El imperio dentro de la república (o la sustancia y la forma): los impulsos imperialistas estadounidenses y la soberanía canadiense

Los recientes ataques económicos desplegados por el gobierno de los EE. UU. contra Canadá, entre ellos los aranceles no son nada nuevo en las relaciones entre los EE. UU. y Canadá. Para quienes están familiarizados con la historia canadiense moderna, la crisis de los misiles Bomarc (en el contexto de la crisis de los misiles rusos en Cuba en 1961) sirve como recordatorio del patrón de agresión del ejecutivo estadounidense cuando la política canadiense no se alinea con sus intereses inmediatos.

Durante la crisis de los misiles Bomarc, Canadá enfrentó la presión estadounidense para desplegar misiles Bomarc con armas nucleares como parte de la estrategia de defensa del NORAD. El gobierno del conservador John Diefenbaker se opuso a prestar el suelo canadiense para este proposito lo que provocó tensiones con los EE. UU. La administración de John F. Kennedy no ocultó su malestar con el primer ministro Diefenbaker y rápidamente implementó una campaña propagandista (en términos mas elegantes “campaña de relaciones públicas”) para deslegitimar al primer ministro y convencer a otro miembro del Parlamento en la oposición que bailara al son estadounidense, este seria el futuro primer ministro Lester B. Pearson del partido liberal canadiense. En un bombardeo publicitario, Pearson fue posicionado como la opción racional y Diefenbaker fue desdibujado y presentado a la opinion publica como un líder incompetente. Este episodio fue tan impactante para quienes prestaron atención que inspiró el famoso ensayo Lament for a Nation del filósofo canadiense George Grant.

Algunos argumentaron que no había simpatías entre los dos líderes, Kennedy y Diefenbaker y que esta tensión fue la causa de los malentendidos y los contratiempos que llevaron a la Crisis de los Misiles, pero esa no es una razón completamente convincente.

Otros creen que, independientemente de cuánto o cuán poco les gustaran o disgustaran a los presidentes estadounidenses sus homólogos canadienses, la agenda estadounidense tendría precedente sobre la canadianse. Desde la perspectiva norteamericana si un primer ministro canadiense no colabora con los fines de Washington solo habría que esperar a que el siguiente lo hiciera.

Hoy ocurre algo similar ante los infames aranceles de la administración de Trump. No importa si a Trump le gusta o no Justin Trudeau, o Mark Carney. Importa poco si Carney se enfrenta a Trump o si se hace amigo de él haciendo cola en la entrada principal de Mar-a-Lago.

La administración Trump, como la administración Kennedy muchas décadas antes, está decidida a salirse con la suya con Canadá. Mi tesis es que el objetivo de la administración Trump es apoderarse lentamente de Canadá y, si no, al menos asegurar partes y secciones de nuestra soberanía. Su plan de acción (que no por casualidad toma mucho de los rusos) incluye deteriorar la posición de la imagen internacional de Canadá, aumentar la polarización interna en el país, desacelerar la economía y, luego, una vez que haya reducido a su oponente, solo entonces negociaría para poner fin a la “crisis”, por supuesto una crisis que él mismo creó para sus propios objetivos.

Declararía la “victoria” cuando se hayan creado mejores términos comerciales (para los EE. UU.) mediante la manipulación política y el debilitamiento de la bolsa y el espíritu canadienses. No necesita crear un estado mas (el famoso estado 51), pero ejercería suficiente presión para crear las condiciones bajo las cuales el capital estadounidense pueda acceder a los recursos canadienses con poca supervisión y regulación y bajo las condiciones más favorables para ello. Y esto es lo que la mayoría de los comentaristas no han logrado comprender. La conexión entre el capital estadounidense, los recursos canadienses, el esfuerzo estadounidense para socavar la soberanía canadiense, la toma de posesión de dichos recursos bajo los términos y condiciones estadounidenses.

Tal vez valga la pena recordar y reexaminar hoy el lamento por una nación que George Grant escribió hace exactamente 60 años, cuando la crisis de los misiles Bomarc dejó en claro que la soberanía canadiense estaba en peligro. Grant lamentaba el fin de un Canadá que conocía, un sistema político conservador, de influencia británica, con una cultura claramente equilibrada (política y de otro tipo) entre la herencia británica y francesa y ligeramente influenciada por la economía y la cultura estadounidenses. Su reacción conservadora puede leerse como un adiós a una cultura general canadiense que estaba en camino de fusionarse con la estadounidense; un adiós a una política y una economía canadienses que se embarcaban en una marcha lenta pero constante hacia lo que él llamaba un Estado homogéneo, un Estado dominado por la tecnología estadounidense (y su influencia en la mente humana), culturalmente liberal y que creaba un sujeto político indistinguible de un estadounidense.

Hoy más que nunca nuestra integración parece inevitable si se le da rienda suelta al imperio en los centros de poder estadounidenses. La crisis de los misiles Bomarc lo reveló en el contexto de la Guerra Fría. Los aranceles de Trump nos recordaron, en tiempos pos- “ideológicos” y neoliberales, que el imperio estadounidense o los impulsos de imperio habita dentro de la república estadounidense y que el imperio es impulsado y alimentado por el capitalismo y su insaciable apetito de acumulación.

Tal vez en los mismos años en que George Grant escribía su lamento por el nacionalismo canadiense, Gilles Deleuze, teórico francés del capitalismo, concluyó que, de hecho, a lo largo de la historia el estado permite el nacimiento y el crecimiento del capitalismo, pero el capitalismo a su vez subsume al estado bajo su control. El neoliberalismo es la última expresión de esta operación de absorción y superación.

El capitalismo estadounidense a través de sus diferentes períodos y niveles de sofisticación, Estados Unidos ha alcanzado un nivel de poder y riqueza inimaginable hasta ahora, pero también un nivel devastador de control de los individuos y un deseo apocalíptico de asegurar todos los recursos, incluso los que se encuentran en los lugares más aislados, como debajo del lecho marino del Ártico, en el vasto escudo canadiense, en los bosques canadienses más remotos o en sus monumentales reservas de agua.

La crisis de Bomarc fue principalmente una cuestión de defensa y militar en el contexto de la Guerra Fría, y los aranceles de Trump pueden entenderse como el primer movimiento del imperio que opera dentro de la república estadounidense. Ambos son una prueba manifiesta de que la política exterior estadounidense traiciona su retórica más solemne de derechos humanos y el estado de derecho internacional. Esto solo resalta la vacuidad subyacente de esos principios declarados (derechos humanos, soberanía de las naciones, estado de derecho, valor absoluto e inherente de la vida humana) y la contingencia histórica que subraya cualquier esperanza de una política exterior que defienda alguna moralidad. Episodios como estos, que ponen en tela de juicio la soberanía canadiense, no deberían indignarnos, sino recordarnos que la obsesión de Estados Unidos por controlar a sus vecinos no es nada nuevo. En vista de los objetivos descarnados de esta administración, Canadá debe comprender que la política exterior estadounidense, informada e impulsada por su monumental capital financiero, es y siempre será un hilo conductor de su soberanía y su derecho a existir.

Litio, literatura y flujos letales

“En dos décadas los combustibles fósiles serán historia. Las guerras del futuro se celebrarán por el litio y el coltán.”[1]

“Buzz” /bəz/– sustantivo: un ambiente de emoción y actividad.[2]

Iones de litio (en azul) moviéndose a través de la estructura (University of Liverpool).

1 – ¿Qué no es el Litio?

El litio (Li) se ha convertido en una palabra de moda, una tendencia, o un “buzz.” Pero, ¿qué es un “buzz”, o mejor aún, qué hace que un metal inerte sea un producto tan atractivo/sexy, hasta el punto de causar un revuelo que dura años? El litio se ha convertido en sinónimo de auge, un “boom,” pero, de nuevo, ¿qué es un auge? ¿qué es un “boom”? ¿Es simplemente lo opuesto a la quiebra? ¿Lo opuesto a lo que llaman un “bust” en inglés?  ¿O es quizás algo que va más allá de las métricas, los gráficos y la acumulación? ¿Y se desplaza al terreno inestable de los afectos, flujos (tanto químicos como corporales) y las llamadas “vibras”?[3]

En los últimos años, el litio se ha convertido en un mineral “verde.” Pero, ¿cómo puede un mineral ser “verde,” a menos que se produzca naturalmente como una esmeralda? ¿Es el significante “verde” un artificio puramente metafórico, o es el litio un mineral verde en el sentido de que nos permitirá desprendernos del petróleo? El litio se ha convertido en un mineral “crítico”. Pero “crítico” es una palabra de orden poli-semántico. “Crítico”, tal como lo utilizan los gobiernos y las empresas, es una categoría meramente extractivista. Quizás un mejor uso de la palabra sería decir que el litio es fundamental como componente ecosistémico; es decir, el litio es fundamental para que funcione un determinado ecosistema. Por ahora todo bien, todo el mundo sigue confundido (las cosas siguen en marcha).

El litio tiene un fuerte poder simbólico para los imaginarios nacionales y empresariales, una especie de promesa. Esto es lo que es el litio hoy para nosotros y en la actual intersección de intereses, posibilidades y poder. En otras palabras, la pregunta no debería ser, qué es el litio, sino cómo empuja, activa y cataliza las muchas partes de esa máquina monumental que llamamos capitalismo, o la infraestructura del sistema operativo del mundo. Quizás la pregunta no debería ser qué es el litio, sino qué puede ser. ¿En qué dirección va, es un cúmulo o un único elemento, a qué velocidad se mueve y en qué dirección(es)? ¿Es una sustancia que afirma la vida por sí sola o en los distintos ensamblajes en los que pretendemos utilizarla? ¿O deviene en substancia tóxica cuando entra en contacto con otros cuerpos en otros encuentros?

2 – La novela

Litio, es un thriller de corrupción escrito por el escritor vasco-mexicano Imanol Caneyada y publicado en 2022 por Editorial Planeta México. En sus 267 páginas, la novela imagina el conflicto que se produciría después de que se confirmen depósitos de litio en el desértico norte del país y una empresa minera canadiense inicie actividades para asegurar los derechos y, posteriormente, extraer el mineral. Separada en secciones por versos de “La Suave Patria” del poeta modernista Ramón López Velarde, la novela pretende realizar un estudio sobre las subjetividades extractivistas, así como sobre conceptos abstractos como nación, nacionalismo y extracción por parte de corporaciones extranjeras.

Los protagonistas nos permiten vislumbrar la vida de los sujetos afectados por la fiebre del litio en México. Los canadienses protagonistas son empleados de la empresa “Inuit Mining” o trabajan en la Embajada de Canadá en la Ciudad de México. La mayoría son sujetos extractivos: el geólogo Guy Chamberlain es un personaje obeso e insaciable pero simpático, nacido y radicado en Montreal, siempre está en desacuerdo con su hija, una ferviente adolescente ambientalista. El jefe de seguridad Marc Pierce es un homosexual sexualmente voraz que siempre busca aventuras ilícitas con jóvenes mexicanos locales. Jonathan Ironwood, es un director empresarial y sujeto hipercapitalista radicado en Toronto. Margaret Rich, una mujer de mediana edad, nunca casada, que actúa como actual embajadora de Ottawa en México y que desprecia a los mineros canadienses y su actitud contra el estado. La cínica y decepcionada Margaret Rich lamenta que el hecho de que el Estado Canadiense se haya convertido en un simple facilitador comercial.

El protagonista mexicano es Heriberto, un ranchero soltero y taciturno de unos 40 años que se niega a vender el terreno a la empresa canadiense; María Antonia, prima de Heriberto, también apática con respecto a la venta de tierras, utiliza su rancho para cultivar orquídeas en invernadero para exportar a Estados Unidos; y su madre, la anciana Ana María, que está confinada en su habitación, sufre visiones y Alzheimer. También está Cipriano, el corrupto y mezquino alcalde de la ciudad que apuesta por la venta de tantos terrenos como sea posible.

En el micromundo de la novela, locales y extranjeros luchan por el control de las reservas de litio en el desértico norte del país. La empresa minera vence la resistencia local para luego ser devorada por un conglomerado chino mayor en una toma despiadada del poder. La novela finaliza con la descripción de la fusión y el despido de los empleados canadienses y la destrucción del rancho de Heriberto y María Antonia, donde supuestamente se encuentra litio.

Supondríamos que la novela está basada en una historia real o al menos en una representación parcial de un incidente similar. Sin embargo, la novela narra un conflicto que nunca ha ocurrido. De hecho, de México no se ha extraído ni un solo gramo de litio y todo el rumor sobre las potenciales riquezas enterradas bajo tierra es simplemente eso, un espejismo, una ráfaga de declaraciones gubernamentales, decretos oficiales, informes de empresas y una ristra de noticias que repiten constantemente los milagros del litio y sus promesas.

Los actores de este drama de la vida real son bien conocidos y están documentados: el presidente López Obrador, la empresa canadiense-británica Bacanora Lithium, el conglomerado chino Ganfeng Lithium, la empresa estatal mexicana LitioMx y el fabricante de vehículos eléctricos Tesla. Una simple búsqueda en Google revela el drama corporativo desatado por la interfaz mineral-techne- acumulación.

Mi objetivo es investigar un poco estas máquinas narrativas que parecen darnos una explicación más matizada y real del “buzz del litio”. Dentro de la lógica del capitalismo la fase de auge o de “buzz” de cualquier mercancía está marcada por “una tormenta de actividad que remodela los paisajes, las relaciones dentro y entre las comunidades y los imaginarios del futuro en territorios marcados para la extracción incluso antes de que se mueva la tierra para cualquier extracción.”[4] Ésta es ciertamente la fase que Caneyada intenta delinear en su relato literario. La particularidad de la novela y de la realidad hasta hoy es que el “buzz” que precede al “boom” de las materias primas fue solo un “buzz” que nunca se materializó o no se ha materializado aún.

En otras palabras, estamos ante una narrativa de especulación. Como todos los proyectos de extracción de litio, la novela se basa en la lógica productiva y ambigua de la especulación. Si nos centramos en una historia del litio en el siglo XX entendemos que las proyecciones son simplemente eso, proyecciones de futuro sin garantías, y que la mayoría de las veces esas proyecciones han sido erróneas, sobreestimadas o subestimadas. Tanto en la extracción como en la literatura la concreción y rentabilidad es inestable e indeterminada.

3 – Infraestructuras invisibles

Por accidente o decisión en la novela poco se habla del litio, pero mucho de la vida de quienes tienen que ver en su materialización/extracción. El lector nunca llega a escuchar de un personaje que encuentra o “experimenta” la sustancia a primera mano, tampoco leemos ninguna descripción sobre un depósito de litio. Parece que este metal invisible, clave para el desarrollo de la trama, figura extrañamente ausente de ella.

Pero el litio sin embargo sigue siendo parte de la infraestructura de la novela en la misma medida en que se materializa para convertirse en parte de nuestra infraestructura material. Como estructura debajo/infra, permanece invisible y, sin embargo, apoya toda actividad visible.

En el México real, al igual que en la novela, la mina de litio nunca se materializa. La producción nunca comienza y todo sigue igual o peor. Es cierto que no hay destrucción del medio ambiente, pero tampoco se generan regalías ni empleos por la extracción de litio. Parece que en su intento de hacer del litio un activo para los mexicanos (nacionalizar), el presidente López Obrador acabó con el proyecto extranjero y con cualquier esperanza de hacer realidad la producción de litio. ¡El litio mexicano por ahora está destinado por ahora a permanecer bajo tierra y fuera del alcance de los canadienses, los chinos, los cárteles e incluso los mexicanos!

La especulación, el poder simbólico y la gestión de la información constituyen la historia del litio tanto como cualquier uso que podamos darle para construir y sostener nuestras infraestructuras literarias y logísticas.

4 – Flujos y deseo

Pero no entenderemos nada sobre máquinas e infraestructuras si ignoramos el deseo que las concibe y las sostiene. Leer acerca de la generación de una máquina extractiva/productiva basada en litio y sus baterías, es también leer sobre el funcionamiento de una máquina de energía, una máquina libidinal.

El texto recurre a la asociación entre las reservas potenciales de litio (y sus capacidades potenciales de almacenamiento de energía) con el potencial excedente libidinal: específicamente los flujos y desbordes libidinales masculinos. El litio, al igual que la cocaína, se ha insertado en el sistema operativo del mundo como una sustancia que refleja nuestro propio deseo de energía ilimitada, consumo insano y locura colectiva en un mundo de opinión bipolar donde la prescripción y el deseo a menudo corren direcciones opuestas.

Durante una reunión con el geólogo Guy Chamberlain, aprendemos que la mente del CEO Jonathan Ironwood “comenzó a trabajar a toda velocidad convirtiendo los millones de toneladas en millones de dólares y la consiguiente erección. ¡120 millones de toneladas!” La mención de la erección de Ironwood después de oír sobre depósitos más grandes de los esperados puede parecer extraña y no relacionada. Pero recordemos que existe una unidad de deseo económico y libidinal argumentada por Deleuze & Guattari en el AntiEdipo: los afectos o pulsiones forman parte de la infraestructura misma.[5]

Pero quizás la cosa va en ambos sentidos. Es decir, el impulso sexual se sublima o “desvía” hacia otras metas que son “socialmente superiores y ya no sexuales”. Nuestros instintos e impulsos primitivos son así reprimidos, pero también los socialmente superiores, como los resultados de nuevas exploraciones, pueden sexualizarse y manifestarse en una simple respuesta fisiológica.

El CEO canadiense, lejos de su esposa y atrapado en un matrimonio distante y sin amor (“Hubo un punto en su matrimonio en el que la palabra amor se tornó en contrato.”)[6], sublima su deseo en el orden social del trabajo, pero más específicamente en el comportamiento corporativo agresivo y la codicia personal, pero cuando se revelan los resultados de nuevos depósitos de litio más grandes de lo esperado, lo que había sido sublimado en el trabajo regresa (el retorno de lo reprimido Freudiano) como un impulso sexual.

Para decirlo con Deleuze & Guattari, todo es objetivo o subjetivo, tal como se quiera. “La distinción que hay que hacer no es objetiva o subjetiva: la distinción que hay que hacer pasa a la propia infraestructura económica y a sus inversiones”. La economía (inversión) libidinal no es menos objetiva que la economía política, y la política no es menos subjetiva que la libidinal, aunque ambas correspondan a dos modos de diferentes inversiones de la misma realidad como realidad social.”[7]

¡Qué mejor término que inversión libidinal! Al fin y al cabo, las inversiones de la Sonora Lithium son tanto económicas como libidinales.

Hay algo que destacar aquí: entender el deseo más allá de la lógica de la carencia (lack) y del deseo hetero/homosexual convencional. Mejor entenderlo quizás como un flujo libidinal que se activa incluso en los contextos más asexuales. En efecto, siguiendo a Deleuze & Guattari, una transacción bancaria o bursátil, un cupón, un crédito, puede conmover a personas que no son necesariamente banqueros. En la oleada de deseo, estos personajes están representando visiblemente los flujos de todo tipo de flujos libidinales-inconscientes. Pero los flujos pueden tener consecuencias terribles: “el deseo está presente allí donde algo fluye y corre, arrastrando consigo a los sujetos interesados ​​hacia destinos letales.”[8]

Los flujos imaginados de litio activan flujos biológicos internos en los cuerpos de los personajes involucrados y a su vez una serie de afectos que los impulsan a satisfacer lo que veíamos como insatisfactorio, los sujetos capitalistas experimentan la satisfacción misma como insatisfactoria. A esto se suma el elemento de urgencia. “El tiempo ya no es dinero, el tiempo es litio.”[9] Ese efecto añadido de urgencia empuja a los sujetos a sus límites físicos y mentales en la carrera por asegurar los derechos del litio o iniciar la producción. Es un afecto compuesto, una mezcla de deseo con prisa, principio de placer destructivo junto con la escasez de reflexión que se permite bajo la premisa de la inmediatez y la ilusión creada de una oportunidad fugaz.

5 – Sujetos anti-extractivistas

Los flujos, como se mencionó antes, se extienden como radículas o tal como las ramificaciones de una raíz: sin ninguna dirección predeterminada o en particular y con una intensidad caótica. A mitad de la novela escuchamos sobre Julie, la hija mayor de Guy Chamberlain. Como activista ambiental comprometida, desafía a su padre con una franqueza y claridad inusuales; los hace callar al equiparar su estatus familiar medio alto que vive en Westmount, Montreal con la destrucción de tierras y ecosistemas remotos. Julie abandona su cómoda vida burguesa para trabajar en una comuna radical socialista en la zona rural de Quebec: en otras palabras, mapeamos la transición de un sujeto activista a uno fundamentalista. Julie no tolera vivir bajo el apoyo financiero de su padre, un apoyo derivado de su salario corporativo: “Este lugar ya no es mi hogar. Moralmente, no puedo permitirme vivir aquí, incluso si lo intentara. Esta casa es un insulto a la Tierra. Esta y todas las casas de Westmount, y de Canadá, están construidas sobre la explotación irracional de la tierra, el exterminio de otras especies y la miseria de dos tercios de la humanidad.”[10] Poco después Julie escapa; su familia no sabe nada de ella durante algunas semanas, su padre, Guy Chamberlain, solicita una licencia intempestiva para ayudar en la búsqueda de su hija por todo Quebec, pero debido a los acontecimientos en México, y su ausencia, lo despiden. Más tarde nos enteramos de que Julie fue arrestada “por daños a la propiedad privada y daños económicos.” Ella y sus amigos radicales liberaron cientos de bisontes de una granja en Val-d’Or y luego fueron capturados por la policía.

Chamberlain está capturado en una contradicción. Una situación muy real que atañe a muchos profesionales que trabajan en la minería. Acusados ​​por los juicios ambientalistas de sus hijos o por sentimientos de culpa y valores en contradicción, a muchos profesionales de la minería se les dificulta cada vez más la decisión de seguir laborando en aras de la destrucción de la tierra.

De vuelta en México y hacia las páginas finales, la violencia cierra el círculo narrativo y los flujos de intenso deseo nos llevan a lugares (intensamente) no deseados. Las familias locales, enfurecidas por haber sido expulsadas y ver sus propiedades destruidas, deciden en embarcarse en un flujo de (auto)destrucción. María Antonia conduce hasta la comisaría y le dispara al policía y al alcalde por odio, por ser unos “vendidos” pero también por su frustración, por su inactividad y corrupción. Después de disparar, deja caer el arma y se sienta en la acera esperando ser arrestada.

Y aquí nos topamos con el eslabón retratado en el post anterior (Oaxaca o los secretos del diablo) en tanto concebimos cosas, objetos, procesos, flujos, cuerpos como “biproductos” (de otras cosas, cuerpos u objetos) y no como esencias en sí. Es decir, la pregunta que nos interesa sobre el origen de las cosas: las cosas que hoy se ven (terminadas, concretas, lógicas) como largo devenir de una serie impulsos, gestos, trazas opuestas a través de años y décadas: (de)evolución de procesos en otros procesos, de objetos en su contrario, de gestos como reliquias de lo que alguna vez fue intención/funcionalidad pura.

Personajes como María Antonia o Julie trazan una línea que nos llevara a comprender la bipolaridad de comportamientos en un mundo empujado hacia los límites de las propias condiciones de su existencia. En la actual carrera para conseguir, procesar y producir baterías de litio (una carrera para salvar al planeta de la carrera misma), la subjetividad deviene en psicótismos y las acciones en esquizofrénia. El activista se vuelve fanático del mismo modo que el sistema de extracción se convierte en un sistema de fanatismo donde el principio máximo de eficiencia pura concibe y a la vez rechaza al anterior. El neoliberalismo ha producido o al menos está en camino de producir las condiciones para sus propios antagonismos finales, –afectos postapocalípticos.[11] Ha condicionado o modulado a los sujetos modernos para que sean tan fanáticos como el sistema mismo (a favor o en contra). Ante los ojos de Julie, defensora de la tierra, o de los mexicanos decididos a no abandonar su tierra, el fanatismo es la única opción, el único lenguaje que una versión fanática del neoliberalismo actual les permite iterar. El recurso a la ley es inútil, la ley simplemente repite y reproduce lo que el capital ya ha establecido. En el último capítulo, los excesos creados por nuestra interfaz con el litio y su operatividad dentro de las condiciones actuales de producción y recompensa inundaron los comportamientos de los personajes de forma letal.

A nivel literario el mérito del autor Imanol Caneyada es imaginar y elaborar una trama a partir de un conjunto de hechos que no sucedieron, o que aún no han sucedido y al mismo tiempo trazar o anticipar una secuencia de acciones que aún no se materializan: parece tan plausible, casi inevitable. Quizás el texto se haga realidad en los próximos años. Por ahora, el litio en México no es un recurso maldito, ni una oportunidad para saltar a una tecno-utopía, sino simplemente una imagen no realizada.

En el plano social, Litio debería alertarnos sobre futuros latinoamericanos de fanatismos mutuamente provocados donde los extremos del mercado y el secuestro del Estado producen una fuga de sujetos hacia destinos letales.

Como sabemos, la demanda por las energías “verdes,” y por los metales que la permiten (energía limpia) se va a disparar. Y esta carrera, en palabras de Christopher Pollon, significará que la carrera será aún más despiadada, a pesar de llevarse a cabo y justificarse como un esfuerzo por descarbonizar el planeta, por salvar el planeta.[12] No sólo habrá más destrucción, sino que habrá más presión sobre los más vulnerables, los pueblos indígenas que viven cerca o sobre las tierras que contienen estos metales. En cierto modo, estamos ante la paradoja clásica de la modernidad: destruir el mundo para salvarlo; en términos más precisos, destruir un mundo y sus pueblos, valores, tierras y especies para sostener otro y sus respectivos pueblos, valores, tierras y especies.

Y para nuestro caso particular como académicos latinoamericanos (en su mayoría), significa la destrucción del mundo del que venimos para mantener y sostener el mundo en el que vivimos.


[1] Imanol Caneyada, Litio (Editorial Planeta: Mexico), 165.

[2] Definición derivada del “Oxford Languages Dictionary”

[3] Ver “Good Economy, Negative Vibes: The Story Continues, April 8, 2024 by Paul Krugman” enlace disponible en https://www.nytimes.com/2024/04/08/opinion/economy-vibes.html

[4] Donald V. Kingsbury (2022): “Lithium’s buzz: extractivism between booms in Bolivia, Argentina, and Chile.” Cultural Studies, DOI: 10.1080/09502386.2022.2034909 (Mi traducción)

[5] Gilles Deleuze & Felix Guattari, Anti-Oedipus: Capitalism and Schizophrenia (Minnesotta UP 1983), 63.

[6] Imanol Caneyada, Litio (Editorial Planeta Mexico), 157.

[7] Gilles Deleuze & Felix Guattari, Anti-Oedipus, 345

[8]Gilles Deleuze & Felix Guattari, Anti-Oedipus, 103-104.

[9] Imanol Caneyada, Litio 213.

[10] Imanol Caneyada, Litio 120.

[11] Sigo una línea de pensamiento parecida a la de Jon Beasley Murray con respecto al caracter “fanatizador” del orden propio del neoliberalismo en Posthegemony, Political Theory and Latin America, 113.

[12] Ver Pitfall: The Race to Mine the World’s Most Vulnerable Places de Christopher Pollon.