Diomedes Díaz, el murmullo y el rompimiento de la máquina

Constitución

Diomedes el niño, antes de ser Diomedes Diaz, se descubrió mientras andaba por los campos a las afueras de la vereda de Carrizal espantando pájaros con una lata en la mano y armando versos con lo que veía. Algo similar pensaba el filosofo francés Gilles Deleuze cuando hablaba de murmurar el estribillo, el coro, cualquier tonada como el acto de encontrar un hogar portátil, sentirse protegido y acompañado con el repetir frases y ponerlas sobre melodías.

Recordemos que a Diomedes niño, su abuelo le pagaba céntimos para espantar los pajaros que se comian sus matas de maíz. En ese instante, al espantar los pájaros, Diomedes deja de ser un niño y deviene en cantante; es decir, descontextualiza el acto de cantar como expresión artística para formar un ensamblaje que incluía su estribillo, y la lata que se convertía en guacharaca para volverse espantapájaros móvil.

Rompimiento

Hacia el fin de su carrera Diomedes decaía cada vez más en sus presentaciones en conciertos. Se dice que llegaba tarde, alegaba con los músicos, insultaba al publico que le pedía canciones, olvidaba las letras, discutía con el técnico del sonido, agredía a los asistentes del grupo, y todas estas técnicas revelan el rompimiento (break down of the machine) de Diomedes como máquina vallenata.

Es una descomposición lamentable pero fascinante. La mayoría de artistas profesionales intentan preservar su cuerpo o su voz, que es su medio de sobrevivencia, lo mayor posible: quieren ser eternos. Pavarotti era famoso porque cantaba a los 70 igual que a los 40. Su filosofía de vida era el preservar la máquina cantante para siempre, hasta donde se pudiera, estirar la vida mas allá de los limites naturales.

Para Diomedes no existía tal afán. Como sabemos Diomedes se dejaba hundir sin preocupaciones y esta decadencia en parte servía para impulsar y encadenar nuevas ideas, y sentimientos con sonidos y estribillos. Cualquiera que haya leído a Deleuze y Guattarí sabe que la máquina se rompe, los flujos, el estimulo, el goce, todo se descompone; pero lo fascinante era que el rompimiento era sublimado en poética del rompimiento mismo.

Todo arte necesita estas pulsiones: afectos, flujos de energía, vibraciones. En sus presentaciones fallidas uno puede apreciar el espectáculo puro, el performance puro, sin el suplemento de la música o la poesía: afecto puro emanando desde y hacia el cuerpo desquiciado de Diomedes y el cuerpo afectado de la audiencia. En realidad, el afecto de Diomedes era extraordinario.

Su poder para afectar (tanto como para ser afectado) atestigua sobre esa intensidad que siempre lo marcó. En sí, esas fueron las primeras impresiones de sus vecinos y amigos al encontrar a Diomedes en su primera fama, “el rio de gente que nunca lo abandona” decían. Diomedes era la máquina vallenata exigida y dada a toda capacidad.

Lo irónico es que su operación requería los insumos que la agotaron. Ya sabemos cuales son: alcohol, cocaína, parranda, cuerpos, afectos y todos sin fin. Flujos que estimulan y sobrestimulan los afectos del cuerpo-máquina Diomedes. Para decirlo con Baruch Espinoza, su magia consistia en la capacidad de afectar como de ser afectado por otros.

Todos saben que Diomedes era al final de su vida un tipo detestable como artista y como persona. Y él entendió que hiciera lo que hiciera, sus seguidores lo iban a adorar, sus cercanos lo iban a felicitar, “Diomedes era un dios Midas” –dice uno de sus ex-managers. No solo era insoportable como persona, pero tenia un culto a su personalidad que se desenvolvía incluso cuando él se equivocaba y sus pasiones llegaban al crimen.

Y hasta podríamos decir que Diomedes se acera a la imagen de Pablo Escobar como ser que trasciende la vida y la muerte: alguien que vive mas allá de la muerte, que nos afecta aun décadas después de muerto, que nos hace estremecer bien sea por goce o por terror. Diomedes y Pablo son figuras perfectas para proyectar ansias y sueños.

Los dos son personas de poder y fama que no excluyeron al subalterno, al marginado de su concepción de la vida sino que lo abrazan con gestos de generosidad como Escobar regalando estadios y conjuntos de vivienda social o Diomedes regalando efectivo a cualquiera que le conmoviera el corazón (Diomedes podía deshacerse de 30 millones en un día regalando a amigos, y extraños y llegar al punto de pedirle prestado a su acordeonero! para pagar las cuentas de fin de mes).

Estos cuerpos convertidos en deidades devienen en una unidad, tal como lo es Donald Trump o Adolf Hitler -guardando las distancias claro- donde el individuo común puede proyectarse y albergar esperanzas de algún día ser como ellos, donde se identifica con la personalidad del individuo porque cree que son como él, son instrumentos de la multitud, o entidades que activan la muchedumbre sin echar mano de recursos discursivos, sin aspirar a obtener la legitimación de las clases altas y el gusto de las elites, o en sus palabras: sin venderse.

Diomedes, como Pablo son, como ya muchos los han llamado, “hijos del pueblo.” Diomedes movilizaba cuerpos y afectos por el efecto que el ensamblaje voz-acordeón-ritmo, tenían sobre sus oyentes. Pero este ensamblaje iba mas allá, se fortalecía e incrementaba su poder de afectar cuando entraba en juego con otros gestos, iteraciones, hábitos: Diomedes no comía en el restaurante del hotel, sino que buscaba comida mas humilde en los alrededores, en las casas de sus admiradores donde comía directamente de una olla o con las manos si no había cubiertos.

En otras palabras es el derroche desmedido y la humildad aguda lo que fascinan de Diomedes y lo que le ganaba admiradores de todas las clases sociales pero sobretodo de las clases populares o de las multitudes de Colombia y de otros países también, que son al final, las mayorias.

Era un cuerpo de las multitudes. Y de paso, un cuerpo que se revelaba como auto consumación, un cuerpo que evidenciaba los excesos que aseguraban que la máquina Diomedes-vallenato siguiera produciendo éxito tras éxito. Un cuerpo agotado, una vida aglutinada, dos polos: su éxito y su destrucción inevitablemente unidos; el primero siempre dependiente de los hábitos que lo llevaban a orbitar el segundo.

Devenir ave, devenir Diomedes

Por último y como consecuencia de su afecto intensificado Diomedes, en su vida de antojo, voluntad y pretensión, nos vuelve (si dejamos que esa resonancia se de) pequeños Diomedes. Nos afecta hasta el punto de sentir simpatía y hasta amor por un pequeño monstruo como lo llego a ser él.

Diomedes nos vuelve pequeños Diomedes en la medida que nos obliga, usando todo ese ensamblaje, a desechar razón y racionalidad, juicios del “buen gusto” y hábitos para devenir en canción, grito ayombero y héroe trágico. El afecto de Diomedes es el poder alinear nuestras partículas mas íntimas hacia un devenir vallenato, un devenir Diomedes Díaz.

Su irracionalidad, su vulgaridad, su excesos nos atraen y nos repugnan a la vez porque en el fondo todos tenemos algo de Diomedes adentro que reprimimos, “olvidamos” adrede, y canalizamos en otras actividades (la mas irónica es el juicio que siempre emitimos contra él).

Personalmente, entre más escucho a Diomedes y me adentro en su mundo, más devengo en Diomedes y veo el mundo a través de sus ojos, de sus canciones, de su pasión inscrita en los versos, de su contradicción cuando inserta con violencia, y siempre en la mitad de los solos de acordeón, una alabanza a la virgen, a su madre, a la vida, a su esposa, o también a su fanaticada, a testaferros, políticos, a amigos narcotraficantes.

Ese es el efecto Diomedes: llevarnos a ese espacio de pasiones contrarias y disfrutar ese espacio de lo profano y lo mundano, llevarnos a ser un poco Dionisio y un poco Apolo. Seguidores de Dionisio, el dios de la vendimia, del vino, que representa lo terrenal, la sensualidad desatada y a la vez de Apolo, el dios de lo elevado, lo racional. El efecto Diomedes nos lleva a querer ser pueblo, o mejor, multitud: gente ordinaria sin ansiedades de clase y a veces sin mucho en común entre ellos. El efecto Diomedes siempre nos atraviesa por medio de la música, esa máquina que afecta el cuerpo y nos hace devenir tanto en pájaro, Pavarotti o acordeón como en bailarín, borrachín o militar.

Gilles Deleuze dice que el estribillo es la manera en la que un niño se acompaña cuando está solo. El Diomedes niño se acompañaba espantando pájaros. El Diomedes hombre componía refranes para ganarse la vida y contar su vida, era de cierta manera su forma de escribir su biografía, su autobiografía. Hoy los refranes de Diomedes nos acompañan en cada canción y nos devienen en pura pasión y pena inscribiendo sobre sus sentimientos, y sus canciones, los nuestros.

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