
Firelei Báez, Untitled (Temple of Time), 2020, oil, acrylic and inkjet on canvas
Como muchos de ustedes, he estado tratando de encontrar razones para explicar la segunda victoria presidencial de Donald Trump. Mi tesis es que la política hoy en día es menos racional de lo que pensamos (dialogo, raciocinio, debate, interlocución) y tiene que ver más con los afectos y la proyección de sensaciones, imágenes, certidumbres.
La política no es racional y los estadounidenses lo han demostrado en dos ocasiones. Los estadounidenses están enamorados de lo que perciben en Donald Trump. Sí, ya sabemos que Trump es una persona detestable y con cierto “malfuncionamiento” mental, pero también sabemos que de alguna extraña manera la gente se siente atraída por él, por la imagen de estabilidad o de poder o de indignación que proyecta. Hay una atracción hacia esta percepción incluso si su comportamiento ya ha demostrado que no es ni estable, ni fuerte, ni razonable.
Fin de siècle/Cambio de siglo
Ya sabemos que la época en que elegíamos a los políticos en función de su competencia y calificaciones, como también lo saben los brasileños y los filipinos, los húngaros y los españoles ya caducó hace mucho. Hoy la gente vota con el corazón (y el estómago) y no con el cerebro. Otros votan en función de la tez de la piel, del género o la identidad. Se invocan todas las partes del cuerpo (podríamos hablar de una anatomía política o de una política anatómica), excepto la corteza prefrontal.
Es realmente difícil argumentar a favor de la racionalidad cuando está demostrado que vivimos en una era de pos verdades, de política afectiva, populismo y dictadores. El peligro, por supuesto, reside en el hecho de que debido a esta seducción y la suspención del juicio racional en la manera en que se hace política hoy estos dictadores puedan acabar con los sistemas democráticos. Ése es el verdadero peligro. Como vimos tanto en Estados Unidos como en Brasil, los payasos tenían su pequeño circo, tomaban malas decisiones, disfrutaban de ser los grandes jefes, pero después de todo se iban cuando era hora de irse. Lo que preocupaba es que pudieran alterar los controles y equilibrios establecidos hasta el punto de consolidarse o encontrar una manera de hacerlo utilizando a otra persona (parientes, personas designadas, aduladores favoritos), etc.
¿Y qué les pasó a Hillary y a Kamala? Ambas mujeres muy racionales, muy preparadas y calificadas (que consiguieron que mucha gente votara y ganaron una gran parte del voto popular), pero aun así no lograron movilizar a una mayoría. A los votantes o no les gustan personalmente (por su historial [su record] o por su personalismo) o desconfían de ellas. Algunos se preguntaban si Hillary y Kamala perdieron las elecciones porque se las juzgó de manera diferente (con mayor dureza o empleando más sexismo) y se utilizó un doble rasero.
¿Y qué pasa con el voto latino? Yo, como muchos de ustedes, tengo curiosidad por entender por qué algunos latinos (pero no todos) se sienten conmovidos por Trump y su imagen. Supongo que muchos de ellos, los más blancos y de clase media, quieren estar menos asociados con los inmigrantes más nuevos, de origen más pobre y piel más oscura, como los venezolanos, los haitianos, los centroamericanos. En ese caso, se trata de una especie de racismo autoprotector y egoísta. Sin embargo, hay otros votantes latinos que realmente creen que él es el candidato adecuado, ya sea porque votan porque están seducidos por el aura y el delirio de devenir en millonario instantáneo –como el propio Trump, o tal vez porque ven en él, de manera paranoica y tal vez desinformada, la alternativa a algunos valores culturales de izquierda (el wokismo). Valores que quizás “han ido demasiado lejos” (vaya uno a saber que es “ir demasiado lejos”).
Quizás la gente vota por sus intereses y preocupaciones más individuales sin mirar un panorama más amplio, –el juicio moral y la ética suspendidos. La doxa va algo así “si Trump encierra a inmigrantes o separa a la fuerza a familias, está bien por mí, siempre y cuando el país no reciba más individuos indocumentados”. En cierto modo, las familias capturadas, enjauladas, separadas a miles de kilómetros de ti son un hecho y situación aceptable porque su dolor no me afecta ni me preocupa y ademas están/son ilegales. En esta línea de raciocinio se piensa muy poco (o nada) acerca de las razones por las que hay gente en la frontera y cuál es o fue el papel de Estados Unidos en la creación de las condiciones materiales que empujan a estas personas a buscar refugio en Estados Unidos.
Lo mismo ocurre con la economía. “Antes de Biden me iba mejor económicamente, así que voy a votar por Trump”. El pensamiento es básico y simplista. Sin embargo, pocos votantes se detienen para contemplar que la economía en realidad creció bajo las dos presidencias, la de Trump y la de Biden, pero fue Biden quien tuvo que lidiar con la inflación pospandémica y el encarecimiento general debido a la guerra de Ucrania. Si no hay cabida, ni paciencia para reflexionar, se vota por Trump a ciegas, movidos por las emociones o por una atracción general por el afecto paternalista de Trump: “¡Él nos salvará!,” “¡Él hará a América grande de nuevo!”
El abandono de una tradición
Esto nos lleva a una conversación sobre nuestra profesión como educadores. La segunda victoria electoral de Donald Trump resalta el abandono de la educación y las consecuencias de la sobrefinanciación de las materias STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics) a expensas de la subfinanciación de las clases, programas, institutos, seminarios, espacios dedicados a las ciencias humanas o a lo que llaman en EEUU y Canadá “Humanities,” Historia, Sociología, Antropología, Literaturas, Filosofía, Educación Cívica, Gobierno y otras más. Como sabemos la democracia solo funciona si los ciudadanos están relativamente bien informados y pueden emplear cierta inteligencia básica. Por lo tanto, una parte (o una gran parte) del electorado que rechaza la ciencia, desconfía de las verdades (o los consensos) académicos o del ethos científico en general y se deja seducir por las redes sociales y sus medias-verdades es, como estamos viendo ahora, un desastre para la democracia.
Ese es el sentido y propósito original de las humanidades como partes del canon escolar y universitario: crear una disciplina y una manera de reflexionar con un mínimo discernimiento moral y político. Hay que recordar este propósito, especialmente hoy, cuando acudimos a épocas de recortes universitarios tanto en el Norte como en Latinoamérica, y atendemos a decenas de voces que lamentan el fallecimiento de programas humanísticos en universidades e institutos en casi todos los países.
En otras palabras, tal vez Trump o el apoyo a sus ideas antiliberales (a menudo retrógradas y violentas) sea el resultado o el síntoma de una sociedad que ve las Humanidades como un lujo o como una mera inutilidad elegante. Y esto no es solo problema de los Estados Unidos; muchos países han imitado la política educativa que Estados Unidos implementa dándole la espalda a las artes, las bellas artes y los mundos de la literatura y el pensamiento social crítico a favor de la creación de miles de ingenieros que no se han leído un libro en su vida.
De los EEUU hoy se puede decir que quizás tengan los chips más avanzados, pero también cuentan con los líderes más retrógrados y desinformados. Y esto no es solo una evaluación de la presidencia. Solo hay que pasar revista a los perfiles de los senadores o representantes de la Cámara de Representantes más populares. A menudo se enorgullecen de sus opiniones antiliberales, de su “mano dura con el crimen” o “mano dura con la inmigración” y otras palabras claves que evocan un conjunto de ideas y sentimientos confusos en las emociones de sus votantes.
La civilización estadounidense se está desmoronando desde dentro por dos factores: los efectos de su propia subvaloración de la educación (que la hizo viable y próspera) y la rápida externalización del pensamiento a medida que empleamos más herramientas de inteligencia artificial para que piensen por nosotros. Si “la tecnología nos vuelve estúpidos” (o más bien el uso de cierta tecnología de la información) entonces podríamos agregar que una tecnología más avanzada nos vuelve más estúpidos. Las herramientas digitales nos han hecho la vida más fácil (en el sentido de que no tenemos que pensar por nuestra cuenta, ni escribir con la mano), ahora todos podemos simplemente preguntarle a Google o a Alexa cualquier cosa. Pero el resultado es una población cuyo cerebro es cada vez menos estimulado y por lo tanto con menos confianza en sus propias capacidades. En otras palabras, nos estamos entorpeciendo y ademas creemos mucho menos en nuestra capacidad de pensar. Hemos perdido la cabeza sin saber cuándo, ni cómo. El viejo dicho norteamericano ayuda mucho: “use it, or lose it.” Algo así como “úsalo o piérdelo.” Estados Unidos (o el electorado estadounidense) claramente la perdió hace muchos años.
La manosfera
El sondeo arroja que el electorado a favor de Trump esta compuesto mayormente por hombres jóvenes (de todos los orígenes y niveles educativos) y que este segmento aumentó en la segunda elección. No deberíamos sorprendernos si hemos leído con atención los debates (en su mayoria estadounidenses) sobre la llamada insatisfacción masculina, las muchas crisis de masculinidad y la ansiedad general causada por una intensificación de la precarización de la economía y los prospectos de desempleo y falta de prosperidad que afecta en mayor proporción a las generaciones más jóvenes: comentaristas tanto de izquierda, Scott Galloway, Jonathan Haidt como, otros más populares de derecha, Jordan Peterson, Joe Rogan, etc han ahondado sobre el decaimiento de los indicadores socio económicos segregados por genero y las posibles repercuciones afectivas-sexuales que afectan en su mayoría a los jovenes y hombres. Será que ven en Trump a un padre, o una figura paterna (que remplaza a la natural quizás ausente) y está dispuesto a sentarse y compartir su plataforma y plan de desarrollo con sus “influenciadores” más importantes. Estos son los famosos “creadores de contenido” podcasters, vloggers y toda una serie de personalidades de las redes sociales (que, por mucho que subestimemos), todavía tienen mucho peso sobre los afectos de los jóvenes y los hombres en su mayoría “descontentos”, sin trabajo o escuela y, sin proposito. Quizás ven en Trump alguna esperanza, o quieren ver o ser conducidos a un lugar llamado esperanza por imaginario/irreal que nos suene. La política inicia en la capacidad de imaginar utopías y ellos creen y sobre todo quieren creer que Trump va a construir esa utopía.
Utopías y distopias tecnológicas
Trump ha sabido “tecnologizar” su utopía rodeándose de otros “genios” tecnoutópicos como Elon Musk y Mark Zuckerberg que le dan credibilidad a su imagen y el valor añadido de asociarse y confirmar su propia valía con otro supuesto caso de éxito individual (el mito muy americano del “self-made success”). Circula en Estados Unidos (y en otros países también) pero específicamente en Estados Unidos una actitud simplista de poder llegar al “exito” solo con el hecho de replicar paso a paso el camino de una figura exitosa, siempre con la esperanza de que por el mero hecho de imitar se logre un resultado comparable. Quizás este dispositivo psicológico sea comparable con el mecanismo que opera y nos seduce en los famosos negocios de comercialización multiniveles y esquemas piramidales, el famoso enriquecimiento instantáneo, o el “asesoramiento financiero” de los “influencers”. Es fácil deducir que jóvenes sin ningún objetivo o propósito/pasión/vocación explícitos (o al menos sin claridad en cuanto a estas cuestiones) se dejen seducir por el culto del “self-made success” y su aparente replicabilidad, a pesar de que las condiciones históricas y materiales son irreproducibles.
Los votantes más jóvenes, quienes admiran todo lo que Elon Musk representa en ingeniería, emprendimiento, Tesla, SpaceX, la seducción de la máquina, atienden a un vínculo natural o una triangulación (evidente pero falsa) entre él, Donald Trump y ellos mismos: una afinidad orgánica de talentos e infalibilidad en el hilo que une la tecnología y el “éxito” empresarial.
Claramente quieren ser parte de esa constelación, aunque al final solo sean idiotas útiles o una pieza más de la maquinaria política de obtener votos. El aura de belleza tecnológica, (destreza y precisión que es tan atractiva para muchos tecnófilos) se entrelaza con la proyección de un Trump como paradigma de hombre de éxito quien diseñará y configurará las herramientas para poder convertirse en él mismo o convertirse en el próximo Elon Musk.
Para este perfil de votante, la cuestión es muy clara: superficial y errónea, pero clara.
Solo cabe esperar que los cuatro años de su mandato pasen volando y que no sea capaz de llevar a cabo sus planes más disparatados: que no de inicio a la Tercera Guerra Mundial, que no se osifique en el poder, que no destruya las instituciones que han generado la posibilidad de consolidación y prosperidad del país…
Mientras tanto, nos encontramos como siempre, medio protegidos en este rincón del mundo llamado Canadá, observando con incredulidad los acontecimientos del otro lado de la frontera. Bajo la condición de dormir con un gigante o con un elefante como alguna vez bien lo definió el Primer Ministro Pierre Trudeau: “Vivir a su lado es, en cierto modo, como dormir con un elefante. Por muy amistosa y tranquila que sea la bestia, si es que puedo llamarla así, cada movimiento y cada gruñido le afecta.” Si alguna vez hubo sueño en esa cama compartida ya terminó. Las vacaciones de la historia de Canadá han terminado.