresar de la guerra los jóvenes ex-soldados quisieron desplazar a la mujer del sitio laboral pero se encontraron con cierta resistencia que luego desembocó en los movimientos feministas y de contracultura de los años 60’s.
Por lo pronto, veremos una intensificación del régimen de trabajo virtual o trabajo desde casa poniendo mas presión sobre el tiempo y el aguante del individuo que no solo es explotador sino explotado que además tiene tareas de administración y cuidado de hijos u otros parientes. Trabajos que se pueden hacer en casa revelarán lo superfluo de muchas reuniones, y otras labores que llenan el día de un empleado. Esto sería positivo en tanto las organizaciones puedan identificar el exceso pero también podría servir como antecedente de mayor capacidad para producir precedido de una mayor capacidad para explotar. Es decir, las expectativas van a cambiar, y lo que hasta ahora no se imaginaba posible podrá ser la norma en un futuro no muy distante.
Otra consecuencia de esta crisis global es menos cínica y tal vez positiva: la conciencia colectiva de la capacidad estatal de desembolsar paquetes de estimulo económico que en el futuro se pueden usar como precedente y legitimación de demandas democráticas de una multitud que pida acción mas directa a problemas de vieja data: calentamiento global, crisis migratorias (En Estados Unidos, México, Europa, Asia del sur, etc.), el salario básico universal, y demás. En realidad, mientras escribo estas líneas varias tendencias políticas progresivas en Estados Unidos ya han llamado a “aprovechar” esta oportunidad para adelantar estas causas que hasta hace pocos años eran desconocidas y “radicales.”
Mientras escribo también siento el efecto de la ciudad en cuarentena. En la calle vecina menos trafico, el sol hace que las cosas brillen con intensidad pero pocos cuerpos parecen aprovecharlo. El único movimiento que percibo a reojo mientras tecleo es el gato del vecino que pasa lentamente de un lugar a otro: se sienta a tomar sol, se levanta, vuelve a reposar como si nada extraordinario sucediera.
Y pensar que ahora estoy sano, entero, pero mañana podré estar enfermo. Solo hace falta una persona para contagiarse, no es necesario mucho mas: hartarse de estar encerrado, salir a por un café y tomar una bocanada de aire. Solo que este aire puede ser portador del virus. En realidad no hace falta mucho mas: solo la concreción de un enlace, incluso si es débil, y caes enfermo.
Pensar también que mientras lees estas líneas miles se están contagiando y otros miles de viejos (y varios jóvenes) se están muriendo, sin nunca haber anticipado que acabarían sus vidas debido al fenómeno social del 2020, el coronavirus! ¿Quien pensó que acabaría como victima de un virus impredecible (pero prevenible) que migró del animal al hombre y desde un remoto mercado en una remota ciudad viajó hasta llegar a su cuerpo?
En cierto modo el Covid-19 es una cuenta de pago que nos impone la red de la vida sin previo aviso. La paradoja es que el depredador más voraz y más ingenioso que jamás existió se ve perplejo ante una crisis ecológica, social, económica de su propia invención.

Es necesario recordar a grandes rasgos la trama y el carácter de la novela antes de adentrarnos hacia algún análisis mas especializado. Por ahora me gustaría registrar la obra dentro de la producción literaria de la época y argumentar que la “novela de la tierra” (como se han denominado a varias narrativas del periodo) no constituye un intento escapista y provincial de retratar la estética del campo y de los lenguajes subalternos de los habitantes. Más bien estos relatos incorporan este mundo de descripciones naturales en relación directa con los avances del capitalismo neo-colonial desarrollista que llegaba a explotar regiones anteriormente vírgenes de la geografía Latinoamericana. Muy al contrario de lo que arguye Carlos Fuentes en su La nueva novela Hispanoamericana para quien el exquisito final de La Vorágine representa una iteración más de una serie de obras repetitivas “más cercanas a la geografía que a la literatura”[1] quisiera releer varias de estas obras como “documento de denuncia” para usar la expresión de Carlos Alonso y entender como estas elaboran estéticas acerca de varias problemáticas que achacaban a sus países durante el periodo.[2] Es lamentable que un autor tan destacado como Fuentes articulara una sentencia tan fría para referirse a un cuerpo de literatura bastante amplio y heterogéneo. El afirmar que “¡La jungla los devoró!” es análogo a “la montaña los devoró, la pampa los devoró, la mina los devoró, el rio los devoró…” es dar un paso en falso hacia una generalización bastante amplia e injusta pues si se presta atención a la secuencia de referentes en su lista, una montaña o un rio, no es lo mismo que una mina o una plantación de caucho. Es decir, Fuentes no logra discernir entre locales que ocurren naturalmente donde el hombre se adentra a su propio riesgo y lugares de explotación natural donde el hombre es subyugado hasta el grado cero de su humanidad y convertido en una bestia de carga fácilmente remplazable, sin recurso a la protección de ninguna ley. Es importante recordar que la naturaleza -entendida como reserva de materiales primarios- dentro de la lógica racional de la Ilustración está sujeta a las necesidades y demandas de los hombres. Y en este periodo lo que se observa con novelas como El Tungsteno de Cesar Vallejo, o Cacau de Jorge Amado es una conciencia crítica de la incursión desordenada del capital hacia los adentros más inhospitalarios de las nuevas naciones latinoamericanas. Se podrían leer entonces algunas obras del periodo como documentos de denuncia ante el afán frenético de las nuevas formas de explotación privadas y secundariamente contra los gobiernos centrales quienes ignoran apropósito o hacen muy poco para aliviar o al menos aminorar el terrible daño humano y natural que se produce en estos parajes. Sería apropiado recordar entonces el pasaje donde Cova entiende, como nunca había entendido antes, el desamparo de las leyes de su país y el sentimiento de un abandono general de la ley “a esta pobre patria no la conocen sus propios hijos, ni siquiera sus geógrafos.”[3] La producción literaria acerca de la mercancía objetificada sea en caucho, nitratos o granos, no corresponde como quiere especular Carlos Fuentes a una falta de contacto con el norte y sus estéticas modernas, sino que se articula como respuesta a esa misma modernidad capitalista y su ideología desarrollista que necesitaban de la naturaleza Americana, Sur Americana y Africana para seguir expandiendo su sistema reproductivo de acumulación material sin fin.
En contra de las teorías del marxismo clásico que suponían la fuerza del capital para superar fases feudalistas de organización (adelantando un “progreso” hacia un capitalismo, un socialismo y finalmente un comunismo utópico) lo que han demostrado teóricos tan diversos como León Trotsky y Rosa Luxemburgo en sus ensayos sobre la naturaleza desigual del capitalismo es que éste se puede reproducir en rincones tan diversos del planeta de manera desigual y mixta. De otra manera como sería posible entonces explicar la pobreza innombrable en lugares tan cercanos a la acumulación de riqueza como es el caso de Gales, Irlanda, el Sur Norteamericano, o el Caribe. Además, y para mi aún más importante, este capitalismo desigual y desordenado no requiere una burguesía que lo comande y lo trate de regular.[4] Es decir, éste tiene la capacidad asombrosa de diseminarse por donde sea que encuentre recursos; pero esta diseminación es parcial pues lo hace solo en tanto explotación; las estructuras burguesas y sus ideologías de libertad, comercio libre y desarrollo, adornadas por las libertades civiles con las cuales generalmente se asocian, no lo acompañan hasta las zonas más remotas de extracción -estas han sido amputadas. Lo que leemos en la producción literaria de la época es en parte un documento de denuncia ante las fuerzas del capital en la periferia donde formas de explotación capitalista conviven con otras “pre-modernas” y su brutalidad ante la ausencia de las libertades y protecciones que han sido batalla ganada contra la burguesía se evidencia en la precariedad más atroz de su desamparo.
Pareciera que La Vorágine entonces constituyera una suerte de refracción literaria que permite otra arista más hacia un entendimiento más amplio del periodo histórico y sus condiciones materiales. Es curioso que en la novela, la selva se objetivisa como ente culpable de la degeneración del espíritu humano, la cárcel verde “trastorna al hombre desarrollándole los instintos más inhumanos.”[5] A la selva se le adjudica responsabilidad por los delirios y los excesos pero lo que en realidad se está argumentando entre líneas es que el aparato económico basado en la explotación humana y natural desmedida es el verdadero generador de las fuerzas oscuras más feroces que dilapidan tanto hombres como hábitats naturales sin misericordia. Este torbellino hecho de vetas de un destino desarraigado, una naturaleza voraz y una explotación infernal termina succionando como un agujero negro en el espacio vacío la totalidad de la narración.
En lo que sigue a continuación quisiera estudiar la relación de Rivera como escritor de denuncia con el contexto nacional como nación todavía en formación cuyos límites no eran todavía fijos y estables; además de la relación de esta preocupación con la novela. Así mismo se estudia la relación de las actividades extractivas de la PAC (Peruvian Amazon Company) en tanto entidades productoras de caucho concretas con los poderes políticos más abstractos nacionales e internacionales. Esto, con el propósito de entender porque Rivera dio a su novela esta forma específica tan definida (la huida de dos sujetos del mundo bohemio y pequeño-burgués capitalino) en lugar de recurrir a una denuncia más documental o de método más tradicional como se esperaba de él en el milieu intelectual bogotano.
En 1922 Rivera era incorporado como secretario abogado de la Comisión Limítrofe Colombo-Venezolana, partiendo con esta comisión en una expedición que lo lleva a la selva fronteriza y a conocer las condiciones de los colonos y el abandono de la región por el estado. Las experiencias vividas por Rivera durante estos meses fueron definitivas para la construcción de un imaginario lo suficientemente rico y vívido que después iba a ser plasmado en su prosa y su poesía. Pero más allá de la experiencia como tal, lo que se sabe de estos meses es que Rivera desarrolla una frustración con el gobierno de Bogota y su lenta y disfuncional burocracia.[6] Eduardo Neale Silva, biógrafo de Rivera nos cuenta que hacia finales de 1922 el desengaño con los procedimientos de la comisión es tal que Rivera decide abandonarla en la mitad de la selva y enrumbarse hacia San Fernando de Atabapo mientras espera ordenes desde Bogotá. Como no recibe noticias de ningún tipo, sigue rio abajo donde se adentra en terreno cauchero y se familiariza con la naturaleza de este mundo.[7] Es durante estos meses que Rivera logra no solo echar un vistazo crítico sobre las condiciones de explotación sino entender las condiciones precarias de las fronteras de su país, pues estas eran bastante ambiguas y parecía en vez de territorio soberano una especie de zona franca donde locales y extranjeros circulaban libremente, muchas veces no del todo ajenos a la industria cauchera. Es tanta la preocupación de Rivera por estas ambigüedades que decide volcar su indignación hacia su antiguo empleador, el estado colombiano, y en una serie de cartas y denuncias, acusa a la administración central de negligencia de sus fronteras.[8]
En una agreste carta publicada más tarde en El Tiempo, Rivera declaraba que los asentamientos militares peruanos en el rio Caquetá y Putumayo “eran un hecho innegable, sistemático y además, endémico.”[9] Sin embargo sus propuestas para aminorar la amenaza Peruana no ofrecen ninguna alternativa novedosa, sino que más bien ensayan las técnicas de construcción de carreteras y emigración interna que eran procedimientos comunes en la época. Los accidentes naturales no son vistos como se ven desde la retórica de Bogotá: oportunidades para el desarrollo de la economía nacional. Al contrario, en su prosa pesimista por ejemplo, el rio Putumayo no figura como una ventana de oportunidad económica para el país sino como una fisura y amenaza a la seguridad del país. Cuando Rivera regresa a Bogotá, se anticipan las publicaciones de sus notas y observaciones geográficas, mapas, datos, acotaciones, todo lo anterior con el fin de articular su denuncia ante las autoridades centrales sobre las condiciones del sur del país. Lo que si no se anticipaba, sin embargo, era la publicación de una novela que salía a la venta en 1924 y que describía la sombría aventura de dos jóvenes bogotanos que huyen de la urbe y terminan siendo “devorados por la selva.”
En un ejercicio esplendido de distanciamiento narrativo estratégico, Rivera compone y publica un documento que aunque ficticio le permite denunciar (y estetisar) las practicas más brutales de las que ha sido testigo. El final arrebatador que ya hemos invocado anteriormente no solo traza una línea muy firme que lo separa de otras “narraciones de viaje” tan populares en estas décadas sino que sirve como un J’accuse indirecto a las administraciones centrales quienes hacen poco o nada por adelantar la delimitación del país y la modernización de estas líneas fronterizas. Así que se podría leer el trágico final de la pareja bogotana en La Vorágine como culpa indirecta de un estado no solo ausente sino muchas veces complicito con la carnicería que Rivera alcanzo a intuir desde cierta distancia.[10]
Pero Rivera enfrentaba también un segundo dilema, pues en este amplio teatro de actores que aparecen y desaparecen y de límites porosos o fluidos no solo se podían distinguir agentes como el estado y las compañías caucheras sino también actores más distantes pero a su vez más poderosos. En este caso es importante recordar el papel que jugaban tanto Inglaterra como los Estados Unidos en el plano político y económico de las jóvenes naciones Latinoamericanas. Tradicionalmente se temía a más al segundo pues este constituía una amenaza real de invasión y ocupación militar. Tras la invasión a México en 1846 y las subsecuentes aventuras militares en el Caribe y Centroamérica, la imagen de los Estados Unidos se había deteriorado rápidamente. Un vecino norteño agresivo e inestable era más peligroso que un imperio naval lejano aunque sin embargo muy presente. Inglaterra por su parte era vista como una mano amiga por muchos gobiernos beneficiados por sus políticas anti-españolas, en términos de créditos, y en el número de concesiones y explotaciones (o “inversión extranjera”) para explorar y extraer recursos naturales. Más si los ingleses eran bien recibidos al principio del siglo XIX, cien años después habían pasado de ser amigables prestamistas a colonizadores y usureros sin par. Su dominio extendido por todos los continentes representaba entonces una amenaza más bien económica que estrictamente política o militar. Si Rivera apelaba entonces a Inglaterra como la defensora de lo que hoy día conocemos como Derechos Humanos, corría el riesgo de incurrir en un juego moral donde se apela a una nación moralmente superior y se restituye su legitimidad al preformar este gesto.
Acudir a los ingleses hubiera sido una reacción natural durante todo el siglo XIX, pero no en plenos años 1920’s cuando la política exterior inglesa parecía más preocupada en su política económica que en reocupar el lugar anterior de una especie de policía moral del mundo. Después de la Gran Guerra, Inglaterra había renunciado su función moralista debido a presiones económicas de la postguerra y a otras preocupaciones como la reconstrucción nacional, la emergencia del fascismo en el continente Europeo, y los problemas en sus colonias y protectorados; sin embargo, la oficina del servicio exterior inglesa había enviado un investigador “representante consular” a Colombia para indagar acerca de las atrocidades que se habían reportado desde 1909 perpetradas por la Peruvian Amazon Company.[11] El agente, abogado irlandés Sir Roger Casement, quien había estado en África podría atestiguar acerca de actividades similares perpetradas por las compañías internacionales en lugares como el Congo Belga. Casement recopiló una serie de artículos que denunciaban los abusos de la Peruvian Amazon Company ante el parlamento británico. En Colombia, estos reportes fueron publicados por los periódicos nacionales El Tiempo y El Espectador y se convirtieron en debate público tanto en las calles como en los resquicios del poder en Bogotá.[12] El escándalo de las masacres y los maltratos de las caucheras del sur del país no se restringió sin embargo a los debates políticos domésticos sino que adquirió escala internacional; tanto así que hasta el papa Pío X horrorizado por los crímenes en el Putumayo envió una encíclica Lacrimabili Statu (estado lamentable) a los arzobispos y obispos de la América Latina, invitándolos a colaborar con los gobiernos respectivos para poner remedio a “tan monstruosa ignominia y deshonra.”[13] De acuerdo a los estudiosos de la vida y la obra de Rivera, éste seguramente debió estar familiarizado con el debate y el rol que desempeño Roger Casement en “destapar la olla podrida” de la industria cauchera. Lo más intrigante es que Rivera no siguió la narrativa construida por Casement y su equipo investigativo para basar la novela, sino que se apoya casi totalmente en su experiencia y en la tradición oral que recopila mientras viaja por el área y se enfoca -como hemos visto- en la trama que se genera a nivel individuo siguiendo paso a paso las aventuras de los enamorados que huyen de la capital y sus experiencias personales. Rivera no incluye una visión más amplia y total que incluya las causas de la explotación de cierta materia prima en esta región del mundo; ni elabora un documento de periodismo investigativo con el fin de denunciar la explotación en el Putumayo.
Se podría argumentar entonces que Rivera decide no acudir a la figura abstracta del inglés que salva a los nativos de la explotación capitalista para no incurrir en legitimar como se ha dicho anteriormente ese lugar de superioridad moral. Así que –como hemos leído en La Vorágine– Rivera opta por dejar de lado la figura directa del europeo explotador como el causante de un apocalipsis humano y ecológico, en una de las áreas más exuberantes del mundo, para enfocarse en las consecuencias que esta explotación deja en los cuerpos o los residuos humanos expulsados por la máquina de producción cauchera: Clemente Silva y su hijo, Fidel Franco, Helí, el Pipa, Barrera, los indígenas raptados, etc… Además de inscribir la crítica material al modo de producción que succiona la vida de los hombres y de la jungla en el espacio imaginario de la selva colombiana violada e ilimitada, Rivera logra realizar un gesto de denuncia ecológica. Varios son los pasajes en los que se compara el sufrimiento humano de los trabajadores como analogía del sufrimiento de la naturaleza. Recordemos un fragmento de tonos épicos que lamentan el devenir histórico del “hombre civilizado” en relación a la naturaleza:
El hombre civilizado es el paladín de ladestrucción. Hay un valor magnifico en la epopeya de estos piratas que esclavizan a sus peones, explotan al indio y se debaten contra la selva, atropellados por la desdicha. Desde el anonimato de las ciudades, se lanzaron a los desiertos buscándole un fin cualquiera a su vida estéril. Los caucheros que hay en Colombia destruyen anualmente millones de árboles. En los territorios de Venezuela el balatá desapareció. De esta suerte ejercen el fraude contra las generaciones del porvenir.”[14]
Se podría argumentar que si el autor de La Vorágine y Tierra de Promisión hubiese querido ofrecer una versión del escándalo en el amazonas más completa se hubiera encontrado inevitablemente endorsando una narrativa que ya se encontraba en entredicho no solo en Colombia sino en otras partes del continente; la mencionada anteriormente que enaltece la tradición de la ley común inglesa y sus esfuerzos humanitarios ejemplares: recordemos que en este periodo cúspide del neo-imperialismo, Gran Bretaña representaba la vanguardia en estos temas.[15] Esta posibilidad de apelar y al mismo tiempo endorsar resultaba inaceptable para Rivera debido a su patriotismo y a sus efectos paradójicos y paternalistas. Rivera entonces se decide por usar una figura proveniente de los jóvenes e irritantes poetas del grupo “Los Nuevos” para llenar el espacio que tradicionalmente les hubiera correspondido a los ingleses. El joven narrador-poeta Cova, es quien servirá a Rivera de voz narradora y personaje. Es también una manera de deslindarse de la ideología cultural que habían sostenido los europeos en las colonias americanas por siglos desde el descubrimiento en adelante. La narrativa que va dibujando los trastornos de Cova está construida con el propósito de desmantelar las estructura ideológicas que habían sostenido la hegemonía económica y cultural inglesa y de paso el eurocentrismo de las elites criollas junto con el trato colonialista y explotativo de tanto la naturaleza como de las civilizaciones originarias. Es decir, Rivera sabe que no puede incluir a los europeos como los policías morales del mundo que rescatan a los nativos, pues este gesto sería contraproducente y reificaria la condición de superioridad moral; tampoco puede expulsar la realidad concreta e histórica de un abuso por parte de los poderes y convertir su novela en una fantasía burguesa escapista donde un poeta y su novia se pierden mientras salen de picnic a las afueras de la circunferencia de la civilización.[16] La solución como ya sabemos los que la hemos leído, es incluir una explotación muy real mas no distraerse en los actores que representan los verdaderos beneficiados de tal actividad; se pudiera también pensar que “la mano invisible” de Smith en La Vorágine permanece ineludiblemente, invisible. Estas fuerzas del mercado nunca son mencionadas en la novela, ni el origen de la demanda por el caucho se asoma en alguna conversación entre los personajes, ni se menciona a algún “gringo” supervisor o gerente sobre la plantación. Rivera, opta, como mencioné anteriormente por usar al poeta-narrador para documentar la terrorífica belleza de la jungla y la violencia como ha quedado inscrita en los cuerpos humanos y en el ecosistema en general.
El propósito de este ensayo es tratar de localizar las coordenadas políticas y poéticas que sirvieron de plantilla a la hora de ensayar un documento denuncia en forma de novela. Este intento, de por si admirable, -considerando las restricciones tradicionales de ambas formas- no deja de ser tan importante como deslumbrante incluso hoy, a casi cien años de la publicación de la novela. A lo largo de este estudio hemos visitado varios puntos de naturaleza histórica, política, y literaria que nos permiten algunas acotaciones acerca de las interrogantes planteadas al inicio del ensayo. La Vorágine constituye una parte fundamental a la hora de valorar el legado de la narrativa hispánica en la américa del sur. Sin embargo parece que Rivera inició, como todo autor al final, con un cierto objetivo y finalizó con otro; digo esto pues los problemas que se querían abordar fueron varios y las dificultades para hacerlo como ya vimos igualmente múltiples. Pero me queda una duda sobre la intención y la aceptación que el mismo Rivera le hubiera podido ofrecer a su novela, entendiendo que su preocupación era fragmentada. Pues, ¿Cuál era el blanco de su flecha denunciativa dentro de la jerarquía de injusticias esperando a ser reveladas? ¿La falta de límites claros ocasionada por una burocracia centralista pesada y lenta? O ¿Los abusos infligidos a los nativos y a los esclavos importados por parte de monstros como Arana, el gerente de la PAC en Iquitos o el coronel Funes? O ¿El atraco frontal contra la riqueza natural propia del sur occidente del país? O ¿Más bien seria esta simultáneamente una flecha vengativa contra los delirios bohemios del grupo vanguardista “Los Nuevos” en su afán iconoclasta por sacudirse a la generación del centenario? O ¿contra su ex empleador, el gobierno colombiano por permitir el apocalipsis selvático y humano, y declarar la comisión inútil?[17] Yo opinaría que articular esta serie de demandas dentro de una novela hubiera dado como consecuencia dos posibles resultados: un texto de una extensión interminable y al final de difícil digestión (y comercialización, dicho sea de paso) o una novela falaz donde las denuncias y los reclamos son establecidos con claridad y con carácter acusativo pero a expensas del valor estético y la creación de una poética propia. Si criticamos a Rivera por una confusión de prioridades y por la puesta en escena de una serie de reclamos múltiples bajo el signo del narrador desequilibrado y arrogante pues seria para congratularlo pues esa “confusión” cristalizó en un ensayo deslumbrante sobre temas novedosos y pertinentes en su época que incluso hoy nos siguen acechando en un mundo más volcado hacia el consumo y por lo tanto, la producción y la explotación. Esto además de manejar la forma y el lenguaje de manera novedosa e incluyente dentro de la producción literaria y cultural de su época.
Entonces ¿Cuál es el legado de La Vorágine en vísperas del siglo XXI? ¿Qué podemos entrever, como se intuyen las formas a través del follaje de la selva, en épocas tan disparejas pero tan similares a las cuales Rivera dedicó sus lúcidas lucubraciones? En un mundo donde las fronteras nacionales son cada vez más problemáticas, espacios de reflexión como el que nos ofrece Rivera acerca de estas construcciones modernas son cada vez más relevantes en tanto constituyen muestrarios que permiten repensar cómo funcionan estos límites y nos adentran al estudio de lo que yo llamaría “los límites de los límites.” Es decir, estas reflexiones nos hacen meditar acerca de las naturalezas propias o trascendentes de bordes nacionales o post-nacionales como lo fueron los indefinidos límites de la frontera colombo-peruana o como según varios lo es hoy la frontera entre México y los Estados Unidos. ¿Serian estas áreas limítrofes, (o pos-limítrofes) donde la vida se deja morir sin recurso, el nuevo paradigma de un mundo en transición; transición desde un corpus de leyes hacia otras, una crisis que abandona una legalidad para empezar a utilizar otro tipo de evaluación jurídica acerca de la legitimidad? Qué pensaría Rivera de las fronteras actuales violadas violentamente por fuerzas invisibles e incluso más poderosas que las establecidas por los preceptos de la soberanía nacional en su día. La Vorágine nos permite adentrarnos hacia ese estado de abandono al cual somos expuestos sin excepción hoy día.
Cuando Cova lamenta la falta de jurisdicción en la ciudad de Manaos y la ausencia del cónsul colombiano -hace casi cien años en su novela-, pareciera que estuviera hablando acerca de la condición contemporánea; bien pudiera ser ese el lamento de cualquiera de nosotros en un orden desordenado y definitivamente post-nacional. Esta condición esta materializada en un régimen donde las leyes han perdido su fuerza y las tecnologías de gobernabilidad -al decir de Foucault- parecen navegar a la deriva en un océano de preceptos biopoliticos. Hoy se puede escuchar el mismo lamento de Cova, no solo en las entrañas de selvas inexploradas sino en el estado de excepción que ha devenido en norma de gobierno global.
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[1] Carlos Fuentes, La nueva novela Hispanoamericana. (Mexico: Joaquin Mortiz, 1969), 9.
[2] Alonso, The Spanish American Regional Novel, 140.
[3] Rivera, La Vorágine, 195.
[4] En este caso sería importante recordar el ensayo del estudioso Marxista norteamericano George Novack “Uneven and Combined Development in History” New Park Publications: Labour Review. El articulo puede ser encontrado en el archivo digital del autor: “George Novack Archive,” https://www.marxists.org/archive/novack/index.htm
[5] Rivera, La Vorágine, 109.
[6] E. K. James, “José Eustacio Rivera” 397. Cita de Carlos Alonso en The Spanish American Regional Novel, 141.
[7] Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano: Vida de José Eustasio Rivera. (Madison: University of Wisconsin Press, 1960), 239.
[8] Alonso, The Spanish American Regional Novel, 142.
[9] Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano, 283.
[10] Una excepción notable en la tradición del viaje nostálgico y más a fin con La Vorágine es la excelente novela The Heart of Darkness del escritor Polaco-Ingles Joseph Conrad. Las narrativas de viaje del periodo tienden a ser formuladas alrededor de una partida, un viaje y un retorno a casa. Rivera y Conrad cada uno de manera distinta y combativa redefinen estos patrones circulares ya para esta época institucionalizados en la literatura Europea. Para entender la historia del viaje en la época Victoriana refiérase al libro de Mary Louise Pratt Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation. London: Routledge, 1992.
[11] Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano, 283.
[12] Ver de Michael Taussig, Shamanism, Colonialism and the Wild Man: A Study in Terror and Healing. Chicago: University Of Chicago Press, 1991.
[13] Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano, 283. La encíclica puede ser accedida en el portal del vaticano, http://w2.vatican.va/content/pius-x/en/encyclicals/documents/hf_p-x_enc_07061912_lacrimabili-statu.html
[14] Rivera, La Vorágine, 170.
[15] Entre muchas otras razones podríamos enumerar el historial algo favorable que se le podía asignar al imperio en el siglo XIX: fue el imperio el que primero abolía el comercio de esclavos en 1833 en sus colonias y vigilaba muy cuidadosamente los barcos esclavistas, generalmente españoles, y portugueses que merodeaban las costas del África occidental; así mismo se pronunció, luego de unas semanas de tentativa, como enemigo de la nueva nación Norteamericana conocida como la confederación de estados Americanos la cual legalizaba e institucionalizaba la explotación de esclavos. Así mismo en su colonia capital, la india británica, la joya de la corona del imperio, los ingleses habían instaurado cortes de ley común donde se trataba de elaborar un sistema de ley civil que fuese compatible con ambas partes involucradas: el sistema de ley comunal indio y la tradición liberal inglesa. Es oportuno recordar el clásico ensayo “Can the Subaltern Speak?” de la pensadora india Gayatri Spivak quien formula su argumento central usando el debate histórico que se genera a partir de la practica tradicional hindú del Satí (en el cual una mujer se inmola en la pira funeraria del marido recién fallecido) y los intentos ingleses de prohibirla.
[16] Debe notarse sin embargo la presencia del fotógrafo francés “Mousiú” Eugenio Robuchon como el único europeo que figura dentro del texto. En este caso, sus orígenes latinos y su labor de documentador de la violencia excesiva de la Peruvian Amazonian Company encajan sin problema en la interpretación que se sostiene en este ensayo. Se contrasta el estereotipo del inglés o el norteamericano como invasor con el del francés como humanista u hombre letrado.
[17] Eduardo Neale Silva, Horizonte humano, 230.

To fly is to trace a line, lines, a whole cartography. One only discovers worlds through a long broken flight. [1] Gilles Deleuze.
Este ensayo esta delineado bajo dos partes que tratan –aunque inevitablemente se deslindan un poco de sí mismas- de elaborar una explicación histórica aunque también política y estética de los eventos que causaron que José Eustacio Rivera escribiera una novela o documento de denuncia en la manera en que esta se escribió. La primera parte estudia las características propias del narrador-poeta Arturo Cova como figura de capital importancia dentro de la novela. En esta quisiera avanzar contra la corriente crítica que tiende a relegar la literatura previa al boom de los años 1960’s como literatura costumbrista, o intentos apartados y regionalistas que han fallado en construir una identidad que abarque algo más que regiones o identidades locales dentro de las naciones Latinoamericanas. Con este fin hago uso de los juicios valorativos de miembros del boom como Carlos Fuentes y Julio Cortázar para proponer una contra-crítica y tratar de entender y apreciar mejor la herencia de la literatura de la primera mitad del siglo XX. Para esto uso la subjetividad alterada de Cova y propongo que su discurrir no difiere mucho del que escucharíamos de los personajes que se presentarían después en las narrativas más emblemáticas del mismo boom.
La segunda parte se centra en un estudio más histórico-político que trata de ubicar a Rivera como escritor con una agencia bien definida pero inmerso en un contexto económico-político bastante singular y por consiguiente restringido. Esta sección conduce hacia una crítica del texto más enfocada en las observaciones que hemos esbozado acerca de la subjetividad de Cova. Es aquí, donde las partes previas confluyen para arriesgar una tesis -que incorpora factores de la economía política y la diplomacia del periodo- que apunta hacia una posible explicación acerca de los interrogantes que se habían levantado anteriormente. Es decir, ¿Porque La Vorágine adquirió la forma que tiene a pesar de haber sido diseñada como documento de denuncia? O ¿Cuáles con las razones que influyeron al autor de Tierra de Promisión para usar a una pareja burguesa capitalina como vehículo de exploración que conduce tanto al descubrimiento propio y personal como al desenmascarar una estructura de explotación con orígenes que trascienden los limites nacionales?
La Vorágine fue escrita en el periodo inmediatamente posterior al boom económico de los años 10’s y 20’s en Latinoamérica. Como sabemos, Rivera era abogado y funcionario del gobierno durante la expedición limítrofe que se encargaba de precisar las fronteras entre Colombia y Venezuela. Tanto los limites porosos e indefinidos de estos países como las leyendas acerca de operaciones monstruosas que extraían caucho mediante la tortura de los trabajadores poblaban el imaginario burgués de las capitales involucradas. La crítica tiende a estudiar La Vorágine como ficción regionalista en conjunción con otras obras de la época tales como los cuentos de Horacio Quiroga quien también supo trasladar el sentido de maravilla y lo sublime de las formaciones naturales de Suramérica en sus textos; Don Segundo Sombra de Ricardo Guiraldes donde el lenguaje modernista se usa como vehículo de documentación; o el clásico de Rómulo Gallegos, Doña Bárbara, obra que también supo evocar la poética de la geografía nacional pero que además la organizo como simbología teleológica comparando paisajes selváticos como espacios de barbarismo y cultivos o plantaciones como espacios de progreso bajo el signo de una ideología desarrollista.[2]
Pero estas expresiones literarias, como arguye Carlos Alonso en su The Spanish American Regional Novel: Modernity and Autochthony han caído en una suerte de desatención por parte de la crítica pues no encajan entre el vanguardismo en la poesía y la nueva novela (boom) Latinoamericana. La razón principal seria porque el nominativo “regionalista” o “la novela de la tierra” han implicado atención a temas regionales y rechazo de las formas literarias Europeas. Durante el boom, estas ficciones fueron devaluadas drásticamente por los escritores asociados con este movimiento literario a tal punto que figuras como Carlos Fuentes y Julio Cortázar no dudaban en rechazar la validez de estas obras como pieza constitutiva de la tradición literaria del continente. Los comentarios de Cortázar son ejemplares: “[el boom] es la muestra de un continente que finalmente encuentra su voz propia” o “¿Que es el boom sino el logro más extraordinario del pueblo latinoamericano en la búsqueda de su identidad y su conciencia?”[3] Alonso intenta revalidar esta corriente estética y formula puntos de tensión en los que el saldo que los escritores del boom o pre-boom tienen con las poéticas telúricas es evidenciado y se configura a veces como puntos de apoyo sobre los cuales varios escritores de la América hispanohablante levantaron sus proyectos creativos.[4] Mi intención en este ensayo es resaltar algunos aspectos por los cuales obras pertenecientes a este periodo (en particular La Vorágine) deben ser reconsideradas y reevaluadas siguiendo en parte el llamado que formula Alonso y entendiendo algunas características de esta novela como rasgos que prefiguran un registro de lo que se llamaría “narrativa moderna.” Esto, claro está, sosteniendo la imagen de un presente tortuoso siempre presta y atenta en la conciencia mientras se realiza el análisis de la novela; es decir repensando los temas de la narrativa de Rivera dialécticamente entre un pasado muy presente y un presente que no se achica frente al pasado.
Recordemos que el punto de entrada de La Vorágine es mediado por el escritor y poeta, Arturo Cova, narrador en primera persona (a veces un narrador algo inestable) quien nos adentra y nos guía hacia la vida cotidiana de los llanos orientales colombianos y posteriormente a la selva amazónica del sur occidente del país. Arturo Cova y su novia o compañera Alicia huyen de la ciudad debido a problemas emocionales poco claros en su relación y las consecuencias que enfrentarían si permanecen en Bogotá. Éstos se internan en los llanos de manera un tanto descabellada, una huida que presagia el fatídico resultado del resto de la narración. Luego de algunos días de viaje se adentran al Casanare y se hospedan en la casa de los lugareños Griselda y Fidel Franco. Allí, se inician en su nueva vida llanera: se introducen personajes típicos del campo como el administrador Barrera, quien desde un principio levanta sospechas en nuestro poeta-narrador Cova. Se genera también una tensión debido a las insinuaciones eróticas por parte de Cova hacia Griselda, la esposa de su anfitrión, entre él y Fidel Franco. Más adelante debido a las violentas borracheras de Cova, su inestabilidad emocional y las propuestas de un mejor futuro vendiendo comida en el campamento cauchero (esgrimidas con elegancia por el galán Barrera), Alicia decide marcharse con Griselda en secreto y aventurarse hacia la selva del Putumayo. Naturalmente el resto de la novela se desarrolla como el viaje peripatético de Cova y Franco en búsqueda de sus mujeres y en el caso de Cova de su hijo, pues Alicia había quedado embarazada recientemente antes de partir.
Mientras que la primera parte de la novela se enfoca en la estadía y el melodrama de esta problemática pareja de citadinos mal adaptados al llano, podríamos decir que la segunda y la tercera se dibujan como plano vertical que desemboca en el vacío del abismo, en las palabras de Cova “a la vorágine de la nada.” Es decir, las partes restantes de la novela constituyen una especia de caída del hombre en todo el sentido de la expresión: la civilización occidental deviene en barbarie esclavista y extractiva, los hombres (a nivel del sujeto) degeneran en bestias de trabajo, los exploradores, Cova y Franco se pierden en la “inmensidad de la cárcel verde”[5] y la selva los debilita agonizantemente hasta el límite de su consciencia. Al contrario de Doña Bárbara novela con la cual se compara regularmente, en La Vorágine no hay un valor de redención pues la naturaleza y el hombre se destruyen mutuamente. No hay armonía en esta relación como la hay en la novela venezolana donde la ideología de un telos trascendente impregna la simbología del relato. En La Vorágine mientras el hombre roba el látex de los arboles la selva le roba de su energía vital y lo desfigura lentamente.
Dentro de esta odisea tropical, Rivera nos presenta a través de Cova, una variedad de personajes que deambulan por estas áreas perdidas y quienes están relacionados de alguna manera con las actividad caucheras de la región. Por ejemplo, encontramos al rumbero don Clemente Silva; también al guía e intérprete Pipa, a la comerciante turca, Zoraida Ayram, y a otros que poco a poco enhebrarán cada hilo narrativo dentro de la trama general de la novela, como ramas que se entrelazan formando el follaje del bosque amazónico. La multiplicidad de caracteres que pueblan la jungla es a su vez, reflejada en una multiplicidad de voces considerable. Una vez inmerso en la selva el discurso (speech) de Cova se fusiona con otras voces que poco a poco se han adentrado en la narrativa.[6] Esta condición indica una suerte de cubismo literario que indica rasgos muy claros de una modernidad presente o al menos surgente en su técnica narrativa.
En un sentido Cova es el héroe propio del romanticismo tardío latinoamericano; en busca del amor ideal que no pudo experimentar. Pero si nos detenemos y estudiamos la trama desde otro ángulo, Cova está muy consciente de su condición solitaria y la dificultad de recobrar el objeto de su melancolía. Es decir es un protagonista muy “moderno” quien lidia constantemente con los tropos más típicos de la literatura modernista emergente. Podríamos agregar que Cova se torna en “héroe” al terminar con la vida de Barrera y uniéndose a Alicia. Pero ésta no constituye una unión espiritual o ideal sino solo un momento fugaz de alegría que precede la continuación de una nueva errancia ahora incluso más angustiosa pues Cova tiene bajo su responsabilidad a su mujer y a su hijo prematuro. Una y otra vez, especialmente desde la segunda parte en adelante, se nos muestra a un Cova absorto en sí mismo y meditativo o turbado y agresivo hacia los demás. En otras palabras, Rivera nos dibuja el perfil de Cova como sujeto típico del modernismo donde rasgos psicológicos confluyen y se convierten en lenguaje alterado a la manera de un stream of consciousness; y factores tan objetivos como los hechos, el tiempo o el espacio se diluyen en la percepción alterada del narrador-poeta.
Mi sensibilidad nerviosa ha pasado por grandes crisis en que la razón trata de divorciarse del cerebro…mi mal de pensar que ha sido crónico, logra debilitarse de continuo, pues ni durante el sueño quedo libre… en el fondo de mi ánimo acontece lo que en las bahías: las mareas suben y bajan con intermitencia.[7]
Si nos alejamos del contexto y leemos las palabras como tales en una especie de vacío sin ninguna asociación al tema, éstas podrían adjudicarse fácilmente a otros protagonistas de la “nueva novela.” Es decir, las angustias del mismo Cova pueden ser leídas como si salieran de los mismos personajes creados por Carlos Fuentes, Vargas Llosa, o el mismo Julio Cortázar: los autores que décadas después en algún momento imprudente rechazaban todo lo que los precedía y así se coronaban como “el logro más extraordinario del pueblo latinoamericano en la búsqueda de su identidad y su conciencia.”[8] Serviría clarificar que los rasgos de Cova que reflejan un cierto nerviosismo crónico hacen parte de su personalidad como tal y no representan un desmerito para Rivera o su narrativa. Las recurrentes indulgencias de Cova en fantasías desproporcionadas solo revelan una arista más de los recodos que fascinaban a la narrativa modernista en su exploración psicológica del sujeto moderno. Recordemos pasajes como el de la última parte que nos cuenta el encuentro de Cova con su antiguo amigo Ramiro Estévanez donde el ego del poeta-narrador parece crecerse con una inmodestia que roza la arrogancia. Cuando Cova le obliga a Estévanez a preguntarle que lo ha traído a tan inhóspitos parajes, este responde sin dudarlo y con insolencia premeditada: “Me robé a una mujer y me la robaron. ¡Vengo a matar al que la tenga!”[9]
Estos excesos solo nos recuerdan que Rivera resueltamente decidió componer un documento de denuncia múltiple además de exponer las vicisitudes que resquiebran la subjetividad moderna como ya se ha argumentado. Digo denuncia múltiple pues La Vorágine se ha leído como una obra denuncia que no solo narra la historia fatídica de la pareja criolla sino que expone los horrores causados por un capitalismo extractivo salvaje, ajeno a cualquier tipo de regulación en conjunción con el letargoso aparato burocrático central.[10] Desde antes de su publicación, Rivera militó en actitud de reclamo e indignación sobre los abusos que se habían estado reportando desde 1907 como lo recuerda Hilda Soledad Pachón Vargas en su Los intelectuales colombianos en los años veinte: El caso de José Eustasio Rivera. Ese sería entonces el primer caso de denuncia; pero debemos recordar el contexto literario y cultural bogotano para posicionarnos dentro de la constelación de ideas que pudieron cristalizarse en preocupaciones e inquietudes propias del autor huilense. Como reacción a las corrientes poéticas modernistas que dominaban la producción literaria de la capital alrededor de las fechas que marcaban el aniversario de la independencia del país, una nueva vanguardia irrumpía en el paisaje cultural burgués de la ciudad y expresaba inconformidad con las normas estéticas predominantes. “Los nuevos” como se autodenominaron representaban un vanguardismo e irreverencia en momentos que se respiraba un ambiente academicista y nacionalista debido al aniversario de independencia. Integrados bajo el influjo de José Enrique Rodó, con su obra Ariel, combatieron la política exterior de Teodoro Roosevelt, y promovieron la unidad latinoamericana. A algunos de sus miembros los animaba el socialismo, a otros los entusiasmaba el anarquismo, aunque en el fondo todos avalaban las ideas liberales. Así, conformaron un grupo que gustaba de mostrarse irreverente contra la llamada “Generación del centenario” y vivía en una atmósfera ligeramente bohemia.[11] Ante la irrupción de tales vanguardias iconoclastas, podríamos decir que Rivera ciertamente responde localizando en su protagonista -el narrador-poeta Arturo Cova- al típico “novista” que expresaba en su poética una falta de interés en el patrimonio cultural nacional y pregonaba por las calles y los cafés de la capital una atracción por la audacia verbal y la agilidad de expresión. Tal vez a su manera, Rivera extrae una especie de venganza al crear un personaje trágico inspirado en estos jóvenes e imprudentes poetas quienes han cultivado una arrogancia capitalina y una falta de mesura deplorable. Esta sería entonces la segunda parte de su denuncia: el emitir una advertencia a los nuevos poetas que se rebelan contra las instituciones literarias y estéticas presentes. Releyendo los soliloquios de Cova es difícil no imaginar que Rivera se basara en las muchas conversaciones afectadas por el esteticismo de “Los nuevos” que tal vez debió escuchar mientras cursaba sus estudios de derecho en la Universidad Nacional.
Regresando al texto me gustaría estudiar otro pasaje nos revela aún más el carácter alienado e introvertido de Cova. En el trance de sus episodios febriles, Cova se pregunta irónicamente, “¿Cual es aquí la poesía de los retiros, donde están las mariposas que parecen flores translucidas, los pajaros mágicos, el arroyo cantar? ¡Pobre fantasía de los poetas que solo conocen las soledades domesticas!”[12] El discurso indica que en realidad él conoce las soledades verdaderas; las que atormentan cuando se está separado de su amada o perdido en sí mismo o lejos de la comunión con el prójimo. Incluso cuando está junto a Alicia, Cova recae en su discurrir existencial: “¿Qué merito tiene el cuerpo que a tan caro precio adquiriste? Porque el alma de Alicia no te ha pertenecido nunca… te hallas, espiritualmente, tan lejos de ella como de constelación taciturna que ya se inclina sobre el horizonte.”[13] El discurrir de Cova perdido en la selva no parece muy lejano al quejido que emitirían los protagonistas de la nueva narrativa hispanoamericana. Pudiera ser ciertamente el monologo de Cova pero también de un Artemio Cruz o un Aureliano Buendía, solo e incapaz de experimentar afecto.
Haciendo uso del relato en primera persona de Cova alternado con el uso frecuente de largos párrafos articulados como discurso indirecto libre, Rivera presenta una serie de aventuras y anécdotas que se relacionan con los extremos a los que tiende a caracterizar la industrial cauchera en la región. Los personajes también se van encargando poco a poco de delinear los maltratos y las heridas que el comercio del caucho ha dejado en sus vidas. Se nos narran episodios de violencia horrífica que usualmente involucran a los capataces y administradores de las plantaciones perpetrando torturas indescriptibles contra los trabajadores del caucho quienes en su mayoría son habitantes originales del área o indígenas raptados de sus comunidades.
Lo que este breve repaso nos indica entonces es que en La Vorágine ya se despuntan rasgos de eso que Fuentes llamaba “la nueva novela Hispanoamericana.” Es decir acá figura claramente el protagonista como carácter alienado por la cultura del capitalismo monopolístico y por su propia consciencia existencial. Además de retratar sus personajes como subjetividades complejas e impredecibles, Rivera utiliza técnicas que no son ni provinciales ni poco sofisticadas: a través del texto se encuentran yuxtaposiciones de personajes, de lenguajes bellos con aspectos grotescos que evocan por ejemplo pasajes de El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, además de las recurrentes digresiones de Cova poblabas por lucubraciones liricas que se intercalan con el discurso y el habla propia de los llaneros, los habitantes de la selva y los comerciantes de caucho. Estas estrategias narrativas construyen una suerte de plano polifónico donde el texto parece cambiar de dimensión o de modalidad cada vez que una intervención modifica la plasticidad del lenguaje y enriquece el entramado narrativo. Ante estas complejidades, y las técnicas experimentadas por otros escritores contemporáneos de Rivera, las anotaciones mencionadas de ciertos miembros del boom parecen cada vez más desafortunadas.
También debemos recordar que el vocabulario específico de la novela resalta su modalidad discursiva de especialización y le terminología inmanente. La Vorágine repite un gesto observado en novelas del modernismo: la creación de un espacio de lenguaje autosuficiente que refleja la especialización del autor por un tema definido y su característica como documento de denuncia. Es tal vez la intención predominante de Rivera de crear esta suerte de denuncia la que lo obligó a dedicar considerables energías en la tarea de recrear la selva y que llevó también a escritores y críticos a formular sentencias poco favorables como la de Carlos Fuentes acerca de literatura y naturaleza.
En la tercera y última parte de la novela se nos narra la llegada de Cova al campamento, su venganza contra Barrera y su encuentro con Alicia y su hijo recién nacido. También es allí donde se nos revela en un gesto meta-literario (que parece querer cobrar distancia del autor) que Cova ha estado documentando su odisea amazónica en un “libro de caja” durante todo el trayecto. Pero aquí no termina la novela, porque poco se sabe de lo que “realmente” ocurre con Cova y su familia. Lo que sobrevive es el diario que se ha escrito en el libro de caja que es en realidad el libro que sostenemos en nuestras manos. El libro es así mismo el diario pero adornado por dos para-textos que enmarcan y ofrecen un distanciamiento del manuscrito mismo. El prólogo y epilogo que demarcan el diario de Cova son firmados y atribuidos al propio José E. Rivera por el mismo y dirigidos al cónsul de Colombia en Manaos, Brasil agregando que nadie ha podido dar con el paradero de los perdidos y concluyendo con algo de frialdad: “¡Los devoró la selva!” Podríamos agregar que La Vorágine es mucho más que una novela de la tierra. Tal vez constituye un enlace de importancia capital en el devenir del corpus literario de Colombia y de la región pues las semillas de propuestas tan diversas como Cien años de soledad o Los Pasos Perdidos se pueden localizar entre las experiencias de Cova y la perspicacia de Rivera para narrar y traducir la experiencia vivida al texto.
[1] Gilles Deleuze, Dialogues (New York, NY: Columbia University Press, 1987), 36.
[2] Gerald Martin, Journeys Through the Labyrinth (London: Verso, 1989), 49. En este sentido sería interesante pensar periodos de la tradición literaria suramericana o latinoamericana como intentos por estudiar el paisaje sublime o lo sublime latinoamericano. A mi saber no existe aún una recopilación que analice tales tropos desde la perspectiva fenomenológica propuesta por Emmanuel Kant y Edmund Burke. Para un análisis pictórico de lo sublime dentro de la plástica norteamericana del siglo XIX ver American Sublime: Landscape Painting in the United States 1820-1880. Para una ilustración desde teorías culturales y arquitectónicas de las construcciones paradigmáticas norteamericanas como represas, rascacielos, las líneas del ferrocarril o las ciudades electrificadas de principios de siglo ver el excelente estudio de David Nye American Technological Sublime.
[3] Idelber Avelar, The Untimely Present Postdictatorial Latin American Fiction and the Task of Mourning. (Durham, NC: Duke University Press, 1999), 35.
[4] Carlos J. Alonso, The Spanish American Regional Novel: Modernity and Autochthony. (Cambridge: Cambridge UP, 1990), 41.
[5] José E. Rivera, La Vorágine. (México D.F.: Editorial Porrúa, 2004), 79.
[6] Recordemos el análisis que estudiamos hace algunas semanas donde la crítica Sylvia Molloy argumentaba una suerte de contaminación narrativa al reflexionar sobre la mutación que sufre el estado de ánimo y la conciencia de Cova como refracción dentro del orden de lo lingüístico. Sylvia Molloy “Contagio Narrativo y Gesticulacion Retorica en La Voragine” Yale University Press: Revista Iberoamericana 53.141 (1987): 745-766.
[7] Rivera, La Vorágine, 39.
[8] Avelar, The Untimely Present, 35.
[9] Rivera, La Voragine, 177.
[10] En este sentido La Vorágine constituye un ejemplo de literatura denuncia como lo fue alrededor de la misma época el best-seller The Jungle (1906) de Upton Sinclair donde el autor norteamericano revela las condiciones deplorables de la actividad carnicera y su empacamiento industrial. La lectura de La Vorágine como documento de denuncia ha sido propuesta por el crítico Carlos Alonso en su The Spanish American Regional Novel: Modernity and Autochthony. Entender La Vorágine como documento de denuncia creo yo constituye un gesto dialectico en sí mismo: al leer la narrativa como ataque a las autoridades nacionales se potencializa la capacidad transformadora social de la literatura (recordemos que las narrativas antiesclavistas de mitad del siglo XIX como por ejemplo Uncle Tom’s Cabin de Harriet Beecher Stowe tuvieron un impacto tan profundo en las clases letradas antiesclavistas de Nueva Inglaterra y Londres como para poner suficiente presión pública sobre las instituciones y declarar la prohibición de la esclavitud en los territorios de la corona -hasta el presidente Abraham Lincoln al conocer a la autora H.B. Stowe le pregunto con simpatía “So this is the little lady who started this great war”? Así mismo el entender la literatura como herramienta de denuncia y cambio social puede correr el riesgo de prestar demasiada atención a los eventos sociales y políticos relevantes. Conllevando a descuidar la búsqueda y perfeccionamiento de la estética y un espacio de discusión propicio sobre temas más abstractos de corte filosófico o teológico.
[11] Antonio Gómez Restrepo, Historia de la Literatura Colombiana. (Bogotá: Ministerio de Educación Nacional, 1956), 38.
[12] Rivera, La Vorágine, 149.
[13] Rivera, La Vorágine, 8.

(Paper presented in the Panel “Coup in Bolivia? What Next?”)
Latin American Studies Program & Liu Institute for Global Issues
La salida inesperada de Evo Morales de Bolivia encapsula todo un momento constitutivo en la región. Los vientos de transición soplan y se arremolinan en sitios de choque. Argumento que estamos observando el resurgimiento de una marea rosa tal vez version 2.0. Esta fue canalizada con la elección de AMLO en Mexico, la victoria del kirchnerismo en Argentina pero en países como Ecuador, Chile y ahora Bolivia las temporalidades son otras y los vientos también son otros.
Pero como la política es el símbolo de la ironía, la sorpresa, vamos a enumerar paradojas y contradicciones para dibujar un horizonte donde poder entender lo que pasa en Bolivia hoy día. Como primera ironía México y Colombia siempre rezagados en las carreras y tendencias políticas que sacuden el sur ahora apuntan a giros progresivos desde las formas de las democracias liberales: la electoralidad, el proceso, etc.
En Ecuador y Chile por su parte la gente ha decidido tomar el espacio publico y omitir el paso electoral y todas sus formas y su aura de legitimidad. Allí, verdaderas multitudes se han formado, ciegas, desorientadas pero audaces y bellas desafiando la comodificación de la vida y rompiendo cualquier metáfora frágil que haya enfrascado la represión de los afectos por tantos años: el oasis se ha secado.
Hace 30 años el Caracazo sacudió la fundación del aparato legal y metafórico que sostenía la democracia mas estable de Sur América: tal como en Chile hace un mes, un flujo de cuerpos, una multitud acéfala, asaltaron la rutina y la lógica del neoliberalismo de Carlos Andrés Pérez en ese caso liberando un reguero de afectos que habían sido embotellados y producidos por las mismas fuerza a cargo de contenerlos: apetitos, deseos, flujos de afectos desbordaron las estructuras creadas para garantizar el patrón instaurado por el capital.
La estabilidad y represión de los flujos afectivos esta condicionada en su ruptura ocasional e inevitable que libera cuerpos de circuitos tortuosos y la imaginación del culto a la producción y el consumo. El que conoce historia Venezolana no se debió sorprender con lo que sucedió en Chile.
En la cúspide del momento chileno, donde observamos una aplicación de presión avanzada sobre el estado y sus dispositivos se quiebra otra frágil ficción al norte en Bolivia. Allí, un régimen había impuesto desde un momento constitutivo nuevos símbolos, practicas, lealtades y hábitos progresistas, incluyentes, multi- o pluriculturales para resignificar la identidad de una nación siempre fracturada por su naturaleza multicultural o tal vez multisocietal acaso.
Evo trata de forzar la legitimidad de su mandato en un cuarto termino provocando una contra reforma en el sentido literal pero también histórico, en cuanto las fuerzas mas reaccionarias son catapultadas gracias y a pesar de la multitud deforme, abierta y desorientada manipulada por ambos bandos y luego violada y abandonada cuando todo se ha consumido.
Lo que sucede en Bolivia es un devenir incierto todavía, un devenir imperceptible un devenir otro: es decir en este proceso los “átomos son atraídos hacia un ensamblaje con átomos cercanos a través de afinidades en lugar de un propósito organizativo.”[1] Remplacemos átomos por cuerpos y vemos como una estas moléculas se arreglan de nuevas maneras, maneras que habían sido tal vez ensayadas y fantaseadas pero hasta ahora proscritas por el orden constituido del MAS que se ha desmoronado en apenas una semana. Remplacemos átomos por militares y vemos como nuevos patrones organizativos surgen, remplacemos átomos por la policía y vemos como los cuerpos humanos y no parecen abandonar una estructuralidad para formar otra con diferentes puntos de apoyo y con diferentes aristas. Los cuerpos en la víspera de la salida de Evo se han molecuralizado dejando atrás una formación molar pero buscando y ya formando una nueva molaridad bajo nuevos patrones organizativos de nuevos ensamblajes.
Y para el que sabe algo de la historia de Bolivia estos desprendimientos, deformaciones y nuevas formaciones no son nada nuevo. Ya desde 1952 y antes incluso veíamos como los cambios de una sociedad tan alterada como la boliviana resultaban difícil de leer a los comentaristas de la época. James Dunkerley el mejor lector de historia política boliviana nos recuerda que ese periodo “fue testigo de un estallido de sentimiento popular que es tan integral a la crisis política pero tan difícil de capturar para la ciencia política.”[2] Tal vez la dicotomía entre conocimiento y percepción nos ayude a entender cosas que ni los politólogos nos pueden explicar. El dictamen emitido en 1952 puede repetirse hoy día sin sorprender o confundir a nadie: Las ciencias sociales nos dirán como son las cosas, pero en un ambiente revolucionario como el de Bolivia, lo que importa no es saber cómo son las cosas sino como las ve una sociedad cambiada y cargada de emociones.”[3]
Que si fue o
no un golpe ya esta mas allá de la cuestión y poco importa para el análisis.
Evo se ha ido, y se ha ido mal, huyendo, llevándose consigo la línea de
sucesión y dejando al país en una crisis constitucional que fue creada en parte
por él y la soberbia que lo rodea—claro sus opositores también trabajaron mucho
para llegar a desbaratar el orden político. Coincido con Rivera Cusicanqui en
no caer ni en triunfalismos ni en derrotismos. Con la salida de Evo ni se
perdió la democracia y todo lo que construyó el MAS (aunque también destruyó mucho)
ni se recuperó la democracia de las garras de un tirano. Fue lo mejor que pudo
pasar considerando el empeño de atornillarse al poder de Evo: Fue mejor que
devenir en una especie de Maduro andino esquizofrénico, fue mejor que morir
como Muammar al-Gaddafi baleado por su
propia gente, encarcelado como Lulla en Brasil o desgarrándose la cabeza como
el malogrado Alan García.
[1] Gilles Deleuze and Félix Guattari, A Thousand Plateaus, University of Minnesota Press, 1987, 272
[2] Dunkerley, Rebellion in the Veins: Political Struggle in Bolivia, 1952-1982, Verso Books, 28.
[3] Luis Monguió, “Nationalism and Social Discontent as reflected in Spanish American Literature.” The ANNALS of the American Academy of Political and Social Science. Vol. 334, Issue 1, pp. 63-73. First Published March 1, 1961
Réplica a “Un país, una región de trogloditas” de Maria Clara Gracia, https://www.las2orillas.co/un-pais-una-region-de-trogloditas/

En su articulo de hoy “Un país, una región de trogloditas” Maria Clara Gracia expresa su frustración hacia las socedades latinoamericanas. Acá les ofrezco un contrapeso crítico y una alternativa al cinismo y la desesperanza.
Entiendo el afán de Maria Clara de polemizar y tal vez el espíritu del texto viene de una indignación agotada y el desencanto, pero creo que esta perspectiva solo refleja un auto-odio profundo muy típico de nuestras sociedades latinas y latinoamericanas, combinada con un -muy colombiano- derrotismo agudo. Colombia, como cualquier país del mundo tiene problemas. Pero caricaturizar un país entero y una región global con el adjetivo “troglodita” es insensible y refleja -junto con la fotografía- una critica clasista ya mandada a recoger.
Como cualquier país de Latinoamérica, Colombia tiene problemas profundos que son tan viejos como el propio país. Pero estas opiniones en realidad no aportan mucho y a su vez alimentan ese odio y resentimiento por “tener” que ser de aquí, el grave accidente de haber nacido acá.
Lo que Maria Clara olvida o relega es que hay muchas cosas buenas, en realidad, demasiadas y que solo resaltan cuando vivimos en otro país. Lo digo porque en mis 15 años en Estados Unidos y Canadá he aprendido a apreciar muchas cosas que los Norteamericanos tienen pero también ha entender que la sociedad colombiana es tremendamente rica, y tenemos cosas, a veces intangibles -que no se pueden ni tocar ni medir- que los Estadounidenses, Canadienses o Europeos envidian y nunca podrán tener! No es coincidencia que el turismo crezca cada año y que la mayoría de mis amigos canadienses o internacionales expresen su preferencia hacia Colombia sobre otros destinos a los que han viajado.
Por supuesto que sufrimos de corrupción, nimierdismo, abandono, indiferencia, pero que país latinoamericano, o al final del sur global, no sufre de estos males? No somos Japón, claro. Pero tampoco somos Ruanda, Marruecos o Bulgaria. Claro que hay problemas y como lo recuerda la autora, hay que mencionarlos, debatirlos y solucionarlos. Criticar nuestros problemas para solo romantizar, glorificar, e incluso endiosar los países ricos no tiene sentido. Y criticar el país, es parte del estado de derecho y de una sociedad, aunque no perfecta, al menos consciente de albergar y fortalecer el dialogo libre y el derecho a la crítica. En este sentido los que le replican a la autora en Facebook, “por qué no se va del país” son los mas trogloditas y reaccionarios. Hay que conocer el país y de sus problemas, hay que discutirlos e intentar resolverlos, la replica (o ¿solución implícita?) no puede ser: “váyase.”
Maria Clara menciona su encuentro con una familia mexicana y la pena que le generaba su ilusión de conocer Colombia y es entendible su empatía, pero en México también saben de problemas; tal vez tienen problemas iguales o mas graves. Tienes razón, “son de los nuestros” y conocen la realidad de nuestros países, pero hay que recordar que Colombia tiene tantas cosas buenas como cosas malas. En realidad son tantas las cosas buenas que es difícil separarlas y celebrarlas de lo malo, pero no podemos repetir ese derrotismo y ese malparidismo que nos ha dominado por décadas y del cual los jóvenes estamos cansados.
Maria Clara detesta regresar -en sus palabras- “al regresar al caos, el desorden, la indisciplina, las calles rotas, la corrupción.” No la culpo. Nadie quisiera regresar a eso. Pero también debe recordar que regresa a muchas cosas buenas y a mucha gente buena, en sus propias palabras otra vez- “la rumba, la maravillosa amabilidad y la calidez.”
Hay mencionar lo que se debe cambiar pero valorar lo nuestro en el mismo gesto. Somos un país lleno de gente pujante, de gente emprendedora y sobre todo creativa: los europeos y los norteamericanos darían mucho por tener nuestra imaginación y nuestra creatividad (que la usemos para fines perversos es otra conversación). Los chilenos y argentinos envidian nuestra música, nuestra comida, y cultura. Los mexicanos y el resto del continente sabe que somos alegres, y en general de buen espíritu. Claro, siempre hay abusivos, y resentidos; siempre hay gomelos (verbigracia Juanpis) y clasistas que no cambiaran, pero hay que celebrar lo bueno mientras también reconocemos que hay cosas para mejorar.
El vecino de mala cara, el taxista que manda hijueputazos por la ventana, el mico al hombro con el que amanecemos, y la agresividad instantánea tienen que acabarse en la Colombia de nosotros, de los jóvenes. El celador ratero, el congresista ratero, el ejecutivo ratero (lo que llamo la mentalidad ratera) todos tienen que cambiar o morir y si no logran cambiar la nueva generación tiene que tomar nuevas banderas y ser el cambio que anhelamos.
Maria Clara admira la cultura cívica del norte, y es entendible: “Los trenes, los buses, las atracciones, todo es puntual. Los andenes, las calzadas, las vías no tienen un solo hueco, y si lo hay por alguna razón, está demarcado y no dura más tiempo que la obra. El tráfico es otro punto. Al peatón le paran como diez metros antes” Yo también aprecio y disfruto de esas reglas que demarcan la vida en estos países, pero también hay que recordar que si Colombia funcionara así seria menos divertida, menos atractiva, menos “Colombia.”
Si Colombia tuviera todas estas ventajas que la autora resalta seria sin duda mas segura pero mas aburrida. Claro, es entendible que queramos que sea segura y respetuosa pero sin nuestra elasticidad, nuestro espíritu latino y todo lo que produce seriamos un poco mas “civilizados” un poco mas “decentes” pero también un poco mas aburridos, un país mas predecible, mas repetitivo, mas gris. Hay que buscar el orden pero no endiosarlo (y siempre preguntarse ¿El orden de quien? es decir, ¿Quien decide qué es el orden? ¿En nombre de qué orden?). Hay que buscar el civismo y el respeto en uno mismo y esperarlo del otro, pero no idealizarlo porque al final siempre estaremos frustrados por no alcanzar un ideal que es después de todo solo eso, un ideal que no existe un ideal, como todos los ideales, imposible.
El uso de la razón es importante y a veces escasea en nuestros países. Lo sé. Hay que abogar por ser mas respetuosos y cívicos, hay que ser mas razón y menos arrebato, pero también recordemos que nuestro afán ciego por buscar la razón puede tener consecuencias catastróficas: cualquier valor llevado al limite al final se vuelve fascismo, Hitler y el Holocausto estaban comandados por la razón y nada más que lo racional. Miren que quedó de ese sueño. Ese mismo afán por la perfección ha llevado a votantes del norte global a elegir políticos que prometen lo mismo: “limpieza,” “racionalidad,” “seguridad” valores no muy diferentes de los del fascismo italiano o el nacionalismo Alemán.
Claro que hay que bajarle el volumen a la rumba pero no hay que acabarla. Claro que hay que respetar el derecho ajeno. Claro que hay que ser sujetos más cívicos, pero entendamos que a veces esas fuerzas que condenamos causan la realidad tan celebrada en la ficción y en el arte Colombiano. Sin eso que odiamos de nosotros mismos no habría realismo mágico, no habría gordas de Botero, ni los duelos contados por los juglares vallenatos, ni las historias contadas en telenovelas (que son o eran las mejores), ni las anécdotas que compartimos cada diciembre con la familia. Vaya a ver una celebración decembrina en Suiza, Canadá o Alemania: pocas veces en mi vida he participado en navidades mas aburridas.
Sin las imperfecciones de nuestra sociedad seriamos un país tal vez más cívico y menos estresante pero sin duda más aburrido y esquizofrénico. Repito: hay que respetar, y créame que cuando regreso de visita esas cosas me chocan y me producen desencanto. Hay que ser menos avaros, apresurados, y si, hay que ser menos bestia, menos animal al manejar, al tratar al otro, y con el cuerpo mismo.
Si quieren que seamos Japón y vivamos los valores japoneses tiene que recordar y aceptar que el orden, el trabajo, la jerarquía, la obediencia y los demás valores que idealizan también están atados a tazas depresiones y suicidios altísimos, a sociedades que “funcionan” pero que han perdido su razón de ser. Los japoneses trabajan si saber ya ni para qué, los jóvenes están teniendo hijos y nada los motiva. Los coreanos resienten sus autoridades. Sí, viven vidas prósperas pero sin un motivo, sin una razón. Son trabajadores pero cínicos. Son ricos pero deprimidos. El aburrimiento, el tedio, la depresión caracteriza estas sociedades de inviernos largos y oscuros, de estabilidad laboral pero consumismo implacable. Y les pregunto, ¿Es esa la mejor imagen para soñar la Colombia que queremos construir? ¿Es esa la única brújula que tenemos para imaginar el futuro?

A este trabajo le debo el ver florecillas rosadas flotando en charcos recién formados por la lluvia, el trópico,
Le debo un poema sobre las hojas verdes profundo, mojadas por las gotas prematuras,
Un poema a las ramas deformes y vacías que se balancean,
También innumerables enojos y tedio,
Un fulgor inesperado de verde cálido cuando se abre la puerta y el aire abrazante te penetra,
La imponente silueta del edificio,
Aristas claras que se sobreponen sobre el color rosado del ocaso,
Miles de figuritas: murciélagos diminutos que se escapaban del cuarto de máquinas en la terraza del edificio,
A este trabajo le dejo el cosquilleo y la ligera angustia de lanzarme a una cara bella, leve,
Tardes frías y solitarias, notas al margen de textos, ahora irrecobrables,
La imagen repentina de la vejez y el desasosiego,
El recuerdo de un anciano que trabajaba conmigo, que en los descansos se sentaba sobre la banca, cabeza abajo,
Mirándose las manos, sin imaginarse que el árbol de su costado arroja una sombra bellísima que lo protege; a pedazos.
Última semana en Gainesville

Mi proyecto doctoral como algunos saben consiste en investigar las novelas y poemas que incluyen lo pétreo como referente literario. Es decir, estudio obras que recogen la experiencia del hombre y la roca en esa relación: novelas de minería, poemas que ensamblan al minero y a la miseria, cuentos que trazan una línea de fuga como recorriendo una veta subterránea. Por eso me interesan los ensamblajes, las formaciones, los cuerpos que se forman en el acto de excavar: hombre, herramienta, pica y dinamita, pulmón y piel, veta y metal, sangre y oro, etc. A veces entretengo ideas a otra escala, ideas que atienden a procesos mas pequeños, casi micro-procesos, es decir ideas que se manejan a nivel molecular: partículas, moléculas, poros, flujos líquidos, devenires casi imperceptibles, cuerpos que escapan nuestra visión.
Cuando sostenemos un pedazo de roca en la mano o palpamos una pared de cemento estamos en contacto con fuerzas inimaginables que pasan desapercibidas la mayoría de veces. Hay que entonces adentrarse, concentrarse un poco para entender otras escalas de devenires, y de interacciones, escalas que en lo molecular contrastan ampliamente con las fuerzas que las generan, la presión que forma rocas y el tiempo de la roca: para lo mineral somos una mosca de corta vida.
La roca, el polvo, es nuestro destino. Al final, las rocas son la historia de nuestra especie y sus acciones. En cierto modo, contienen la forma definitiva del archivo, y albergan información más allá de cualquier intento de comprensión. Las rocas, en sus mil formas, tipos y clases son depositarias del tiempo, ya que este siempre se convierte en espacio: nos contienen, nos contendrán, como dijo Nietzsche, estamos destinados al reino mineral. Imaginemos cuántos fragmentos de rocas trituradas forman un edificio de concreto, ¿Cuánta información se almacena en fragmentos repartidos en todo el edificio, cuánto podemos aprender de ellos? ¿Cuánto podemos saber de ellos? Hay miles de rocas que se rompen todos los días, listas para convertirse en muros, cimientos, concreto, aceras, etc. En cierto modo, estamos habitando y caminando todos los días de nuestra vida sobre en huesos aplastados de la tierra.
Hay una sensación difícil de describir, una especie de horror de lo sublime y, al mismo tiempo, un shock cuando nos encontramos frente a la presencia de una mina que se extiende por kilómetros bajo tierra o un sitio gigante que se despliega infinitamente, en espiral como en las explotaciones de cielo abierto. En su presencia, recordamos de golpe lo insignificante de nuestro ser en relación a las dinámicas más grandes y lentas de la tierra, pero también nos sobrecoge la cantidad de materia, información, historias, vidas que están enterradas bajo toneladas y toneladas de rocas que son también de tiempo.
La roca -si la contemplamos en sí misma- generalmente no está enterrada, alguien tuvo que hacer la labor de extraerla para el uso o la contemplación de otro. En eso se basa la lectura económica: computar cuanta labor hace falta para localizar y extraer metales y minerales. Pero también existe la realidad de rocas enterradas, almacenadas bajo la protección de la tierra. Tal vez estas formaciones han muerto, porque todas las cosas muertas o no relevantes tienden a ser enterradas, pero también podemos decir que los objetos que se encuentran bajo tierra son desconocidos, misteriosos y retraídos. Podemos especular sobre una cierta aura que rodea una roca, o un pedazo de metal que proviene de las entrañas de la tierra. Hay algo liminal en esa roca, hay -como en las máquinas y la tecnología de hoy en día- trazas de procesos extremos que formaron y deformaron este objeto; probablemente bajo la presión de miles de grados y toneladas que lo moldearon hasta forjar la forma y textura que posee hoy. Al final a eso se reduce la geología, y hasta cierto punto el objeto de mi proyecto: un análisis de tiempo y presión. Tal vez mi tesis me obligue a pensar como piensan los geólogos y termine siendo un trabajo mas geológico que literario.
Hay rocas y piedras compuestas que no solo cuentan su propia historia, sino que contienen muchos otros fragmentos de otras rocas que entraron en contacto en algún punto, formando un objeto que se contiene a sí mismo, pero también a otros en el interior y superficie, otras historias, puede ser leído como una matriz o el eje de una colectividad (en cierto modo heterogénea). Hay rocas que se fusionan con otros minerales y se convierten en ninguno de los dos, ni en A ni en B. Hay metales que, al sostenerlos en nuestras manos, nos fascinan porque de alguna manera sentimos el tiempo, el espacio la presión que se necesitó para convertirlos en lo que son. En cierto modo, estamos sosteniendo objetos que de forma escalofriante apuntan hacia nuestro destino inevitable y al mismo tiempo intentan decir algo sobre nuestros orígenes, permanecen en silencio allí, aparentemente sin respuesta, como materia inerte, pero si aprendemos a hablar su lenguaje cientos de historias comienzan a formarse. Pero también hay afectos que nos invaden somáticamente y sin concientizarlos plenamente. Al ver oro puro nuestros sentidos se agudizan, intuimos fortuna, intuimos una extensión de nuestros poderes y afectos, nuestra capacidad para afectar otros cuerpos. El oro, la plata, los metales “preciosos” nos seducen con una mezcla de encanto y temor. Nos dicen que albergan estabilidad, seguridad, valor pero también están marcados por violencia y muerte. Sabemos que los objetos de adoración de los chibchas y muchas culturas nativas americanas fueron rapados por los españoles indiscriminadamente solo para luego ser arrojados en calderos gigantes que escupían lingotes, bloques isomorfos, aburridos, muertos. La vida y la fantasía los impulsos vitales de los indígenas se comprimían en un ladrillo de oro, una sustancia ahora llena de violencia y potencialidad en una forma material absolutamente muerta.
Al observar un cráneo, pensamos en nuestra propia finitud, en el significado de nuestra existencia y en otras preguntas; sin embargo, al mirar una roca, surge un conjunto diferente de preguntas que hemos ignorado o descartado durante siglos. De cierta manera una roca puede decir tanto como un cráneo sobre el pasado y sobre la naturaleza de nuestras relaciones con la vida humana y no humana. Cuando uno se sienta y contempla una roca o una pieza de metal, la mente se plantea una pregunta más amplia y, en cierto sentido, más difícil. ¿Qué es esto que llamamos mineral?¿Es esta roca -como todas las rocas- un memento mori no más? ¿No un memento mori antropocéntrico, sino mas profundo acaso, terrestre o terrenal? ¿Es esta pieza de materia más que un objeto inerte? Si es así, ¿Cómo nos ubicamos cuando contemplamos un mineral? ¿Es esta roca el destino de todas las formas de vida en este planeta, cuando se convierta en una masa gigante y estéril como Marte o Venus? ¿Estamos obligados a ser uno con la Tierra cuando morimos solo para ser uno con el universo? Si nos invade un momento de angustia al reflexionar sobre un cráneo, intuyo que puede haber un momento aún más intenso -de destrucción anticipada-, no solo una desaparición individual sino una etapa absoluta en la que la Tierra se convierte en una esfera árida plagado de volcanes que, de alguna manera, nos sostiene esparcida y microscópicamente. Al final una roca no es mas que un registro sobre nuestro pasado pero también y de manera atemorizante un vistazo a nuestro futuro y nuestro destino final.

¿Qué es la literatura? ¿De qué está hecha? O en otras palabras, ¿qué entendemos por literatura? ¿Un cuerpo de novelas, cuentos y poemas? ¿Una disciplina que nos obligan a tomar en el colegio o en la universidad? ¿Acaso un lugar que asociamos con tedio y libros en desuso? ¿Qué son las novelas? ¿Qué son los poemarios hoy día especies casi en extinción?
Una manera de contestar es proponer de entrada que la literatura como cualquier objeto en el mundo (post)moderno en que vivimos responde a algo que se puede juzgar desde la ciencia de lo útil y lo real. Una respuesta utilitaria propone un objeto intercambiable de mutuo beneficio: yo recibo un cuerpo –el objeto de arte, el libro- a cambo de otro –el equivalente general, i.e., el dinero-. Una explicación que satisface a los deterministas económicos. Contra esta visión de intercambio racional basado en las conveniencias y los intereses hay una línea Batalliana tal vez más interesante que traumatiza esta coherencia de la vida como mecanismo perfecto: la naranja mecánica, el reloj, la maquina donde todo funciona a la perfección -la metáfora ya la conocemos.
Esta línea enfatizaría el acto del gasto: el dar solo por dar, el dar como el diferencial entre otros seres y uno como ser humano. El gasto de los recursos, el gasto de la energía en placer violento, dolor, poesía. ¿A qué campo podríamos adscribir lo que entendemos por literatura? ¿A una mercancía más donde solo lo real, lo usable y lo útil tienen carácter serio? ¿O a el gasto por y en si mismo? Un gasto que no tiene limites y que nos recuerda que la vida es toda gasto más allá de sobrevivencia. ¿Estamos en facultad de elegir acaso, o mas bien nos vemos limitados a las lógicas del capital y el uso puro lo útil como limite máximo de la vida? O, en general, ¿Tenemos acaso escape de una vida enmarcada y regulada solo en función a lo útil, de lo que sirve? Será que Michael Taussig está en lo correcto cuando argumenta que, “nunca estamos en derecho de preferir la seducción, que de hecho, la verdad tiene todo derecho sobre nosotros.” Sin embargo agregando que aún así “hay que responder a algo más fuerte que todo derecho, algo imposible a lo que accedemos solo olvidando la verdad de todo derecho, solo aceptando desaparecer.” (The Devil and Commodity Fetishism in South America), 259.
¿Qué es entonces la literatura? Una mercancía que responde al capital o un espacio de despilfarro y gasto por el gasto mismo? La respuesta mas fácil y tal vez menos interesante es la repuesta del sentido común, la respuesta que escucho a mi alrededor: la literatura es ambas cosas, un poco de mercancía comodificada y un poco de exceso. Hay algo que siempre me molesta de las síntesis facilistas. Hay una pereza intelectual digamos en sumar y no problematizar que el resultado de esa suma tal vez esté impregnado de contradicciones e ideas no pensadas a cabalidad. También me desanima la respuesta en binarismo: o la literatura es objeto medido solo por el valor de intercambio o solo historias dramáticas de muerte y exuberancia.
Si para algo servimos los profesores de literatura hoy día es tal vez para atacar y escapar el perímetro conceptual, epistemológico, político del binarismo… de todos los binarismos. No hacerlo equivale a hacer una reversión sin desplazamiento, es decir movernos sin movernos. Argumentar si avanzar.
¿Entonces que es la literatura?
En palabras llanas la literatura son cuerpos, muchos cuerpos (papel, tinta, hojas, ideas, revisiones, pasiones, traiciones, todos los defino como cuerpos) encerrados por otros cuerpos más grandes: ojos, cerebro, lenguaje, sociedad, normatividad, economía libidinal, sistemas.
Pero mas allá de estas partículas que serian las partes mas básicas, la respuesta corta es esta, la literatura son historias y las historias están hechas de cuerpos y partes, y estas a su vez, se enganchan en otros ensamblajes que forman y toman prestado de la experiencia misma.
Las novelas y cuentos que algunos inspeccionamos con curiosidad (y otros mantienen en cuarentena de por vida!) son nosotros mismos, la vida en toda su inmanencia que no es representada, sino mas bien -al decir de Vargas Llosa, presentada. La vida es la literatura: una maquina compuesta de partes que anda para bien y para mal, hasta que como toda maquina se descompone. Cuando se descompone parcialmente entendemos de repente que todas sus partes son dependientes entre si y de otras, se nos llama la atención como argumentó Heidegger a el rompimiento de la maquina como momento donde lo anterior se evidencia y nuestra dependencia de esos funcionamientos también. Cuando ésta, por el contrario, se descompone totalmente, cesa de funcionar como nuestro cuerpo mismo y previene todo devenir.
La literatura en otras palabras somos nosotros, y nosotros somos la literatura. Ignorarla o desdeñarla, es hacernos un desfavor y tal vez dejarnos conducir con más docilidad por el camino de lo meramente útil, lo provechoso y en su ultimo grado lo transformable en capital; es vivir dentro de la animalidad, subyugados (más bien esclavizados) al trabajo y sujetos a los instintos que determinan la vida animal.
Cuerpos. No solo son el cuerpo humano o el cuerpo animal. Los cuerpos pueden ser partes, símbolos, cuerpos de agua, el cuerpo estudiantil, el cuerpo del delito, el corpus y las demás metáforas que naturalizamos y repetimos sin reflexionar. Nuestro pensar tiene que salir del esquema de estructuras, de ramificaciones y de binarismos. En palabras de Deleuze y Guattari “Estamos hartos de los arboles!” El cuerpo atraviesa como un espectro y deviene en historias, las historias mismas devienen en cuerpos. En algo parecido pensaban estos teóricos cuando nombraron el rizoma. Lo que encontramos es una transgresión. Este desplazamiento tal vez es al que aludía Taussig siguiendo a Bataille. En otras palabras, la literatura, -las historias seria mejor decir- es ese responder a algo mas fuerte que no repara en derechos, la literatura son las historias que nos hacen y nos deshacen solo cuando olvidamos que somos literatura, que somos historias, cuando nos sentimos más cerca al libro y sus ideas, que a nuestro alrededor. La literatura va mas allá de su medio o de su contenido para para contarnos, en el sentido transitivo de contarnos algo, como en el sentido reflexivo de contarnos a alguien. Tal vez hablamos de lo que queda de nuestro devenir como protagonistas futuros y lectores pasados.

Para que las palabras guarden los atardeceres
que hemos visto por separado,
cada uno sin saber del otro.
Quiero que los símbolos sean descifrados.
El gris del viento, el verdinegro del mar.
En esta ciudad solitaria hablamos sobre la idea de la ballena.
Del acto de tomar té y comer frutas.
De las simpatías y de los ancestros que nos avergüenzan.
De la ansiedad que signa a todos tus hermanas.
Siempre me gustó imaginar los caminos que
recorrieron los abuelos para que estemos hoy aquí.
Cuántos países, cuántas lenguas, los mares, las guerras, desencuentros, inviernos, fatalidad, exilio, el sueño socialista, el Siglo, 1901, 1929, 2016…
En realidad poco nos une: ciertas ideas, algunos días de ensueño en Granada,
coincidir en el Gayanéh de Khachaturian, aprender a hacer ochos en tango.
Más el azar electivo nos condujo a encontrarnos.
No sabremos la razón.
No habrá ninguna justificación.
Sin embargo, propongo abandonar la duda.
En vez, quisiera recorrer el verde inacabable contigo,
tomar todo el azafrán, contemplar un atardecer desde el Rose Garden,
y un día cualquiera sin anticipación, dejar de vernos para siempre.
Muchos años, e incluso más, ahí en ese lugar donde las décadas se vuelven el absoluto, entre los celajes, ahí cumpliremos nuestra cita.