¿Por qué ganó Trump, otra vez? La respuesta no se encuentra en la razón.

Firelei Báez, Untitled (Temple of Time), 2020, oil, acrylic and inkjet on canvas

Como muchos de ustedes, he estado tratando de encontrar razones para explicar la segunda victoria presidencial de Donald Trump. Mi tesis es que la política hoy en día es menos racional de lo que pensamos (dialogo, raciocinio, debate, interlocución) y tiene que ver más con los afectos y la proyección de sensaciones, imágenes, certidumbres.

La política no es racional y los estadounidenses lo han demostrado en dos ocasiones. Los estadounidenses están enamorados de lo que perciben en Donald Trump. Sí, ya sabemos que Trump es una persona detestable y con cierto “malfuncionamiento” mental, pero también sabemos que de alguna extraña manera la gente se siente atraída por él, por la imagen de estabilidad o de poder o de indignación que proyecta. Hay una atracción hacia esta percepción incluso si su comportamiento ya ha demostrado que no es ni estable, ni fuerte, ni razonable.

Fin de siècle/Cambio de siglo

Ya sabemos que la época en que elegíamos a los políticos en función de su competencia y calificaciones, como también lo saben los brasileños y los filipinos, los húngaros y los españoles ya caducó hace mucho. Hoy la gente vota con el corazón (y el estómago) y no con el cerebro. Otros votan en función de la tez de la piel, del género o la identidad. Se invocan todas las partes del cuerpo (podríamos hablar de una anatomía política o de una política anatómica), excepto la corteza prefrontal.

Es realmente difícil argumentar a favor de la racionalidad cuando está demostrado que vivimos en una era de pos verdades, de política afectiva, populismo y dictadores. El peligro, por supuesto, reside en el hecho de que debido a esta seducción y la suspención del juicio racional en la manera en que se hace política hoy estos dictadores puedan acabar con los sistemas democráticos. Ése es el verdadero peligro. Como vimos tanto en Estados Unidos como en Brasil, los payasos tenían su pequeño circo, tomaban malas decisiones, disfrutaban de ser los grandes jefes, pero después de todo se iban cuando era hora de irse. Lo que preocupaba es que pudieran alterar los controles y equilibrios establecidos hasta el punto de consolidarse o encontrar una manera de hacerlo utilizando a otra persona (parientes, personas designadas, aduladores favoritos), etc.

¿Y qué les pasó a Hillary y a Kamala? Ambas mujeres muy racionales, muy preparadas y calificadas (que consiguieron que mucha gente votara y ganaron una gran parte del voto popular), pero aun así no lograron movilizar a una mayoría. A los votantes o no les gustan personalmente (por su historial [su record] o por su personalismo) o desconfían de ellas. Algunos se preguntaban si Hillary y Kamala perdieron las elecciones porque se las juzgó de manera diferente (con mayor dureza o empleando más sexismo) y se utilizó un doble rasero.

¿Y qué pasa con el voto latino? Yo, como muchos de ustedes, tengo curiosidad por entender por qué algunos latinos (pero no todos) se sienten conmovidos por Trump y su imagen. Supongo que muchos de ellos, los más blancos y de clase media, quieren estar menos asociados con los inmigrantes más nuevos, de origen más pobre y piel más oscura, como los venezolanos, los haitianos, los centroamericanos. En ese caso, se trata de una especie de racismo autoprotector y egoísta. Sin embargo, hay otros votantes latinos que realmente creen que él es el candidato adecuado, ya sea porque votan porque están seducidos por el aura y el delirio de devenir en millonario instantáneo –como el propio Trump, o tal vez porque ven en él, de manera paranoica y tal vez desinformada, la alternativa a algunos valores culturales de izquierda (el wokismo). Valores que quizás “han ido demasiado lejos” (vaya uno a saber que es “ir demasiado lejos”).

Quizás la gente vota por sus intereses y preocupaciones más individuales sin mirar un panorama más amplio, –el juicio moral y la ética suspendidos. La doxa va algo así “si Trump encierra a inmigrantes o separa a la fuerza a familias, está bien por mí, siempre y cuando el país no reciba más individuos indocumentados”. En cierto modo, las familias capturadas, enjauladas, separadas a miles de kilómetros de ti son un hecho y situación aceptable porque su dolor no me afecta ni me preocupa y ademas están/son ilegales. En esta línea de raciocinio se piensa muy poco (o nada) acerca de las razones por las que hay gente en la frontera y cuál es o fue el papel de Estados Unidos en la creación de las condiciones materiales que empujan a estas personas a buscar refugio en Estados Unidos.

Lo mismo ocurre con la economía. “Antes de Biden me iba mejor económicamente, así que voy a votar por Trump”. El pensamiento es básico y simplista. Sin embargo, pocos votantes se detienen para contemplar que la economía en realidad creció bajo las dos presidencias, la de Trump y la de Biden, pero fue Biden quien tuvo que lidiar con la inflación pospandémica y el encarecimiento general debido a la guerra de Ucrania. Si no hay cabida, ni paciencia para reflexionar, se vota por Trump a ciegas, movidos por las emociones o por una atracción general por el afecto paternalista de Trump: “¡Él nos salvará!,” “¡Él hará a América grande de nuevo!”

El abandono de una tradición

Esto nos lleva a una conversación sobre nuestra profesión como educadores. La segunda victoria electoral de Donald Trump resalta el abandono de la educación y las consecuencias de la sobrefinanciación de las materias STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics) a expensas de la subfinanciación de las clases, programas, institutos, seminarios, espacios dedicados a las ciencias humanas o a lo que llaman en EEUU y Canadá “Humanities,” Historia, Sociología, Antropología, Literaturas, Filosofía, Educación Cívica, Gobierno y otras más. Como sabemos la democracia solo funciona si los ciudadanos están relativamente bien informados y pueden emplear cierta inteligencia básica. Por lo tanto, una parte (o una gran parte) del electorado que rechaza la ciencia, desconfía de las verdades (o los consensos) académicos o del ethos científico en general y se deja seducir por las redes sociales y sus medias-verdades es, como estamos viendo ahora, un desastre para la democracia.

Ese es el sentido y propósito original de las humanidades como partes del canon escolar y universitario: crear una disciplina y una manera de reflexionar con un mínimo discernimiento moral y político. Hay que recordar este propósito, especialmente hoy, cuando acudimos a épocas de recortes universitarios tanto en el Norte como en Latinoamérica, y atendemos a decenas de voces que lamentan el fallecimiento de programas humanísticos en universidades e institutos en casi todos los países.

En otras palabras, tal vez Trump o el apoyo a sus ideas antiliberales (a menudo retrógradas y violentas) sea el resultado o el síntoma de una sociedad que ve las Humanidades como un lujo o como una mera inutilidad elegante. Y esto no es solo problema de los Estados Unidos; muchos países han imitado la política educativa que Estados Unidos implementa dándole la espalda a las artes, las bellas artes y los mundos de la literatura y el pensamiento social crítico a favor de la creación de miles de ingenieros que no se han leído un libro en su vida.

De los EEUU hoy se puede decir que quizás tengan los chips más avanzados, pero también cuentan con los líderes más retrógrados y desinformados. Y esto no es solo una evaluación de la presidencia. Solo hay que pasar revista a los perfiles de los senadores o representantes de la Cámara de Representantes más populares. A menudo se enorgullecen de sus opiniones antiliberales, de su “mano dura con el crimen” o “mano dura con la inmigración” y otras palabras claves que evocan un conjunto de ideas y sentimientos confusos en las emociones de sus votantes.

La civilización estadounidense se está desmoronando desde dentro por dos factores: los efectos de su propia subvaloración de la educación (que la hizo viable y próspera) y la rápida externalización del pensamiento a medida que empleamos más herramientas de inteligencia artificial para que piensen por nosotros. Si “la tecnología nos vuelve estúpidos” (o más bien el uso de cierta tecnología de la información) entonces podríamos agregar que una tecnología más avanzada nos vuelve más estúpidos. Las herramientas digitales nos han hecho la vida más fácil (en el sentido de que no tenemos que pensar por nuestra cuenta, ni escribir con la mano), ahora todos podemos simplemente preguntarle a Google o a Alexa cualquier cosa. Pero el resultado es una población cuyo cerebro es cada vez menos estimulado y por lo tanto con menos confianza en sus propias capacidades. En otras palabras, nos estamos entorpeciendo y ademas creemos mucho menos en nuestra capacidad de pensar. Hemos perdido la cabeza sin saber cuándo, ni cómo. El viejo dicho norteamericano ayuda mucho: “use it, or lose it.” Algo así como “úsalo o piérdelo.” Estados Unidos (o el electorado estadounidense) claramente la perdió hace muchos años.

La manosfera

El sondeo arroja que el electorado a favor de Trump esta compuesto mayormente por hombres jóvenes (de todos los orígenes y niveles educativos) y que este segmento aumentó en la segunda elección. No deberíamos sorprendernos si hemos leído con atención los debates (en su mayoria estadounidenses) sobre la llamada insatisfacción masculina, las muchas crisis de masculinidad y la ansiedad general causada por una intensificación de la precarización de la economía y los prospectos de desempleo y falta de prosperidad que afecta en mayor proporción a las generaciones más jóvenes: comentaristas tanto de izquierda, Scott Galloway, Jonathan Haidt como, otros más populares de derecha, Jordan Peterson, Joe Rogan, etc han ahondado sobre el decaimiento de los indicadores socio económicos segregados por genero y las posibles repercuciones afectivas-sexuales que afectan en su mayoría a los jovenes y hombres. Será que ven en Trump a un padre, o una figura paterna (que remplaza a la natural quizás ausente) y está dispuesto a sentarse y compartir su plataforma y plan de desarrollo con sus “influenciadores” más importantes. Estos son los famosos “creadores de contenido” podcasters, vloggers y toda una serie de personalidades de las redes sociales (que, por mucho que subestimemos), todavía tienen mucho peso sobre los afectos de los jóvenes y los hombres en su mayoría “descontentos”, sin trabajo o escuela y, sin proposito. Quizás ven en Trump alguna esperanza, o quieren ver o ser conducidos a un lugar llamado esperanza por imaginario/irreal que nos suene. La política inicia en la capacidad de imaginar utopías y ellos creen y sobre todo quieren creer que Trump va a construir esa utopía.

Utopías y distopias tecnológicas

Trump ha sabido “tecnologizar” su utopía rodeándose de otros “genios” tecnoutópicos como Elon Musk y Mark Zuckerberg que le dan credibilidad a su imagen y el valor añadido de asociarse y confirmar su propia valía con otro supuesto caso de éxito individual (el mito muy americano del “self-made success”). Circula en Estados Unidos (y en otros países también) pero específicamente en Estados Unidos una actitud simplista de poder llegar al “exito” solo con el hecho de replicar paso a paso el camino de una figura exitosa, siempre con la esperanza de que por el mero hecho de imitar se logre un resultado comparable. Quizás este dispositivo psicológico sea comparable con el mecanismo que opera y nos seduce en los famosos negocios de comercialización multiniveles y esquemas piramidales, el famoso enriquecimiento instantáneo, o el “asesoramiento financiero” de los “influencers”. Es fácil deducir que jóvenes sin ningún objetivo o propósito/pasión/vocación explícitos (o al menos sin claridad en cuanto a estas cuestiones) se dejen seducir por el culto del “self-made success” y su aparente replicabilidad, a pesar de que las condiciones históricas y materiales son irreproducibles.

Los votantes más jóvenes, quienes admiran todo lo que Elon Musk representa en ingeniería, emprendimiento, Tesla, SpaceX, la seducción de la máquina, atienden a un vínculo natural o una triangulación (evidente pero falsa) entre él, Donald Trump y ellos mismos: una afinidad orgánica de talentos e infalibilidad en el hilo que une la tecnología y el “éxito” empresarial.

Claramente quieren ser parte de esa constelación, aunque al final solo sean idiotas útiles o una pieza más de la maquinaria política de obtener votos. El aura de belleza tecnológica, (destreza y precisión que es tan atractiva para muchos tecnófilos) se entrelaza con la proyección de un Trump como paradigma de hombre de éxito quien diseñará y configurará las herramientas para poder convertirse en él mismo o convertirse en el próximo Elon Musk.

Para este perfil de votante, la cuestión es muy clara: superficial y errónea, pero clara.

Solo cabe esperar que los cuatro años de su mandato pasen volando y que no sea capaz de llevar a cabo sus planes más disparatados: que no de inicio a la Tercera Guerra Mundial, que no se osifique en el poder, que no destruya las instituciones que han generado la posibilidad de consolidación y prosperidad del país…

Mientras tanto, nos encontramos como siempre, medio protegidos en este rincón del mundo llamado Canadá, observando con incredulidad los acontecimientos del otro lado de la frontera. Bajo la condición de dormir con un gigante o con un elefante como alguna vez bien lo definió el Primer Ministro Pierre Trudeau: “Vivir a su lado es, en cierto modo, como dormir con un elefante. Por muy amistosa y tranquila que sea la bestia, si es que puedo llamarla así, cada movimiento y cada gruñido le afecta.” Si alguna vez hubo sueño en esa cama compartida ya terminó. Las vacaciones de la historia de Canadá han terminado.

Litio, literatura y flujos letales

“En dos décadas los combustibles fósiles serán historia. Las guerras del futuro se celebrarán por el litio y el coltán.”[1]

“Buzz” /bəz/– sustantivo: un ambiente de emoción y actividad.[2]

Iones de litio (en azul) moviéndose a través de la estructura (University of Liverpool).

1 – ¿Qué no es el Litio?

El litio (Li) se ha convertido en una palabra de moda, una tendencia, o un “buzz.” Pero, ¿qué es un “buzz”, o mejor aún, qué hace que un metal inerte sea un producto tan atractivo/sexy, hasta el punto de causar un revuelo que dura años? El litio se ha convertido en sinónimo de auge, un “boom,” pero, de nuevo, ¿qué es un auge? ¿qué es un “boom”? ¿Es simplemente lo opuesto a la quiebra? ¿Lo opuesto a lo que llaman un “bust” en inglés?  ¿O es quizás algo que va más allá de las métricas, los gráficos y la acumulación? ¿Y se desplaza al terreno inestable de los afectos, flujos (tanto químicos como corporales) y las llamadas “vibras”?[3]

En los últimos años, el litio se ha convertido en un mineral “verde.” Pero, ¿cómo puede un mineral ser “verde,” a menos que se produzca naturalmente como una esmeralda? ¿Es el significante “verde” un artificio puramente metafórico, o es el litio un mineral verde en el sentido de que nos permitirá desprendernos del petróleo? El litio se ha convertido en un mineral “crítico”. Pero “crítico” es una palabra de orden poli-semántico. “Crítico”, tal como lo utilizan los gobiernos y las empresas, es una categoría meramente extractivista. Quizás un mejor uso de la palabra sería decir que el litio es fundamental como componente ecosistémico; es decir, el litio es fundamental para que funcione un determinado ecosistema. Por ahora todo bien, todo el mundo sigue confundido (las cosas siguen en marcha).

El litio tiene un fuerte poder simbólico para los imaginarios nacionales y empresariales, una especie de promesa. Esto es lo que es el litio hoy para nosotros y en la actual intersección de intereses, posibilidades y poder. En otras palabras, la pregunta no debería ser, qué es el litio, sino cómo empuja, activa y cataliza las muchas partes de esa máquina monumental que llamamos capitalismo, o la infraestructura del sistema operativo del mundo. Quizás la pregunta no debería ser qué es el litio, sino qué puede ser. ¿En qué dirección va, es un cúmulo o un único elemento, a qué velocidad se mueve y en qué dirección(es)? ¿Es una sustancia que afirma la vida por sí sola o en los distintos ensamblajes en los que pretendemos utilizarla? ¿O deviene en substancia tóxica cuando entra en contacto con otros cuerpos en otros encuentros?

2 – La novela

Litio, es un thriller de corrupción escrito por el escritor vasco-mexicano Imanol Caneyada y publicado en 2022 por Editorial Planeta México. En sus 267 páginas, la novela imagina el conflicto que se produciría después de que se confirmen depósitos de litio en el desértico norte del país y una empresa minera canadiense inicie actividades para asegurar los derechos y, posteriormente, extraer el mineral. Separada en secciones por versos de “La Suave Patria” del poeta modernista Ramón López Velarde, la novela pretende realizar un estudio sobre las subjetividades extractivistas, así como sobre conceptos abstractos como nación, nacionalismo y extracción por parte de corporaciones extranjeras.

Los protagonistas nos permiten vislumbrar la vida de los sujetos afectados por la fiebre del litio en México. Los canadienses protagonistas son empleados de la empresa “Inuit Mining” o trabajan en la Embajada de Canadá en la Ciudad de México. La mayoría son sujetos extractivos: el geólogo Guy Chamberlain es un personaje obeso e insaciable pero simpático, nacido y radicado en Montreal, siempre está en desacuerdo con su hija, una ferviente adolescente ambientalista. El jefe de seguridad Marc Pierce es un homosexual sexualmente voraz que siempre busca aventuras ilícitas con jóvenes mexicanos locales. Jonathan Ironwood, es un director empresarial y sujeto hipercapitalista radicado en Toronto. Margaret Rich, una mujer de mediana edad, nunca casada, que actúa como actual embajadora de Ottawa en México y que desprecia a los mineros canadienses y su actitud contra el estado. La cínica y decepcionada Margaret Rich lamenta que el hecho de que el Estado Canadiense se haya convertido en un simple facilitador comercial.

El protagonista mexicano es Heriberto, un ranchero soltero y taciturno de unos 40 años que se niega a vender el terreno a la empresa canadiense; María Antonia, prima de Heriberto, también apática con respecto a la venta de tierras, utiliza su rancho para cultivar orquídeas en invernadero para exportar a Estados Unidos; y su madre, la anciana Ana María, que está confinada en su habitación, sufre visiones y Alzheimer. También está Cipriano, el corrupto y mezquino alcalde de la ciudad que apuesta por la venta de tantos terrenos como sea posible.

En el micromundo de la novela, locales y extranjeros luchan por el control de las reservas de litio en el desértico norte del país. La empresa minera vence la resistencia local para luego ser devorada por un conglomerado chino mayor en una toma despiadada del poder. La novela finaliza con la descripción de la fusión y el despido de los empleados canadienses y la destrucción del rancho de Heriberto y María Antonia, donde supuestamente se encuentra litio.

Supondríamos que la novela está basada en una historia real o al menos en una representación parcial de un incidente similar. Sin embargo, la novela narra un conflicto que nunca ha ocurrido. De hecho, de México no se ha extraído ni un solo gramo de litio y todo el rumor sobre las potenciales riquezas enterradas bajo tierra es simplemente eso, un espejismo, una ráfaga de declaraciones gubernamentales, decretos oficiales, informes de empresas y una ristra de noticias que repiten constantemente los milagros del litio y sus promesas.

Los actores de este drama de la vida real son bien conocidos y están documentados: el presidente López Obrador, la empresa canadiense-británica Bacanora Lithium, el conglomerado chino Ganfeng Lithium, la empresa estatal mexicana LitioMx y el fabricante de vehículos eléctricos Tesla. Una simple búsqueda en Google revela el drama corporativo desatado por la interfaz mineral-techne- acumulación.

Mi objetivo es investigar un poco estas máquinas narrativas que parecen darnos una explicación más matizada y real del “buzz del litio”. Dentro de la lógica del capitalismo la fase de auge o de “buzz” de cualquier mercancía está marcada por “una tormenta de actividad que remodela los paisajes, las relaciones dentro y entre las comunidades y los imaginarios del futuro en territorios marcados para la extracción incluso antes de que se mueva la tierra para cualquier extracción.”[4] Ésta es ciertamente la fase que Caneyada intenta delinear en su relato literario. La particularidad de la novela y de la realidad hasta hoy es que el “buzz” que precede al “boom” de las materias primas fue solo un “buzz” que nunca se materializó o no se ha materializado aún.

En otras palabras, estamos ante una narrativa de especulación. Como todos los proyectos de extracción de litio, la novela se basa en la lógica productiva y ambigua de la especulación. Si nos centramos en una historia del litio en el siglo XX entendemos que las proyecciones son simplemente eso, proyecciones de futuro sin garantías, y que la mayoría de las veces esas proyecciones han sido erróneas, sobreestimadas o subestimadas. Tanto en la extracción como en la literatura la concreción y rentabilidad es inestable e indeterminada.

3 – Infraestructuras invisibles

Por accidente o decisión en la novela poco se habla del litio, pero mucho de la vida de quienes tienen que ver en su materialización/extracción. El lector nunca llega a escuchar de un personaje que encuentra o “experimenta” la sustancia a primera mano, tampoco leemos ninguna descripción sobre un depósito de litio. Parece que este metal invisible, clave para el desarrollo de la trama, figura extrañamente ausente de ella.

Pero el litio sin embargo sigue siendo parte de la infraestructura de la novela en la misma medida en que se materializa para convertirse en parte de nuestra infraestructura material. Como estructura debajo/infra, permanece invisible y, sin embargo, apoya toda actividad visible.

En el México real, al igual que en la novela, la mina de litio nunca se materializa. La producción nunca comienza y todo sigue igual o peor. Es cierto que no hay destrucción del medio ambiente, pero tampoco se generan regalías ni empleos por la extracción de litio. Parece que en su intento de hacer del litio un activo para los mexicanos (nacionalizar), el presidente López Obrador acabó con el proyecto extranjero y con cualquier esperanza de hacer realidad la producción de litio. ¡El litio mexicano por ahora está destinado por ahora a permanecer bajo tierra y fuera del alcance de los canadienses, los chinos, los cárteles e incluso los mexicanos!

La especulación, el poder simbólico y la gestión de la información constituyen la historia del litio tanto como cualquier uso que podamos darle para construir y sostener nuestras infraestructuras literarias y logísticas.

4 – Flujos y deseo

Pero no entenderemos nada sobre máquinas e infraestructuras si ignoramos el deseo que las concibe y las sostiene. Leer acerca de la generación de una máquina extractiva/productiva basada en litio y sus baterías, es también leer sobre el funcionamiento de una máquina de energía, una máquina libidinal.

El texto recurre a la asociación entre las reservas potenciales de litio (y sus capacidades potenciales de almacenamiento de energía) con el potencial excedente libidinal: específicamente los flujos y desbordes libidinales masculinos. El litio, al igual que la cocaína, se ha insertado en el sistema operativo del mundo como una sustancia que refleja nuestro propio deseo de energía ilimitada, consumo insano y locura colectiva en un mundo de opinión bipolar donde la prescripción y el deseo a menudo corren direcciones opuestas.

Durante una reunión con el geólogo Guy Chamberlain, aprendemos que la mente del CEO Jonathan Ironwood “comenzó a trabajar a toda velocidad convirtiendo los millones de toneladas en millones de dólares y la consiguiente erección. ¡120 millones de toneladas!” La mención de la erección de Ironwood después de oír sobre depósitos más grandes de los esperados puede parecer extraña y no relacionada. Pero recordemos que existe una unidad de deseo económico y libidinal argumentada por Deleuze & Guattari en el AntiEdipo: los afectos o pulsiones forman parte de la infraestructura misma.[5]

Pero quizás la cosa va en ambos sentidos. Es decir, el impulso sexual se sublima o “desvía” hacia otras metas que son “socialmente superiores y ya no sexuales”. Nuestros instintos e impulsos primitivos son así reprimidos, pero también los socialmente superiores, como los resultados de nuevas exploraciones, pueden sexualizarse y manifestarse en una simple respuesta fisiológica.

El CEO canadiense, lejos de su esposa y atrapado en un matrimonio distante y sin amor (“Hubo un punto en su matrimonio en el que la palabra amor se tornó en contrato.”)[6], sublima su deseo en el orden social del trabajo, pero más específicamente en el comportamiento corporativo agresivo y la codicia personal, pero cuando se revelan los resultados de nuevos depósitos de litio más grandes de lo esperado, lo que había sido sublimado en el trabajo regresa (el retorno de lo reprimido Freudiano) como un impulso sexual.

Para decirlo con Deleuze & Guattari, todo es objetivo o subjetivo, tal como se quiera. “La distinción que hay que hacer no es objetiva o subjetiva: la distinción que hay que hacer pasa a la propia infraestructura económica y a sus inversiones”. La economía (inversión) libidinal no es menos objetiva que la economía política, y la política no es menos subjetiva que la libidinal, aunque ambas correspondan a dos modos de diferentes inversiones de la misma realidad como realidad social.”[7]

¡Qué mejor término que inversión libidinal! Al fin y al cabo, las inversiones de la Sonora Lithium son tanto económicas como libidinales.

Hay algo que destacar aquí: entender el deseo más allá de la lógica de la carencia (lack) y del deseo hetero/homosexual convencional. Mejor entenderlo quizás como un flujo libidinal que se activa incluso en los contextos más asexuales. En efecto, siguiendo a Deleuze & Guattari, una transacción bancaria o bursátil, un cupón, un crédito, puede conmover a personas que no son necesariamente banqueros. En la oleada de deseo, estos personajes están representando visiblemente los flujos de todo tipo de flujos libidinales-inconscientes. Pero los flujos pueden tener consecuencias terribles: “el deseo está presente allí donde algo fluye y corre, arrastrando consigo a los sujetos interesados ​​hacia destinos letales.”[8]

Los flujos imaginados de litio activan flujos biológicos internos en los cuerpos de los personajes involucrados y a su vez una serie de afectos que los impulsan a satisfacer lo que veíamos como insatisfactorio, los sujetos capitalistas experimentan la satisfacción misma como insatisfactoria. A esto se suma el elemento de urgencia. “El tiempo ya no es dinero, el tiempo es litio.”[9] Ese efecto añadido de urgencia empuja a los sujetos a sus límites físicos y mentales en la carrera por asegurar los derechos del litio o iniciar la producción. Es un afecto compuesto, una mezcla de deseo con prisa, principio de placer destructivo junto con la escasez de reflexión que se permite bajo la premisa de la inmediatez y la ilusión creada de una oportunidad fugaz.

5 – Sujetos anti-extractivistas

Los flujos, como se mencionó antes, se extienden como radículas o tal como las ramificaciones de una raíz: sin ninguna dirección predeterminada o en particular y con una intensidad caótica. A mitad de la novela escuchamos sobre Julie, la hija mayor de Guy Chamberlain. Como activista ambiental comprometida, desafía a su padre con una franqueza y claridad inusuales; los hace callar al equiparar su estatus familiar medio alto que vive en Westmount, Montreal con la destrucción de tierras y ecosistemas remotos. Julie abandona su cómoda vida burguesa para trabajar en una comuna radical socialista en la zona rural de Quebec: en otras palabras, mapeamos la transición de un sujeto activista a uno fundamentalista. Julie no tolera vivir bajo el apoyo financiero de su padre, un apoyo derivado de su salario corporativo: “Este lugar ya no es mi hogar. Moralmente, no puedo permitirme vivir aquí, incluso si lo intentara. Esta casa es un insulto a la Tierra. Esta y todas las casas de Westmount, y de Canadá, están construidas sobre la explotación irracional de la tierra, el exterminio de otras especies y la miseria de dos tercios de la humanidad.”[10] Poco después Julie escapa; su familia no sabe nada de ella durante algunas semanas, su padre, Guy Chamberlain, solicita una licencia intempestiva para ayudar en la búsqueda de su hija por todo Quebec, pero debido a los acontecimientos en México, y su ausencia, lo despiden. Más tarde nos enteramos de que Julie fue arrestada “por daños a la propiedad privada y daños económicos.” Ella y sus amigos radicales liberaron cientos de bisontes de una granja en Val-d’Or y luego fueron capturados por la policía.

Chamberlain está capturado en una contradicción. Una situación muy real que atañe a muchos profesionales que trabajan en la minería. Acusados ​​por los juicios ambientalistas de sus hijos o por sentimientos de culpa y valores en contradicción, a muchos profesionales de la minería se les dificulta cada vez más la decisión de seguir laborando en aras de la destrucción de la tierra.

De vuelta en México y hacia las páginas finales, la violencia cierra el círculo narrativo y los flujos de intenso deseo nos llevan a lugares (intensamente) no deseados. Las familias locales, enfurecidas por haber sido expulsadas y ver sus propiedades destruidas, deciden en embarcarse en un flujo de (auto)destrucción. María Antonia conduce hasta la comisaría y le dispara al policía y al alcalde por odio, por ser unos “vendidos” pero también por su frustración, por su inactividad y corrupción. Después de disparar, deja caer el arma y se sienta en la acera esperando ser arrestada.

Y aquí nos topamos con el eslabón retratado en el post anterior (Oaxaca o los secretos del diablo) en tanto concebimos cosas, objetos, procesos, flujos, cuerpos como “biproductos” (de otras cosas, cuerpos u objetos) y no como esencias en sí. Es decir, la pregunta que nos interesa sobre el origen de las cosas: las cosas que hoy se ven (terminadas, concretas, lógicas) como largo devenir de una serie impulsos, gestos, trazas opuestas a través de años y décadas: (de)evolución de procesos en otros procesos, de objetos en su contrario, de gestos como reliquias de lo que alguna vez fue intención/funcionalidad pura.

Personajes como María Antonia o Julie trazan una línea que nos llevara a comprender la bipolaridad de comportamientos en un mundo empujado hacia los límites de las propias condiciones de su existencia. En la actual carrera para conseguir, procesar y producir baterías de litio (una carrera para salvar al planeta de la carrera misma), la subjetividad deviene en psicótismos y las acciones en esquizofrénia. El activista se vuelve fanático del mismo modo que el sistema de extracción se convierte en un sistema de fanatismo donde el principio máximo de eficiencia pura concibe y a la vez rechaza al anterior. El neoliberalismo ha producido o al menos está en camino de producir las condiciones para sus propios antagonismos finales, –afectos postapocalípticos.[11] Ha condicionado o modulado a los sujetos modernos para que sean tan fanáticos como el sistema mismo (a favor o en contra). Ante los ojos de Julie, defensora de la tierra, o de los mexicanos decididos a no abandonar su tierra, el fanatismo es la única opción, el único lenguaje que una versión fanática del neoliberalismo actual les permite iterar. El recurso a la ley es inútil, la ley simplemente repite y reproduce lo que el capital ya ha establecido. En el último capítulo, los excesos creados por nuestra interfaz con el litio y su operatividad dentro de las condiciones actuales de producción y recompensa inundaron los comportamientos de los personajes de forma letal.

A nivel literario el mérito del autor Imanol Caneyada es imaginar y elaborar una trama a partir de un conjunto de hechos que no sucedieron, o que aún no han sucedido y al mismo tiempo trazar o anticipar una secuencia de acciones que aún no se materializan: parece tan plausible, casi inevitable. Quizás el texto se haga realidad en los próximos años. Por ahora, el litio en México no es un recurso maldito, ni una oportunidad para saltar a una tecno-utopía, sino simplemente una imagen no realizada.

En el plano social, Litio debería alertarnos sobre futuros latinoamericanos de fanatismos mutuamente provocados donde los extremos del mercado y el secuestro del Estado producen una fuga de sujetos hacia destinos letales.

Como sabemos, la demanda por las energías “verdes,” y por los metales que la permiten (energía limpia) se va a disparar. Y esta carrera, en palabras de Christopher Pollon, significará que la carrera será aún más despiadada, a pesar de llevarse a cabo y justificarse como un esfuerzo por descarbonizar el planeta, por salvar el planeta.[12] No sólo habrá más destrucción, sino que habrá más presión sobre los más vulnerables, los pueblos indígenas que viven cerca o sobre las tierras que contienen estos metales. En cierto modo, estamos ante la paradoja clásica de la modernidad: destruir el mundo para salvarlo; en términos más precisos, destruir un mundo y sus pueblos, valores, tierras y especies para sostener otro y sus respectivos pueblos, valores, tierras y especies.

Y para nuestro caso particular como académicos latinoamericanos (en su mayoría), significa la destrucción del mundo del que venimos para mantener y sostener el mundo en el que vivimos.


[1] Imanol Caneyada, Litio (Editorial Planeta: Mexico), 165.

[2] Definición derivada del “Oxford Languages Dictionary”

[3] Ver “Good Economy, Negative Vibes: The Story Continues, April 8, 2024 by Paul Krugman” enlace disponible en https://www.nytimes.com/2024/04/08/opinion/economy-vibes.html

[4] Donald V. Kingsbury (2022): “Lithium’s buzz: extractivism between booms in Bolivia, Argentina, and Chile.” Cultural Studies, DOI: 10.1080/09502386.2022.2034909 (Mi traducción)

[5] Gilles Deleuze & Felix Guattari, Anti-Oedipus: Capitalism and Schizophrenia (Minnesotta UP 1983), 63.

[6] Imanol Caneyada, Litio (Editorial Planeta Mexico), 157.

[7] Gilles Deleuze & Felix Guattari, Anti-Oedipus, 345

[8]Gilles Deleuze & Felix Guattari, Anti-Oedipus, 103-104.

[9] Imanol Caneyada, Litio 213.

[10] Imanol Caneyada, Litio 120.

[11] Sigo una línea de pensamiento parecida a la de Jon Beasley Murray con respecto al caracter “fanatizador” del orden propio del neoliberalismo en Posthegemony, Political Theory and Latin America, 113.

[12] Ver Pitfall: The Race to Mine the World’s Most Vulnerable Places de Christopher Pollon.

Oaxaca o los secretos del diablo

¿Es posible que las cosas tengan un origen casi opuesto? Es decir, ¿es posible que un afecto positivo tenga su origen en una afecto negativo? O que la paz tenga su origen en la guerra? 

Es la vieja pregunta dialéctica que muchos filósofos se planteaban. Quizás sí. Quizás habrá procesos que empiezan en A y terminan en Z, como si alguien empezara con la intención de pintar un muro blanco pero terminara negro.

Pero también hay procesos que quizá son menos directos. Digamos, procesos que morfan de manera aleatoria, así como el viento o una como una raíz, un tubérculo, los más técnicos dirán: un rizoma. Es otra vieja pregunta que ha intrigado a los pensadores que no concurren con la explicación estrechamente determinista, i.e., la teleología. 

Habrá procesos de todo tipo y al decir de Trotsky, disparejos y combinados. Procesos vitales, de cómo un individuo forma y es formado por su realidad, de como un ritual se gesta y con el paso del tiempo se forma, deforma y reforma. (¿Al final qué es un proceso? ¿Qué hace un proceso? ¿Por qué pensamos en forma de procesos cosas que parecen no tener proceso?) 

Si el lector no ha entendido hasta ahora, no hay que alarmarse. Esa introducción va a aclararse pronto. Este escrito es solo un vehículo para narrar mi reciente visita a la ciudad de Oaxaca, México. Como buen despistado, decidí viajar a México y específicamente unos días a Oaxaca, en el sur-occidente-centro (este país descentra los puntos cardinales fácilmente) debido a que un amigo y colega iba a estar allá en esos días y la promesa de unos “mezcalitos y unos tacos” fue difícil de ignorar. A veces, el hilo de una voz por teléfono, una invitación para compartir un momento y un par de imágenes poéticas bastan para emocionarse y empezar a fantasear acerca de destinos desconocidos: los afectos y las palabras, o los afectos de las palabras. 

Llegué a Oaxaca sin saber que llegaba en la cúspide de su celebración máxima, la famosa Guelaguetza. Una feria total que (según dicen los leídos es la mayor fiesta folclórica del continente americano) dura un mes o dos, e incluye danzas, desfiles, música, presentaciones de teatro, talleres sobre oficios (orfebrería, alfarería, confecciones), ferias de comidas de toda la región, juegos de pirotécnica, y sobre todo mucha energía. Una energía voraz que fluye, golpea y rebota por las calles y los muros de la ciudad.

Si pensamos la festividad en términos de energía se podría imaginar un flujo voraz que consume tanto a extranjeros como nativos, sea en danzas, en nuevas experiencias táctiles y creativas (la gente anda ansiosa de aprender de artes, oficios, etc.) en expectación o en el deseo de adentrarse al otro por medio de diferentes vías, tal como el sol inicia ese flujo de energía salvaje donde cada forma de vida se conecta con esa energía primaria de forma diferente: hierba, hambre, viento, germinación, estampida, instinto.

Como a muchos viajeros ingenuos y fascinados por México me volqué sin cuidado a probar todo lo que me ofrecían: platillos, bebidas y postres. Naturalmente a la mañana siguiente amanecí con indigestión. Decir indigestión es un eufemismo. La cuestión era mucho peor, pero evito los detalles. En todo caso, pasé 3 días lívido y sin ánimos de vivir. Desayunaba agua, almorzaba un pan y de cena unas papas fritas. Sentí como muchos antes de mi, especialmente los visitantes del norte, gringos, europeos y canadienses la famosa venganza de Moctezuma. Será la venganza por haberlos conquistado, una venganza sutil e ingeniosa, acepta nuestra ofrenda y come: luego estarás enfermo, una suerte de justica divina, o justica gastronómica. Pero pensándolo bien ¿de qué chingados se venga Moctezuma con un colombianito como yo? ¿O será que Moctezuma me exorciza lo gringo por medio de la diarrea?[1]

Esa condición cambió mi experiencia de la ciudad y en específico de la Guelaguetza. 

En lugar de incorporarme a la energía y al caos particular de esas celebraciones populares, me sentía como un fantasma pasando de largo por esas calles efervescentes. Naturalmente, la promesa del mezcal y los tacos no se dio. Y para mis adentros maldecía el desorden general que se produce en cualquier pueblo en ferias.   

Pero quizás la energía y el caos descrito estaba en mi, solo que de otra forma: gracias a la diarrea ya estaba más en sintonía con el caos, con los fantasmas mismos que habitan esas fiestas y esos mundos del sur. 

Terremoto/diarrea/conquista/flujo

Pero acá volvemos al principio del texto. La Guelaguetza, no es solamente una gran feria, es en realidad un evento con un origen -y hasta un punto esto se retiene- que radica en lo opuesto, en una tragedia general que destruyó el pueblo y sus alrededores. En 1931, un terremoto de 7.8 grados (filmado por el cineasta Sergei Einsestein) derrumbó los edificios coloniales y produjo el colapso de la población. A manera de apoyo, las diferentes comunidades indígenas del área acudieron a socorrer trayendo consigo maíz, velas, y pan. En el estado de Oaxaca habitan aproximadamente 17 grupos étnicos indígenas! y uno afro con lenguas y tradiciones divergentes. Estos pueblos desde entonces celebran la Guelaguetza, (que en el idioma zapoteca significa “cooperación”) se sincretiza con las celebraciones a la Virgen del Carmen. Entonces, la fiesta colectiva más formidable del continente tiene su origen en su antítesis, en lo inexplicable de la muerte, el duelo y la pobreza. Algunos argumentan que la Guelaguetza debería continuar una tradición de cooperar, de solidaridad entre y para los que habitan ese estado. Se oponen al perfil lucrativo que ha cobrado a partir de los últimos 20 años. Otros ven el turismo como una herramienta hacia la modernidad y la prosperidad.

Pero lo que se regala no siempre es gratis. El don, el regalo (el no-regalo) beneficia al que lo recibe, pero también lo compromete. El “recibir” en las comunidades de Oaxaca implica una carga, una responsabilidad futura, un “dar” de vuelta diferido, un dar de vuelta sin saber cuando, ni cuanto, pero contiene en su acto, una deuda. Tal como la Guelaguetza que inició como destitución y es ahora carnaval y abundancia, el recibir en el mismo contexto implica el dar de vuelta en el futuro. Y el dar no siempre es dar de manera material, es más un sentido de “quedar en deuda” y un tanto comprometido en lo que se tenga que hacer u opinar en lo que venga.   

El indio quiere casarse con su enamorada, la comunidad es consultada y se niega a dar el permiso, el indio no puede rebelarse, su familia sobrevivió debido a la ayuda de la comunidad luego del terremoto, esta en deuda con la comunidad y escaparse seria traicionar a su familia quien quedaría a merced de la ira de los ancianos. Su autonomía se recorta.

El movimiento en el futuro (la fantasía, el deseo) se ralentiza, la autonomía se compromete y se merma, las posibilidades se cierran, quizás solo un poco, el deseo, los afectos se territorializan, es decir lo fluido se va a congelar, no sabemos cuándo pero sabemos que pasará y nos “atará (un poco) las manos” un poco.

Sin embargo, esos vectores de fuerza que nos atraviesan, a veces oprimen, deshacen esperanzas, obligan a repensar itinerarios pero también generan posibilidades inesperadas, creatividades insospechadas; los más duchos deshacen las ataduras, o las vuelven moños a lo mejor.     

En ese re-ubicarse es donde surge lo que algunos llaman ingenio. 

Pero no todo en Oaxaca fue fiesta. También hubo lugares, momentos y objetos. Escuchando a guías turísticos y locales detecté con más cautela y detenimiento las contradicciones que nos atraviesan. En cierto tour por los talleres de mezcal se escucha decir al guía que durante la Guelaguetza los habitantes de las comunidades más rurales “bajan” del cerro para participar en la celebración general. El verbo “bajar” usado en ese contexto, como quien describe algo natural que baja por leyes naturales como la gravedad, como quien dice “los borregos bajan” (por instinto) o “el agua baja de las cimas” de repente es capaz de describir muy bien el movimiento que se quiere comunicar, (al final los lugareños efectivamente bajan) pero al mismo tiempo más allá de pensar, la palabra hace sentir que estos habitantes son parte del paisaje, algo natural, y hay que recordar que de lo “natural” a lo “salvaje” solo hay un paso. 

“Pareces indio bajado del cerro a tamborazos.”

A lo sumo y en el mejor de los casos se describe algo natural y admirable, en el peor, un mero inconveniente. Quizás más importante que esta alusión menor es el hecho de que no hemos salido de este paradigma y seguimos interpretando la realidad y en específico el encuentro entre occidentales o gente de la ciudad e indígenas o gente del campo usando el mismo sistema. Los liberales dirían que seguimos habitando dentro y contra sociedades profundamente poscoloniales, donde las ideas de diferencia racial/cultural continúan profundamente arraigadas en los sistemas legales, políticos y administrativos.

Las cosas territorializan las palabras y a su vez, las palabras territorializan las cosas.     

Como se sabe, los cerros y las montañas eran/son sitios clave para ejercer resistencia. Hay que recordar que esto no es exclusivo de México. Hay algo que dan las montañas a la gente que busca refugio, y que a la vez, configura su relación con esos espacios desde un arriba/abajo, una relación de cuidado reciproco, yo te cuido y tu me proteges de los invasores, una relación de complicidad, yo te cuido y tu me escondes entre los arbustos: el Che en Bolivia, los miembros del  FMLN en las montañas de El Salvador, las FARC en los andes del interior de Colombia y tantos mas.

Entre otros objetos que hay que mencionar se encuentra la visita al Árbol del Tule, el árbol con el diámetro de tronco más grande del mundo y uno de los más viejos. En una época donde abrazarse a un árbol es símbolo de abrazarse a la vida como quien se aferra a un salvavidas, cómo no aprovechar la cercanía y viajar a conocer la planta mayor? El árbol se encuentra frente al atrio de una pequeña iglesia en el pueblo de Santa María del Tule. La anticipación, como siempre, es desfalcada por la realidad y la experiencia de inmediatez es arruinada por los comerciantes, el calor, los colores chillones de las prendas de los locales, los gritos de niños que indican ridículas figuras que encuentran en los troncos con voces igualmente chillonas: “el duende… el mono… la bruja…”

Sin embargo, algo lo detiene a uno y con cuidado se puede oír lo que para otros no se puede oír, o digamos sentir lo que otros pasan por alto, uno puede pescar momentos de inesperada belleza. Mientras yo trataba de ignorar los gritos de los comerciantes, logre “entre oír” como quien “entrevé” algo entre las ramas, la voz tenue de mi amigo, el de los tequilas, diciéndole a su hijo, (un impaciente chaval de 12 años), o quizás enseñándole a ser, enseñándole a ignorar los gritos que yo no podía apartar de mi consciente, o mostrándole como estar sin necesidad de atiborrarse de quejas internas y descontento (como lo hago yo ya por costumbre).

Ser y estar en el momento y en consonancia con el mismo es algo más difícil de lo que nos imaginamos. Su voz hilaba las palabras bellísimas, “acarícialo hijo, dale gracias por la sombra que nos da, dale gracias por la frescura…” En ese momento la lección para el chico de 12 parecía que me podía servir más a mi que a cualquier otra persona. Este es quizás el reto más saliente cuando uno se entra en inmediatez con lugares o con arte con el que no hay resonancia; objetos con los cuales, o circunstancias que los rodean con las que no logramos empatar nuestra conciencia o nuestra capacidad de ser y sentir.     

Mi estancia en Oaxaca duró muy poco, unos cuantos días son solo un algo fugaz y al final no queda mucho: solo fragmentos, unas cuantas fotografías y las imágenes plasmadas en un texto: los cactus imponentes y callados, vueltos casi piedra, un barrido de nubes en el cielo que anuncia un temblor, una canción, doce flores violetas, y lo incomprensible, miles de secretos que ya murieron, secretos entre uno, dios y el diablo; o quizás nada mas que secretos entre uno y los muertos.  

“Cuidado y que no se le suban las hormigas.”


[1] Una propuesta interesante seria relacionar la diarrea con la conquista/colonia. Quizás el Otro y la forzada inserción de él en el naciente orden del capitalismo global, aquello que el “imperio” se traga, precisamente le causa diarrea? ¿Aquello a la mano (oro, plata, mano de obra gratis, o casi gratis, maderas, tierras sin fin: América), pero que desbarata el proceso mismo de alimentación, nutrición, o mejor dicho de consolidación de imperio blanco, cristiano e hispanohablante? El flujo debe fijarse para que los nutrientes sean atrapados y procesados por el cuerpo, sino el cuerpo se deshidrata. La burocracia imperial, el indio que no se doblega, el pirata que abre nuevas grietas en esos flujos, el judío (marrano) que no se convierte, arquitectura y fisura, territorio y goteras, la voluntad y la realidad.   

Always from somewhere else: stories of displacement and (un)-belonging in Vancouver

When you visit the local section of any bookstore in Vancouver you will find the titles both simple and repetitive, and they will fall in the following categories: trails in British Columbia, architecture of Vancouver and some anthologies of local artists, photographers and visual artists –mostly already canonical and dead. You may also find indigenous legends and stories that tell about their cosmogenesis through drawings and designs.    

There’s plenty of information about the nature and the past. However there’s not a single volume about the people of Vancouver in the present. There is some “historical” or mystery/crime novels a la Eve Lazarus, there’s also historical idealized accounts of Vancouver from back when it was a “real Canadian city” (read: white), photographs of everyday life embodying the the nostalgia of the golden 1950’s, young and hairy SFU students protesting against the Vietnam war, or the melancholy of a parochial life now lost. In any case there seems to be no interest in the people that share and perform the city every day and every week.  

But the fact is that there’s no current Vancouverite stories. There’s no people in the present worth writing about or perhaps not even worth thinking about. There’s long dead people worth reading about but there’s no interest in learning about the current day Vancouverites. It seems that nature and architecture are the only topics deemed of interest for the reader today.  

I wonder why this is the case? Why in a city so “diverse” and “dynamic” there’s seems to be a lack of interest in ourselves, in our past and what led us to this place?  Perhaps we’re all too consumed by work and there’s no time for indulging in this non-profitable interest. Perhaps there’s no desire to listen to each other or maybe we only do when it’s about how depressing the weather is or how difficult it is to afford a house. Perhaps we’re all too used and shaped by a habit of keeping to our business and out of other peoples’ lives. Or it may be that we are so prejudiced against each other that we simply find no interest in our neighbors –much less in the the newly arrived, the other. It may be the case that the city is not so dynamic or diverse after all, or that even with diversity we find no real reason to learn about our neighbors and weave a community. Time is always scarce, bonding needs are always tamed and suppressed. Introversion and a thinly disguised laziness win over the act of opening not to simply meet new people, but to prospect of creating habits that lead to friendships.   

Learning about this, but mostly feeling it led me to ask myself about Canadian societies, the impact of immigration, and probe for possible answers to this lack of interest.

As a result of this I decided to write a sort of ethnography and compile a critical exploration of different immigrants to Canada specifically to Vancouver who have found a place where they could begin a new life. My goal is to interview and to write about people who share a common thread: movement, reinventing oneself, and pushing the boundaries of their known worlds. These are individuals, who hail from many diverse countries and backgrounds and who have dedicated their efforts to discover new worlds for themselves and their dreams. Some have chosen Vancouver other have adopted as their permanent home by chance or circumstance, but all have been successful in creating something new based and inspired by the city.

All of them have had past lives that often go unsung. Some sailed across the Atlantic, or Pacific Oceans, other served in their national military, others had their fair share of odd jobs that added colour and texture to the fabric of their lives. When we live long enough as is the case these days, we can live many different lives, and these lives are often forgotten in our rush to growth professionally, to have a standard career, with a standard CV. The persons I write about are in reality many more than initially thought. They, like most of us, have learned to morph, to find new vocabularies, to create from scratch and from the past.

My goal is not to produce a text that is focused only on struggle and misfortune but to achieve a combination of struggles and successes. Not all newcomers suffer equally and some perhaps do not suffer at all but they still have something to say about their experiences. I plan to include a cross-cut of Vancouver society by included privileged voices as well as those we tend to ignore. I will include the experiences of denizens of the East Side, as well as those of West Point Grey and Shaughnessy.

Although these are stories of immigrants and I highlight the dynamism of their lives there’s a paradox at the heart of the project. There’s a contradiction that resides in my documenting project as well as in their many past trips and movements. Their lives have found a place to rest and growth. The constant movement that has characterized their lives is now finish and the city has allowed them or coerced them into settling and cultivating in one place. Likewise, the book, which is concerned with movements and life changing events is written from a place and anchors their experiences or their encounters with the author in specific concrete places. Perhaps the past was movement, and the present is permanence in one place. Perhaps not, their journey is still unfolding, and Vancouver may be a temporary place in their overall vital experience.

Why this project? Vancouver is a city that needs social and interpersonal integration. We often hear about the beauty of the city and its surroundings. But seem to forget or underplay the equally recurring complains and expressions of disappointment, dissatisfactions with the social life of the city. It seems that the visible beauty of the city is analogue to the invisible discontent many feel. I believe that reading about others’ stories can help close the gap that sometimes separate us as individuals with different backgrounds and experiences. 

By reading about the struggles and life journeys of others we can empathize with them and understand them better. Understanding of different habits and behaviors is the first step towards reducing prejudices and negative predispositions. I have been living as an immigrant for the most part of my life. I lived ten years in the United States and seven years in Vancouver. My experience as an observer of social dynamics between “native” or “locals” vis-à-vis immigrants allows me to identify patterns and differences and places me in a position to better understand the nature of this relationship and propose new ways to improve it.   

I believe the city could benefit from this project because it will remind us that we are humans that we share many values and that all of us harness all our efforts from similar goals: we seek for safety, education, growth and prosperity. Once the book is finished my next goal is to submit an exhibition proposal to the Museum of Vancouver to create an exhibition that adding photographs and visual art to selected fragments of my text and make these project more accessible and “visual” to wider audiences.

As a trained historian, I am aware of the historical injustices committed towards minority indigenous groups in British Columbia, Canada and all of America, North, Central and South. In addition, my background as a product of the Colombian conflict made me painfully aware that these experiences are real and still happening. These injustices not only affected the social but the aesthetic. Hence my project will strive to include voices of under-represented communities: racialized minorities, religious minorities, and women of color. I believe that art and representation are powerful tools when advancing common goals such as inclusion and diversity. My goal is to create a text that resembles the faces of Vancouverites in all their multiplicity and splendor.

I believe that my project has potential for advancing the goals of so called “reconciliation” due to the fact that it directly highlights the “newcomer” nature of the subjects and makes evident the need to be cognizant of the land in which they built their lives and the ways in which it was appropriated by earlier settlers. Once this connection is clear the audience will draw their own conclusions about the need and the nature of reconciliation with the indigenous and original stewards of the land. I will conclude each interview by asking them what is the meaning of achieving their dreams in this city and how they reconcile their personal gains with the latent violence of original expulsion and destitution of the first nations inhabiting the territory.

In the next few weeks I will be posting excerpts of the profiles I chose to interview. Men and women from different backgrounds, belonging to different generations and with differing points of view regarding life in Canada, and in Vancouver. You might find yourself in one of these posts, but if you don’t, you can still be a part of this by sharing any suggestion or idea or complaint. Feel free to write to my email found in the About section of this blog with ideas or reservations.

La peste de Cien años de soledad regresa con furor

En los primeros capítulos de Cien años de soledad, el narrador nos relata sobre dos pestes consecutivas que afectan a los residentes de Macondo. La primera es la peste del insomnio que conduce directamente a la peste del olvido. Durante la primera peste, surge un insomnio generalizado: los habitantes de Macondo repentinamente se encuentran en un periodo de actividad incesante en el cual construyen gran parte de la infraestructura del pueblo y se interesan, especialmente el joven protagonista Aureliano Buendía, en la artesanía y la técnica. Durante la segunda los habitantes del asentamiento pierden la memoria y se sumergen en una especie de “idiotez sin pasado.” [1]

Al principio nadie entendió la alarma sobre la peste. Cuando los habitantes de Macondo se enteran acerca de la llegada de la peste, se alegran pues razonan que así tendrán mas tiempo para trabajar y no perderán tiempo precioso en dormir. Si no volvemos a dormir, mejor –decía José Arcadio Buendía, de buen humor. Así nos rendirá más la vida.

“Pero lo más temible de la enfermedad del insomnio no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguno, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido. Cuando el enfermo se acostumbraba a su estado de vigilia, empezaban a borrarse de su memoria los recuerdos de la infancia, luego el nombre y la noción de las cosas, y por último la identidad de las personas y aun la conciencia del propio ser, hasta hundirse en una especie de idiotez sin pasado.”

Una vez que la peste entra en casa, nadie escapa. Lentamente Macondo se da cuenta que la peste no solo les permite trabajar más, sino que poco a poco, la memoria se va atrofiando y no logran conjurar ni recuerdos, ni pensamiento.

En la novela, García Márquez se deshace de las pestes casi apocalípticas que azotan a Macondo de forma bastante simple, pero ingeniosa. La solución para estas plagas es sencilla y nos refiere al mundo de los muertos y su archivo. En otras palabras, la historia. Recordemos que la solución a los problemas de Macondo no consiste en ingerir una pócima o realizar algún tipo de maniobra, en cambio ésta ha de ser encontrada en el inframundo. Es solo después de la llegada de Melquiades, debido a su aburrimiento crónico en el mundo de los muertos, que los Macondinos se mejoran.

“Melquiades abrió la maleta atiborrada de objetos indescifrables, y de entre ellos sacó un maletín con muchos frascos. Le dio a beber a José Arcadio Buendía una sustancia de color apacible, y la luz se hizo en su memoria. Los ojos se le humedecieron de llanto, antes de verse a sí mismo en una sala absurda donde los objetos estaban marcados, y antes de avergonzarse de las solemnes tonterías escritas en las paredes, y aun antes de reconocer al recién llegado en un deslumbrante resplandor de alegría. Era Melquíades. Mientras Macondo celebraba la reconquista de los recuerdos, José Arcadio Buendía y Melquíades le sacudieron el polvo a su vieja amistad.”[2]

Para García Márquez, paradójicamente, la medicina contra la enfermedad del olvido se localiza en el mundo de los muertos. De acuerdo al autor, la solución para los problemas de la memoria de Macondo, (o para su Latinoamérica contemporánea) para su falta de conciencia histórica o su imagen fragmentada—nuestro presente anti-histórico—se encuentra en el pasado en el archivo cultural.

Es difícil conjeturar que pensaría García Márquez si estuviera vivo hoy. No creo que tuviera que opinar, o si lo hiciera no sería algo de mucha importancia. Otros dirían que se mantendría asentado en su lección moral ya esbozada en los capítulos sobre la peste. Y otros que prescribiría algo distinto: los tiempos cambian y con ellos los problemas. Sin embargo, hay algo en su estudio del cansancio y el olvido que quisiera comentar. Si bien es cierto que los problemas que estudió García Márquez eran otros también hay que pensar que sí, los problemas pueden ser nuevos, pero si son efecto de condiciones que no han cambiado entonces no son tan nuevos.

Los problemas que se presentan como nuevos no lo son del todo, son mas bien diferentes. Hay diferencia con algo que vino antes y por eso se puede señalar “una “diferencia” con respecto a X”. Quizás el viejo Gabo nos remitiera a Cien años de soledad, o a otra de sus obras, a lecturas donde la peste sea literal o metafórica, nunca lo sabremos. Lo que es cierto es que el insomnio y el olvido no han quedado relegados en las paginas de la novela sino que por el contrario se han constituido como el efecto y resultado de la obsesión neoliberal con producir y reproducir, cosificar y comodificar hasta el ultimo rincón de la vida humana y no-humana.

Quizás la peste del olvido no haya desaparecido sino por el contrario se haya globalizado como todo lo que producimos y con más furia aun desde los últimos 30 años. Quizás el Covid no sea sino consecuencia de vivir con estas pestes como si no supiéramos que nos asechaban. Quizás el Covid no sea sino consecuencia de ignorar a y con propósito la salvajada que se sanciona contra el planeta todos los días.  

Y es esta peste del olvido, peste de una idiotez sin pasado, la que creo que nos llevo a la peste actual. El Covid es el símbolo de nuestra incapacidad para recordar, y para actuar sobre ese saber. Lo que evidencia el Covid es que somos una sociedad sin memoria. Algunos ya nos habían avisado sobre la posibilidad de este escenario pero preferimos ignorarlos, otros nos advirtieron que la alta tasa de variación de los agentes virales nos hacían mas susceptibles a caer enfermos rindiendo nuestros antibióticos inútiles. También los ignoramos.

La peste del insomnio que condujo a la peste del olvido en Macondo es lo que le ha pasado al mundo. Vivimos en un mundo con amnesia, con fatiga crónica (siguiendo a Byung-Chul Han) y aficionada al riesgo (como nos recuerda Ulrich Beck). Esta sociedad agotada por el trabajo sin fin, y sin tiempo para pensar, es la misma que describe García Márquez en Macondo. Es una sociedad que aparte de enferma parece tonta al recibir el insomnio como don y propagarlo como virtud. La sociedad del rendimiento del “high performance” está pagando por sus excesos. Sus metas y objetivos, su obsesión por los resultados, su lenguaje de proyectos y devoción por extraer sin piedad han conducido a un impase existencial.  

El Covid nos llevo al límite de una experiencia planetaria que va del insomnio al olvido general y del olvido a la destrucción de la vida y al final a la venganza de lo animal sobre lo humano. El Covid nos recuerda que no somos el sujeto soberano por encima de cualquier red natural (fantasía de las teorías políticas liberales y doxa neoliberal). El Covid nos recuerda que la vida puede y se está tornando en nuestra contra. El Covid nos recuerda que el insomnio y el olvido, más que ventajas como las recibieron los habitantes de Macondo, son castigos que muchos abrazaron ciegamente en el nombre de la prosperidad material. Esta prosperidad resultó cara al final: la vida no-humana reclamando lo que alguna vez fue suyo, (imágenes de delfines y aves) parecen una dulce bofetada en la cara de los que toman o no las decisiones. Sí, reclamar, porque si hay confinamiento hay reclamo.

Es irónico que ahora ellos mismos, los políticos, los banqueros, los altos directivos se “humanizan” y aparecen como gente, “somos como tú y yo.” Nos piden que acatemos sus tardíos planes de contención, que no agravemos su incompetencia haciendo algo descabellado como abrazar a alguien, o planear una inocente reunión. Nos piden, en otras palabras, que suspendamos nuestra forma de vida y el ritmo económico de la sociedad con el fin de aislar el virus, pero también para que su insuficiencia no quede al desnudo. Nos exhortan a volvernos zombies domésticos para no acrecentar el tamaño de sus errores pasados. Como si fuera poco también, nos piden recomendaciones literarias: Qué leer? Cómo interpretar La peste de Camus? Que películas hablan de pandemias?

Hace apenas unos meses a nadie le importaba un chingo que había escrito Camus, o Defoe o Conrad. Es más, hace unos meses no más la opinión general era algo así como: “Para qué estudiar literatura, para qué perder el tiempo leyendo novelas, incluso aún, quién lee hoy día?” Hace unos meses el mundo entero andaba obsesionado con sus pendejadas de “Hunger Games” y “Games of Thrones” y eso. Que un banquero o un político venga a mostrarnos lo que lee, importa poco. Mas serviría que hubieran hecho lo necesario para prevenir que el brote surgiera y luego se saliera de control. Pero prevenir no genera ganancias, ni capital político, ni siquiera simbólico porque no es sexy. Como en Macondo, cada cual siguió con lo suyo hasta que el virus toco la piel de un humano. 


[1] Gabriel García Márquez, Cien años de soledad (Catedra: Madrid), 136. Es difícil no pensar en el famoso pasaje de Nietzsche donde elabora su concepto de “active forgetting” o “olvido activo” usando la imagen de un bovino que olvida constantemente su conciencia de si mismo.  

[2] Cien años de soledad, 143.

Historia de rocas

Yo estudio los minerales convertidos en historias. Mi tesis se pregunta qué es la literatura minera y por qué hay una literatura preocupada por metales, preocupada por hombres y mujeres consumidos por estos elementos y por países enteros dedicados a fabricar polvo que como dice el protagonista de En las tierras de Potosí, “el país [Bolivia] se reduce a ser una inmensa fábrica de polvo” (Mendoza, 52). 

Yo estudio cómo y de qué manera narradores y narradoras diversas clases y países se han interesado por entender la circulación de estos cuerpos, la valoración de la materia dentro de la lógica del equivalente general: en otras palabras, la dinámica de los metales y una constelación de objetos que los orbitan. Esta materia, formada bajo presiones y temperaturas extraordinarias, es la misma que se encadena dentro del aparato de (re)producción capitalista global en nuestra región latinoamericana desde el siglo XVI a través del despegue del imperio español y el despojo y acumulación subsecuente.   

Esta materia, oros, metales pesados, minerales, salitres, sales, piedras preciosas y semipreciosas etc., han echado a rodar la maquinaria del imperio y de la naciente modernidad de manera violenta pero productiva, rapaz pero fascinante en la inserción del subsuelo dentro del frenético baile de las mercancías del siglo diecinueve. 

Esta materia (encadenada dentro del intercambio) también ha activado la producción de historias –en tanto profesionales como no–, que nos revelan algo (y al mismo tiempo nada) sobre la fascinación humana con lo no-vivo, con lo natural-inerte, con la materia más básica y más simple: el elemento, los bloques que forman montañas, los volcanes que violentamente conjuran la materia en sus tres estados, los desiertos parecen albergar no-vida, pero esconden–como en el caso del norte de Chile–verdaderos reservorios de estímulo vital en forma de fertilizantes, las sierras interminables del Perú que instalan en sus cantores una suerte de pasión maldita, donde la fascinación por lo sublime oculta una pulsión espectral que bordea la anticipación de la muerte. ¿Qué hay en el mineral que nos atrae y aburre tanto al mismo tiempo? ¿Qué hay de especial en un cuarzo o un grano de arena? Pero también, ¿Qué hay de desdeñable en una porción de pirita o un tajo de ágata? 

Esta materia es materia prima para los industrialistas del continente, pero también para los trovadores y cuenteros que entonaron tanto odas al salitre, como réquiems a los hombres que dejaron su vida en la mina, o a los que se trajeron un pedazo de mina y muerte en su pulmón que los rebaja lentamente.  

Esa materia es también mi materia prima o digamos mi ur-materia. Y si es así, ¿Podremos acaso calcular la productividad del mineral? Quizás su paso de mano en mano, su trasmigración de símbolo a símbolo, su objetivizacion de mercancía en mercancía, habrá generado más valor que otras mercancía en el mercado internacional de las materias primas y también de las ideas.  

No todos los que escriben sobre cristales y metales se ven seducidos por las propiedades físicas del mineral. Algunos poetas le cantan al mineral, otros lo condenan (moralizándolo) porque aparece como el símbolo de la explotación del hombre contra el hombre, otros le prestan menos atención sin sospechar que muchas de sus historias y sus canciones son activadas y atravesadas por cuerpos minerales y metálicos que atraen y repelen a los hombres y sus herramientas a lo largo del continente y tal vez desde incluso antes de su llegada a ser.  

Algunos escriben para acusar al capital. Otros para denunciar la complicidad del estado. Algunos escriben para elogiar al obrero minero; otros para abofetearlo con gestos y avivar en sí su “conciencia de clase.” Algunos escriben para hacer más legible el caos violento de la acumulación: ahí está el valor de su proyecto, darle palabras a lo que a veces sugiere no tener nombre si quiera. Otros para dar algún orden secuencial al caos y formar la crónica de la extracción: llegada, contratación, explotación, y repetición; formar un hilo histórico –ordenado y legible– que permita entender (entre otras cosas) por qué en una región tan rica surge la miseria con tanta prevalencia, por qué, pero sobre todo cuando–en especifico–se había jodido Latinoamérica o en palabras de Vargas Llosa “se había jodido el Perú” (1) (que es lo mismo).

Escribiendo mi proyecto aprendí que la región está cruzada por venas minerales que no alcanzamos a imaginar. Estas líneas de fugas minerales atraviesan largas distancias sin conocer o ser conocidas por limites nacionales, indiferentes algunas a cualquier actividad en la superficie; otras, cercenadas por el capital y recortadas a tramos. La literatura que se ha escrito sobre y desde la piedra atraviesa el continente de manera similar, subvirtiendo el canon, ignorando convenciones, clasificaciones y surgiendo del contacto entre cuerpos minerales y cuerpos humanos activados por el capital.

Aprendí que cada mineral activa un afecto distinto en el hombre (y mujer) y en el mecanismo de intercambio y función: el oro nos estimula hasta producir un estado tal de intensidad alcanzando el delirio y la “fiebre” por él. El salitre nunca provocará los afectos que producen la plata (pero sí el valor al cual puede ser intercambiado). El estaño, que era despreciado durante el apogeo de la plata durante el siglo XIX “devino en oro” al llegar la demanda causada por la primera guerra mundial. Cada mineral genera su forma de explotación y cada forma de producción y explotación genera su cultura de explotación. La opresión es una constante y la base, tal vez, de la comunidad (entendida como lo que existe en común) de estos relatos pero aparte de eso, cada mina, y cada país, atravesado por su cultura nacional especifica configura las condiciones para la producción de diferentes tipos de relatos.

Al final, la literatura mineral latinoamericana re-traslada el rol del capitalismo extractivo sobre el acto de contar (y representar); y nos deja repensar el devenir material del continente bajo otros términos tal vez “más subterráneos” (afectos, líneas de fuga, [otros] territorios) que nos permitan detectar otros afectos y otras pulsiones que usualmente escapan del análisis literario “operizado” desde estilos y periodizaciones ya muy machacadas: modernismo, lo telúrico, el boom, el post boom, etc. En el subsuelo el mineral yace silencioso pero en otros territorios aparece como cifra, como aleph: en los números y los flujos, en las galerías y las revoluciones, en las matanzas y las historias, en las banderas, las balas, los monumentos, las herramientas, los vagones, la dinamita, en las multinacionales, en el fulgor del oro, en el Sendero Luminoso de Perú y en el comunismo Chileno, en la dialéctica riqueza/pobreza de Bolivia, que es al final la de toda la región.  

Fuentes

Jaime Mendoza, En las tierras de Potosí, 1911.

Mário Vargas Llosa, Conversación en la catedral, 1969.

Covid-19: la cuenta de cobro.

Particulas del Novel Coronavirus.

Empezamos la década con un momento paradójico y monumental. Por un lado, el apogeo del capitalismo desregulado administrado por populistas de centro derecha había cantado victoria: los mercados subían, China seguía creciendo, el petróleo iba estable, las tecnologías de consumo masivo creciendo y afinándose… Pero todo cambió en cuestión de semanas cuando el nuevo Coronavirus (causante de la enfermedad Covid-19) se convirtió en pandemia y nos mostró la fragilidad del sistema global de flujos materiales. La paradoja es que una forma de vida tan insignificante como un virus (que es inferior a un animal) y que es de los organismos más simples que existen, ha llevado a la completa suspensión del mundo como lo hemos conocido hasta hoy.

Es un momento paradójico porque nos recuerda que somos seres vivientes en medio de otros seres y no encima de ellos (como parece que operamos consiente e inconscientemente muchas veces). La pandemia y la parálisis del mundo es tal vez la forma mas irónica y sutil de recordarnos que somos vida y no estamos por encima de otras formas de vida (sino en medio de ellas). Es una forma de recordarnos que la concepción de la naturaleza como “recurso” y su mal manejo (destrucción) tiene consecuencias imprevisibles.

Y aquí están las consecuencias inmediatas: muertes innecesarias, sociedades en cuarentena, angustia económica del ciudadano de a pie, debilitamiento de las economías, etc. Por otra parte, las consecuencias no-inmediatas estarán por verse, pero si anticipamos un recrudecimiento en la destrucción de ecosistemas, la intensificación del calentamiento global, la intensificación de flujos de cuerpos, y en general la agravación de la crisis del capitalismo agudo que viene desenvolviéndose desde los 80’s con el nacimiento del neoliberalismo y con mas fuerza (a nivel planetario) desde la caída de la Unión Soviética en los 90’s.

El virus nos recuerda que somos más frágiles de lo que creemos. Uno solo puede esperar que nos ofrezca una lección en humildad, traducida en mas compasión, pero también revela las grietas de los sistemas de salud, las inequidades sociales, da rienda suelta al discurso fóbico de los populistas nacionalistas y nos muestra la cara de la falta de preparación que caracteriza a nuestra región, Latinoamérica.

Yo vivo hace 5 años en Vancouver Canadá: aquí en Canadá las consecuencias de la cuarentena para el comercio son perjudiciales pero en general la vida sigue casi igual, solo un poco más desacelerada: hay menos gente en las calles, algunos restaurantes han cerrado, otros siguen abiertos pero con mucho menos trafico. En una ciudad tan asiática y tan antisocial como Vancouver el ritmo se pausa, pero no se percibe un sentido de crisis o un estado de excepción que sufren los habitantes del norte de Italia o de los países del lejano oriente: China y Corea –Japón es otra historia. Vancouver y Canadá en general ya ha aprendido mucho de una experiencia similar que la tomó por sorpresa hace casi 20 años, el brote de SARS en el 2003. 

De Estados Unidos solo puedo decir que va a estrellarse contra el coronavirus solo un tanto mejor que Latinoamérica. Y la razón es simple: ese país está ciertamente mejor equipado para contener y aliviar la crisis pero no mejor administrado. Y esto se debe muy sencillamente a la tropicalización de los Estado Unidos bajo la administración y la cultura administrativa Trump. Es decir, el continuo declive de competencia y efectividad de la administración en los últimos 4 años, marcada por escándalos, nepotismo, despilfarros, clientelismo, ineptitud de las agencias federales (los ministerios). Sumado a esto un recrudecimiento del impulso y la legitimación de los ya altos niveles de desconfianza ante cualquier “experto” o autoridad (académica, legal o medica) que no sea impartida por el mesías, Trump, o sus discípulos. En pocas palabras, Trump ha estado Latino-americanizando los Estados Unidos en los últimos 4 años. El brote del Covid-19 ya está evidenciando de manera más espectacular, pero más mortal también, el legado de estas políticas. 

Que anticipo en el panorama post-Covid 19 mas inmediato? Cuando todo esto merme vamos a ver una realineación de los mercados con más vigor de recuperar perdidas y ayudados por paquetes de estimulo que se aprueban día tras día en diferentes democracias. Una posibilidad de recesión global que como siempre afecta a los mas destituidos: (alguna vez un amigo en Miami me relataba la crisis financiera del 2008 como dos relatos incomparables: -para los cubanoamericanos de clases medias-altas la crisis representaba intercambiar el Mercedes por un Honda, pero para el pobre (el resto de latinoamericanos) la crisis es posiblemente no tener como comer). A nivel individual vamos a surgir con lecciones aprendidas para controlar nuevos patógenos en el futuro pero también para explotar al humano (otro “recurso” el “recurso humano”) con mas sofisticación y eficiencia.

Como historiador, siempre estoy especulando para mis adentros, sobre como visibilizaremos en el futuro las repercusiones de los eventos que hoy parecen rutinarios o simplemente se analizan en función de su impacto inmediato. Las lecciones aprendidas en la universidad siempre circulan por mi pensamiento cuando leo las noticias. Una es la recurrente que nos muestra que después de cada crisis global (o cada experimentación social) surge un reordenamiento social en el cual los grupos anteriormente subalternizados reivindican con mayor o menor éxito dependiendo de el contexto inmediato sus reclamos ampliando así la esfera de los derechos civiles.

Durante la Segunda Guerra Mundial en los Estados Unidos en particular, se exhortó a la mujer y a los afroamericanos que no estaban en combate, que se incorporaran a la fuerza laboral, en otras palabras que se hicieran uno/a con la maquina capitalista de producción bélica que debía funcionar sin pausa, por semanas y meses, para agotar a los Poderes Centrales, en especial a la Alemania Nazi. Al regresar de la guerra los jóvenes ex-soldados quisieron desplazar a la mujer del sitio laboral pero se encontraron con cierta resistencia que luego desembocó en los movimientos feministas y de contracultura de los años 60’s.

Por lo pronto, veremos una intensificación del régimen de trabajo virtual o trabajo desde casa poniendo mas presión sobre el tiempo y el aguante del individuo que no solo es explotador sino explotado que además tiene tareas de administración y cuidado de hijos u otros parientes. Trabajos que se pueden hacer en casa revelarán lo superfluo de muchas reuniones, y otras labores que llenan el día de un empleado. Esto sería positivo en tanto las organizaciones puedan identificar el exceso pero también podría servir como antecedente de mayor capacidad para producir precedido de una mayor capacidad para explotar. Es decir, las expectativas van a cambiar, y lo que hasta ahora no se imaginaba posible podrá ser la norma en un futuro no muy distante.

Otra consecuencia de esta crisis global es menos cínica y tal vez positiva: la conciencia colectiva de la capacidad estatal de desembolsar paquetes de estimulo económico que en el futuro se pueden usar como precedente y legitimación de demandas democráticas de una multitud que pida acción mas directa a problemas de vieja data: calentamiento global, crisis migratorias (En Estados Unidos, México, Europa, Asia del sur, etc.), el salario básico universal, y demás. En realidad, mientras escribo estas líneas varias tendencias políticas progresivas en Estados Unidos ya han llamado a “aprovechar” esta oportunidad para adelantar estas causas que hasta hace pocos años eran desconocidas y “radicales.”

Mientras escribo también siento el efecto de la ciudad en cuarentena. En la calle vecina menos trafico, el sol hace que las cosas brillen con intensidad pero pocos cuerpos parecen aprovecharlo. El único movimiento que percibo a reojo mientras tecleo es el gato del vecino que pasa lentamente de un lugar a otro: se sienta a tomar sol, se levanta, vuelve a reposar como si nada extraordinario sucediera.

Y pensar que ahora estoy sano, entero, pero mañana podré estar enfermo. Solo hace falta una persona para contagiarse, no es necesario mucho mas: hartarse de estar encerrado, salir a por un café y tomar una bocanada de aire. Solo que este aire puede ser portador del virus. En realidad no hace falta mucho mas: solo la concreción de un enlace, incluso si es débil, y caes enfermo.

Pensar también que mientras lees estas líneas miles se están contagiando y otros miles de viejos (y varios jóvenes) se están muriendo, sin nunca haber anticipado que acabarían sus vidas debido al fenómeno social del 2020, el coronavirus! ¿Quien pensó que acabaría como victima de un virus impredecible (pero prevenible) que migró del animal al hombre y desde un remoto mercado en una remota ciudad viajó hasta llegar a su cuerpo?  

En cierto modo el Covid-19 es una cuenta de pago que nos impone la red de la vida sin previo aviso. La paradoja es que el depredador más voraz y más ingenioso que jamás existió se ve perplejo ante una crisis ecológica, social, económica de su propia invención.

El peso de la historia en La vorágine como “documento de denuncia” (Segunda parte)

Documento de denuncia contra el capital

Es necesario recordar a grandes rasgos la trama y el carácter de la novela antes de adentrarnos hacia algún análisis mas especializado. Por ahora me gustaría registrar la obra dentro de la producción literaria de la época y argumentar que la “novela de la tierra” (como se han denominado a varias narrativas del periodo) no constituye un intento escapista y provincial de retratar la estética del campo y de los lenguajes subalternos de los habitantes. Más bien estos relatos incorporan este mundo de descripciones naturales en relación directa con los avances del capitalismo neo-colonial desarrollista que llegaba a explotar regiones anteriormente vírgenes de la geografía Latinoamericana.  Muy al contrario de lo que arguye Carlos Fuentes en su La nueva novela Hispanoamericana para quien el exquisito final de La Vorágine representa una iteración más de una serie de obras repetitivas “más cercanas a la geografía que a la literatura”[1] quisiera releer varias de estas obras como “documento de denuncia” para usar la expresión de Carlos Alonso y entender como estas elaboran estéticas acerca de varias problemáticas que achacaban a sus países durante el periodo.[2] Es lamentable que un autor tan destacado como Fuentes articulara una sentencia tan fría para referirse a un cuerpo de literatura bastante amplio y heterogéneo. El afirmar que “¡La jungla los devoró!” es análogo a “la montaña los devoró, la pampa los devoró, la mina los devoró, el rio los devoró…” es dar un paso en falso hacia una generalización bastante amplia e injusta pues si se presta atención a la secuencia de referentes en su lista, una montaña o un rio, no es lo mismo que una mina o una plantación de caucho. Es decir, Fuentes no logra discernir entre locales que ocurren naturalmente donde el hombre se adentra a su propio riesgo y lugares de explotación natural donde el hombre es subyugado hasta el grado cero de su humanidad y convertido en una bestia de carga fácilmente remplazable, sin recurso a la protección de ninguna ley. Es importante recordar que la naturaleza -entendida como reserva de materiales primarios- dentro de la lógica racional de la Ilustración está sujeta a las necesidades y demandas de los hombres. Y en este periodo lo que se observa con novelas como El Tungsteno de Cesar Vallejo, o Cacau de Jorge Amado es una conciencia crítica de la incursión desordenada del capital hacia los adentros más inhospitalarios de las nuevas naciones latinoamericanas. Se podrían leer entonces algunas obras del periodo como documentos de denuncia ante el afán frenético de las nuevas formas de explotación privadas y secundariamente contra los gobiernos centrales quienes ignoran apropósito o hacen muy poco para aliviar o al menos aminorar el terrible daño humano y natural que se produce en estos parajes. Sería apropiado recordar entonces el pasaje donde Cova entiende, como nunca había entendido antes, el desamparo de las leyes de su país y el sentimiento de un abandono general de la ley “a esta pobre patria no la conocen sus propios hijos, ni siquiera sus geógrafos.”[3] La producción literaria acerca de la mercancía objetificada sea en caucho, nitratos o granos, no corresponde como quiere especular Carlos Fuentes a una falta de contacto con el norte y sus estéticas modernas, sino que se articula como respuesta a esa misma modernidad capitalista y su ideología desarrollista que necesitaban de la naturaleza Americana, Sur Americana y Africana para seguir expandiendo su sistema reproductivo de acumulación material sin fin.     

En contra de las teorías del marxismo clásico que suponían la fuerza del capital para superar fases feudalistas de organización (adelantando un “progreso” hacia un capitalismo, un socialismo y finalmente un comunismo utópico) lo que han demostrado teóricos tan diversos como León Trotsky y Rosa Luxemburgo en sus ensayos sobre la naturaleza desigual del capitalismo es que éste se puede reproducir en rincones tan diversos del planeta de manera desigual y mixta. De otra manera como sería posible entonces explicar la pobreza innombrable en lugares tan cercanos a la acumulación de riqueza como es el caso de Gales, Irlanda, el Sur Norteamericano, o el Caribe. Además, y para mi aún más importante, este capitalismo desigual y desordenado no requiere una burguesía que lo comande y lo trate de regular.[4] Es decir, éste tiene la capacidad asombrosa de diseminarse por donde sea que encuentre recursos; pero esta diseminación es parcial pues lo hace solo en tanto explotación; las estructuras burguesas y sus ideologías de libertad, comercio libre y desarrollo, adornadas por las libertades civiles con las cuales generalmente se asocian, no lo acompañan hasta las zonas más remotas de extracción -estas han sido amputadas. Lo que leemos en la producción literaria de la época es en parte un documento de denuncia ante las fuerzas del capital en la periferia donde formas de explotación capitalista conviven con otras “pre-modernas” y su brutalidad ante la ausencia de las libertades y protecciones que han sido batalla ganada contra la burguesía se evidencia en la precariedad más atroz de su desamparo.        

Pareciera que La Vorágine entonces constituyera una suerte de refracción literaria que permite otra arista más hacia un entendimiento más amplio del periodo histórico y sus condiciones materiales. Es curioso que en la novela, la selva se objetivisa como ente culpable de la degeneración del espíritu humano, la cárcel verde “trastorna al hombre desarrollándole los instintos más inhumanos.”[5] A la selva se le adjudica responsabilidad por los delirios y los excesos pero lo que en realidad se está argumentando entre líneas es que el aparato económico basado en la explotación humana y natural desmedida es el verdadero generador de las fuerzas oscuras más feroces que dilapidan tanto hombres como hábitats naturales sin misericordia.  Este torbellino hecho de vetas de un destino desarraigado, una naturaleza voraz y una explotación infernal termina succionando como un agujero negro en el espacio vacío la totalidad de la narración.  

En lo que sigue a continuación quisiera estudiar la relación de Rivera como escritor de denuncia con el contexto nacional como nación todavía en formación cuyos límites no eran todavía fijos y estables; además de la relación de esta preocupación con la novela. Así mismo se estudia la relación de las actividades extractivas de la PAC (Peruvian Amazon Company) en tanto entidades productoras de caucho concretas con los poderes políticos más abstractos nacionales e internacionales. Esto, con el propósito de entender porque Rivera dio a su novela esta forma específica tan definida (la huida de dos sujetos del mundo bohemio y pequeño-burgués capitalino) en lugar de recurrir a una denuncia más documental o de método más tradicional como se esperaba de él en el milieu intelectual bogotano.  

En 1922 Rivera era incorporado como secretario abogado de la Comisión Limítrofe Colombo-Venezolana, partiendo con esta comisión en una expedición que lo lleva a la selva fronteriza y a conocer las condiciones de los colonos y el abandono de la región por el estado. Las experiencias vividas por Rivera durante estos meses fueron definitivas para la construcción de un imaginario lo suficientemente rico y vívido que después iba a ser plasmado en su prosa y su poesía. Pero más allá de la experiencia como tal, lo que se sabe de estos meses es que Rivera desarrolla una frustración con el gobierno de Bogota y su lenta y disfuncional burocracia.[6] Eduardo Neale Silva, biógrafo de Rivera nos cuenta que hacia finales de 1922 el desengaño con los procedimientos de la comisión es tal que Rivera decide abandonarla en la mitad de la selva y enrumbarse hacia San Fernando de Atabapo mientras espera ordenes desde Bogotá. Como no recibe noticias de ningún tipo, sigue rio abajo donde se adentra en terreno cauchero y se familiariza con la naturaleza de este mundo.[7] Es durante estos meses que Rivera logra no solo echar un vistazo crítico sobre las condiciones de explotación sino entender las condiciones precarias de las fronteras de su país, pues estas eran bastante ambiguas y parecía en vez de territorio soberano una especie de zona franca donde locales y extranjeros circulaban libremente, muchas veces no del todo ajenos a la industria cauchera. Es tanta la preocupación de Rivera por estas ambigüedades que decide volcar su indignación hacia su antiguo empleador, el estado colombiano, y en una serie de cartas y denuncias, acusa a la administración central de negligencia de sus fronteras.[8]

En una agreste carta publicada más tarde en El Tiempo, Rivera declaraba que los asentamientos militares peruanos en el rio Caquetá y Putumayo “eran un hecho innegable, sistemático y además, endémico.”[9] Sin embargo sus propuestas para aminorar la amenaza Peruana no ofrecen ninguna alternativa novedosa, sino que más bien ensayan las técnicas de construcción de carreteras y emigración interna que eran procedimientos comunes en la época. Los accidentes naturales no son vistos como se ven desde la retórica de Bogotá: oportunidades para el desarrollo de la economía nacional. Al contrario, en su prosa pesimista por ejemplo, el rio Putumayo no figura como una ventana de oportunidad económica para el país sino como una fisura y amenaza a la seguridad del país. Cuando Rivera regresa a Bogotá, se anticipan las publicaciones de sus notas y observaciones geográficas, mapas, datos, acotaciones, todo lo anterior con el fin de articular su denuncia ante las autoridades centrales sobre las condiciones del sur del país. Lo que si no se anticipaba, sin embargo, era la publicación de una novela que salía a la venta en 1924 y que describía la sombría aventura de dos jóvenes bogotanos que huyen de la urbe y terminan siendo “devorados por la selva.”

                  En un ejercicio esplendido de distanciamiento narrativo estratégico, Rivera compone y publica un documento que aunque ficticio le permite denunciar (y estetisar) las practicas más brutales de las que ha sido testigo. El final arrebatador que ya hemos invocado anteriormente no solo traza una línea muy firme que lo separa de otras “narraciones de viaje” tan populares en estas décadas sino que sirve como un J’accuse indirecto a las administraciones centrales quienes hacen poco o nada por adelantar la delimitación del país y la modernización de estas líneas fronterizas.  Así que se podría leer el trágico final de la pareja bogotana en La Vorágine como culpa indirecta de un estado no solo ausente sino muchas veces complicito con la carnicería que Rivera alcanzo a intuir desde cierta distancia.[10]

Pero Rivera enfrentaba también un segundo dilema, pues en este amplio teatro de actores que aparecen y desaparecen y de límites porosos o fluidos no solo se podían distinguir agentes como el estado y las compañías caucheras sino también actores más distantes pero a su vez más poderosos. En este caso es importante recordar el papel que jugaban tanto Inglaterra como los Estados Unidos en el plano político y económico de las jóvenes naciones Latinoamericanas. Tradicionalmente se temía a más al segundo pues este constituía una amenaza real de invasión y ocupación militar. Tras la invasión a México en 1846 y las subsecuentes aventuras militares en el Caribe y Centroamérica, la imagen de los Estados Unidos se había deteriorado rápidamente. Un vecino norteño agresivo e inestable era más peligroso que un imperio naval lejano aunque sin embargo muy presente. Inglaterra por su parte era vista como una mano amiga por muchos gobiernos beneficiados por sus políticas anti-españolas, en términos de créditos, y en el número de concesiones y explotaciones (o “inversión extranjera”) para explorar y extraer recursos naturales. Más si los ingleses eran bien recibidos al principio del siglo XIX, cien años después habían pasado de ser amigables prestamistas a colonizadores y usureros sin par. Su dominio  extendido por todos los continentes representaba entonces una amenaza más bien económica que estrictamente política o militar. Si Rivera apelaba entonces a Inglaterra como la defensora de lo que hoy día conocemos como Derechos Humanos, corría el riesgo de incurrir en un juego moral donde se apela a una nación moralmente superior y se restituye su legitimidad al preformar este gesto.

Acudir a los ingleses hubiera sido una reacción natural durante todo el siglo XIX, pero no en plenos años 1920’s cuando la política exterior inglesa parecía más preocupada en su política económica que en reocupar el lugar anterior de una especie de policía moral del mundo. Después de la Gran Guerra, Inglaterra había renunciado su función moralista debido a presiones económicas de la postguerra y a otras preocupaciones como la reconstrucción nacional, la emergencia del fascismo en el continente Europeo, y los problemas en sus colonias y protectorados; sin embargo, la oficina del servicio exterior inglesa había enviado un investigador “representante consular” a Colombia para indagar acerca de las atrocidades que se habían reportado desde 1909 perpetradas por la Peruvian Amazon Company.[11] El agente, abogado irlandés Sir Roger Casement, quien había estado en África podría atestiguar acerca de actividades similares perpetradas por las compañías internacionales en lugares como el Congo Belga. Casement recopiló una serie de artículos que denunciaban los abusos de la Peruvian Amazon Company ante el parlamento británico. En Colombia, estos reportes fueron publicados por los periódicos nacionales El Tiempo y El Espectador y se convirtieron en debate público tanto en las calles como en los resquicios del poder en Bogotá.[12] El escándalo de las masacres y los maltratos de las caucheras del sur del país no se restringió sin embargo a los debates políticos domésticos sino que adquirió escala internacional; tanto así que hasta el papa Pío X horrorizado por los crímenes en el Putumayo envió una encíclica Lacrimabili Statu (estado lamentable) a los arzobispos y obispos de la América Latina, invitándolos a colaborar con los gobiernos respectivos para poner remedio a “tan monstruosa ignominia y deshonra.”[13] De acuerdo a los estudiosos de la vida y la obra de Rivera, éste seguramente debió estar familiarizado con el debate y el rol que desempeño Roger Casement en “destapar la olla podrida” de la industria cauchera. Lo más intrigante es que Rivera no siguió la narrativa construida por Casement y su equipo investigativo para basar la novela, sino que se apoya casi totalmente en su experiencia y en la tradición oral que recopila mientras viaja por el área y se enfoca -como hemos visto- en la trama que se genera a nivel individuo siguiendo paso a paso las aventuras de los enamorados que huyen de la capital y sus experiencias personales. Rivera no incluye una visión más amplia y total que incluya las causas de la explotación de cierta materia prima en esta región del mundo; ni elabora un documento de periodismo investigativo con el fin de denunciar la explotación en el Putumayo.

Se podría argumentar entonces que Rivera decide no acudir a la figura abstracta del inglés que salva a los nativos de la explotación capitalista para no incurrir en legitimar como se ha dicho anteriormente ese lugar de superioridad moral. Así que –como hemos leído en La Vorágine– Rivera opta por dejar de lado la figura directa del europeo explotador como el causante de un apocalipsis humano y ecológico, en una de las áreas más exuberantes del mundo, para enfocarse en las consecuencias que esta explotación deja en los cuerpos o los residuos humanos expulsados por la máquina de producción cauchera: Clemente Silva y su hijo, Fidel Franco, Helí, el Pipa, Barrera, los indígenas raptados, etc… Además de inscribir la crítica material al modo de producción que succiona la vida de los hombres y de la jungla en el espacio imaginario de la selva colombiana violada e ilimitada, Rivera logra realizar un gesto de denuncia ecológica. Varios son los pasajes en los que se compara el sufrimiento humano de los trabajadores como analogía del sufrimiento de la naturaleza. Recordemos un fragmento de tonos épicos que lamentan el devenir histórico del  “hombre civilizado” en relación a la naturaleza:

El hombre civilizado es el paladín de ladestrucción. Hay un valor magnifico en la epopeya de estos piratas que esclavizan a sus peones, explotan al indio y se debaten contra la selva, atropellados por la desdicha. Desde el anonimato de las ciudades, se lanzaron a los desiertos buscándole un fin cualquiera a su vida estéril. Los caucheros que hay en Colombia destruyen anualmente millones de árboles. En los territorios de Venezuela el balatá desapareció. De esta suerte ejercen el fraude contra las generaciones del porvenir.”[14]   

Se podría argumentar que si el autor de La Vorágine y Tierra de Promisión hubiese querido ofrecer una versión del escándalo en el amazonas más completa se hubiera encontrado inevitablemente endorsando una narrativa que ya se encontraba en entredicho no solo en Colombia sino en otras partes del continente; la mencionada anteriormente que enaltece la tradición de la ley común inglesa y sus esfuerzos humanitarios ejemplares: recordemos que en este periodo cúspide del neo-imperialismo, Gran Bretaña representaba la vanguardia en estos temas.[15] Esta posibilidad de apelar y al mismo tiempo endorsar resultaba inaceptable para Rivera debido a su patriotismo y a sus efectos paradójicos y paternalistas. Rivera entonces se decide por usar una figura proveniente de los jóvenes e irritantes poetas del grupo “Los Nuevos” para llenar el espacio que tradicionalmente les hubiera correspondido a los ingleses. El joven narrador-poeta Cova, es quien servirá a Rivera de voz narradora y personaje. Es también una manera de deslindarse de la ideología cultural que habían sostenido los europeos en las colonias americanas por siglos desde el descubrimiento en adelante. La narrativa que va dibujando los trastornos de Cova está construida con el propósito de desmantelar las estructura ideológicas que habían sostenido la hegemonía económica y cultural inglesa y de paso el eurocentrismo de las elites criollas junto con el trato colonialista y explotativo de tanto la naturaleza como de las civilizaciones originarias. Es decir, Rivera sabe que no puede incluir a los europeos como los policías morales del mundo que rescatan a los nativos, pues este gesto sería contraproducente y reificaria la condición de superioridad moral; tampoco puede expulsar la realidad concreta e histórica de un abuso por parte de los poderes y convertir su novela en una fantasía burguesa escapista donde un poeta y su novia se pierden mientras salen de picnic a las afueras de la circunferencia de la civilización.[16] La solución como ya sabemos los que la hemos leído, es incluir una explotación muy real mas no distraerse en los actores que representan los verdaderos beneficiados de tal actividad; se pudiera también pensar que “la mano invisible” de Smith en La Vorágine permanece ineludiblemente, invisible. Estas fuerzas del mercado nunca son mencionadas en la novela, ni el origen de la demanda por el caucho se asoma en alguna conversación entre los personajes, ni se menciona a algún “gringo” supervisor o gerente sobre la plantación. Rivera, opta, como mencioné anteriormente por usar al poeta-narrador para documentar la terrorífica belleza de la jungla y la violencia como ha quedado inscrita en los cuerpos humanos y en el ecosistema en general.     

El propósito de este ensayo es tratar de localizar las coordenadas políticas y poéticas que sirvieron de plantilla a la hora de ensayar un documento denuncia en forma de novela. Este intento, de por si admirable, -considerando las restricciones tradicionales de ambas formas- no deja de ser tan importante como deslumbrante incluso hoy, a casi cien años de la publicación de la novela. A lo largo de este estudio hemos visitado varios puntos de naturaleza histórica, política, y literaria que nos permiten algunas acotaciones acerca de las interrogantes planteadas al inicio del ensayo. La Vorágine constituye una parte fundamental a la hora de valorar el legado de la narrativa hispánica en la américa del sur. Sin embargo parece que Rivera inició, como todo autor al final, con un cierto objetivo y finalizó con otro; digo esto pues los problemas que se querían abordar fueron varios y las dificultades para hacerlo como ya vimos igualmente múltiples. Pero me queda una duda sobre la intención y la aceptación que el mismo Rivera le hubiera podido ofrecer a su novela, entendiendo que su preocupación era fragmentada. Pues, ¿Cuál era el blanco de su flecha denunciativa dentro de la jerarquía de injusticias esperando a ser reveladas? ¿La falta de límites claros ocasionada por una burocracia centralista pesada y lenta? O ¿Los abusos infligidos a los nativos y a los esclavos importados por parte de monstros como Arana, el gerente de la PAC en Iquitos o el coronel Funes? O ¿El atraco frontal contra la riqueza natural propia del sur occidente del país? O ¿Más bien seria esta simultáneamente una flecha vengativa contra los delirios bohemios del grupo vanguardista “Los Nuevos” en su afán iconoclasta por sacudirse a la generación del centenario? O ¿contra su ex empleador, el gobierno colombiano por permitir el apocalipsis selvático y humano, y declarar la comisión inútil?[17] Yo opinaría que articular esta serie de demandas dentro de una novela hubiera dado como consecuencia dos posibles resultados: un texto de una extensión interminable y al final de difícil digestión (y comercialización, dicho sea de paso) o una novela falaz donde las denuncias y los reclamos son establecidos con claridad y con carácter acusativo pero a expensas del valor estético y la creación de una poética propia. Si criticamos a Rivera por una confusión de prioridades y por la puesta en escena de una serie de reclamos múltiples bajo el signo del narrador desequilibrado y arrogante pues seria para congratularlo pues esa “confusión” cristalizó en un ensayo deslumbrante sobre temas novedosos y pertinentes en su época que incluso hoy nos siguen acechando en un mundo más volcado hacia el consumo y por lo tanto, la producción y la explotación. Esto además de manejar la forma y el lenguaje de manera novedosa e incluyente dentro de la producción literaria y cultural de su época.       

Entonces ¿Cuál es el legado de La Vorágine en vísperas del siglo XXI? ¿Qué podemos entrever, como se intuyen las formas a través del follaje de la selva, en épocas tan disparejas pero tan similares a las cuales Rivera dedicó sus lúcidas lucubraciones? En un mundo donde las fronteras nacionales son cada vez más problemáticas, espacios de reflexión como el que nos ofrece Rivera acerca de estas construcciones modernas son cada vez más relevantes en tanto constituyen muestrarios que permiten repensar cómo funcionan estos límites y nos adentran al estudio de lo que yo llamaría “los límites de los límites.” Es decir, estas reflexiones nos hacen meditar acerca de las naturalezas propias o trascendentes de bordes nacionales o post-nacionales como lo fueron los indefinidos límites de la frontera colombo-peruana o como según varios lo es hoy la frontera entre México y los Estados Unidos. ¿Serian estas áreas limítrofes, (o pos-limítrofes) donde la vida se deja morir sin recurso, el nuevo paradigma de un mundo en transición; transición desde un corpus de leyes hacia otras, una crisis que abandona una legalidad para empezar a utilizar otro tipo de evaluación jurídica acerca de la legitimidad?  Qué pensaría Rivera de las fronteras actuales violadas violentamente por fuerzas invisibles e incluso más poderosas que las establecidas por los preceptos de la soberanía nacional en su día. La Vorágine nos permite adentrarnos hacia ese estado de abandono al cual somos expuestos sin excepción hoy día.

Cuando Cova lamenta la falta de jurisdicción en la ciudad de Manaos y la ausencia del cónsul colombiano -hace casi cien años en su novela-, pareciera que estuviera hablando acerca de la condición contemporánea; bien pudiera ser ese el lamento de cualquiera de nosotros en un orden desordenado y definitivamente post-nacional. Esta condición esta materializada en un régimen donde las leyes han perdido su fuerza y las tecnologías de gobernabilidad -al decir de Foucault- parecen navegar a la deriva en un océano de preceptos biopoliticos. Hoy se puede escuchar el mismo lamento de Cova, no solo en las entrañas de selvas inexploradas sino en el estado de excepción que ha devenido en norma de gobierno global.

Bibliografía       

Alonso, Carlos J. The Spanish American regional novel: Modernity and autochthony. Cambridge                  University Press, 1990.

Avelar, Idelber. The Untimely Present Postdictatorial Latin American Fiction and the Task of Mourning.                    Durham, NC: Duke University Press, 1999.

Crespi, Roberto Simon “La Vorágine: Cincuenta años después,” en La Voragine: Textos Críticos, Ed.              Monserrat Ordoñez. Bogota: Alianza Editorial Colombiana, 1987.

Deleuze, Gilles. Dialogues. New York, NY: Columbia University Press, 1987.

Fuentes, Carlos La nueva novela Hispanoamericana. Mexico: Joaquin Mortiz. 1969.

Gómez Restrepo, Antonio Historia de la Literatura Colombiana. Bogotá: Ministerio de Educación                Nacional, 1956.

González Echevarría, Roberto. The Voice of the Masters Writing and Authority in Modern Latin American Literature.Austin: University of Texas Press, 1985.

González, José Ignacio Azquiza. “La ficción misma del estado:” La Vorágine” de José Eustasio Rivera.”             Anuario de estudios filológicos 13 (1990): 379-396.

Martin, Gerald. Journeys through the Labyrinth. London: Verso, 1989.

Molloy, Sylvia. “Contagio narrativo y gesticulación retórica en “La vorágine”.” Revista Iberoamericana      53.141 (1987): 745-766.

Neale-Silva, Eduardo. Horizonte humano: Vida de José Eustasio Rivera. Madison: University of Wisconsin                  Press, 1960.

Novack, George. “Uneven and Combined Development in History,” New Park Publications, Nueva York:    Labour Review, 1957.

Rivera, Jose E. La Vorágine. México D.F.: Editorial Porrúa, 2004.

Taussig, Michael T. Shamanism, colonialism, and the wild man: A study in terror and healing. Chicago:   University of Chicago Press, 1987.


[1] Carlos Fuentes, La nueva novela Hispanoamericana. (Mexico: Joaquin Mortiz, 1969), 9.

[2] Alonso, The Spanish American Regional Novel, 140.

[3] Rivera, La Vorágine, 195.

[4] En este caso sería importante recordar el ensayo del estudioso Marxista norteamericano George Novack “Uneven and Combined Development in History” New Park Publications: Labour Review. El articulo puede ser encontrado en el archivo digital del autor: “George Novack Archive,” https://www.marxists.org/archive/novack/index.htm

[5] Rivera, La Vorágine, 109.

[6] E. K. James, “José Eustacio Rivera” 397. Cita de Carlos Alonso en The Spanish American Regional Novel, 141.

[7] Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano: Vida de José Eustasio Rivera. (Madison: University of Wisconsin Press, 1960), 239.

[8] Alonso, The Spanish American Regional Novel, 142.

[9] Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano, 283.

[10] Una excepción notable en la tradición del viaje nostálgico y más a fin con La Vorágine es la excelente novela The Heart of Darkness del escritor Polaco-Ingles Joseph Conrad. Las narrativas de viaje del periodo tienden a ser formuladas alrededor de una partida, un viaje y un retorno a casa. Rivera y Conrad cada uno de manera distinta y combativa redefinen estos patrones circulares ya para esta época institucionalizados en la literatura Europea. Para entender la historia del viaje en la época Victoriana refiérase al libro de Mary Louise Pratt Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation. London: Routledge, 1992.

[11] Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano, 283.

[12] Ver de Michael Taussig, Shamanism, Colonialism and the Wild Man: A Study in Terror and Healing. Chicago: University Of Chicago Press, 1991.

[13] Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano, 283. La encíclica puede ser accedida en el portal del vaticano, http://w2.vatican.va/content/pius-x/en/encyclicals/documents/hf_p-x_enc_07061912_lacrimabili-statu.html

[14] Rivera, La Vorágine, 170.

[15] Entre muchas otras razones podríamos enumerar el historial algo favorable que se le podía asignar al imperio en el siglo XIX: fue el imperio el que primero abolía el comercio de esclavos en 1833 en sus colonias y vigilaba muy cuidadosamente los barcos esclavistas, generalmente españoles, y portugueses que merodeaban las costas del África occidental; así mismo se pronunció, luego de unas semanas de tentativa, como enemigo de la nueva nación Norteamericana conocida como la confederación de estados Americanos la cual legalizaba e institucionalizaba la explotación de esclavos. Así mismo en su colonia capital, la india británica, la joya de la corona del imperio, los ingleses habían instaurado cortes de ley común donde se trataba de elaborar un sistema de ley civil que fuese compatible con ambas partes involucradas: el sistema de ley comunal indio y la tradición liberal inglesa. Es oportuno recordar el clásico ensayo “Can the Subaltern Speak?” de la pensadora india Gayatri Spivak quien formula su argumento central usando el debate histórico que se genera a partir de la practica tradicional hindú del Satí (en el cual una mujer se inmola en la pira funeraria del marido recién fallecido) y los intentos ingleses de prohibirla.

[16] Debe notarse sin embargo la presencia del fotógrafo francés “Mousiú” Eugenio Robuchon como el único europeo que figura dentro del texto. En este caso, sus orígenes latinos y su labor de documentador de la violencia excesiva de la Peruvian Amazonian Company encajan sin problema en la interpretación que se sostiene en este ensayo. Se contrasta el estereotipo del inglés o el norteamericano como invasor con el del francés como humanista u hombre letrado.  

[17] Eduardo Neale Silva, Horizonte humano, 230.

El peso de la historia en La Vorágine como “documento de denuncia” (Primera Parte)

To fly is to trace a line, lines, a whole cartography. One only discovers worlds through a long broken flight. [1] Gilles Deleuze.

Este ensayo esta delineado bajo dos partes que tratan –aunque inevitablemente se deslindan un poco de sí mismas- de elaborar una explicación histórica aunque también política y estética de los eventos que causaron que José Eustacio Rivera escribiera una novela o documento de denuncia en la manera en que esta se escribió. La primera parte estudia las características propias del narrador-poeta Arturo Cova como figura de capital importancia dentro de la novela. En esta quisiera avanzar contra la corriente crítica que tiende a relegar la literatura previa al boom de los años 1960’s como literatura costumbrista, o intentos apartados y regionalistas que han fallado en construir una identidad que abarque algo más que regiones o identidades locales dentro de las naciones Latinoamericanas. Con este fin hago uso de los juicios valorativos de miembros del boom como Carlos Fuentes y Julio Cortázar para proponer una contra-crítica y tratar de entender y apreciar mejor la herencia de la literatura de la primera mitad del siglo XX. Para esto uso la subjetividad alterada de Cova y propongo que su discurrir no difiere mucho del que escucharíamos de los personajes que se presentarían después en las narrativas más emblemáticas del mismo boom

La segunda parte se centra en un estudio más histórico-político que trata de ubicar a Rivera como escritor con una agencia bien definida pero inmerso en un contexto económico-político bastante singular y por consiguiente restringido. Esta sección conduce hacia una crítica del texto más enfocada en las observaciones que hemos esbozado acerca de la subjetividad de Cova. Es aquí, donde las partes previas confluyen para arriesgar una tesis -que incorpora factores de la economía política y la diplomacia del periodo- que apunta hacia una posible explicación acerca de los interrogantes que se habían levantado anteriormente. Es decir, ¿Porque La Vorágine adquirió la forma que tiene a pesar de haber sido diseñada como documento de denuncia? O ¿Cuáles con las razones que influyeron al autor de Tierra de Promisión para usar a una pareja burguesa capitalina como vehículo de exploración que conduce tanto al descubrimiento propio y personal como al desenmascarar una estructura de explotación con orígenes que trascienden los limites nacionales?

La Vorágine fue escrita en el periodo inmediatamente posterior al boom económico de los años 10’s y 20’s en Latinoamérica. Como sabemos, Rivera era abogado y funcionario del gobierno durante la expedición limítrofe que se encargaba de precisar las fronteras entre Colombia y Venezuela. Tanto los limites porosos e indefinidos de estos países como las leyendas acerca de operaciones monstruosas que extraían caucho mediante la tortura de los trabajadores poblaban el imaginario burgués de las capitales involucradas. La crítica tiende a estudiar La Vorágine como ficción regionalista en conjunción con otras obras de la época tales como los cuentos de Horacio Quiroga quien también supo trasladar el sentido de maravilla y lo sublime de las formaciones naturales de Suramérica en sus textos; Don Segundo Sombra de Ricardo Guiraldes donde el lenguaje modernista se usa como vehículo de documentación; o el clásico de Rómulo Gallegos, Doña Bárbara, obra que también supo evocar la poética de la geografía nacional pero que además la organizo como simbología teleológica comparando paisajes selváticos como espacios de barbarismo y cultivos o plantaciones como espacios de progreso bajo el signo de una ideología desarrollista.[2]

Pero estas expresiones literarias, como arguye Carlos Alonso en su The Spanish American Regional Novel: Modernity and Autochthony han caído en una suerte de desatención por parte de la crítica pues no encajan entre el vanguardismo en la poesía y la nueva novela (boom) Latinoamericana. La razón principal seria porque el nominativo “regionalista” o “la novela de la tierra” han implicado atención a temas regionales y rechazo de las formas literarias Europeas. Durante el boom, estas ficciones fueron devaluadas drásticamente por los escritores asociados con este movimiento literario a tal punto que figuras como Carlos Fuentes y Julio Cortázar no dudaban en rechazar la validez de estas obras como pieza constitutiva de la tradición literaria del continente. Los comentarios de Cortázar son ejemplares: “[el boom] es la muestra de un continente que finalmente encuentra su voz propia” o “¿Que es el boom sino el logro más extraordinario del pueblo latinoamericano en la búsqueda de su identidad y su conciencia?”[3] Alonso intenta revalidar esta corriente estética y formula puntos de tensión en los que el saldo que los escritores del boom o pre-boom tienen con las poéticas telúricas es evidenciado y se configura a veces como puntos de apoyo sobre los cuales varios escritores de la América hispanohablante levantaron sus proyectos creativos.[4]  Mi intención en este ensayo es resaltar algunos aspectos por los cuales obras pertenecientes a este periodo (en particular La Vorágine) deben ser reconsideradas y reevaluadas siguiendo en parte el llamado que formula Alonso y entendiendo algunas características de esta novela como rasgos que prefiguran un registro de lo que se llamaría “narrativa moderna.” Esto, claro está, sosteniendo la imagen de un presente tortuoso siempre presta y atenta en la conciencia mientras se realiza el análisis de la novela; es decir repensando los temas de la narrativa de Rivera dialécticamente entre un pasado muy presente y un presente que no se achica frente al pasado.               

Recordemos que el punto de entrada de La Vorágine es mediado por el escritor y poeta, Arturo Cova, narrador en primera persona (a veces un narrador algo inestable) quien nos adentra y nos guía hacia la vida cotidiana de los llanos orientales colombianos y posteriormente a la selva amazónica del sur occidente del país. Arturo Cova y su novia o compañera Alicia huyen de la ciudad debido a problemas emocionales poco claros en su relación y las consecuencias que enfrentarían si permanecen en Bogotá. Éstos se internan en los llanos de manera un tanto descabellada, una huida que presagia el fatídico resultado del resto de la narración. Luego de algunos días de viaje se adentran al Casanare y se hospedan en la casa de los lugareños Griselda y Fidel Franco. Allí, se inician en su nueva vida llanera: se introducen personajes típicos del campo como el administrador Barrera, quien desde un principio levanta sospechas en nuestro poeta-narrador Cova. Se genera también una tensión debido a las insinuaciones eróticas por parte de Cova hacia Griselda, la esposa de su anfitrión, entre él y Fidel Franco. Más adelante debido a las violentas borracheras de Cova, su inestabilidad emocional y las propuestas de un mejor futuro vendiendo comida en el campamento cauchero (esgrimidas con elegancia por el galán Barrera), Alicia decide marcharse con Griselda en secreto y aventurarse hacia la selva del Putumayo. Naturalmente el resto de la novela se desarrolla como el viaje peripatético de Cova y Franco en búsqueda de sus mujeres y en el caso de Cova de su hijo, pues Alicia había quedado embarazada recientemente antes de partir. 

Arturo Cova absorto en sí mismo como personaje moderno

Mientras que la primera parte de la novela se enfoca en la estadía y el melodrama de esta problemática pareja de citadinos mal adaptados al llano, podríamos decir que la segunda y la tercera se dibujan como plano vertical que desemboca en el vacío del abismo, en las palabras de Cova “a la vorágine de la nada.” Es decir, las partes restantes de la novela constituyen una especia de caída del hombre en todo el sentido de la expresión: la civilización occidental deviene en barbarie esclavista y extractiva, los hombres (a nivel del sujeto) degeneran en bestias de trabajo, los exploradores, Cova y Franco se pierden en la “inmensidad de la cárcel verde”[5] y la selva los debilita agonizantemente hasta el límite de su consciencia. Al contrario de Doña Bárbara novela con la cual se compara regularmente, en La Vorágine no hay un valor de redención pues la naturaleza y el hombre se destruyen mutuamente. No hay armonía en esta relación como la hay en la novela venezolana donde la ideología de un telos trascendente impregna la simbología del relato. En La Vorágine mientras el hombre roba el látex de los arboles la selva le roba de su energía vital y lo desfigura lentamente.

Dentro de esta odisea tropical, Rivera nos presenta a través de Cova, una variedad de personajes que deambulan por estas áreas perdidas y quienes están relacionados de alguna manera con las actividad caucheras de la región. Por ejemplo, encontramos al rumbero don Clemente Silva; también al guía e intérprete Pipa, a la comerciante turca, Zoraida Ayram, y a otros que poco a poco enhebrarán cada hilo narrativo dentro de la trama general de la novela, como ramas que se entrelazan formando el follaje del bosque amazónico. La multiplicidad de caracteres que pueblan la jungla es a su vez, reflejada en una multiplicidad de voces considerable. Una vez inmerso en la selva el discurso (speech) de Cova se fusiona con otras voces que poco a poco se han adentrado en la narrativa.[6] Esta condición indica una suerte de cubismo literario que indica rasgos muy claros de una modernidad presente o al menos surgente en su técnica narrativa.

En un sentido Cova es el héroe propio del romanticismo tardío latinoamericano; en busca del amor ideal que no pudo experimentar. Pero si nos detenemos y estudiamos la trama desde otro ángulo, Cova está muy consciente de su condición solitaria y la dificultad de recobrar el objeto de su melancolía. Es decir es un protagonista muy “moderno” quien lidia constantemente con los tropos más típicos de la literatura modernista emergente. Podríamos agregar que Cova se torna en “héroe” al terminar con la vida de Barrera y uniéndose a Alicia. Pero ésta no constituye una unión espiritual o ideal sino solo un momento fugaz de alegría que precede la continuación de una nueva errancia ahora incluso más angustiosa pues Cova tiene bajo su responsabilidad a su mujer y a su hijo prematuro. Una y otra vez, especialmente desde la segunda parte en adelante, se nos muestra a un Cova absorto en sí mismo y meditativo o turbado y agresivo hacia los demás. En otras palabras, Rivera nos dibuja el perfil de Cova como sujeto típico del modernismo donde rasgos psicológicos confluyen y se convierten en lenguaje alterado a la manera de un stream of consciousness; y factores tan objetivos como los hechos, el tiempo o el espacio se diluyen en la percepción alterada del narrador-poeta.  

Mi sensibilidad nerviosa ha pasado por grandes crisis en que la razón trata de divorciarse del cerebro…mi mal de pensar que ha sido crónico, logra debilitarse de continuo, pues ni durante el sueño quedo libre… en el fondo de mi ánimo acontece lo que en las bahías: las mareas suben y bajan con intermitencia.[7]

Si nos alejamos del contexto y leemos las palabras como tales en una especie de vacío sin ninguna asociación al tema, éstas podrían adjudicarse fácilmente a otros protagonistas de la “nueva novela.” Es decir, las angustias del mismo Cova pueden ser leídas como si salieran de los mismos personajes creados por Carlos Fuentes, Vargas Llosa, o el mismo Julio Cortázar: los autores que décadas después en algún momento imprudente rechazaban todo lo que los precedía y así se coronaban como “el logro más extraordinario del pueblo latinoamericano en la búsqueda de su identidad y su conciencia.”[8] Serviría clarificar que los rasgos de Cova que reflejan un cierto nerviosismo crónico hacen parte de su personalidad como tal y no representan un desmerito para Rivera o su narrativa. Las recurrentes indulgencias de Cova en fantasías desproporcionadas solo revelan una arista más de los recodos que fascinaban a la narrativa modernista en su exploración psicológica del sujeto moderno. Recordemos pasajes como el de la última parte que nos cuenta el encuentro de Cova con su antiguo amigo Ramiro Estévanez donde el ego del poeta-narrador parece crecerse con una inmodestia que roza la arrogancia. Cuando Cova le obliga a Estévanez a preguntarle que lo ha traído a tan inhóspitos parajes, este responde sin dudarlo y con insolencia premeditada: “Me robé a una mujer y me la robaron. ¡Vengo a matar al que la tenga!”[9]

Estos excesos solo nos recuerdan que Rivera resueltamente decidió componer un documento de denuncia múltiple además de exponer las vicisitudes que resquiebran la subjetividad moderna como ya se ha argumentado. Digo denuncia múltiple pues La Vorágine se ha leído como una obra denuncia que no solo narra la historia fatídica de la pareja criolla sino que expone los horrores causados por un capitalismo extractivo salvaje, ajeno a cualquier tipo de regulación en conjunción con el letargoso aparato burocrático central.[10] Desde antes de su publicación, Rivera militó en actitud de reclamo e indignación sobre los abusos que se habían estado reportando desde 1907 como lo recuerda Hilda Soledad Pachón Vargas en su Los intelectuales colombianos en los años veinte: El caso de José Eustasio Rivera. Ese sería entonces el primer caso de denuncia; pero debemos recordar el contexto literario y cultural bogotano para posicionarnos dentro de la constelación de ideas que pudieron cristalizarse en preocupaciones e inquietudes propias del autor huilense. Como reacción a las corrientes poéticas modernistas que dominaban la producción literaria de la capital alrededor de las fechas que marcaban el aniversario de la independencia del país, una nueva vanguardia irrumpía en el paisaje cultural burgués de la ciudad y expresaba inconformidad con las normas estéticas predominantes. “Los nuevos” como se autodenominaron representaban un vanguardismo e irreverencia en momentos que se respiraba un ambiente academicista y nacionalista debido al aniversario de independencia. Integrados bajo el influjo de José Enrique Rodó, con su obra Ariel, combatieron la política exterior de Teodoro Roosevelt, y promovieron la unidad latinoamericana. A algunos de sus miembros los animaba el socialismo, a otros los entusiasmaba el anarquismo, aunque en el fondo todos avalaban las ideas liberales. Así, conformaron un grupo que gustaba de mostrarse irreverente contra la llamada “Generación del centenario” y vivía en una atmósfera ligeramente bohemia.[11] Ante la irrupción de tales vanguardias iconoclastas, podríamos decir que Rivera ciertamente responde localizando en su protagonista -el narrador-poeta Arturo Cova- al típico “novista” que expresaba en su poética una falta de interés en el patrimonio cultural nacional y pregonaba por las calles y los cafés de la capital una atracción por la audacia verbal y la agilidad de expresión. Tal vez a su manera, Rivera extrae una especie de venganza al crear un personaje trágico inspirado en estos jóvenes e imprudentes poetas quienes han cultivado una arrogancia capitalina y una falta de mesura deplorable. Esta sería entonces la segunda parte de su denuncia: el emitir una advertencia a los nuevos poetas que se rebelan contra las instituciones literarias y estéticas presentes. Releyendo los soliloquios de Cova es difícil no imaginar que Rivera se basara en las muchas conversaciones afectadas por el esteticismo de “Los nuevos” que tal vez debió escuchar mientras cursaba sus estudios de derecho en la Universidad Nacional.           

Regresando al texto me gustaría estudiar otro pasaje nos revela aún más el carácter alienado e introvertido de Cova. En el trance de sus episodios febriles, Cova se pregunta irónicamente, “¿Cual es aquí la poesía de los retiros, donde están las mariposas que parecen flores translucidas, los pajaros mágicos, el arroyo cantar? ¡Pobre fantasía de los poetas que solo conocen las soledades domesticas!”[12] El discurso indica que en realidad él conoce las soledades verdaderas; las que atormentan cuando se está separado de su amada o perdido en sí mismo o lejos de la comunión con el prójimo. Incluso cuando está junto a Alicia, Cova recae en su discurrir existencial: “¿Qué merito tiene el cuerpo que a tan caro precio adquiriste? Porque el alma de Alicia no te ha pertenecido nunca… te hallas, espiritualmente, tan lejos de ella como de constelación taciturna que ya se inclina sobre el horizonte.”[13] El discurrir de Cova perdido en la selva no parece muy lejano al quejido que emitirían los protagonistas de la nueva narrativa hispanoamericana. Pudiera ser ciertamente el monologo de Cova pero también de un Artemio Cruz o un Aureliano Buendía, solo e incapaz de experimentar afecto.       

Haciendo uso del relato en primera persona de Cova alternado con el uso frecuente de largos párrafos articulados como discurso indirecto libre, Rivera presenta una serie de aventuras y anécdotas que se relacionan con los extremos a los que tiende a caracterizar la industrial cauchera en la región. Los personajes también se van encargando poco a poco de delinear los maltratos y las heridas que el comercio del caucho ha dejado en sus vidas. Se nos narran episodios de violencia horrífica que usualmente involucran a los capataces y administradores de las plantaciones perpetrando torturas indescriptibles contra los trabajadores del caucho quienes en su mayoría son habitantes originales del área o indígenas raptados de sus comunidades.

Lo que este breve repaso nos indica entonces es que en La Vorágine ya se despuntan rasgos de eso que Fuentes llamaba “la nueva novela Hispanoamericana.” Es decir acá figura claramente el protagonista como carácter alienado por la cultura del capitalismo monopolístico y por su propia consciencia existencial. Además de retratar sus personajes como subjetividades complejas e impredecibles, Rivera utiliza técnicas que no son ni provinciales ni poco sofisticadas: a través del texto se encuentran yuxtaposiciones de personajes, de lenguajes bellos con aspectos grotescos que evocan por ejemplo pasajes de El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, además de las recurrentes digresiones de Cova poblabas por lucubraciones liricas que se intercalan con el discurso y el habla propia de los llaneros, los habitantes de la selva y los comerciantes de caucho. Estas estrategias narrativas construyen una suerte de plano polifónico donde el texto parece cambiar de dimensión o de modalidad cada vez que una intervención modifica la plasticidad del lenguaje y enriquece el entramado narrativo. Ante estas complejidades, y las técnicas experimentadas por otros escritores contemporáneos de Rivera, las anotaciones mencionadas de ciertos miembros del boom parecen cada vez más desafortunadas.      

También debemos recordar que el vocabulario específico de la novela resalta su modalidad discursiva de especialización y le terminología inmanente. La Vorágine repite un gesto observado en novelas del modernismo: la creación de un espacio de lenguaje autosuficiente que refleja la especialización del autor por un tema definido y su característica como documento de denuncia. Es tal vez la intención predominante de Rivera de crear esta suerte de denuncia la que lo obligó a dedicar considerables energías en la tarea de recrear la selva y que llevó también a escritores y críticos a formular sentencias poco favorables como la de Carlos Fuentes acerca de literatura y naturaleza.

En la tercera y última parte de la novela se nos narra la llegada de Cova al campamento, su venganza contra Barrera y su encuentro con Alicia y su hijo recién nacido. También es allí donde se nos revela en un gesto meta-literario (que parece querer cobrar distancia del autor) que Cova ha estado documentando su odisea amazónica en un “libro de caja” durante todo el trayecto. Pero aquí no termina la novela, porque poco se sabe de lo que “realmente” ocurre con Cova y su familia. Lo que sobrevive es el diario que se ha escrito en el libro de caja que es en realidad el libro que sostenemos en nuestras manos. El libro es así mismo el diario pero adornado por dos para-textos que enmarcan y ofrecen un distanciamiento del manuscrito mismo. El prólogo y epilogo que demarcan el diario de Cova son firmados y atribuidos al propio José E. Rivera por el mismo y dirigidos al cónsul de Colombia en Manaos, Brasil agregando que nadie ha podido dar con el paradero de los perdidos y concluyendo con algo de frialdad: “¡Los devoró la selva!” Podríamos agregar que La Vorágine es mucho más que  una novela de la tierra. Tal vez constituye un enlace de importancia capital en el devenir del corpus literario de Colombia y de la región pues las semillas de propuestas tan diversas como Cien años de soledad o Los Pasos Perdidos se pueden localizar entre las experiencias de Cova y la perspicacia de Rivera para narrar y traducir la experiencia vivida al texto.  


[1] Gilles Deleuze, Dialogues (New York, NY: Columbia University Press, 1987), 36.

[2] Gerald Martin, Journeys Through the Labyrinth (London: Verso, 1989), 49. En este sentido sería interesante pensar periodos de la tradición literaria suramericana o latinoamericana como intentos por estudiar el paisaje sublime o lo sublime latinoamericano. A mi saber no existe aún una recopilación que analice tales tropos desde la perspectiva fenomenológica propuesta por Emmanuel Kant y Edmund Burke. Para un análisis pictórico de lo sublime dentro de la plástica norteamericana del siglo XIX ver American Sublime: Landscape Painting in the United States 1820-1880. Para una ilustración desde teorías culturales y arquitectónicas de las construcciones paradigmáticas norteamericanas como represas, rascacielos, las líneas del ferrocarril o las ciudades electrificadas de principios de siglo ver el excelente estudio de David Nye American Technological Sublime.

[3] Idelber Avelar, The Untimely Present Postdictatorial Latin American Fiction and the Task of Mourning. (Durham, NC: Duke University Press, 1999), 35.

[4] Carlos J. Alonso, The Spanish American Regional Novel: Modernity and Autochthony. (Cambridge: Cambridge UP, 1990), 41.

[5] José E. Rivera, La Vorágine. (México D.F.: Editorial Porrúa, 2004), 79.

[6] Recordemos el análisis que estudiamos hace algunas semanas donde la crítica Sylvia Molloy argumentaba una suerte de contaminación narrativa al reflexionar sobre la mutación que sufre el estado de ánimo y la conciencia de Cova como refracción dentro del orden de lo lingüístico. Sylvia Molloy “Contagio Narrativo y Gesticulacion Retorica en La Voragine” Yale University Press: Revista Iberoamericana 53.141 (1987): 745-766.

[7] Rivera, La Vorágine, 39.

[8] Avelar, The Untimely Present, 35.

[9] Rivera, La Voragine, 177.

[10] En este sentido La Vorágine constituye un ejemplo de literatura denuncia como lo fue alrededor de la misma época el best-seller The Jungle (1906) de Upton Sinclair donde el autor norteamericano revela las condiciones deplorables de la actividad carnicera y su empacamiento industrial. La lectura de La Vorágine como documento de denuncia ha sido propuesta por el crítico Carlos Alonso en su The Spanish American Regional Novel: Modernity and Autochthony. Entender La Vorágine como documento de denuncia creo yo constituye un gesto dialectico en sí mismo: al leer la narrativa como ataque a las autoridades nacionales se potencializa la capacidad transformadora social de la literatura (recordemos que las narrativas antiesclavistas de mitad del siglo XIX como por ejemplo Uncle Tom’s Cabin de Harriet Beecher Stowe tuvieron un impacto tan profundo en las clases letradas antiesclavistas de Nueva Inglaterra y Londres como para poner suficiente presión pública sobre las instituciones y declarar la prohibición de la esclavitud en los territorios de la corona -hasta el presidente Abraham Lincoln al conocer a la autora H.B. Stowe le pregunto con simpatía “So this is the little lady who started this great war”? Así mismo el entender la literatura como herramienta de denuncia y cambio social puede correr el riesgo de prestar demasiada atención a los eventos sociales y políticos relevantes. Conllevando a descuidar la búsqueda y perfeccionamiento de la estética y un espacio de discusión propicio sobre temas más abstractos de corte filosófico o teológico.          

[11] Antonio Gómez Restrepo, Historia de la Literatura Colombiana. (Bogotá: Ministerio de Educación Nacional, 1956), 38.

[12] Rivera, La Vorágine, 149.

[13] Rivera, La Vorágine, 8.