Ni trogloditas ni aburridos

Réplica a “Un país, una región de trogloditas” de Maria Clara Gracia, https://www.las2orillas.co/un-pais-una-region-de-trogloditas/

Fotografía del articulo original.

En su articulo de hoy “Un país, una región de trogloditas” Maria Clara Gracia expresa su frustración hacia las socedades latinoamericanas. Acá les ofrezco un contrapeso crítico y una alternativa al cinismo y la desesperanza.

Entiendo el afán de Maria Clara de polemizar y tal vez el espíritu del texto viene de una indignación agotada y el desencanto, pero creo que esta perspectiva solo refleja un auto-odio profundo muy típico de nuestras sociedades latinas y latinoamericanas, combinada con un -muy colombiano- derrotismo agudo. Colombia, como cualquier país del mundo tiene problemas. Pero caricaturizar un país entero y una región global con el adjetivo “troglodita” es insensible y refleja -junto con la fotografía- una critica clasista ya mandada a recoger.

Como cualquier país de Latinoamérica, Colombia tiene problemas profundos que son tan viejos como el propio país. Pero estas opiniones en realidad no aportan mucho y a su vez alimentan ese odio y resentimiento por “tener” que ser de aquí, el grave accidente de haber nacido acá.

Lo que Maria Clara olvida o relega es que hay muchas cosas buenas, en realidad, demasiadas y que solo resaltan cuando vivimos en otro país. Lo digo porque en mis 15 años en Estados Unidos y Canadá he aprendido a apreciar muchas cosas que los Norteamericanos tienen pero también ha entender que la sociedad colombiana es tremendamente rica, y tenemos cosas, a veces intangibles -que no se pueden ni tocar ni medir- que los Estadounidenses, Canadienses o Europeos envidian y nunca podrán tener! No es coincidencia que el turismo crezca cada año y que la mayoría de mis amigos canadienses o internacionales expresen su preferencia hacia Colombia sobre otros destinos a los que han viajado.

Por supuesto que sufrimos de corrupción, nimierdismo, abandono, indiferencia, pero que país latinoamericano, o al final del sur global, no sufre de estos males? No somos Japón, claro. Pero tampoco somos Ruanda, Marruecos o Bulgaria. Claro que hay problemas y como lo recuerda la autora, hay que mencionarlos, debatirlos y solucionarlos. Criticar nuestros problemas para solo romantizar, glorificar, e incluso endiosar los países ricos no tiene sentido. Y criticar el país, es parte del estado de derecho y de una sociedad, aunque no perfecta, al menos consciente de albergar y fortalecer el dialogo libre y el derecho a la crítica. En este sentido los que le replican a la autora en Facebook, “por qué no se va del país” son los mas trogloditas y reaccionarios. Hay que conocer el país y de sus problemas, hay que discutirlos e intentar resolverlos, la replica (o ¿solución implícita?) no puede ser: “váyase.”

Maria Clara menciona su encuentro con una familia mexicana y la pena que le generaba su ilusión de conocer Colombia y es entendible su empatía, pero en México también saben de problemas; tal vez tienen problemas iguales o mas graves. Tienes razón, “son de los nuestros” y conocen la realidad de nuestros países, pero hay que recordar que Colombia tiene tantas cosas buenas como cosas malas. En realidad son tantas las cosas buenas que es difícil separarlas y celebrarlas de lo malo, pero no podemos repetir ese derrotismo y ese malparidismo que nos ha dominado por décadas y del cual los jóvenes estamos cansados.

Maria Clara detesta regresar -en sus palabras- “al regresar al caos, el desorden, la indisciplina, las calles rotas, la corrupción.” No la culpo. Nadie quisiera regresar a eso. Pero también debe recordar que regresa a muchas cosas buenas y a mucha gente buena, en sus propias palabras otra vez-  “la rumba, la maravillosa amabilidad y la calidez.”

Hay mencionar lo que se debe cambiar pero valorar lo nuestro en el mismo gesto. Somos un país lleno de gente pujante, de gente emprendedora y sobre todo creativa: los europeos y los norteamericanos darían mucho por tener nuestra imaginación y nuestra creatividad (que la usemos para fines perversos es otra conversación). Los chilenos y argentinos envidian nuestra música, nuestra comida, y cultura. Los mexicanos y el resto del continente sabe que somos alegres, y  en general de buen espíritu. Claro, siempre hay abusivos, y resentidos; siempre hay gomelos (verbigracia Juanpis) y clasistas que no cambiaran, pero hay que celebrar lo bueno mientras también reconocemos que hay cosas para mejorar.

El vecino de mala cara, el taxista que manda hijueputazos por la ventana, el mico al hombro con el que amanecemos, y la agresividad instantánea tienen que acabarse en la Colombia de nosotros, de los jóvenes. El celador ratero, el congresista ratero, el ejecutivo ratero (lo que llamo la mentalidad ratera) todos tienen que cambiar o morir y si no logran cambiar la nueva generación tiene que tomar nuevas banderas y ser el cambio que anhelamos.

Maria Clara admira la cultura cívica del norte, y es entendible: “Los trenes, los buses, las atracciones, todo es puntual. Los andenes, las calzadas, las vías no tienen un solo hueco, y si lo hay por alguna razón, está demarcado y no dura más tiempo que la obra. El tráfico es otro punto. Al peatón le paran como diez metros antes” Yo también aprecio y disfruto de esas reglas que demarcan la vida en estos países, pero también hay que recordar que si Colombia funcionara así seria menos divertida, menos atractiva, menos “Colombia.”

Si Colombia tuviera todas estas ventajas que la autora resalta seria sin duda mas segura pero mas aburrida. Claro, es entendible que queramos que sea segura y respetuosa pero sin nuestra elasticidad, nuestro espíritu latino y todo lo que produce seriamos un poco mas “civilizados” un poco mas “decentes” pero también un poco mas aburridos, un país mas predecible, mas repetitivo, mas gris. Hay que buscar el orden pero no endiosarlo (y siempre preguntarse ¿El orden de quien? es decir, ¿Quien decide qué es el orden? ¿En nombre de qué orden?). Hay que buscar el civismo y el respeto en uno mismo y esperarlo del otro, pero no idealizarlo porque al final siempre estaremos frustrados por no alcanzar un ideal que es después de todo solo eso, un ideal que no existe un ideal, como todos los ideales, imposible.

El uso de la razón es importante y a veces escasea en nuestros países. Lo sé. Hay que abogar por ser mas respetuosos y cívicos, hay que ser mas razón y menos arrebato, pero también recordemos que nuestro afán ciego por buscar la razón puede tener consecuencias catastróficas: cualquier valor llevado al limite al final se vuelve fascismo, Hitler y el Holocausto estaban comandados por la razón y nada más que lo racional. Miren que quedó de ese sueño. Ese mismo afán por la perfección ha llevado a votantes del norte global a elegir políticos que prometen lo mismo: “limpieza,” “racionalidad,” “seguridad” valores no muy diferentes de los del fascismo italiano o el nacionalismo Alemán.

Claro que hay que bajarle el volumen a la rumba pero no hay que acabarla. Claro que hay que respetar el derecho ajeno. Claro que hay que ser sujetos más cívicos, pero entendamos que a veces esas fuerzas que condenamos causan la realidad tan celebrada en la ficción y en el arte Colombiano. Sin eso que odiamos de nosotros mismos no habría realismo mágico, no habría gordas de Botero, ni los duelos contados por los juglares vallenatos, ni las historias contadas en telenovelas (que son o eran las mejores), ni las anécdotas que compartimos cada diciembre con la familia. Vaya a ver una celebración decembrina en Suiza, Canadá o Alemania: pocas veces en mi vida he participado en navidades mas aburridas.  

Sin las imperfecciones de nuestra sociedad seriamos un país tal vez más cívico y menos estresante pero sin duda más aburrido y esquizofrénico. Repito: hay que respetar, y créame que cuando regreso de visita esas cosas me chocan y me producen desencanto. Hay que ser menos avaros, apresurados, y si, hay que ser menos bestia, menos animal al manejar, al tratar al otro, y con el cuerpo mismo. 

Si quieren que seamos Japón y vivamos los valores japoneses tiene que recordar y aceptar que el orden, el trabajo, la jerarquía, la obediencia y los demás valores que idealizan también están atados a tazas depresiones y suicidios altísimos, a sociedades que “funcionan” pero que han perdido su razón de ser. Los japoneses trabajan si saber ya ni para qué, los jóvenes están teniendo hijos y nada los motiva. Los coreanos resienten sus autoridades. Sí, viven vidas prósperas pero sin un motivo, sin una razón. Son trabajadores pero cínicos. Son ricos pero deprimidos.  El aburrimiento, el tedio, la depresión caracteriza estas sociedades de inviernos largos y oscuros, de estabilidad laboral pero consumismo implacable. Y les pregunto, ¿Es esa la mejor imagen para soñar la Colombia que queremos construir? ¿Es esa la única brújula que tenemos para imaginar el futuro?  

Memorias de un Call Center

 

A este trabajo le debo el ver florecillas rosadas flotando en charcos recién formados por la lluvia, el trópico,

Le debo un poema sobre las hojas verdes profundo, mojadas por las gotas prematuras,

Un poema a las ramas deformes y vacías que se balancean,

También innumerables enojos y tedio,

Un fulgor inesperado de verde cálido cuando se abre la puerta y el aire abrazante te penetra,

La imponente silueta del edificio,

Aristas claras que se sobreponen sobre el color rosado del ocaso,

Miles de figuritas: murciélagos diminutos que se escapaban del cuarto de máquinas en la terraza del edificio,

A este trabajo le dejo el cosquilleo y la ligera angustia de lanzarme a una cara bella, leve,

Tardes frías y solitarias, notas al margen de textos, ahora irrecobrables,

La imagen repentina de la vejez y el desasosiego,

El recuerdo de un anciano que trabajaba conmigo, que en los descansos se sentaba sobre la banca, cabeza abajo,

Mirándose las manos, sin imaginarse que el árbol de su costado arroja una sombra bellísima que lo protege; a pedazos.

 

Última semana en Gainesville

La roca y la piedra: archivo de nuestra materialidad

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Mi proyecto doctoral como algunos saben consiste en investigar las novelas y poemas que incluyen lo pétreo como referente literario. Es decir, estudio obras que recogen la experiencia del hombre y la roca en esa relación: novelas de minería, poemas que ensamblan al minero y a la miseria, cuentos que trazan una línea de fuga como recorriendo una veta subterránea. Por eso me interesan los ensamblajes, las formaciones, los cuerpos que se forman en el acto de excavar: hombre, herramienta, pica y dinamita, pulmón y piel, veta y metal, sangre y oro, etc. A veces entretengo ideas a otra escala, ideas que atienden a procesos mas pequeños, casi micro-procesos, es decir ideas que se manejan a nivel molecular: partículas, moléculas, poros, flujos líquidos, devenires casi imperceptibles, cuerpos que escapan nuestra visión.

Cuando sostenemos un pedazo de roca en la mano o palpamos una pared de cemento estamos en contacto con fuerzas inimaginables que pasan desapercibidas la mayoría de veces. Hay que entonces adentrarse, concentrarse un poco para entender otras escalas de devenires, y de interacciones, escalas que en lo molecular contrastan ampliamente con las fuerzas que las generan, la presión que forma rocas y el tiempo de la roca: para lo mineral somos una mosca de corta vida.

La roca, el polvo, es nuestro destino. Al final, las rocas son la historia de nuestra especie y sus acciones. En cierto modo, contienen la forma definitiva del archivo, y albergan información más allá de cualquier intento de comprensión. Las rocas, en sus mil formas, tipos y clases son depositarias del tiempo, ya que este siempre se convierte en espacio: nos contienen, nos contendrán, como dijo Nietzsche, estamos destinados al reino mineral. Imaginemos cuántos fragmentos de rocas trituradas forman un edificio de concreto, ¿Cuánta información se almacena en fragmentos repartidos en todo el edificio, cuánto podemos aprender de ellos? ¿Cuánto podemos saber de ellos? Hay miles de rocas que se rompen todos los días, listas para convertirse en muros, cimientos, concreto, aceras, etc. En cierto modo, estamos habitando y caminando todos los días de nuestra vida sobre en huesos aplastados de la tierra.

Hay una sensación difícil de describir, una especie de horror de lo sublime y, al mismo tiempo, un shock cuando nos encontramos frente a la presencia de una mina que se extiende por kilómetros bajo tierra o un sitio gigante que se despliega infinitamente, en espiral como en las explotaciones de cielo abierto. En su presencia, recordamos de golpe lo insignificante de nuestro ser en relación a las dinámicas más grandes y lentas de la tierra, pero también nos sobrecoge la cantidad de materia, información, historias, vidas que están enterradas bajo toneladas y toneladas de rocas que son también de tiempo.

La roca -si la contemplamos en sí misma- generalmente no está enterrada, alguien tuvo que hacer la labor de extraerla para el uso o la contemplación de otro. En eso se basa la lectura económica: computar cuanta labor hace falta para localizar y extraer metales y minerales. Pero también existe la realidad de rocas enterradas, almacenadas bajo la protección de la tierra. Tal vez estas formaciones han muerto, porque todas las cosas muertas o no relevantes tienden a ser enterradas, pero también podemos decir que los objetos que se encuentran bajo tierra son desconocidos, misteriosos y retraídos. Podemos especular sobre una cierta aura que rodea una roca, o un pedazo de metal que proviene de las entrañas de la tierra. Hay algo liminal en esa roca, hay -como en las máquinas y la tecnología de hoy en día- trazas de procesos extremos que formaron y deformaron este objeto; probablemente bajo la presión de miles de grados y toneladas que lo moldearon hasta forjar la forma y textura que posee hoy. Al final a eso se reduce la geología, y hasta cierto punto el objeto de mi proyecto: un análisis de tiempo y presión. Tal vez mi tesis me obligue a pensar como piensan los geólogos y termine siendo un trabajo mas geológico que literario.

Hay rocas y piedras compuestas que no solo cuentan su propia historia, sino que contienen muchos otros fragmentos de otras rocas que entraron en contacto en algún punto, formando un objeto que se contiene a sí mismo, pero también a otros en el interior y superficie, otras historias, puede ser leído como una matriz o el eje de una colectividad (en cierto modo heterogénea). Hay rocas que se fusionan con otros minerales y se convierten en ninguno de los dos, ni en A ni en B. Hay metales que, al sostenerlos en nuestras manos, nos fascinan porque de alguna manera sentimos el tiempo, el espacio la presión que se necesitó para convertirlos en lo que son. En cierto modo, estamos sosteniendo objetos que de forma escalofriante apuntan hacia nuestro destino inevitable y al mismo tiempo intentan decir algo sobre nuestros orígenes, permanecen en silencio allí, aparentemente sin respuesta, como materia inerte, pero si aprendemos a hablar su lenguaje cientos de historias comienzan a formarse. Pero también hay afectos que nos invaden somáticamente y sin concientizarlos plenamente. Al ver oro puro nuestros sentidos se agudizan, intuimos fortuna, intuimos una extensión de nuestros poderes y afectos, nuestra capacidad para afectar otros cuerpos. El oro, la plata, los metales “preciosos” nos seducen con una mezcla de encanto y temor. Nos dicen que albergan estabilidad, seguridad, valor pero también están marcados por violencia y muerte. Sabemos que los objetos de adoración de los chibchas y muchas culturas nativas americanas fueron rapados por los españoles indiscriminadamente solo para luego ser arrojados en calderos gigantes que escupían lingotes, bloques isomorfos, aburridos, muertos. La vida y la fantasía los impulsos vitales de los indígenas se comprimían en un ladrillo de oro, una sustancia ahora llena de violencia y potencialidad en una forma material absolutamente muerta.

Al observar un cráneo, pensamos en nuestra propia finitud, en el significado de nuestra existencia y en otras preguntas; sin embargo, al mirar una roca, surge un conjunto diferente de preguntas que hemos ignorado o descartado durante siglos. De cierta manera una roca puede decir tanto como un cráneo sobre el pasado y sobre la naturaleza de nuestras relaciones con la vida humana y no humana. Cuando uno se sienta y contempla una roca o una pieza de metal, la mente se plantea una pregunta más amplia y, en cierto sentido, más difícil. ¿Qué es esto que llamamos mineral?¿Es esta roca -como todas las rocas- un memento mori no más? ¿No un memento mori antropocéntrico, sino mas profundo acaso, terrestre o terrenal? ¿Es esta pieza de materia más que un objeto inerte? Si es así, ¿Cómo nos ubicamos cuando contemplamos un mineral? ¿Es esta roca el destino de todas las formas de vida en este planeta, cuando se convierta en una masa gigante y estéril como Marte o Venus? ¿Estamos obligados a ser uno con la Tierra cuando morimos solo para ser uno con el universo? Si nos invade un momento de angustia al reflexionar sobre un cráneo, intuyo que puede haber un momento aún más intenso -de destrucción anticipada-, no solo una desaparición individual sino una etapa absoluta en la que la Tierra se convierte en una esfera árida plagado de volcanes que, de alguna manera, nos sostiene esparcida y microscópicamente. Al final una roca no es mas que un registro sobre nuestro pasado pero también y de manera atemorizante un vistazo a nuestro futuro y nuestro destino final.

 

 

 

Literatura como cuerpos y ensamblaje

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¿Qué es la literatura? ¿De qué está hecha? O en otras palabras, ¿qué entendemos por literatura? ¿Un cuerpo de novelas, cuentos y poemas? ¿Una disciplina que nos obligan a tomar en el colegio o en la universidad? ¿Acaso un lugar que asociamos con tedio y libros en desuso? ¿Qué son las novelas? ¿Qué son los poemarios hoy día especies casi en extinción?

Una manera de contestar es proponer de entrada que la literatura como cualquier objeto en el mundo (post)moderno en que vivimos responde a algo que se puede juzgar desde la ciencia de lo útil y lo real. Una respuesta utilitaria propone un objeto intercambiable de mutuo beneficio: yo recibo un cuerpo –el objeto de arte, el libro- a cambo de otro –el equivalente general, i.e., el dinero-. Una explicación que satisface a los deterministas económicos. Contra esta visión de intercambio racional basado en las conveniencias y los intereses hay una línea Batalliana tal vez más interesante que traumatiza esta coherencia de la vida como mecanismo perfecto: la naranja mecánica, el reloj, la maquina donde todo funciona a la perfección -la metáfora ya la conocemos.

Esta línea enfatizaría el acto del gasto: el dar solo por dar, el dar como el diferencial entre otros seres y uno como ser humano. El gasto de los recursos, el gasto de la energía en placer violento, dolor, poesía. ¿A qué campo podríamos adscribir lo que entendemos por literatura? ¿A una mercancía más donde solo lo real, lo usable y lo útil tienen carácter serio? ¿O a el gasto por y en si mismo? Un gasto que no tiene limites y que nos recuerda que la vida es toda gasto más allá de sobrevivencia. ¿Estamos en facultad de elegir acaso, o mas bien nos vemos limitados a las lógicas del capital y el uso puro lo útil como limite máximo de la vida? O, en general, ¿Tenemos acaso escape de una vida enmarcada y regulada solo en función a lo útil, de lo que sirve? Será que Michael Taussig está en lo correcto cuando argumenta que, “nunca estamos en derecho de preferir la seducción, que de hecho, la verdad tiene todo derecho sobre nosotros.” Sin embargo agregando que aún así “hay que responder a algo más fuerte que todo derecho, algo imposible a lo que accedemos solo olvidando la verdad de todo derecho, solo aceptando desaparecer.” (The Devil and Commodity Fetishism in South America), 259.

¿Qué es entonces la literatura? Una mercancía que responde al capital o un espacio de despilfarro y gasto por el gasto mismo? La respuesta mas fácil y tal vez menos interesante es la repuesta del sentido común, la respuesta que escucho a mi alrededor: la literatura es ambas cosas, un poco de mercancía comodificada y un poco de exceso. Hay algo que siempre me molesta de las síntesis facilistas. Hay una pereza intelectual digamos en sumar y no problematizar que el resultado de esa suma tal vez esté impregnado de contradicciones e ideas no pensadas a cabalidad. También me desanima la respuesta en binarismo: o la literatura es objeto medido solo por el valor de intercambio o solo historias dramáticas de muerte y exuberancia.

Si para algo servimos los profesores de literatura hoy día es tal vez para atacar y escapar el perímetro conceptual, epistemológico, político del binarismo… de todos los binarismos. No hacerlo equivale a hacer una reversión sin desplazamiento, es decir movernos sin movernos. Argumentar si avanzar.

¿Entonces que es la literatura?

En palabras llanas la literatura son cuerpos, muchos cuerpos (papel, tinta, hojas, ideas, revisiones, pasiones, traiciones, todos los defino como cuerpos) encerrados por otros cuerpos más grandes: ojos, cerebro, lenguaje, sociedad, normatividad, economía libidinal, sistemas.

Pero mas allá de estas partículas que serian las partes mas básicas, la respuesta corta es esta, la literatura son historias y las historias están hechas de cuerpos y partes, y estas a su vez, se enganchan en otros ensamblajes que forman y toman prestado de la experiencia misma.

Las novelas y cuentos que algunos inspeccionamos con curiosidad (y otros mantienen en cuarentena de por vida!) son nosotros mismos, la vida en toda su inmanencia que no es representada, sino mas bien -al decir de Vargas Llosa, presentada. La vida es la literatura: una maquina compuesta de partes que anda para bien y para mal, hasta que como toda maquina se descompone. Cuando se descompone parcialmente entendemos de repente que todas sus partes son dependientes entre si y de otras, se nos llama la atención como argumentó Heidegger a el rompimiento de la maquina como momento donde lo anterior se evidencia y nuestra dependencia de esos funcionamientos también. Cuando ésta, por el contrario, se descompone totalmente, cesa de funcionar como nuestro cuerpo mismo y previene todo devenir.

La literatura en otras palabras somos nosotros, y nosotros somos la literatura. Ignorarla o desdeñarla, es hacernos un desfavor y tal vez dejarnos conducir con más docilidad por el camino de lo meramente útil, lo provechoso y en su ultimo grado lo transformable en capital; es vivir dentro de la animalidad, subyugados (más bien esclavizados) al trabajo y sujetos a los instintos que determinan la vida animal.

Cuerpos. No solo son el cuerpo humano o el cuerpo animal. Los cuerpos pueden ser partes, símbolos, cuerpos de agua, el cuerpo estudiantil, el cuerpo del delito, el corpus y las demás metáforas que naturalizamos y repetimos sin reflexionar. Nuestro pensar tiene que salir del esquema de estructuras, de ramificaciones y de binarismos. En palabras de Deleuze y Guattari “Estamos hartos de los arboles!” El cuerpo atraviesa como un espectro y deviene en historias, las historias mismas devienen en cuerpos. En algo parecido pensaban estos teóricos cuando nombraron el rizoma. Lo que encontramos es una transgresión. Este desplazamiento tal vez es al que aludía Taussig siguiendo a Bataille. En otras palabras, la literatura, -las historias seria mejor decir- es ese responder a algo mas fuerte que no repara en derechos, la literatura son las historias que nos hacen y nos deshacen solo cuando olvidamos que somos literatura, que somos historias, cuando nos sentimos más cerca al libro y sus ideas, que a nuestro alrededor. La literatura va mas allá de su medio o de su contenido para para contarnos, en el sentido transitivo de contarnos algo, como en el sentido reflexivo de contarnos a alguien. Tal vez hablamos de lo que queda de nuestro devenir como protagonistas futuros y lectores pasados.

 

Poema tardío para A.

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Para que las palabras guarden los atardeceres
que hemos visto por separado,
cada uno sin saber del otro.
Quiero que los símbolos sean descifrados.
El gris del viento, el verdinegro del mar.
En esta ciudad solitaria hablamos sobre la idea de la ballena.
Del acto de tomar té y comer frutas.
De las simpatías y de los ancestros que nos avergüenzan.
De la ansiedad que signa a todos tus hermanas.

Siempre me gustó imaginar los caminos que
recorrieron los abuelos para que estemos hoy aquí.
Cuántos países, cuántas lenguas, los mares, las guerras, desencuentros, inviernos, fatalidad, exilio, el sueño socialista, el Siglo, 1901, 1929, 2016…

En realidad poco nos une: ciertas ideas, algunos días de ensueño en Granada,
coincidir en el Gayanéh de Khachaturian, aprender a hacer ochos en tango.

Más el azar electivo nos condujo a encontrarnos.
No sabremos la razón.
No habrá ninguna justificación.

Sin embargo, propongo abandonar la duda.
En vez, quisiera recorrer el verde inacabable contigo,
tomar todo el azafrán, contemplar un atardecer desde el Rose Garden,

y un día cualquiera sin anticipación, dejar de vernos para siempre.
Muchos años, e incluso más, ahí en ese lugar donde las décadas se vuelven el absoluto, entre los celajes, ahí cumpliremos nuestra cita.

Crónica de un encuentro con el otro.

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En diciembre de 2018 hice un viaje a Colombia. Visité Bogotá, Bucaramanga, y mi pueblo, Barichara. Generalmente viajo ligero de equipaje, pero esta vez llené mis valijas de donaciones: ropa nueva, usada, y útiles de aseo. En vez de llevar regalos y botellas de champan como hace un año, esta vez decidí recolectar donaciones para llevar a los refugiados venezolanos que caminan las carreteras de Colombia huyendo del desamparo.

Mi profesión es enseñar español en Vancouver, Canadá, y gracias a eso, entro en contacto con personas de toda clase y edad a los que lo único que los une es un esfuerzo básico de mejorar su idioma. Pero en ellos encontré apoyo para hacer esto posible. Les comenté sobre la crisis venezolana, sobre los caminantes y les dije que iba a llevar lo que pudiera. Su respuesta fue inmediata: algunos me trajeron bolsas llenas de ropa usada o nueva, otros llegaron con utensilios de aseo recién comprados, y los últimos, se manifestaron con billetes de 20 dólares unas horas antes de partir. Un amigo, casi siempre rezagado, logró hacerme llegar un envío de dinero, su pequeña donación, a Colombia sin condiciones: lo podía convertir a pesos, o si no me daba tiempo, convertir en cerveza y bebérmelo a su salud (!).

Una vez en Bucaramanga, mi padre me ayudó a planear todo. La entrega era algo difícil, no tanto por la logística sino por la naturaleza misma de propiciar esta reunión. Se trata, ni mas ni menos, que de buscar un encuentro con el Otro que ocurre de manera inmediata, sin advertencia y en el cual, tanto uno como el otro, estamos expuestos a cualquier cosa, cualquier evento. La contingencia llena esos primeros segundos de contacto. Uno no sabe muy bien cómo va a ser recibido. ¿Acaso con sospecha, con ligero resentimiento, con envidia disimulada? O tal vez con llantos y miradas perturbadoras. El otro también tiene que abrirse a un contacto que no ha anticipado y para el cuál no se está nunca completamente preparado. Pensaran tal vez: ¿Quién es este tipo? ¿Qué quiere? ¿Qué tanto puede ayudar y cómo me presento ante él; apelando a sus emociones, pidiendo acaso más de lo que nos a traído? ¿O aceptando mientras rechazo el hecho y el momento de pedir, especialmente cuando se trata de pedir lo mínimo: alimento, ropa, un poco de dignidad? Para mi, la pregunta era muy sencilla, ¿Cómo aproximarse a un refugiado? ¿Cómo presentarse sin ocasionar una mayor vergüenza en el otro?

(Claro, uno los ve como refugiados, es imposible verlos como otra cosa, pero debemos intentarlo. Son refugiados y se presentan ante uno y la sociedad como tal, pero sabemos -aunque no lo reconocemos a menudo- que son personas, con subjetividad, con agencia moral y facultades propias. Son, o eran, miembros de comunidades, de grupos, de familias, con personalidades diferentes y con profesiones diferentes, con virtudes y vicios, nunca se veían como refugiados y creo que nunca imaginaron convertirse en uno.)

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El encuentro y  sobretodo la anticipación inmediata evoca ansiedad, y esto va para todo tipo de encuentros, claro está. Este tipo de afectos (ansiedad, miedo) invaden los cuerpos en micro segundos y mutan tan rápidamente como uno puede percibirlo. Esta tensión que las dos partes experimentan puede devenir en un mal encuentro o en un buen encuentro. Afortunadamente, el ingenio de mi padre con las palabras y los gestos ayudaron a resolver un poco la tensión ocasionada por aquellas improvisadas reuniones. Su facilidad para des-tensionar el ambiente usando claves rápidas y amables, lanzando chistes, simplemente improvisando, fue clave para construir un momento de confianza y lo que es más importante, enmarcar el acto de donar comida y vestido (quizás un momento delicado e incómodo) en algo un poco mas llevadero. Un momento para recuperar su humanidad, para dejar de ser solo recipientes de comida (animalidad) y reasumir una humanidad expresada en lo mas básico: un minuto donde se permiten volver a ser humanos,–a ser ellos, y no solo refugiados– a través del humor, solidaridad, un instante, tal vez unos segundos no más, de risa entre la tragedia, de fraternidad entre la indiferencia general, una comunión entre personas, efímera pero sencilla, acaso honesta.

Las entregas eran planeadas por mi padre quien conoce los puntos donde los refugiados se congregan. Estos puntos, un parque, una esquina, una arboleda, regularmente cambian, debido a que la policía continuamente prohíbe la formación de grupos allí. Hicimos 3 entregas, dos a las 6 de la mañana y una por la tarde alrededor de las 5 pm. Él también sugirió empacar la ropa en bolsitas y agregar algo de pan, huevos hervidos y dulces (como su contribución personal). En cada una repartimos ropa, comida y elementos de aseo, y en cada una vimos los mismos rostros cansados, golpeados por el sol, y la fatiga. Unos venían de Barquisimeto, otros de Mérida. Era difícil averiguar más sobre ellos. Mi papá siempre con mas soltura que yo, lograba hacerlos hablar o mejor, formar un momento de confianza para que dijeran algo de si mismos, así fueran conversaciones cortas, pero eran generalidades: cuantos venían, de donde venían, cuantos había en un grupo. Siempre encontrábamos familias, niños, ancianos. Pero una vez completábamos la entrega y nos veíamos con las manos vacías decidíamos despedíamos. Parecía que era el momento menos imprudente para terminar nuestro encuentro: tal vez unos minutos más y se disgregarían, todo empezaría a perder sentido, nos haríamos menos visibles y tal vez hasta incómodos. Siempre es difícil encontrar el segundo perfecto para decir adiós.

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Lo que si sabíamos es que si se mostraban consternados o parcos, no era por gusto. El viaje debía haber sido épico: atravesar países a pie no es poco admirable. Para llegar a Bucaramanga desde cualquier punto de Venezuela, ellos tenían que atravesar la Cordillera Oriental de Colombia, el sistema montañoso mas extenso del país. Antes de descender a Bucaramanga que está a unos 700 msnm, y se mantiene sobre los 20 grados centígrados, habrían culminado a fuerza en el Páramo de Berlín, en un punto llamado el Picacho a 3300 msnm, y que rodea los 10 grados solo para entonces iniciar el descenso a Bucaramanga. Es decir, se habían enfrentado en la misma tarde al frío del páramo y al calor de Bucaramanga, usando una carretera transitada por camiones de carga pesada, con tramos muy difíciles de curvas cerradas de herradura y con muy pocos lugares para comprar hidratación y comida. A esto, agreguemos la niebla de la alta montaña, en algunos tramos tan espesa que la visibilidad llega a ser de solo unos cuantos metros lo que significa un verdadero peligro cuando se comparte la carretera con camiones, autos, niños y ancianos.

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Para poner las cosas en perspectiva hay que recordarle al lector las dimensiones de las distancias de nuestros países. Aquí no estamos hablando de recorridos amenos por la campiña. Su recorrido en Colombia por lo general se inicia en el calor de Cúcuta, cruce de frontera, a 320 msnm; luego ascienden al Picacho, y bajan en pocas horas a las tierras cálidas de Bucaramanga. La travesía es tan extrema que en este trayecto, para la fecha, ya han muerto 17 caminantes venezolanos. Esto es en Colombia solamente, hay que recordar que para llegar hasta la frontera en Cúcuta desde Mérida tienen que recorrer en bus o a pie 240 kilómetros y desde Barquisimeto, 600 kilómetros.

Dicen que la épica es el genero narrativo que trata sobre las hazañas de un pueblo o también su nacimiento como unidad. La travesía de estos caminantes no solamente cuenta hazañas y revela su bravura sino que da nacimiento a una nueva comunidad, a un país disgregado, acaso imaginario, sin limites ni fronteras, una comunidad fluida pero en la vanguardia de nuestra condición pos-nacionalista o pos-socialista en la región. Su andar es su nacimiento, su formación, ya no solo son venezolanos, ni refugiados, son algo más que se escapa a toda definición totalizante. Los israelitas deambularon 40 años en el Sinaí, tiempo necesario, según los estudiosos de la Biblia, para acabar con una generación mezquina e idolatra. Los caminantes venezolanos están forjando a cada paso, una nueva comunidad marcada por la dificultad pero también la solidaridad, la empatía, y el esfuerzo.

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Nuestras entregas, como casi todos los eventos en la vida, fueron fugaces: en un par de días logramos deshacernos de las donaciones con facilidad. Siempre sorprende cómo objetos tan sólidos y pesados como mis maletas llenas, pueden desintegrarse en minutos: 46 kilos no son mucho para un millón de almas.

Al final se hizo algo, no mucho… pero algo. Creo que ese es el imperativo ético en cualquier encuentro con el desplazado, el refugiado, el vagabundo, o como quiera llamársele. Dar algo de uno, así sea poco y aparentemente insignificante, sin esperar nada a cambio, ni siquiera el agradecimiento del otro. Los hispanoamericanos tenemos un proverbio: “Hoy por ti mañana por mí.” Acá creo que se predica la ayuda desde la reciprocidad y la contingencia que marca nuestras vidas. Pero igual hay cierto sentido de ayudar desde el egoísmo. Algo así como, “ayudar hoy porque mañana me van a ayudar a mi.” Si el refrán lo impulsa a usted a dar, enhorabuena. Adelante. Por mi parte preferiría suscribirme a un concepto de ayuda desinteresada, total y anti-egocéntrica. Que quede claro, esto es solo una aspiración e ideal ético, no un mandato, ni una moralización sobre el dar.

Por otra parte, sobre mis estudiantes aprendí que la gente puede ser sencillamente buena; que cuando pueden ayudar, ayudan, y que si alguien facilita el realizar esa ayuda, están dispuestos a colaborar incluso más de lo que creen. Tengo que aclarar que todo esto fue mas bien un impulso mío, causado por seguir la política y la realidad venezolana contemporánea y tal vez por mi propia experiencia como asilado en Estados Unidos, algo ideado en el momento (unas semanas antes de partir) y sin mucha planeación. No hice mucha campaña, en otras palabras.

Esta experiencia sirvió para recordarme la facilidad y disposición que existe dentro de nosotros para ayudar, para empatizar y actuar, así sea de manera modesta. También, te lleva a imaginar el impacto que pueden tener estas acciones cuando son llevadas a cabo en masa (100 en lugar de 10). Uno, como individuo, como grupo, (o tal vez como individuo vuelto grupo) puede empezar a mover la sociedad, a mover la historia.

En mi vuelo de regreso a Canadá pude ver La Maleta Mexicana, un documental sobre la experiencia de los republicanos durante la Guerra Civil Española (1936-1939), sus derrotas, las batallas, las caminatas interminables, su detención en la frías playas francesas y el desahucio casi total que sufrieron en esos años. El documental rastreaba el paradero de un equipaje lleno de rollos fotográficos sobre la guerra que fue a terminar en México. Seguía el itinerario de la maleta trazando paralelos entre ésta y los miles de refugiados españoles que encontraron un hogar en México, una ayuda en sus palabras “abierta, directa y sin condiciones.” Los mexicanos y el gobierno de Lázaro Cárdenas, nos recordaron que todavía quedaba un vestigio de humanidad en un tiempo marcado por el salvajismo etnocéntrico Europeo por una parte y el interés propio de Los Aliados por la otra. Una lección en hospitalidad para los colombianos, los españoles, los mexicanos pero sobretodo para los habitantes de los llamados países ricos.

Al final, arribé a Vancouver con 2 maletas mucho más ligeras, con muchos deberes pospuestos y, como todos al final, con la ansiedad de iniciar un año y no estar a la par de las expectativas propias y ajenas. Acá, en el Norte Global, la necesidad no cobra la forma de necesidad material como es el caso en nuestros países, sino mas bien de pobreza espiritual, emocional y afectiva. Habrá en mi algo de satisfacción, no tanto por celebrarme, sino por haber podido propiciar esos buenos encuentros, alentar -con lo material- el espíritu de otro. Otro que es como yo, sin más ni menos méritos, sin más ni menos cualidades.

Bárbara y el devenir del afecto

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Hace algunas semanas conocí una chica Chilena que me contó su historia en un par de frases. Tenía su novio de 7 años, vivían en Santiago, habían logrado comprar una casa y vivir dentro de lo regular y predecible. Un día decidieron arriesgarse por un cambio y emigraron a Canadá, a buscar otra vida. Llegaron y encontraron trabajos temporales. Después de algunos meses decidieron separarse. Los horarios disparejos, la presión y cien rostros nuevos malograron su relación. En unos pocos meses eran el otro. Al año, Bárbara tenía un hijo de su nuevo compañero, un tipo canadiense. Nunca hubo amor o nada parecido. Hoy no se hablan. Su exnovio chileno pronto conoció una filipina y se casó con ella. Bárbara ha perdido contacto con él pues la novia filipina ejercita un dominio sobre el tipo bastante considerable. No le permite charlar con Bárbara y hasta donde sé, se ha hecho pasar por él escribiendo en un fingido español chileno que no lo busque, que no le hable. Bárbara tiene un niño de un tipo ajeno a su vida y a su alegría, el chileno tiene una novia asiática que lo mima y lo subyuga a la vez, y la relación estable y cómoda de 8 años terminó quebrada bajo el peso del capitalismo agudo de Vancouver y del devenir molecular e infinitesimal de lo social en palabras del pensador francés Gilles Deleuze.

Uno solo puede preguntarse si el capitalismo fomenta o acaba el amor, si el vínculo entre ellos dos se hubiera deteriorado tanto en Chile como en Canadá, si la decisión de “buscar un cambio” de salir del tedio de lo habitual dentro de lo habitual, terminó por desbaratar cualquier semblanza de apego, si hasta cierto punto no fue esto un golpe auto infligido realizado en parte por el deseo mismo del sujeto de escapar la sedimentación o la “cementizacion” del hábito vuelto prisión.

Conversando con algún conocido éste arriesgó la sencilla tesis de que en estos casos dos cosas pueden pasar, o se aferra el uno al otro, o se alejan desplegando un cambio, o deviniendo en otro al perseguir y abandonar las líneas que lo atraviesan a uno.

En cualquier caso lo que me intriga es el vacío en lugar de explicación: nunca sabremos qué hubiera sido si nunca hubieran salido de Santiago. ¿El hábito, la inercia, los habría separado o unido aún más? ¿Fue el salir de Chile un cambio para buscar un cambio o para acabar con el tedio de la vida burguesa? ¿Quién (o qué) es de culpar acá? ¿Es acaso el orden social del capitalismo tardío con sus demandas sin fin la causa del deterioro en las relaciones? La condición material ejerce peso sobre cualquier relación que existe entre personas, afectiva, romántica, familiar, pero si en el norte global la vida es de mejor “calidad,” ¿cómo entendemos el caso de Bárbara y su pareja? El capitalismo postmoderno nos comprime bajo demandas, horarios disparejos, y la ansiedad agregada del exilio pero también ofrece promesas de felicidad efímeras que se desvanecen con un clic o con un “deslizar hacia la derecha,” nos tienta, distrae y convence de que hay oportunidades inacabables de experimentar con uno mismo o con el otro, (luego con o sin consumación, llega la angustia), las posibilidades marean, o en palabras del filosofo danés Søren Kierkegaard, “El instante de la decisión es el instante de la locura.” Tal vez estos susurros alcanzaron los oídos del exnovio de Bárbara recordándole a su inconsciente que existen cien personas mejores que Bárbara esperando en la pantalla de celular, en el bar o en un simple intercambio de miradas.

 

Joel, o el rodearse de cosas bellas

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Hace algunas semanas había leído en algún volumen de Michel Foucault sus discusiones sobre la moral y la ética de los griegos en la antigüedad. La lectura fue rápida y desordenada pero recuerdo que una frase me cautivó. Hoy día ya creo haber olvidado el argumento que Foucault exponía pero recuerdo la sentencia con claridad: los griegos mas ricos tenían como meta vivir rodeados de objetos hermosos y dejar como legado a los más jóvenes, imagenes y métodos sobre cómo vivir una vida rodeada de belleza. La cita no me abandonó pero tampoco se hizo útil sino hasta que una conocida me comentó que tiene un amigo centroamericano –Joel- que publica fotografías y trinos (tweets) en sus redes sociales sobre sus momentos cotidianos en compañía de su nueva esposa. Esta amiga agregaba que le fastidiaban y a la vez la alegraban. Al principio no supe qué decir, pero después recordé la frase de Foucault sobre la relación de los antiguos con lo estético y le propuse esta tesis adaptada al evento de su amigo y sus continuos posts.

Entonces le recordé lo que había leído y le comenté que no había nada condenable en querer no solo rodearse de objetos que ofrezcan placer estético sino en exponer publicamente sin mesura estas experiencias frente al evento de la experiencia inmediata del arte. Lo que Joel estaba haciendo seguramente sin darse cuenta era no solo compartir esa belleza que lo rodeaba en determinado instante sino envasarla en unas líneas y diseminarla por sus redes sociales para reproducir esa belleza. Al crear un mensaje y agregarle la foto de su picnic de medianoche y de cielo abierto, Joel estaba rodeado de placer estético sobresaliente pero además creaba su propia obra y al hacerlo, toda la estructura de la plataforma digital se movía a su favor y le permitía difundir su evento estético de manera también estética. Joel en este evento lograba rodearse de un objeto más (su post) en su búsqueda inconsciente tal vez de lo estético y su manifestación.

Pensando en Joel y en la sociedad digital se podría decir que en realidad la sentencia de Foucault no solo aplica a los antiguos sino que se produce y reproduce aún con más ímpetu en nuestros días, pues ¿qué perfil o qué cuenta digital personal no está de alguna manera estétizada para producir una suerte de bienestar efímero y casi imperceptible frente a la experiencia de formas y estructuras que se articulan bajo el funcionalismo ornamental? Además, tal vez hoy el criterio más dominante de nuestros días (¿ideología?) -aparte del imperativo de labor y acumulación de capital- sería el de llevar vidas plenas, en harmonía imposible con los requerimientos externos del capital, donde el cuerpo sano, bien nutrido y bien vestido se convierte en la norma y el paradigma de la normatividad de la aparición (lo que se ve, lo que aparece), la ciencia que regula que tipo de cuerpos aparecen y en qué modo. No estamos entrando quizás a la era de la imagen vacía, del paquete en si mismo, de la superficie como fin en sí misma más allá de cualquier preocupación por el contenido.? No es ésta la era que ya Debord había pronosticado y había descodificado en su sociedad del espectáculo? Lo que me atrae a estos lineamientos contemporáneos impuestos por el capital bajo el funcionamiento neoliberal, es el carácter dominante y rígido que nos empuja hacia la estétizacion total del cuerpo a la construcción de vidas rodeadas de excesos de belleza y con la frívola pero inconsciente intención de dejar retratos de juventud bellos para el porvenir incierto y no-vivible, el futuro retrato que aguarda la hora de su descubrimiento en muchos años, ya cuando seamos solo huesos secos o cenizas.

Cada día se reifica mas la idea de la belleza y la inmediatez de la obra de arte como un ejercicio de estetas donde todos podemos ser nuestro propio “agente de imagen,” un oficio restringido en el pasado solo a los ultra-ricos o la monarquía, un orden socio-económico-estético donde el objetivo no es tanto acumular y vivir bien sino construir una vida material y una digital dramáticamente bella, donde culminen nuestros esfuerzos más banales, pero donde se condensen en una sola imagen, tal vez sin darnos cuenta, las contradicciones y los rasgos más salvajes del capitalismo de fase avanzada bajo el cual vivimos. En esta imagen para el futuro, en este retrato perfecto, en esa cara ahora muy real (y algún día deshecha) concluyen muchas horas y mucha energía almacenadas solo como registro de vida, de belleza, de una aspiración momentánea ante la eternidad o alguna fantasía similar del ego y la subjetividad bajo el signo de la vanidad.

Recuerdo a mi amiga y a los muchos que acumulan una serie de días banales que llaman vida. Recuerdo a esta joven como puedo imaginarme a mil y pienso que no seria muy descabellado arriesgar la tesis de que al final, en vista que sus días no serán rememorados por nadie, ni su contribución a la sociedad premiada y loada como se alaba a las celebrities del mundo, en vista de este prospecto inminente de desvanecer y de no-ser, un abismo de terror, un horror vacui es apaciguado mediante la distracción y la plenitud momentánea de impregnar los medios de registro y la memoria ajena con imágenes ante todo bellas. En el mundo neoliberal, éstas no tienen que ser normativas, pero lo que si tienen que ser -y a veces su única justificación explícita esta basada en esto- es bellas, que provoquen placer ante la mirada del otro, que produzcan ante todo el deseo del otro para recordar a Lacan.

Si Joel se enmarcaba en un entorno relativamente bello y no solo lo vivía y experimentaba en la inmediatez de su subjetividad, sino que lo congelaba y lo aseguraba en el formato de una imagen deficiente pero muy duradera lo hacía en parte para dejar a esos otros que nos van a sobrevivir el testamento (o la ilusión) de una existencia no solo útil, productiva, provechosa para el grupo o para el clan familiar, sino en última instancia bella, completa; formada por líneas, colores y texturas (al menos como ha quedado en su intención y logro fotográfico) placenteras al espectador lejano y al mismo tiempo altamente fantasmagórico. Pues si algo nos dice la foto de un joven tomada y entendida o mas bien asumida de vieja data, es la actual e innegable cesación del ser. No solo del retratado sino secundariamente del espectador, quien al entrar en la inmediatez de la fotografía se precipita sin saberlo hacia el memento mori. Ya lo decia Rolland Barthes.

En este contexto tampoco no estaríamos muy lejos -aunque valdría la pena asegurarse de inconsistencias inadvertidas- de poder usar la concepción del teórico y documentalista Harun Farocki sobre la imagen operativa para entender como estas imágenes que construimos para el presente y para el futuro postmortem son imágenes que propulsan a actuar, en específico propulsan a otros hacia la acción, en este caso la imitación del afán estético y evitar el horror al vacío que acecha la subjetividad neoliberal.

Sea como sea, parece que hoy no basta con acumular, contribuir a la sociedad o convertirse en seres reproductores de la subjetividad nacional-capitalista. La tarea cada día más accesible -y hecha acaso una suerte de obligación moderna en estos días- es acaso la producción y la documentación del cuerpo propio, de la experiencia y de la inmediatez del evento (conscientemente para el yo mismo y para el otro presente, inconscientemente para el otro aguardando en algún rincón del devenir) registrado bajo los parámetros estéticos aceptados por la contingencia de nuestros días.

 

 

Antes que anochezca

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“Nunca he podido comprender muy bien la locura, pero pienso que las personas que la padecen son una especie de ángeles que no pueden soportar la realidad que los circunda y de alguna manera necesitan irse hacia otro mundo.”

Primero que todo hay que decir que Antes que anochezca de Reinaldo Arenas es un relato mesurado a pesar de tanta maldad impuesta sobre el autor. En la primera mitad del relato hay mucho erotismo marcado por lo anecdotario, el humor y los chismes literarios de una isla donde siempre se sabe lo que pasa, como pueblo de provincia. La segunda mitad, desde el apartado (la cárcel) del Morro el relato es una secuencia de maltratos y el tanteo de los límites de lo humano, el lenguaje, y la resistencia física. Lo mas admirable es el tono que emplea Arenas para relatar las barbaridades que cometían contra él. Hay sin embargo algunas ideas de ambas partes que quisiera recopilar -mas para mis propósitos, no olvidarlas, repasarlas, ensayarlas con otras líneas- que para idealizar o enaltecer principios.

Hacia la mitad del libro cuando Arenas nos cuenta sobre la sexualidad que se vivía en la cárcel, un presidiario es asesinado por acostarse con alguien mas y despertar los celos de su amante. Arenas dice: “le salió cara aquella salida” o algo por el estilo. Después agrega, “todo placer sexual sale caro al final,” a él lo encarcelan en el morro y lo ultrajan de cien maneras por años por vivir una sexualidad sin muchas reglas, pero para los que vivimos otras vidas menos accidentadas que la de Arenas la frase también resuena. Ser infiel puede costar humillaciones, aislamiento y estigmatización; así mismo, pasar fornicando con otros por solo placer de vivir puede conducir fácilmente a celos de terceros, a contagiarse de alguna enfermedad de por vida o a la muerte.

En fin, el sexo es caro, y en Antes que anochezca se paga de varias maneras: embarazos no deseados, abortos, depresiones, o simplemente soledad. Si este ejercicio de la sexualidad se desvía de las normas de lo heteronormativo el precio, como hemos leído en sus memorias, es aun mayor. En una de las visitas de su madre a la cárcel del Morro, Arenas describe la vergüenza que su madre lo viera en aquellas condiciones y su preferencia, al menos en su caso, de tratar de vivir lejos de ella. “Tal vez todo hijo debe abandonar a su madre y vivir su propia vida. Desde luego son dos egoísmos en pugna: el de la madre que quiere que seamos de acuerdo con sus deseos y el nuestro queriendo realizar nuestras propias aspiraciones.” En cierto sentido esa frase alberga algo (emoción, sentimiento, afecto) que subraya toda relación entre madre e hijo. “Dos egoísmos en pugna,” son naturalmente dos egoísmos enfrentados, pero también se entienden como dos egoísmos en continuo castigo, o condenados, impugnados. Es decir, en esta relación, los dos están sentenciados a vivir una línea de escape que no puede nunca ser la que el otro espera de nosotros, y viceversa; pero además uno esta condenado a recibir falsos elogios, alientos y aprobaciones que las dos partes al final entienden que posen pequeñas fugas dentro de su operación afectiva: no hay elogio sin su contraparte -aun mismo pequeña y escondida pero presente- que desbarata el enunciado y su efecto en el otro, y así con el resto de gestos que siguen líneas parecidas. Al final son condenas sin escape, sin fuga: uno no puede “des-hijar” un hijo o “des-madrar” su madre, por mas que quiera, es imposible dejar de ser hijo de la madre así se produzcan cien pronunciamientos hacia este propósito. No hay escape de esta relacion, ni tampoco redención.

En otras ocasiones Arenas describe con admirable sencillez eventos vividos en su propio cuerpo que sobrepasan la imaginación de cualquier lector y ciertamente la tenacidad para sobrellevar ese tipo de vida sin echarse a morir. Intenta de salir de la isla nadando en una goma de auto, cruza ríos infestados de caimanes para alcanzar la bahía de Guantánamo, escribe novelas para luego descubrir que cientos de hojas de manuscritos han sido destruidas, la delación inesperada de amigos y compañeros, las condenas en el Morro, en los campos azucareros, en otras cárceles, las torturas, los intentos de suicidio fallidos… Arenas cuenta todo esto usando un tono limpio, con palabras llanas y sin detenerse mucho en elucubraciones existenciales. Este es uno de sus principales aciertos.

Podría rescatar decenas de vivencias pero poco valor tendría recopilar una suerte de inventario de lo ajeno. Lo que si me gustaría hacer es anotar la belleza de esta sencillez y la percepción de Arenas para notar cosas que se escapan a primera vista sin entrar en oscurantismos ni discusiones de mas. Alguna vez Arenas narra como el erotismo y la ternura pueden cohabitar en un cuerpo que administra violencia de manera innecesaria contra entidades aparentemente secundarias y de todas formas inocentes: un día Arenas, caminando por la playa hace amistad y se acuesta con un chico que conoce allí mismo, el bello joven había cazado un cangrejo y lo llevaba atado a un hilo como una pequeña mascota: un cuadro sencillo pero simpático. Arenas y este joven se enganchan y tienen relaciones en una caseta en la playa pero al despedirse Arenas se da cuenta que lo han robado y no tiene ni para tomar el bus de vuelta a casa. Sale a buscarlo por toda la playa pero no lo encuentra. Al final, se topa con el cangrejo destrozado en una pared. “El bello adolescente había desaparecido sin dejar ni siquiera el cangrejo como testigo del robo.” Esta es una imagen vital para poder entender tal vez de manera muy concreta y a la vez estrecha la naturaleza de esta pulsión de muerte y de deseo que nos habita tal vez de manera latente. Hay escritores que junto con Arenas han sabido trazar la línea que en vez de separar une estos afectos que habitualmente separamos de manera automática. La ternura y la violencia: en el cuento “Baader Meinhof,” el escritor norteamericano Don Dellilo ensaya asociaciones similares pero extrañas: el terror y el deseo, el deseo sexual pero también el impulso de cuidar, de proteger; el afecto, pero el ejercicio de la propia violencia contra el mismo objeto de deseo. En el caso del cangrejo el contraste es aun mayor pues la brutalidad se descarga sobre el animal que durante la primera descripción apoyaba la relativa imagen de la inocencia y la belleza del joven.

Arenas parece entender que los seres mas bellos y tal vez mas inofensivos se tornan aun mas macabros cuando desatan su rabia contra otros. Podríamos asignar un papel metafórico de la experiencia y contemplar a Fidel Castro como el joven que robó todo un país; que tras seducir a los cubanos y al mundo desvalijo a la isla de sus propiedades y de su futuro, arrojando con violencia a las cárceles al ostracismo o al exilio a los que conspiraban otros sueños.

 

Crónica de la minería de oro en Colombia: de la montaña al texto

Recientemente he publicado en la Revista de Estudios Colombianos (REC)

Acá está el Resumen y enlace para el articulo completo:

Este artículo evalúa la historia literaria minera del pueblo minero de Marmato, Colombia. Partiendo de novelas como Tierra virgen (1897) de Eduardo Zuleta, La bruja de las minas (1938) de Gregorio Sánchez, trazo una línea que sigue la evolución de la literatura minera en Colombia rastreando sus especificidades históricas y culturales. Introduzco el término “Minería Tropical” para categorizar algunas de estas particularidades. Concluyo con una discusión sobre el documental Marmato (2014) que representa el fin del discurso de la minería tropical como tal y toma un giro hacia discursos representacionales más complejos revelando una serie de actores sociales que luchan por poder y reconocimiento usando otros medios y técnicas.

Palabras clave: Literatura antioqueña, Recursos naturales, Conflictos de recursos, Literatura de minería, neoliberalismo.

Artículo disponible en:

https://colombianistas.org/ojs/index.php/rec/article/view/29/

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