Las 20 o 30 páginas que he podido leer revelan una narrativa basada en las reminiscencias del autor, cargadas de mucho dolor: angustias, historias marcadas por la guerra y el saqueo, pero sobretodo teñida por la cualidad mágica del recuerdo de la infancia que tiende a moverse como péndulo entre el hecho objetivo y la recolección variada y dispersa que se organiza como lenguaje en el presente. La prosa de Hijo de Hombre se lee clara y acertada aunque a veces podría economizar en adjetivos y cualificaciones. Naturalmente se trata de poéticas propias de una región y un tiempo ya separados por una brecha amplia que navegan alrededor de otros encuadres y sensibilidades. Su narrativa también se diferencia de otros autores de la época por saber manejar el bilingüismo castellano-guaraní que recupera la riqueza del segundo sin descender a los folklorismos o la exotizaciones enmarcadas en visiones dominantes extranjeras. Hay que reconocerle a Roa Bastos su proyección histórica y literaria que recoge desde un pasado traumatizado y “ninguneado” los escombros de todo un sistema cosmológico y epistemologías propias de estos grupos originarios los fragmentos que aún quedan en la memoria y la tradición oral de sus descendientes y los mestizos del Paraguay. En este sentido Roa Bastos estaba muy adelantado a los criterios de multiculturalismo y las políticas del lenguaje que décadas después vinieran a moldear la relación en tanto lenguaje, historia y dominio cultural. Por lo poco que pude leer hasta ahora, me parece que en el trasfondo de la temática de Roa Bastos figura recurrentemente la tipología de la violencia territorial: el despojo originario; los desplazamientos de épocas independentistas y sus recompensas a grandes generales y hombres de armas que devendrían en hacendados déspotas y latifundios de explotación y dominancia; las guerras de mitad del XIX con todos sus muertos, sus hijos huérfanos y bastardos que serían los protagonistas de épocas nacionalistas, desarrollistas y de modernización “desde arriba” implementada de forma cruenta -para no ir más allá; la constante opresión histórica ya entrado el siglo XX, leída como la acumulación de miseria, la urbanización mal manejada y la ruralización y precarización de las ciudades latinoamericanas; en fin, su narrativa se puede leer como el signo histórico de la “contra-modernización” o el lado oculto de los proyectos positivistas que desde el iluminismo hasta hoy han marcado las ideas sobre y para Latinoamérica. Tomando prestadas las palabras de Alberto Cousté, Hijo de Hombre es “una tentativa profunda para entender el rostro vergonzante de América Latina, los subsuelos de horror sobre los que un continente colonizado y ofendido.” Volviendo a las ideas sobre territorialidad podemos entender las narrativas regionales como el registro de la colonización, o al menos un tema -que como una corriente engañosa en rio manso- permea otras temáticas más explicitas con una serie de leitmotivs: abuso, precariedad, el rostro sangrado y el sabor de la traición. Es el momento donde el colono en cualquiera de sus iteraciones: español adelantado, europeo industrialista, empresario criollo, o sencillamente hombre de negocios neoliberal, se inscribe en la política y la tierra -se forma este dibujo desde la precariedad de la enunciación del otro, el campesino, el mestizo, el villero, el indigente, o para Roa Bastos, el hijo de hombre .